LA BANALIZACIÓN DE LA PALABRA
Es el acto individual de voluntad e inteligencia mediante el cual la persona utiliza el código de la lengua para expresar su pensamiento individual y el mecanismo psicológico que le permite exteriorizarlo.
Puede ser un hecho singular o un significado. Hecho singular como signo (token) o significado como tipo (type).
Es decir es un signo y un símbolo.
Un signo oral o escrito y un símbolo que representa el objeto, la persona, la idea o la reflexión que impone el hablante o escribiente.
Banal es aquello insustancial o trivial, que surge de la incapacidad de pensar profundamente.
Hannah Arendt expreso “la banalidad del mal”, como la actitud de algunos individuos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos.
No se preocupan por las consecuencias de los actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes.
Es gente que carece del hábito de pensar y que alega buenas intenciones.
Transportado a la palabra es la actitud de la expresión sin reflexión.
En concreto, decir porque se ordena o se impone decir, porque está bien decir, o porque es la moda o lo común decir. En igual sentido con la escritura.
La expresión no ha tenido análisis, tampoco convicción, muchas veces ni siquiera sabe porque la expresa ni si es pertinente que la exprese, si es el momento o el lugar para dicha expresión.
Es posible que en la existencia diaria, haya circunstancias en las cuales las palabras no expresen más que actos ceremoniales, como saludos, agradecimientos, deseos, sin consecuencias.
Es posible también que en muchos casos la conversación sea insustancial, de compromiso, o de pasatiempo.
Pero dicho hábito se generaliza, y aún en circunstancias o hechos en el que es necesario tomar una decisión, sentar una opinión o aclarar una idea, se vuelva a expresar de la misma manera.
Entonces la palabra se banaliza.
Todo es lo mismo, es igual, y basta decir, cualquier palabra, la que sea, pertinente o no, en cualquier lugar y en cualquier momento.
Si hay algo que el hombre no tiene muy claro, es la pertinencia; suele ser impertinente demasiadas veces, entendiendo la impertinencia como lo no pertinente, lo que no corresponde al lugar o al momento, o a la situación.
Lo vemos en la vida de relación, en los medios periodísticos y hasta en los ámbitos educativos.
Se pregunta por ejemplo de economía a todo el mundo, sean o no economistas, de cuestiones técnicas, filosóficas y científicas, como si todos tuvieran el conocimiento y la responsabilidad de saberlas.
Se ha hecho tan común, que todos contestan como si nada, y aunque parezca que lo son, en realidad no son expertos en la materia, por lo que la palabra tanto la pregunta como la respuesta es banal.
No nos conduce a nada, es pasatista, insustancial.
Con las peores consecuencias, porque después con las respuestas se arman encuestan con resultados, que son tenidos por válidos y usados para proyecciones, desarrollos y hasta para contenidos sociales, políticos, económicos y culturales.
Algunos llegan a ser modelo de comportamiento, o de acción; es decir como se debería proceder socialmente.
No hablamos de las encuestas sobre lo que prefiere o desea la gente, en las que la palabra tanto la pregunta como la respuesta es válida, sino en aquellas que en un tema específico, que debería tratarse por especialistas, se extiende a todos sin excepción.
Porque la banalización se amplía en magnitud cuando se desconoce, o no se comprende debidamente el significado de lo que se expresa.
Esta forma cultural de la sociedad lleva a que las palabras ya no expresen su significado real, o que expresen tantos significados que escapan a una comprensión unívoca.
Pongamos un ejemplo común, que significa “traición”; hace 50 años teníamos claro que significaba y como se traicionaba.
Miremos a nuestros alrededor en todos los ámbitos, familiares, amistades, políticos, económicos, de toda índole.
Hoy quizá las mismas circunstancia no tienen dicha connotación, hay momentos en los que podemos entender que no es traición, sino que del otro lado me dieron más, o me conviene más.
La palabra es única, cuando surge del corazón del hombre, y es fruto del amor, de la bondad, reflexiva y equilibrada, lo honra y lo engrandece.
Que nuestras palabras sean siempre el fruto de nuestra reflexión, dichas pertinentemente en el lugar y en el momento adecuado, y como consecuencia de nuestra convicción del respeto y dignidad que ellas deben tener para nuestros semejantes.
ELIAS GALATI, Buenos Aires, Argentina
Muy interesante.Respeto y conviccion.
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