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sábado, 26 de octubre de 2019

OLVIDO, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

























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OLVIDO

Amo las infinitas tildes
que sobre el olvido puse.
Remembranza necia,
avatar en un trópico neutral; 
acto sideral de la memoria
que guarda el perfume del septiembre
y sutura la herida cuando sangra
derramando la lejía del olvido.
Fruto de la parra sin simiente,
ciega mariposa entre las sombras.

Sobre las hojas del cuaderno puse,
detalles de las horas de mi ausencia
por el árido país de la memoria;
simulando en sus renglones indecentes
las grotescas llanuras de mi tiempo.

Amo la lujuria del olvido,
única pasión que no deshonra.

Amo la lámpara sin llama
y el libro que exhibo sin sus hojas.

Amo el aroma del descuido,
el himen de la mujer que quise
y el beso virginal de aquellas horas.

Soy un osado verdugo de abandonos
sin temor a la justicia del recuerdo.

Amo las infinitas tildes,
que alguna vez, le sustraje a mis apuntes…

©NORBERTO PANNONE, poeta y escritor argentino
del libro: “Por los soles y lunas de abril”, ed.2002. Derechos reservados.



EL POBRE SEGISMUNDO, Jaime Vélez Ramírez, Medellín, Colombia

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EL POBRE SEGISMUNDO

Durante treinta años
vagó por el mundo
el pobre Segismundo.

Quiso vivir como tonto
pero la gran sociedad
lo tomó a imbecilidad.

Cambiar es el camino,
voy a vivir en la oración,
más tampoco llegó la salvación.

El amor, el amor puro,
el calor, el dulce hechizo;
nada de eso más feliz lo hizo.

El otro amor, la agonía, el éxtasis;
que amarga decepción
dejó en Segismundo la pasión.

Ahora ya veo,
es el dinero y la riqueza;
los consiguió y lloró de tristeza.

Tal vez es el poder,
y llegó a ser poderoso,
pero nunca a ser dichoso.

La ciencia queda entonces
y a la ciencia se entregó,
más al puerto de paz nunca llegó.

Durante treinta años
vagó por el mundo
el pobre Segismundo.

Un día amaneció muerto,
de un infarto dijeron,
pero muy pocos lo creyeron.

Diciembre 26 de 1974.

©JAIME VÉLEZ RAMÍREZ, poeta y escritor colombiano
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



REVELACIÓN, Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina

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REVELACIÓN

 -Dado in memoriam de Jorge Luis Borges-

A la Soledad. En especial, a quienes les fuera revelada su agonía sin compasión...

   Es mortal. Inexorablemente mortal. La sensación lo oprime y la metáfora del degüello lo azuza y lo estremece. El sudor lo ahoga entre vapores soñolientos y hiede mal. El viento de la playa se agita penetrante, y es incisivo el aliento agrio que lo envuelve y lo sume en un sueño acezante y tenebroso donde no hay luces ni barcos alejándose en lontananza.

   Sin embargo, la estrella está fuera de él y limpio el cielo de nubes. Lo despoja de fantasmas. Pero no hay sol en su mente ajada, deshecha, rota en cristales de recelos y vanidades. No hay una sola letra candente, luminosa, sedienta de colores y de goces. Sólo melancolías y una furia estéril que lo hinca en la arena suave del mar sedado.

   Después se muere y el coro de los siglos lo amplifica y desmenuza en crónicas y ensayos. La vida de un hombre solo y ciego, hacedor de naderías se endurece luego para siempre en el molde de la estatua que eterniza su ceguera ominosa y consecuente.

   Sí, y sólo al cabo de muerto han venido a visitarlo. El minotauro y el guapo. El arrabal inexistente de su pasado inmortal, sus laberintos de luto y admiraciones nórdicas, anglosajonas y griegas que se amoratan.

   Él ha muerto.
   Mi drama es gigantesco, pues sólo yo lo sé.-

©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA





“LA GRAN DIVA DEL VERSO”, Carlos Rodolfo Ascensio Barillas, El Salvador

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“LA GRAN DIVA DEL VERSO”

Dedicado a nuestra Poetisa
Luz Samanez Paz

Tu poesía, es fuente de inspiración
La inmensa belleza de tu pensamiento
Es motivador, innovador, y conmovedor
Es la gentileza, de tus suspiros

Luz son tus sueños de poeta,
Luz son los ojos que destellan versos
Luz son los viejos recuerdos
Luz son tus manos que acarician el universo
Luz es la bondad de tu hermandad
Y el amor, americano por el mundo

En la vida fuiste toda la esperanza
Y en tu ausencia los bosques lloran
Déjame contemplar tu aurora sollozar
Y acariciar tus blancas margaritas
Allá, en tus lejanos amaneceres.

Eras una gran poeta del cuzco inmortal
Y tu silencio se parece a las espesas brumas
Que besan las selvas tropicales
Mas tu recuerdo renace en mis ilusiones
Y en mis ubérrimos atardeceres
Así se nos fue la vida, en un suspiro
Y así se va pasado la muerte
Unidas, por distintos caprichos
Y por distancias inesperadas
Que borran los ocasos de años venideros
Y el denuedo que abrigas en tu pecho
¡Oh gran diva del verso!
No existe remedio para los arreboles
Ni la pluma que vuela con tus versos
Ni el navío que navega en tus resoles
Porque en un exabrupto suspiro
Se nos alejan las grandes esperanzas
Y los sueños que forjamos en el cobrizo
De tus labios, que esperan
Espera el agua de los ríos
Espera la brisa de una mañana
Volver a tus hermosas primaveras
Y siempre recordare tu cabello de oro
Y la sonrisa que ilumina mis ojos
Y el viento que llevan tus suaves manos
La bellísima diva del verso
Vivirás en el alma solitaria
Y en los grandes palacios
Y tus exuberantes aposentos…

©CARLOS RODOLFO ASCENSIO BARILLAS, poeta y escritor salvadoreño
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




LA CANCIÓN DE LA ENVIDIA, Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

























LA CANCIÓN DE LA ENVIDIA

Suspicaz, ponzoñosa,
flaca y amarillita,
intrigante, quejosa,
histérica y marchita.

Soy propensa al ataque:
si hay algo que me irrita
es que otro se destaque.

Yo soy la que ligó en la repartija
los oscuros frasquitos del veneno.
Es más fuerte que yo. Me doy manija.
¡No puedo soportar el triunfo ajeno!

A veces me disfrazo,
según el caso.
Por fuera las palmadas,
por dentro las puteadas.
Siempre el logro del otro es mi fracaso.

Yo soy la que ligó en la repartija
los oscuros frasquitos del veneno.
Es más fuerte que yo. Me doy manija.
¡No puedo soportar el triunfo ajeno!

©LUIS ALPOSTA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

De la cantata “Los Siete Pecados Capitales”
Letra: Luis Alposta
Música: Pascual “Cholo” Mamone

CLICK: Canta: Raquel Buela

POEMA, Carlos Penelas, Buenos Aires, Argentina

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Imagen de: Pinterest


POEMA

Madre y padre
atravesaron el esplendor
del bosque.
Incalculable es el presentimiento
de la sangre.
Vida y dolor es la ofrenda del poema.

Bajo estas nubes
es transparente la oscura bruma de la sombra.

©CARLOS PENELAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


EL SOSÍAS DE GARDEL, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

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TRIBUNA
EL SOSÍAS DE GARDEL
Quizá la originalidad no es más que una imitación hecha con criterio. La palabra “sosías” proviene de la obra Anfitrión, del célebre dramaturgo romano Plauto, en la que Mercurio se hace pasar por Sosias, el criado del general Anfitrión, para ayudar a Júpiter a seducir a Alcmena, esposa del mismo general.​ De manera que el término “sosías” tiene distintos y parecidos equivalentes en los siguientes adjetivos: dobles, impostores, imitadores, suplantadores de identidad, doble personalidad o personalidad múltiple.
En el terreno de las letras no hay un Adán literario. Eso no impide, por supuesto, que con imaginación y esmero, apoyados en quienes admiramos y nos han precedido, no se puedan lograr sorprendentes variaciones. Ningún escritor se admite plagiario y la mayoría cree que está modificando el mundo cuando empuña las palabras. En cuanto a los temas, sabemos que no son demasiados y lo que podemos hacer con ellos es recrearlos. La habilidad de un artífice está en saber remedar prudentemente. Cuando se imita a alguien -a veces de manera inconsciente-, se puede estar copiando; ahí está el riesgo.
A Borges le encantaba hacer bromas sobre el espinoso asunto del plagio; decía que si en el oficio de las letras no se sabe plagiar, lo más adecuado es ser original. Sabio en estos asuntos, le encantaba hacer bromas al respecto. En una oportunidad, cuando yo colaboraba con él, mientras me dictaba un texto, me levanté para ir al baño y le pedí que me disculpara unos minutos. Cuando regresé lo encontré de pie, afirmado en su bastón. “¡Bueno, el hábito del plagio -se disculpó-. En este caso será un plagio urinario. Yo también voy al baño”.
No es desatinado conjeturar que la mayoría de los artistas aprende imitando el estilo de aquellos que admira, lo cual no está mal, es muy sano y aconsejable para encontrar un camino propio. En cualquier caso siempre hay paradigmas. El psicólogo Wilhem Stekel observó que de manera atávica los bebés miran atentamente el movimiento de labios de sus mayores y empiezan a aprenden imitándolos para crear sus propios sonidos del lenguaje. Todo lo que hacemos en este maravilloso camino del arte está sostenido por lo anterior. Eso sí, no hay que dejar que se nos vaya la mano y el fervor haga que traspasemos los límites de lo posible.
Quizá esto se puede hacer extensivo a todas las formas del arte. Julián Miró se llamaba este cantor de tangos, y no cantaba mal. Pero era tanta la devoción por Carlos Gardel, que el exceso lo perdió, llevándolo a convertirse casi de un modo grotesco en su caricatura. Esto sucedió hacia fines de la década de 1960, cuando yo empecé a trabajar en la renombrada Radio del Pueblo de Buenos Aires con un programa que se llamaba “Galanteadas en el Pueblo”. ¿Por qué “galanteadas”, se preguntará mi lector? Sencillamente porque adopté el nombre fingido de Guillermo Galante para presentarme ante el ignoto público de radioescuchas, que yo imaginaba masivamente siguiéndome. No eran tantos, pero algunos hubo que le prestaban atención a mi programa, muy volcado a lo periodístico y cultural por las variadas entrevistas que hacía; por allí pasaron con frecuencia Borges y Mujica Lainez, Marechal y Sabato, Denevi y Gila, y mucha gente de teatro como Alberto Closas, Analía Gadé y Norma Aleandro; algunos de ellos eran mis colaboradores permanentes. Cierta temeridad y desmesura le dieron carácter al programa, que alcanzó un buen nivel de audiencia; pero esos oyentes era cautivos porque antes había un radioteatro popular, quizá el más escuchado de la Argentina, que ponía en el aire el entonces famosísimo dramaturgo, libretista de radio, comediógrafo, actor y director Juan Carlos Chiappe, quien también a veces utilizaba el seudónimo de Claudio Zuviría, autor de numerosas obras de extraordinario y masivo éxito, tales como “El Tigre Millán”, “Nazareno Cruz y el lobo” y “El principito rubio”.
Mis locutores eran los no menos conocidos Elda Moreno y Roberto González Rivero, el famoso “Riverito” (que todavía, muy mayor, sigue siendo figura de la televisión en un espacio dedicado a la Lotería Nacional). Cuando empezaba mi programa, Chiappe se despedía con un excesivo agradecimiento cargado con palabras conmovedoras de contagiosa emoción, que reverberaban en su límpida y radiofónica voz: “¡Gracias Riverito, muchas gracias, todas las gracias del mundo…!”. Una expresión celebrada por multitudes de oyentes congregados alrededor de aparatos de radio aún alimentados por baterías, ya que en muchos remotos sitios rurales se carecía de electricidad.
El beneficioso asunto es que yo la pegaba de rebote y recibía innumerables llamados telefónicos y cartas de todo el país, que me hicieron creer que era toda una figura. Me sentía un grande de la radio. No era para menos, el mismo Chiappe, del que me hice amigo, cada tanto me prodigaba un elogio y me propuso actuar en su troupe; empecé a representar un papelito de malo (de muy tercer orden, por supuesto) que me hizo viajar durante una temporada por buena parte del país. Hasta que un día recibí una flor de pateadura y decidí no actuar más con el grupo. Masivamente, la gente que concurría a ver la obra en los teatros pueblerinos se posesionaba de los personajes y esperaba a los actores a la salida del teatro para celebrarlos; todo lo contrario ocurría con los villanos, que eran apostrofados y a veces atacados por los crédulos más violentos. Y me tocó ligarla a mí.
En aquellos días, mi productor en la radio era un folklorista llamado Elio Fort, que se escudaba bajo el apropiado pseudónimo de “Alico del Monte” para interpretar sus canciones camperas; quizá el primer amigo que creyó casi ciegamente en mí, aún no sé por qué (en su momento me referiré a Elio Fort o Alico del Monte, que merecen algo más que una simple mención, ya que era un excelente y finísimo cantor y guitarrista de folklore, admirado por Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú y otros grandes; pero el pobre no tuvo suerte y se quedó flotando en las orillas, resignado a su tarea de productor radial). El caso es que me armó ese programa diario en el que yo, casi descaradamente, imitaba a varios locutores, tales como los maestros Antonio Carrizo, Jorge Fontana y Guillermo Fernández Luro y, en especial al que fue paradigma de lo que es hoy la radiofonía argentina, me refiero al incomparable “peruano parlanchín”, Hugo Guerrero Martinheitz.
Allí llegó una tarde, para que le haga una entrevista y cantar a micrófono abierto, el gardeliano Julián Miro, todo un caballero el hombre. Era conocido del productor y vino con sus guitarristas para ocupar la ajustada hora de mi programa. Don Julián era sastre de oficio y un próspero emprendedor, que fabricaba preciosas corbatas y camisas. En lo artístico, quizá bastante patético, todo un pretendido Carlitos Gardel de segunda o tercera mano. Imitaba los mismos gestos, se peinaba a la gomina con raya casi al medio y pelo aplastado, recalcaba la idéntica sonrisa, hablaba de un modo nasal arrastrando las palabras; y aunque infructuosamente trataba de parecer su voz a la del etéreo “Zorzal criollo”, no era Gardel, y había un imposible por delante para siquiera aproximarse. Sin duda, porque Carlos Gardel hubo unos solo y se fue a unir con los más en el trágico accidente aéreo de Medellín, en 1935, dejando ese vacío que ningún otro cantor de tangos pudo llenar, y acaso no se llenará jamás.
Por aquella época existía la costumbre de contratar números vivos en los cines y Julián Miró, como lo había hecho Gardel en sus comienzos, cantaba en los intervalos de las películas. Tenía su público que lo seguía. Alguna vez alguien me contó que lo puso en contacto con el legendario bandoneonista Aníbal Troilo para ser incorporado a su orquesta; pero, al parecer, a “Pichuco”, no le convenció el sosía de Gardel y muy elegantemente, después de tomarle una prueba, se lo sacó de encima con estas palabras: “No, amigo, usted es demasiado importante para cantar en una orquesta; su camino es seguir como solista”.
Y así siguió Julián Miró cantando en los cines y en las cantinas de los barrios de La Boca y del Abasto, no sé hasta cuando, porque yo le perdí la pista. Es probable que haya dejado los escenarios para dedicarse a su rentable negocio, la fabricación de “corbatas y camisas Miró, que alimentan su mirada”, toda una moda en el Buenos Aires de aquellos días, donde creo que le fue mejor que con el canto. Yo nunca más supe de él.
Quizá la originalidad no es más que una imitación hecha con criterio. Pero imitar a Carlos Gardel es un imposible; sin duda, más difícil que hacerse pasar por Mercurio asumiendo el rol de Sosías. Le queda grande a cualquiera.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



LOS POEMAS DE AMOR, Jerónimo Castillo, San Luis, Argentina





























JERÓNIMO CASTILLO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

sábado, 19 de octubre de 2019

La india de mi país, Teresinka Pereira, Ottawa, USA

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La india de mi país

                 Lección para el Dalai Lama

La india lleva el niño,
su hijo, sobre el vientre
preñado con otra criatura.
Sentada en una piedra
a la orilla del río
ella juega con la indiecita
que es su hija.

Ella oye los tambores,
tocando lejos
y se acuerda del lindo
huésped, forastero,
quien tomó su mano
y plantó en su vientre
la semilla de la miseria.

La madre india, casi
muda, mira el río,
corriendo al abismo
del mundo...
y no puede encontrar
en su pecho ni un rencor
para odiar.
Entonces, la india
ama.
.................

©TERESINKA PEREIRA, poeta y escritora brasileña
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA








CUANDO LAS PAPAS QUEMAN, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

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TRIBUNA

CUANDO LAS PAPAS QUEMAN
Mi amigo, el dramaturgo Germán Ubillos Orsolich, ha publicado dos inteligentes artículos sobre el liberalismo, con los que coincido y me movilizan para agregar y aclarar algunas ideas enmarcadas, en este caso, dentro de la dramática crisis que vive la Argentina por estos días, donde muchos desinformados, de manera frívola y superficial, califican al actual gobierno de “liberal”. Algo definitivamente falso, pues el gobierno del ingeniero Macri poco o nada tiene que ver con estos principios; es otra cosa. Como tampoco es liberalismo la política autoritaria de Bolsonaro en el Brasil, ni la de Trump en los Estados Unidos, ambas con las correspondientes diferencias en cada caso, por supuesto.
Empecemos por señalar que como doctrina política el liberalismo ha sido esencial para la historia de la democracia moderna, a la que consolidó y le dio carácter. Sobre todo por su defensa de la libertad individual, al tiempo de proponer un Estado limitado (restringiendo su intervención tanto en la vida comunitaria como en la económica). El liberalismo se identifica con una actitud que propone la libertad y la tolerancia en las relaciones humanas, fundamentado en el libre albedrío y en el principio de no agresión; promoviendo, en suma, las libertades civiles y económicas, y oponiéndose a toda forma de absolutismo, de despotismo o de puro conservadurismo. Constituyéndose en una corriente sobre la que se fundamentan tanto el estado de derecho como la democracia representativa parlamentaria y la división de poderes. El liberalismo promueve, además, la iniciativa privada para el desarrollo de la sociedad y su crecimiento económico; siendo un modelo que enseña de manera individual o colectiva, con fundamento en las ideologías, creencias o experiencias adquiridas en diferentes etapas de la vida del ser humano, siempre con el objetivo de crear un concepto de vida nuevo y libre en el entorno de su desarrollo. Sin embargo, es lamentable y contradictorio el sentido que le dan algunas corporaciones, limitando sus actos hasta enmascararlo como otra cosa y restringirlo a la pura libertad de mercados; es decir, algo más cercano a los intereses y ganancias de grandes grupos financieros, en beneficio de unos pocos y en detrimento de las mayorías. Algo también falso, pues desde sus primeras formulaciones, el pensamiento político liberal se ha fundamentado sobre tres grandes ideas incuestionables propuestas por John Locke, uno de sus artífices: “vida, libertad y propiedad privada.”
Para el sistema liberal los gobiernos deben resultar del consentimiento de las personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera privada de los ciudadanos, resguardándolos de la especulación de ciertos grupos financieros. Tampoco tiene demasiado que ver con el término “neoliberalismo”, acuñado por el académico alemán Alexander Rüstow en 1938, cuando se definió este limitado concepto como “la prioridad del sistema de precios, el libre emprendimiento, la libre empresa y un Estado fuerte e imparcial”. Para ser neoliberal es necesario requerir una política económica moderna con la intervención del Estado. El intervencionismo estatal neoliberal trajo consigo un enfrentamiento con los liberales clásicos, como Ludwig von Mises o Friedrich Hayek.
En fin, como se ve, hay una carencia de conceptos y resultan lamentables en la Argentina de estos días algunas propuestas que han demostrado un fenomenal fracaso que va del tímido gradualismo al arbitrario control del mercado. El gobierno de Cambiemos (que ahora pretende escudarse bajo la nueva máscara de Todos por el Cambio) prometió libertad económica, grandes inversiones, lluvia de capitales, terminar con la inflación, alcanzar la desocupación cero, etcétera, etcétera...; pero todo se quedó en promesas y han terminado por endeudar el país de una manera estremecedora, sumar más pobres a los que ya había dejado el Gobierno anterior, construyendo una bomba de tiempo que les acaba de explotar en las manos.
Algunos miembros del gabinete del presidente Macri promueven la excusa de que es culpa del ya remoto pasado y del reciente resultado electoral. Un modo menos sutil que desprovisto de argumentos donde se intenta convertir el fracaso en elemental disculpa: Aunque gane Macri en las elecciones definitivas (algo casi imposible técnicamente), el triunfo le puede durar lo que dura una tormenta de verano en una botella, ya que la crisis que padece su Gobierno es estructural, dramática y casi irreversible, con una falta de confianza que llega hasta la legitimidad; lo que no se hizo cuando correspondía, ahora resulta crepuscular, ya que estos supuestos liberales no tienen escrúpulos en adoptar medidas disparatadas que definitivamente pertenecen a los desesperados tiempos del más puro comunismo, como está sucediendo con la antiquísima “ley del agio y la especulación”, disfrazada ahora con el nombre de “ley de abastecimiento”, que intentan aplicar para detener la corrida de precios hacia los alimentos. Léase control del dólar y de combustibles. Antiquísima ley leninista definitivamente en desuso y con poco probable éxito durante un gobierno democrático.
Si hacemos un poco de historia comprobamos que dicha la ley fue también aplicada por Perón en 1951, luego por el “Che” Guevara y Fidel Castro en 1959, por Isabel Martínez de Perón en 1975 y ahora, en estado de desesperación, por el gobierno de Cambiemos que sueñan con una libertad de mercado con medidas restrictivas, que afectan directamente a la producción y al crecimiento. Con estas leyes perversas ya condenaron a la miseria a un tercio de la sociedad; ahora van por el resto de la clase media que desde hace años viene perdiendo en calidad de vida, salud y educación. Pareciera que en el mundo imaginario de estos ejecutivos de empresas que gobiernan a la Argentina, todo se redujera al manejo de una sociedad anónima.
Ahora con la intervención de la Iglesia y de las organizaciones sociales, que exigen una imprescindible “Ley alimentaria nacional”, aparece la ridícula decisión de restringir la compra de dólares por parte de los ciudadanos, que no es otra cosa que un “cepo, o un mini cepo”, que tanto condenaron al asumir el Gobierno, dependiendo de los límites que finalmente se establecieron para la compra de dicha divisa. En definitiva, se vuelve al punto de partida cuando asumieron en 2015 y elucubraban la forma de desarmar esta arbitraria medida financiera. Se sabe (y esto es de manual) que cuando se establecen restricciones cuantitativas a la compra de un bien a un precio determinado, es porque se está racionando la cantidad. Esto ocurre, además, cuando se pone un precio máximo a cualquier mercadería. Todo precio máximo, por otro lado, siempre se pone por debajo del precio de mercado para ejecutar un control; tampoco nadie pone un precio máximo al mismo precio que opera el mercado o por encima del precio. Ridiculeces elementales de controles definitivamente antiliberales; es decir, menos anti mercado que populistas.
Luego, como este precio artificialmente bajo no alcanza la oferta del bien en cuestión, aparecen los dólares de la economía previamente dolarizada, pero con la decisión de racionar la cantidad; llevando a la práctica otra operación anti mercado. Y lo gracioso es que se presentan estas barbaridades como grandes logros de la economía, siendo en realidad una vulgar especulación financiera elemental. Es más o menos lo mismo que cuando se pone un precio máximo al azúcar y luego se establece que cada persona no puede llevar más de un kilo; lo mismo que sucede con los dólares, que no pueden superar los 10.000. Aquí, en este puntual caso, se establece un monto máximo de dólares a comprar cada mes por cada persona y el Banco Central decidirá cuánto le autoriza a comprar dólares a las empresas, en especial las PIMES que deben hacer malabarismos para importar insumos y pagar sus costos laborales y operativos, junto a las altísimas cargas impositivas, quizá las más altas del planeta.
Es sorprendente la capacidad que ha tenido el Gobierno para negar la realidad, o para negársela a sí mismo con una ingenuidad (o perversidad) asombrosa. Digámoslo con claridad, el desconcertado ahorrista no quiere saber nada del peso argentino, que ya casi ni existe, sometido a una inflación que este mes puede rondar hasta el 6 por ciento (¡una locura!). Este peso moneda nacional, es despreciado con indiscutible razón. Ya que no hay moneda, sobre todo cuando un Gobierno desesperado pone una tasa de interés que supera el 70 por ciento; es decir, le ofrecen al ahorrista y al empresario una zanahoria atrás del caballos y medio kilo de pan para que no compre dólares; manotazos de ahogado que agrandan la desconfianza y, por fin, porque esa tasa de interés no es consistente con la tasa de rentabilidad que cualquier empresa necesita tener para seguir sobreviviendo. Bajo un mínimo de sentido común, lo que se comprueba es un disparate de descabellada incongruencia porque en definitiva, si el BCRA le paga a los bancos el 83 por ciento de los bonos LELIQs, ¿en qué actividad puede colocar el BCRA esos fondos que obtiene de los bancos a -por lo menos-, la misma tasa del 83 por ciento?
Sinceramente estas incongruencias, por usar un eufemismo, no se pueden creer. Sin ser economista, como un consternado observador, veo que es esta la primera señal de disparate. Sin crédito y altísima presión tributaria nada se puede sostener. Pero los cerebros del Gobierno, que nada tienen de liberales, repito, y sí demasiado de inoperantes, ahora están diciendo que los dólares no alcanzan, con lo cual racionan la cantidad a la que pueden acceder los ciudadanos en un intento por obligarlos a tener pesos que la gente no quiere. Nueva señal para espantar a un ahorrista aterrado que, seguramente, comprará en el mercado negro esos dólares que no puede comprar en el mercado oficial. En fin, si esto es libertad de mercado y liberalismo económico, uno no entiende nada y ha vivido en balde.
Por último, tampoco es novedad que no puede haber patria sin patriotas. Macri se exaltó diciendo al asumir que su equipo económico era el mejor de los últimos cincuenta años. Pedimos después prestado al FMI para que aquellos que no generan riquezas y practican el deporte de la bicicleta financiera se sigan alimentando de lo ajeno, beneficiando con mayores dividendos a las privatizadas multinacionales de algunos parientes y amigos del poder, multiplicando, es claro, la miseria de los asalariados y jubilados. Hoy para no ser pobres en la Argentina, se debe ganar un mínimo de 33.000 pesos y el salario mínimo apenas roza los 15.000 pesos. Un jubilado no llega a las 13.000. ¡Ah, disparate de disparates! ¡Por Dios!
Es triste reconocerlo, pero en campaña, metidos en su irrealidad, la gente del Gobierno sigue intentando asustar con aquello de que “los demás son peores”; concretamente aquellos a los que guarda rencor porque le ganaron en las urnas debidos a estos descalabros económicos. Obviamente el presidente no sabe por experiencia propia qué es la pobreza y la necesidad del desprotegido; seguramente cree que la miseria se cura con buenas intenciones o con discursos teatrales. Creo que le toca a él y a su gente el melancólico final que supieron construir. No hay nada más patético que la desnudez de la mediocridad en la derrota. Timba y más timba financiera. Por delante el destino de un Gobierno que no sabe gobernar y un país casi a la deriva en medio de la temporal. Faltan pocos días para las elecciones. Ojalá no tengan que arrepentirse si la situación se sale de control y sea demasiado tarde. Al cerrar este texto, cientos de personas están acampando en la avenida 9 de julio, frente al Ministerio de Desarrollo Social. Ni el liberalismo ni cualquier otra ideología política tienen que ver con la insensibilidad y estupidez humana. Acaso los peores males.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



Dame la lata, César Tamborini Duca, León, España



























«malevo»

Dame la lata

Dame la lata. Cafiolo. Tirar la chancleta. Hasta que las velas no ardan.                           
 Es muy probable que el desprevenido lector atribuya un significado alejado de la realidad a la frase del título, como si de un “chamuyo monologado” se tratara. Sin embargo la frase tiene el significado que, algunos de los lectores que peinan más canas que yo habrán verificado personalmente en su traviesa juventud del Buenos Aires (con aires todavía coloniales) antiguo, si eran asiduos concurrentes al “queco”.
Cafiolo
Pero para quienes ignoran (como es mi caso) esas “meritorias” (por error casi pongo “meretrices”) lides hay que indagar el significado… claro que se lo encuentra asociado con otro término lunfardesco: cafiolo, cafishio, fiolo, canfinfla, canfinflero, cafiche, canfle, y alguna variante más que escapa a mi memoria, todos términos que designan a una persona dedicada a una boyante actividad cuando el que escribe aún no había nacido: el proxenetismo. Que tenía una característica bastante diferente al delincuente actual, porque generalmente formaban pareja, comercial pero también amorosa, que lo cortés no quita lo valiente y el metejón podía ser recíproco.
“No se atoren que hay pa’todos…” dice un tango; y les pido “no se apuren que ya explico” eso de “dame la lata”, acción que tenía lugar en un centro comercial denominado “queco” que resulta del apócope de quilombo, palabra lunfarda para reemplazar la poco elegante prostíbulo. Y en el “queco” trabajaba la mina, pudiendo tener uno o más clientes por día, cada uno de los cuales al entrar a su cuarto después que ella “arrojara una chancleta” –significado merecedor de otro artículo- le entregaba una ficha de metal, que recibía el garabo de la “madama” del burdel previo pago del servicio. Al terminar su “jornada laboral” la estaba esperando el rufián que le exigía “dame la lata”, y era éste el que percibía el importe de manos de la regenta.
En la magnífica obra de Rivero “Una luz de almacén (El lunfardo y yo)” donde tango y lunfardo van tomados de la mano por las calles de la vida, encontramos estos versos ilustrativos de ciertas pretensiones de las minas: “Quisiera tener un macho / que no fuese canfinflero / que no me pida las latas / ni me pida pa’l sombrero”.
Pero así como las percantas a veces se lamentaban de su sino, otras veces era el rufián quien mascaba su descontento. Leyendo la letra de Dame la lata, el proto tango compuesto en 1888 por Juan Pérez, autor de letra y música, el canfinfla se queja de su trabajo: “Qué vida más arrastrada / la del pobre canfinflero / el lunes cobra las latas / y el martes anda fulero. // Dame la lata que has escondido, / qué te pensás, bagayo, / ¿Qué soy filo?  / ¡Dame la lata y a laburar! / si no la linda biaba / te vas a ligar”.
Si entendieron este lenguaje canallesco, creo que disfrutarán escuchando el tango motivo de este artículo, en la versión –solo instrumental-  del Cuarteto del Centenario.

Tirar la chancleta

“Tirar (arrojar) la chancleta”  tiene el significado de claudicar, abandonar un emprendimiento, darse por vencido, pero… ¿de qué modo se claudica?
Debemos retrotraernos a principio del siglo XX, cuando las grandes inmigraciones en cuya masa se entremezclaban gentes de todas las latitudes y oficios, incluso del considerado “el más antiguo del mundo”.
En «el queco» te dan la lata
En los precarios conventillos de San Telmo, Balvanera, La Boca y otros barrios porteños, se instalaron prostíbulos. En ellos los clientes esperaban su turno en un patio central, rodeado de habitaciones. Mientras ellos conversaban y pasaban el tiempo bebiendo y también jugando al “truco” (juego de naipes popular argentino) las mujeres atendían a sus clientes en las habitaciones que daban al patio.
Terminada la tarea objeto de su visita, el hombre se retiraba por un sitio distinto al de entrada, mientras la mujer convocaba al siguiente candidato émulo del dios Eros tirando una de sus  zapatillas de entrecasa (chancleta); la recibía el interesado y el adminículo le daba acceso a la habitación.
La situación creada, con el tiempo pasó a significar claudicar, arrojar la chancleta pasó a significar entregarse sin luchar.

Hasta que las velas no ardan

Dentro del mismo quehacer se puede encuadrar la frase “hasta que las velas no ardan”.
¿Cómo se computaba el tiempo que el garabo podía permanecer en la “zapie” con la paica? El reloj en esos tiempos erar un artículo de lujo del que muchos no disponían. Era el tiempo en que aún no existía (o estaba en sus comienzos) la luz eléctrica. La “madama” del quilombo (prostíbulo) entregaba una vela que, cuando se consumía, anunciaba la finalización del turno, del cual se decía entonces “hasta que las velas no ardan”.
Decía Carlos Besanson que “Al dueño de un prostíbulo también le gustaría que su hija se casase de blanco, como símbolo de una virginidad que con sus prácticas no auspicia”

©CÉSAR TAMBORINI DUCA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA