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sábado, 10 de junio de 2023

"VERSOS TRISTES " - Ángel Medina - Granada, España

 







"Versos tristes "                                   

 

“Maldita suerte la del poeta

Siempre invocando la muerte

Triste pues es su negra suerte

Cuando todo le inquieta.

Será su sensibilidad,

Quizá su corazón destrozado

Donde la tristeza se ha alojado

Y es toda su realidad.

¿Qué salida es la que toca

Cuando se deshace el encanto

La risa se trueca en llanto

¿Y lo sensible se ahueca?

El recuerdo es nostalgia,

La nostalgia sufrir,

Sufrir es pura elegía

Queda sólo el morir.

Cuando esa tristeza nos alcanza

Preludio que es de la muerte

Asemejándonos al poeta

Sintiendo su penetrante lanza

Sabiendo que no hay ya meta

Sólo resta anhelar su suerte”

 

Recordando estos sus versos evoco a aquella niña con coletas y gafitas. No era niña, sino mujer. Pizpireta, luminosa y sensible. En parte soy yo quien la visto, pues me tengo por una especie de modisto que la conoce al desnudo más raso, incluso más que ella a sí misma. Por eso, sé que convive en la niña el sentimiento más puro que eleva a los mortales a la calidad de dioses: el amor. Bien que lo sé, pues represento lo más impenetrable de su intimidad. Y aunque presumo de ser intangible, inubicable y muchos me niegan, todo pasa por mi propio tamiz. Soy su yo más escondido. Su alma imperecedera.

Un día me confió su gozo por la vida, hablándome de la naturaleza. Admiraba la decisión de las disciplinadas hormiguitas. Se deleitaba con el aleteo de la dulce mariposa de colores, vistiendo su traje de gala. Se desperezaba con la llegada de la primavera, alterándose la sangre de sus venas. Y al llegar el invierno, acogía con alegría las nieves que lloraba el consternado y grisáceo cielo.

También amaba el arte. La poesía era su lubricante y a través de ella se expresaba su espíritu más allá de los convencionalismos. Se conmovía escuchando los versos de Rondeles “si quieres nos amaremos, sin decirlo con tus labios”, y también la sonatina “la princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?”, de Darío; o bien se inquietaba recreando a Lorca: “Amor de mis entrañas…”. Se sentía vital desentrañando a Aleixandre “Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado contemplando al mundo”. O también, aquello de “cristalina luz que hiere el fuego…como un cuerpo que se amontona de dicha”. Se turbaba con las composiciones nerudescas, aquellos versos alegres que decían del deseo del amante, anhelando poder convertirse en hijo para dejarse amamantar en sus pechos núbiles. De todos, Machado era su sublimación. “Sólo tu figura, como una centella blanca en mi noche oscura”.  

La niña era pura sensibilidad al servicio del amor. Amaba la naturaleza. Al día y a la noche. Lo impenetrable del misterio del principio y el fin. También a su príncipe azul. Esa realeza que se instala en nuestra… ¿cabeza? ¿En el corazón? ¿O quizá en la imaginación, que a fuerza de darle vueltas tal un caleidoscopio se acaba idealizando, convirtiéndose en algo tan frágil como una copa de cristal de bohemia?

Un día comenzó a calar frío en su corazoncito.  La niña era pura pasión. Fuego que incendiaba, pero sólo recibía brasas. Entonces, su sensibilidad empezó a inclinarse hacia el lado oscuro. Aquellos insectos laboriosos mostraban ahora para ella sus poderosas mandíbulas, devastando todo a su paso. Los lepidópteros voladores se le antojaban la metamorfosis de viles gusanos que otrora reptaron por el suelo. El estío desecaba su ánimo y el invierno helaba su sangre, sumiéndola sus largas noches en la melancolía. Lo que la poesía era antes rosa, se convirtió en espina. Versos tristes. Sólo afloraba a su cabecita las estrofas del quebranto.” Un beso ardiendo se rasga”…” está presa en sus oros, está presa en su tul”… “hermosura delicada, junto al filo de la nada” “templaré mi corazón de suerte, que la mitad se incline a aborrecerte”. Todo lo que antes era frescura ahora era acervo. Hiel. Neruda supo anticipar su sentir: “La misma noche que hace blanquear los mismos árboles, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”

 La pluma del vate puede ser vino generoso, pero también de alta graduación. Si mal se bebe, embriaga, comunicando al alma una fatiga agotadora.  ¡Ay, esa alma! ¡Si lo sabré yo!

Aquel día, o mejor, fue una noche, me confió un secreto, desahogándose entre sollozos. Me dijo que, si bien ella amaba todo, no era feliz. Y continuando su soliloquio, acentuó que no comprendía cómo amando tanto, no recibía el mismo amor. Me confesó que el mundo y las personas no saben amar. Ya no quería luchar más y deseaba morir. Había gastado todo su esfuerzo en querer y se estaba secando en un pozo vacío de amargura.

Con mi presencia silenciosa, procuré consolarla. Le dije que entendía su pasión amándolo todo, lo inerte y la carne. También, que ella había dado el amor que tenía, y que el apego consiste, aún sin recibirlo, en estar dispuesto a amar a fondo perdido. Un grano de querencia es suficiente para redimir lo que se ama, ajeno y propio.

Me escuchaba absorta. Sin pestañear. Muda. Y cuando me di cuenta, volaba yo hacía un espacio donde el caos es inexistente y sólo existe la perfección. La niña de las coletas y las gafitas había muerto de melancolía. No sé si llegó a escuchar lo último que le dije para consolarla. Se había marchado por amar demasiado el amor. Tanto amor mata y ella murió por desear plantarlo a su alrededor.

Yo, su alma, ascendiendo vi su cuerpo sin vida, aunque me queda el consuelo de que su rostro reflejaba una sonrisa que me recordaba a la luna cuando estira su sonrisa cual Gioconda. En el fondo, tengo la impresión que muriendo encontró al fin el amor que anhelaba. Era lo que quise explicarle.

 

ANGEL MEDINA, Granada, España

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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