EXTRAVÍOS
A alguno de los hijos del mundo, con
resignación de padre, y esperanza de madre.
Esperando, buscando, llamando…
Ahora recuerdo lo que Él dijo, cuando “algo”
tosco apareció entre sus manos y sus labios sentenciaron: “Cuando el Tiempo
aprisione tu vejez, quizás, leyéndolo, puedas escapar de sus rejas y barrotes
infranqueables…”.
El muchacho -28 años recién cumplidos-,
recibió del viejo un gastado libro. Un libro de tapas tan duras como las
miradas joven y añosa que se cruzaban, desafiantes… Por última vez.
Un libro de tapas duras con letras doradas
nominándolo a jirones, más allá de los rasguños del tiempo y del uso.
Un libro denso, de hojas tibias y
quebradizas, tan delgadas y finas como la figura enhiesta de quien lo sostenía,
con esas manos trémulas y tan tibias y quebradizas, como las hojas del libro
denso de tapas duras con letras doradas nominándolo a jirones.
Una especie de Biblia, ahora virginal entre
sus manos, aceptada sólo por debido y humano respeto… Por última vez.
Recuerdo también que luego, el muchacho
sonrió con lástima ante el rostro apacible del Anciano que lo miraba con dulce
firmeza y el brazo extendido y la mano abierta, en vano intento por estrechar la
de su hijo… Por última vez.
El vacío ocupó la desairada nobleza de aquel
inveterado gesto de amistad entre los hombres, y el muchacho, después de
abandonar con displicencia el libro viejo del viejo Anciano, lo arrojó con
desprecio en un cajón de su -hasta ayer- lustroso escritorio de avanzado
estudiante de posgrado…
Y dando media vuelta, se marchó con un “chau,
para siempre…”, del hogar paterno, pensando lo sería… por última vez.
(Heredada por un hermano mayor, aquella casa
-la del libro- nunca se vendió. Y ahora que recuerdo lo que Él dijo, cuando “algo”
tosco apareció entre sus manos y sus labios sentenciaron: “Cuando el Tiempo
aprisione tu vejez, quizás, leyéndolo, puedas escapar de sus rejas y barrotes
infranqueables…”, un muchacho, “cierto” muchacho -ya entrado en años- y tumbado
sobre la puerta de entrada -tras desatar un timbrazo de estridencia
entrecortada por invisibles sollozos- volvió aquel día a aquella casa, con
tembloroso pulso y arrugas cristalizadas en el cuerpo, a buscar ese “algo” que
había olvidado en un cajón de su -hasta ayer- lustroso escritorio de avanzado
estudiante de posgrado, a comienzos de una -ahora- vana existencia
arrepentida…).
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO. Nacido en Santa Fe,
Argentina, el 12 de enero de 1951. Casado, cuatro hijos y seis nietos a la
fecha y a Dios gracias). Como Dr.
Contador Público Nacional (1975) y Magíster en Dirección de Empresas (CT –
1998), se desempeñó en la gestión privada y pública. Ejerció la docencia y cargos académicos universitarios
en el Área de Administración de Organizaciones y Área de Gestión Educativa
(FCE-UNL, 1972/1980 y FCE-UCSF, 1980-2000). Miembro del Consejo Profesional en
Ciencias Económicas de la Provincia de Santa Fe, Argentina (1975/1980). Miembro
del Colegio de Graduados en Ciencias Económicas de la Provincia de Santa Fe
(Argentina) (1975 a la fecha).
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