Ha partido Carlos Saura, un genio del cine contemporáneo
Desperté
con una acerada noticia que me partió el alma y pensé que acaso era la
continuidad de un sueño, no una cruenta forma de la realidad. “Se debe tratar
de otra persona, no del maestro Carlos Saura que yo conozco”, me repetí. Pero
claro, don Carlos tenía más 90 años y, como me confesó, que ya había vivido
mucho, muchísimos años más de los que hubiera imaginado.
¡Qué
dura la condición humana, qué implacable el paso del tiempo, “ese enemigo que
nos mata huyendo”, en el juicio del inmortal Quevedo. Somos y somos casi nada
en este inexplicable Universo (o somos nada, definitivamente nada y los dioses
nos borrarán acaso de un certero plumazo de su larga lista interminable para
sumarnos a los más). Maestro Carlos Saura, me inclino ante tu obra y el mundo
diferente que dejaste en tu decidido paso por él.
Carlos
Saura Atarés había nacido en Huesca un 4 de enero de 1932. “Hace ya tantos años
que ni me acuerdo, Alifano”, me confesó hace poco en un diálogo telefónico que
mantuvimos. Al finalizar el bachillerato, se empezó a aficionar a la fotografía
y esto hizo que abandonara sus estudios de ingeniería industrial para ingresar
en el reconocido Instituto de Investigaciones y Experiencias
Cinematográficas de Madrid, donde obtuvo el diploma de Dirección
cinematográfica.
No
demoró el inquieto Carlos en concretar su primer cortometraje, demostrando ya
su talento creativo, lo tituló La tarde del domingo y data de
1957, realizó luego el documental Cuenca, que fue premiado (nada
menos ni nada más, que en el Festival Internacional de Cine de San
Sebastián, al que siguió su primer largometraje, Los golfos (1960)
y, cinco años después dio al público La caza, con un asunto de gran
dureza donde hizo un análisis de las heridas provocadas por la cruenta y
abominable Guerra Civil. En ese filme, relata la terrible historia de una
partida de caza entre personajes que representaban distintas posturas en este
mundo contradictorio. La escenografía en exteriores, se brinda en un paisaje
árido y la fotografía, en manos del sagaz Luis Cuadrado, contrastada con el
ambiente bucólico. Esta puesta en escena, hizo de dicha obra una referencia
para su particular cine posterior y obtuvo, a partir de allí, grandes éxitos
internacionales, consiguiendo el premio a la mejor dirección en el Festival
Internacional de Cine de Berlín.
Vino
luego su sociedad con el productor Elías Querejeta y junto a sus primeros
trabajos, se consolidó en 1967, su colaboración con él, con quien ya había
producido La caza y Peppermint frappé, dando
inicio al periodo más destacado de la carrera de Carlos Saura. Esas dos
películas son una nueva una indagación psicológica sobre los efectos de la
represión franquista tras la Guerra Civil, las inhibiciones eróticas y otras
carencias de su generación. El desenlace en Peppermint frappé es
tan violento como el de La caza, pero aparece ahora situado en el
espacio de la memoria o los instintos más primarios de los bien pensados
personajes. Temas y formas se van puliendo en este particular estilo abstracto,
que logra una estremecedora radiografía de los males de la sociedad española; a
la vez que logra burlar la condenable e inadmisible censura del régimen
franquista.
A
ese filme continuó Stress, es tres, tres (1968), de tono quizá
menos dramático que humorístico; vino, casi enseguida, La madriguera (1969), El
jardín de las delicias (1970) y la memorable y polémica Ana y
los lobos (1972), donde en esta producción ofrece un mundo encerrado
en la casona de una familia española aristocrática, definitivamente
conservadora. Rafaela Aparicio, la matriarca de este mundo convencional y
regresivo, retomará aquel personaje en Mamá cumple cien años (1979),
una continuación de Ana y los lobos.
Temas
y formas, se fueron puliendo en este estilo personal, desarrollado en
colaboración con Querejeta y muy a lo Luis Buñuel. Pero, sin duda, La película
que marcó su consolidación internacional fue La prima Angélica (1973),
que recibió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes;
en ella, el pasado y el presente se funden de un modo indiscutidamente
original, que se muestra mediante la confusión del tiempo histórico
desarrollado en los planos de la película, incluso dentro de una misma
secuencia. Así se delata el tema de las dolorosas heridas del pasado que
retornan al presente; junto con el clásico tema del psicoanálisis.
En
este filme, como en los anteriores, la fusión del tiempo tiene también otras
consecuencias frustrantes, como el contraste entre el amor infantil de Luis y
Angélica, que ha sido acaso su único amor, y la relación adulta de un Luis
todavía inocente, que no ha crecido, con una Angélica ya casada y en una
situación que hace imposible que se recupere aquella relación afectiva. No es
este el primer film que explora el recuerdo y la intromisión del pasado en el
presente, que estaba ya bien dibujado en obras anteriores, como El
jardín de las delicias de 1970.
María
Clara Fernández de Loaysa, en su papel de Angélica niña, establece una relación
con la figura de José Luis López Vázquez, cuyo personaje seguía la estela del
que interpretó en El jardín de las delicias, donde aparecía en una
silla de ruedas, simbolizando con ello la parálisis psíquica de aquella
generación. En este caso representa la frustración amorosa de su entrañable
prima, en el doble papel de niño y adulto, representado por el mismo actor.
Durante
esa filmación, acompañé un par de veces a mi recordado amigo José Luis López
Vázquez y por él fui presentado al enorme y genial Carlos Saura, un hombre
amable extrovertido, cultísimo y considerado. Conservo, por algún rincón de mi
biblioteca los recortes de dos entrevistas que le realicé. A partir de allí,
quedó sellada una amistad que perduró a través de los años.
No
hace mucho participé en un documental que hicieron con su hijo sobre Federico
García Lorca y nos reencontramos. Después, hablamos algunas veces por teléfono
con don Carlos y me duele no haberlo visto en un breve viaje que realicé a
Madrid hace tres meses; todo no se puede, mis compromisos asumidos pudieron
más. No imaginé que ya nunca más vería al maestro Saura; pensé, sinceramente,
que algún día asistiría a su cumpleaños número 100. Uno cree que las personas
que ama son inmortales. Me conforma haber intercambiado algunos emails y haber
conversado con él telefónicamente.
Descansa
en paz, querido y bien admirado amigo Carlos Saura, gloria del cine universal.
ROBERTO ALIFANO, Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO
DE ASOLAPO ARGENTINA
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