TRIBUNA
Miguel Gila, un grande del humor
Por Roberto Alifano
Martes 04 de junio de
2019, 20:11h
Para su tiempo, que también en parte ha sido nuestro tiempo, Miguel Gila
fue un originalísimo humorista español, un actor de sus propios libretos, un
dibujante de agudos y divertidos chistes gráficos. Para los argentinos, que
tuvimos la felicidad de tratarlo y disfrutarlo, fue también un maestro y un
querido amigo, un sorprendente y talentoso republicano que nos asombraba con
sus dramáticas historias de la Guerra Civil Española, de la que fue
protagonista y sobreviviente.
Nació en Madrid en un hogar muy pobre, y fallecido su padre antes de que
él llegara a este mundo, fue criado por sus abuelos en el barrio de Chamberí.
Aún niño, debió abandonar los estudios para trabajar como empaquetador de café
y chocolate y, después, de aprendiz de pintor de coches; esas tareas las compatibilizó
con estudios de dibujo en una escuela nocturna de artes y oficios. Al estallar
la Guerra Civil, siendo militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, se
alistó como voluntario republicano en el Quinto Regimiento de Líster. Al ser
tomado prisionero en Córdoba, fue puesto frente a un pelotón de ejecución y
milagrosamente logró salvar la vida. El fusilamiento se produjo al anochecer de
un día lluvioso y los integrantes del piquete estaban borrachos, por lo que no
le acertaron los disparos. Gila se hizo el muerto y logró sobrevivir. En su
libro de recuerdos Memorias para desmemoriados (1995) relata
así aquel patético episodio:
“Nos fusilaron al anochecer; pero nos fusilaron mal. El piquete de
ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca
llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las
gallinas robadas con el ya mencionado Ábrete Sésamo de los vencedores de
batallas. El frío y la lluvia calaban los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño
terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que
grita: ¡Apunten, fuego!, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos
sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de
diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon
los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra
empapada por la lluvia, nuestros cuerpos agotados de luchar día a día”.
Posteriormente fue hecho prisionero y encarcelado en un campo de
concentración en el pueblo de Valsequillo. No mucho después, lo trasladaron a
Extremadura; de allí a la cárcel de Yeserías, desde donde los reclusos eran
llevados a construir la que fue la cárcel de Carabanchel y, finalmente, estuvo
preso en Torrijos, donde coincidió con el poeta Miguel Hernández, del que
guardaba un conmovedor recuerdo. Cumplió a continuación un servicio militar de
cuatro años. Al salir de la cárcel, en la más completa pobreza, se ganó la vida
como pudo.
Su trabajo como humorista gráfico empezó en la revista universitaria
salmantina llamada (en honor a la obra de Hesíodo) Trabajos
y días, que surgió al amparo de las tertulias sabatinas a cielo abierto de
la Exedra. Más tarde publicó en La Codorniz y en Hermano Lobo. El
reconocimiento en los escenarios le llegó en 1951, cuando actuó en Madrid como
actor espontáneo en el teatro de Fontalba, donde contó un improvisado monólogo
sobre su experiencia como voluntario en una guerra. Durante toda esa década
actuó en la radio.
En 1962, “por un empacho de dictadura”, como él mismo bromeaba,
cruzó el Atlántico para radicarse en Buenos Aires. Ya era un reconocido
humorista gráfico y de radio en España; aquí puso en marcha, sin demasiado
éxito, una compañía de teatro. Alguien lo tentó para viajar a México, donde se
radicó por un tiempo y publicó la revista satírica La gallina. De
regreso a la Argentina, se empezó a destacar por sus actuaciones unipersonales
en el programa Sábados Circulares, del animador Nicolás Mancera,
donde Gila tenía a su cargo una sección fija llamada “Que se ponga”. Esos
llamados telefónicos imaginarios, de tono cómico, arrancaban carcajadas en los
televidentes. Fue en esa época cuando yo, que colaboraba en la producción de un
programa periodístico, tuve la oportunidad de conocerlo.
También por esa época, con sus colegas humoristas, Carlos Basurto,
Eduardo Ferro, el vasco Carlos Garaycochea y Juan Carlos Mesa, cenábamos muy seguido
en un restaurante, vecino a su casa. Miguel Gila, ocurrente y divertido, con
sus oportunas salidas irónicas, era siempre nuestro centro de atención. A
veces, mientras disfrutábamos de la comida y del buen vino, él aprovechaba para
hacernos caricaturas; en una pared de mi casa hay una colgada con su afectuosa
dedicatoria.
Yo organicé, por esa época una exposición de humor gráfico y Gila
participó muy complacido; sus dibujos se desarrollaban en paralelo con su
actuación radial y televisiva. Lo recuerdo como un hombre generoso y
entusiasta, a la vez que un gran despistado. Le pregunté por dónde debía pasar
a retirar sus dibujos y me respondió vagamente: “Por mi departamento,
hombre, frente a la plaza Vicente López. Cuando le dije que no tenía su
dirección, respondió: “Tú no lo vas a creer, pero no me la acuerdo. Espera que
llame a mi mujer, pues ella nos la dará. Yo sé ir y volver, pero aunque no lo
creas hace años que vivimos allí, pero no la tengo registrada; se justifica,
claro, pues yo no me visito”. Acto seguido, le pidió a Juan Carlos Mesa,
que estaba su lado, que le dijera el número de su propio teléfono porque
tampoco lo recordaba; y se disculpó: “Es que tú verás, tampoco nunca me
llamo a mí mismo”. Aunque con cara de desentendido, que Miguel acompañó con
un gesto, comprobé luego que hablaba en serio.
Hacia principios de la de la década del ‘80, con Gila y su colega Carlos
Basurto organizamos en la Feria del Libro de Buenos Aires unas
jornadas dedicadas al humor gráfico, que se completó con conferencias y
reportajes a los grandes de ese género. Miguel consideraba a Borges como el más
genial humorista de su tiempo: “Es de una rapidez mental fabulosa -observó-; además
un príncipe de la palabra. Su sarcasmo brota naturalmente. Yo aconsejaría no
meterse en discusión con él. Siempre resultará vencedor”. Con Borges
dialogamos en una de esas jornadas. Conservo las fotografías de esa maravillosa
experiencia que fue trabajar con nuestro admirado amigo.
De regreso a su patria, Miguel Gila recibió los homenajes merecidos. En
1986, se le otorgó la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de
Madrid y en 1993 le concedieron el Premio Ondas, “por
su fidelidad a unos monólogos que en su día fueron el revulsivo que el humor
del país necesitaba y en los que siempre ha buscado no sólo la risa sino
también la reflexión, para hacer un poco más felices y un poco más humanas a
tres generaciones de espectadores”, manifestaba la convocatoria. En 1995 el
Consejo de Ministros le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el
Trabajo. En 1997 recibió el título de Profesor Honorífico del Humor
de la Universidad de Alcalá de Henares. En 1999 ganó el Premio
Internacional de Humor Gat Perich por su larga trayectoria como
humorista y dibujante y, también, en ese mismo año, recibió la Medalla
de Oro al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona por su
dedicación al mundo de las artes escénicas.
No hace mucho, con la colaboración de Juan Marsé y Luis María Anson,
entre otros destacados escritores, se publicó un volumen sobre la vida y obra
de Miguel Gila. El humorista gráfico, escritor y director de cine español,
Chumy Chúmez, no dudó en calificar a Miguel Gila, como “el mejor humorista
de chistes gráficos que ha dado España en todos los tiempos”.
Miguel Gila nació en 1919 y se sumó a los más en Barcelona, en 2001.
Basta mirar por Youtube sus inmortales monólogos para aceptar la afirmación de
que junto al humanista, fue además uno de los grandes del humor de todos los
tiempos.
©ROBERTO
ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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