Del destino
El tipo era un
farsante.
Todo en él era falso excepto su prótesis de vidrio con forma curva y de
colores entre blanco, amarillo y verdoso azulado que rellenaba el hueco de su
ojo derecho, extraviado quizás en qué etapa de su juventud.
Setentón, de muy baja estatura, panza incipiente, calvo, bigote a lo
actor porno de los años 80 y vestido con ropa pasada de moda; lo que lo hacía
un hombre insignificante.
En la privacidad y en el computador se dedicaba a ver pornografía e
informarse de las reuniones importantes con fechas y lugares a
través del periódico y asistía a ellas
sin invitación alguna, anónimamente, su nombre nunca estaba en la lista de
invitados, pero él se las arreglaba muy bien para entrar y conversar con los
invitados simulando ser un personaje de pensamiento avanzado, defensor de los
derechos humanos (estaba de moda), intelectual y muy informado (el Google le
solucionaba los problemas). Exteriormente se presentaba con múltiples
profesiones según la ocasión aunque en la realidad sólo era un burócrata más de
los muchos que abundaban en oficinas oscuras y pequeñas, sin patrimonio, sin
familia y sin oficio. Un completo farsante.
Y todo sucedió como debía suceder, porque las leyes del universo son
estrictas y “Dios es más justo que los humanos y los medirá con otra medida” y
como todo farsante quien nunca aceptó ser quien era y se falsificó mediante
personalidades inexistentes (por lo tanto ninguna), su final fue consecuente
(lo único consecuente del tipo).
Mónica Gómez Contreras, Chile
De la serie “Cuentos
oscuros”
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