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LA GENERACIÓN PERDIDA
Desde
que el hombre existe ha ido buscando un lugar donde labrar su futuro, en el que
dar rienda suelta a sus inquietudes. Moisés ya fue en busca de la tierra
prometida.
El hombre es un ser errante por naturaleza lleno de desazones, que unas veces lo estimulan y, otras, lo llevan a las más dolorosas profundidades, pero lo que está claro es que las costumbres, que echan sus raíces en un lugar, esas perduran, y la memoria se encarga de sustentar su vida. Adrenalina conjugada con sentimientos afloran para dar sentido a una, a veces, agonía maltrecha. Deambula a solas con su conciencia y establece sus propios límites. En el amor, venganza, odio, poder, ambición, etc. no hay límites, y el que busca la perfección entra en un camino sin final, por derroteros que parecen inquebrantables. Una fusión delirante de ideas convulsas que no sacia al instinto.
Si
no hay memoria, no hay nada, si no hay entendimiento, la frustración se apodera
del ser humano.
Ante el papel inerte las horas rotas pasan, los segundos eternos interfieren en la memoria, golpean los más dulces pensamientos. El momento se volatiliza y las noches de insomnio estimulan a las musas. El sueño, atrapado por la oscuridad, florece con el rocío y cada poro de la piel se eriza en pos de un ideal. Los ojos admiran la sutileza de la fragilidad, que gana grandilocuencia en cada palabra escrita, la que desaparece no tiene valor, pero al fin despierta para luego volver a ensombrecer. Es un juego de malabares con nostalgia de quietud. Esa sensación es la que experimentaría la llamada “generación perdida” en ciertos momentos de su vida, si bien, el legado que dejaron, como suele decirse, es de un valor incalculable.
Con dicho nombre se conoce a un grupo de escritores estadounidenses: Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, John Dos Pasos, John Steinbeck, Faulkner…, que forjaron su carrera después de la I Guerra Mundial. Como no podía ser de otra manera, en su obra reflejaron el clima de pesimismo de la posguerra y la Depresión, período que comprende desde 1918 hasta 1929. Todos ellos, de profundas inquietudes culturales, y ante el vacío cultural del momento en su país, viajaron a París y a otras ciudades de Europa, donde vivieron intensamente los años veinte, la era del Jazz y su ambiente artístico.
Sería
la escritora y mecenas Gertrude Stein quien les pondría ese nombre.
Y
como dijo John Dos Passos: “Podéis arrancar al hombre de su país, pero no
podéis arrancar el país del corazón del hombre”.
©LOLA BENÍTEZ MOLINA, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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