LA ILUSION
La ilusión es una esperanza cuyo cumplimiento nos parece especialmente atractivo.
Es también la complacencia en una persona, cosa o tarea.
Desde la psicología se la considera como una percepción que no concuerda
exactamente con la realidad, que no copia el mundo real, por la diferencia
entre ella y el mundo percibido. Es posible que haya rasgos no percibidos y
otros añadidos por nosotros en aquello que nos estimula y nos inquieta.
Por lo tanto es considerada como la interpretación errónea de ciertos
elementos en una experiencia determinada, de tal forma que la experiencia
no representa la situación objetiva, presente o recordada.
Filosóficamente es una apariencia errónea que no cesa al ser reconocida
como tal.
Es una doctrina introducida por los epicúreos, por la cual las ilusiones no
pertenecen al sentido como tal sino al juicio basado en el dato sensible.
Kant la definió como el juego que permanece inconcluso cuando se sabe que
el presunto objeto no es real, señalándola como la actividad dialéctica de la
razón.
Lo explica señalando que “En nuestra razón hay reglas fundamentales y
máximas de su uso que tienen todo el aspecto de principios subjetivos”, y
por ello hay una necesidad de conectar nuestros conceptos en virtud del
entendimiento como necesidad de determinar las cosas en sí mismas, ilusión
que no se puede evitar, por eso la considera natural e inevitable.
Encuentra así una diferencia entre la ilusión y el error, por lo que la ilusión
no aminora al ser reconocida como tal.
Más en el lenguaje común, el hombre tiene claro la distinción entre dos
aspectos de este concepto, y diferencia el término iluso, del término ilusión,
adoptando la relación inicial, tener esperanza de algo atractivo.
Es una actitud humana y comprensible, que nos lleva a la terminología
kantiana, es natural e inevitable.
En nuestra vida cotidiana, hay momentos y aspectos que nos conducen a
ilusionarnos, es más, a cada momento, al emprender algo nuevo o particular,
o cambiar una situación, sentimos esa esperanza atractiva que nos deparará
algo mejor, como un rasgo de ilusión.
Es posible que no haya fundamento ni científico ni existencial, para ello,
pero para el hombre es inevitable.
La vida, el hombre, el mundo, el futuro, es para nosotros una ilusión, la
creencia que se puede ser mejor, se puede equilibrar, se puede llegar a la
felicidad pretendida.
Todos nos ilusionamos, como personas, como grupo, como sociedad, en
especial los niños que creen en ideales, que todavía no han sido deformados
por la visión y la realidad, que aún no han sido forzados a resolver entre cosas
que no quieren, a vivir situaciones espantosas, perversas, o que no debieran
vivir.
Nosotros como personas, aquellos que ejercen una función y quienes dirigen
las naciones, somos responsables de sostener la ilusión, en sentido de esa
esperanza atractiva en un futuro mejor.
¿Lo hacemos? ¿Es nuestra conducta adecuada a mantener viva en los demás
la ilusión y la esperanza?
En sentido individual, así como nosotros nos ilusionamos con nuestras
relaciones, ellas se ilusionan con nosotros.
¿Estamos al nivel de esa esperanza, e intentamos cumplir con nuestro
comportamiento con el deber que nos impone un deseo mutuo que debe
satisfacerse?
En sentido social, vivimos en un mundo que nos exige y nos compele con
normas y regímenes siempre obligatorios.
Pero no siempre vemos el cumplimiento ni la voluntad de parte de quienes
deben hacerlo. Casi siempre nos sentimos defraudados, y sentimos que el
poder y la autoridad es casi una autosatisfacción del poderoso, sin importar
la necesidad y la ilusión del gobernado.
De acuerdo a nuestro comportamiento y a nuestras acciones podemos
construir un mundo maravilloso o un lugar horrible donde vivimos.
La historia y la realidad nos señalan que es mucho más el horror que la
maravilla.
Mas ay de aquellos que desilusionan. Ay de aquellos que destrozan las
ilusiones de la gente y de los pueblos, porque en realidad no tendrán perdón
y así serán juzgados.
Para conservar la ilusión, la nuestra y la de nuestros semejantes, hay que ser
auténticos y dignos, darse a los demás, anteponer el deber a nuestros deseos,
y sostener que es nuestra condición hacer de nuestra vida y de las de los
demás un episodio feliz, bondadoso, ecuánime, donde todos puedan gozar de
la ilusión de esperar siempre un mundo mejor, un hombre más bueno y una
sociedad civilizada, pacífica y feliz.
Elias D. Galati, Buenos Aires, Argentina
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