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sábado, 22 de junio de 2019

Miguel Gila, un grande del humor, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina






















TRIBUNA

Miguel Gila, un grande del humor

Por Roberto Alifano
Martes 04 de junio de 2019, 20:11h

Para su tiempo, que también en parte ha sido nuestro tiempo, Miguel Gila fue un originalísimo humorista español, un actor de sus propios libretos, un dibujante de agudos y divertidos chistes gráficos. Para los argentinos, que tuvimos la felicidad de tratarlo y disfrutarlo, fue también un maestro y un querido amigo, un sorprendente y talentoso republicano que nos asombraba con sus dramáticas historias de la Guerra Civil Española, de la que fue protagonista y sobreviviente.
Nació en Madrid en un hogar muy pobre, y fallecido su padre antes de que él llegara a este mundo, fue criado por sus abuelos en el barrio de Chamberí. Aún niño, debió abandonar los estudios para trabajar como empaquetador de café y chocolate y, después, de aprendiz de pintor de coches; esas tareas las compatibilizó con estudios de dibujo en una escuela nocturna de artes y oficios. Al estallar la Guerra Civil, siendo militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, se alistó como voluntario republicano ​en el Quinto Regimiento de Líster. Al ser tomado prisionero en Córdoba, fue puesto frente a un pelotón de ejecución y milagrosamente logró salvar la vida. El fusilamiento se produjo al anochecer de un día lluvioso y los integrantes del piquete estaban borrachos, por lo que no le acertaron los disparos. Gila se hizo el muerto y logró sobrevivir. En su libro de recuerdos Memorias para desmemoriados (1995) relata así aquel patético episodio:
Nos fusilaron al anochecer; pero nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado Ábrete Sésamo de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaban los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: ¡Apunten, fuego!, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia, nuestros cuerpos agotados de luchar día a día”.
Posteriormente fue hecho prisionero y encarcelado en un campo de concentración en el pueblo de Valsequillo. No mucho después, lo trasladaron a Extremadura; de allí a la cárcel de Yeserías, desde donde los reclusos eran llevados a construir la que fue la cárcel de Carabanchel y, finalmente, estuvo preso en Torrijos,​ donde coincidió con el poeta Miguel Hernández, del que guardaba un conmovedor recuerdo. Cumplió a continuación un servicio militar de cuatro años. Al salir de la cárcel, en la más completa pobreza, se ganó la vida como pudo.​
Su trabajo como humorista gráfico empezó en la revista universitaria salmantina llamada (en honor a la obra de HesíodoTrabajos y días, que surgió al amparo de las tertulias sabatinas a cielo abierto de la Exedra. Más tarde publicó en La Codorniz y en Hermano Lobo. ​ El reconocimiento en los escenarios le llegó en 1951, cuando actuó en Madrid como actor espontáneo en el teatro de Fontalba, donde contó un improvisado monólogo sobre su experiencia como voluntario en una guerra. ​ Durante toda esa década actuó en la radio. ​
En 1962, “por un empacho de dictadura”, como él mismo bromeaba, cruzó el Atlántico para radicarse en Buenos Aires. Ya era un reconocido humorista gráfico y de radio en España; aquí puso en marcha, sin demasiado éxito, una compañía de teatro. Alguien lo tentó para viajar a México, donde se radicó por un tiempo y publicó la revista satírica La gallina. De regreso a la Argentina, se empezó a destacar por sus actuaciones unipersonales en el programa Sábados Circulares, del animador Nicolás Mancera, donde Gila tenía a su cargo una sección fija llamada “Que se ponga”. Esos llamados telefónicos imaginarios, de tono cómico, arrancaban carcajadas en los televidentes. Fue en esa época cuando yo, que colaboraba en la producción de un programa periodístico, tuve la oportunidad de conocerlo.
También por esa época, con sus colegas humoristas, Carlos Basurto, Eduardo Ferro, el vasco Carlos Garaycochea y Juan Carlos Mesa, cenábamos muy seguido en un restaurante, vecino a su casa. Miguel Gila, ocurrente y divertido, con sus oportunas salidas irónicas, era siempre nuestro centro de atención. A veces, mientras disfrutábamos de la comida y del buen vino, él aprovechaba para hacernos caricaturas; en una pared de mi casa hay una colgada con su afectuosa dedicatoria.
Yo organicé, por esa época una exposición de humor gráfico y Gila participó muy complacido; sus dibujos se desarrollaban en paralelo con su actuación radial y televisiva. Lo recuerdo como un hombre generoso y entusiasta, a la vez que un gran despistado. Le pregunté por dónde debía pasar a retirar sus dibujos y me respondió vagamente: “Por mi departamento, hombre, frente a la plaza Vicente López. Cuando le dije que no tenía su dirección, respondió: “Tú no lo vas a creer, pero no me la acuerdo. Espera que llame a mi mujer, pues ella nos la dará. Yo sé ir y volver, pero aunque no lo creas hace años que vivimos allí, pero no la tengo registrada; se justifica, claro, pues yo no me visito”. Acto seguido, le pidió a Juan Carlos Mesa, que estaba su lado, que le dijera el número de su propio teléfono porque tampoco lo recordaba; y se disculpó: “Es que tú verás, tampoco nunca me llamo a mí mismo”. Aunque con cara de desentendido, que Miguel acompañó con un gesto, comprobé luego que hablaba en serio.
Hacia principios de la de la década del ‘80, con Gila y su colega Carlos Basurto organizamos en la Feria del Libro de Buenos Aires unas jornadas dedicadas al humor gráfico, que se completó con conferencias y reportajes a los grandes de ese género. Miguel consideraba a Borges como el más genial humorista de su tiempo: “Es de una rapidez mental fabulosa -observó-; además un príncipe de la palabra. Su sarcasmo brota naturalmente. Yo aconsejaría no meterse en discusión con él. Siempre resultará vencedor”. Con Borges dialogamos en una de esas jornadas. Conservo las fotografías de esa maravillosa experiencia que fue trabajar con nuestro admirado amigo.
De regreso a su patria, Miguel Gila recibió los homenajes merecidos. En 1986, se le otorgó la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid y en 1993 le concedieron el Premio Ondas, “por su fidelidad a unos monólogos que en su día fueron el revulsivo que el humor del país necesitaba y en los que siempre ha buscado no sólo la risa sino también la reflexión, para hacer un poco más felices y un poco más humanas a tres generaciones de espectadores”, manifestaba la convocatoria. En 1995 el Consejo de Ministros le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. En 1997 recibió el título de Profesor Honorífico del Humor de la Universidad de Alcalá de Henares. En 1999 ganó el Premio Internacional de Humor Gat Perich por su larga trayectoria como humorista y dibujante y, también, en ese mismo año, recibió la Medalla de Oro al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona por su dedicación al mundo de las artes escénicas.
No hace mucho, con la colaboración de Juan Marsé y Luis María Anson, entre otros destacados escritores, se publicó un volumen sobre la vida y obra de Miguel Gila. El humorista gráfico, escritor y director de cine español, Chumy Chúmez, no dudó en calificar a Miguel Gila, como “el mejor humorista de chistes gráficos que ha dado España en todos los tiempos”.
Miguel Gila nació en 1919 y se sumó a los más en Barcelona, en 2001. Basta mirar por Youtube sus inmortales monólogos para aceptar la afirmación de que junto al humanista, fue además uno de los grandes del humor de todos los tiempos.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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