Chesterton, entre Borges y Unamuno
En
un capítulo de la Pequeña historia de Inglaterra Gilbert Keith
Chesterton acusa a los eruditos de descuidar la periferia del alma humana. “Los
eruditos presumen de conocerlo todo, pero explican muy poco” -se quejaba-.
“Si los propios eruditos son los otros, ¿quiénes son entonces los eruditos?
¿O es que acaso es más sencillo ser erudito que sabio? Sin duda que
sí. Para ser erudito basta con una memoria despierta y acaso con un ordenado
método de clasificación y disciplina lectora; en tanto que para ser sabio se
necesita, además de poseer una gran cantidad de conocimientos, saber usarlos
con cierta prudencia; una interconexión entre todo el saber adquirido y la
aplicación de la inteligencia en la experiencia propia, obteniendo conclusiones
que dan un mayor entendimiento, a la vez que capacitan para reflexionar sobre
lo bueno y lo malo.
Chesterton,
era un sabio (¿qué duda cabe?). Tenía también del erudito una obsesión por los
libros ajenos y la paráfrasis sobre las ideas y los argumentos, cuya variación
amplía los horizontes del pensamiento. Pero, conjuntamente Chesterton era un
artista, un enorme poeta que ha dejado preciosos versos y magnificas pinturas;
además de legarnos al célebre Padre Brown, que ha quedado como uno de los
personajes inmortales de la literatura de todos los tiempos.
En
el prólogo que don Miguel de Unamuno escribe a la edición española de Sobre
el concepto de barbarie (reedición de Espuela de Plata, Sevilla, 2012)
lo que más le atrae de la figura de Chesterton es lo que tiene que ver consigo
mismo, y no vacila en calificarlo como un “hombre de pelea, un humorista y un
poeta”.
“Y
téngase en cuenta esto: que es tan mundial que ha llegado a nuestra
España -aclara don Miguel-. Y que al llamarle humorístico y
paradojista, tengo presente que lejos de menguar o embotar su importancia me
propongo acrecentarla. Un humorista es lo más serio que puede darse, tomando la
seriedad en su más noble y profundo sentido. Es más aún; la seriedad de un
humorista suele ser una seriedad trágica, así como la de un abogado, un
ingeniero o un feldmariscal (sic) es una seriedad cómica, aunque el abogado arruine
mil familias, el ingeniero provoque el reventamiento de un pantano con
consiguiente inundación de un pueblo y el feldmariscal, por seguir los
preceptos de eso que llaman estrategia, arrase veinte ciudades…”
De
este lado del Océano, ha sido sin duda Jorge Luis Borges el escritor de lengua
española más interesado en Gilbert Keith Chesterton. Esa influencia, creo, se
puede observar claramente en el estilo de Borges y en algunos de los temas
desarrollados en sus relatos, comunes a ambos. Si bien es cierto que el tema
religioso, por ejemplo, tuvo puntos de vista y tratamientos muy distintos en
cada escritor, es innegable que la fascinación por la literatura policial o el
deseo de lograr un estilo artístico de escritura les une a los dos.
Recuerdo
que ante mí, Borges reflexionó varias veces acerca de la figura y la obra del
poeta inglés, pero fue en un breve ensayo titulado "Sobre
Chesterton", escrito en los años cuarenta, donde mejor y más ampliamente
abordó el tema. En ese texto podemos leer algunas opiniones muy originales
sobre Chesterton.
Borges
empieza poniendo en contraste las ficciones detectivescas de Edgar Allan Poe
con las de Chesterton, y desliza: “Cada una de las piezas de la Saga del
Padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o
mágico y las reemplaza, al fin, con otras que son de este mundo”. Una
observación, me parece, muy acertada, ya que los crímenes que suceden en los
cuentos del Padre Brown presentan a veces historias llenas de magia y de
fantasías imposibles, pero el buen sacerdote se encarga de dar una explicación
racional a aquello que se nos mostraba como imposible o irracional.
Como
ya quedó señalado, Unamuno ve principalmente a Chesterton como un paradojista y
un poeta. “Y es sobre todo un hombre que escribe más bien que un escritor.
Con lo cual creo haber dicho que es un hombre de pelea”… En lo que refiere
al catolicismo de Chesterton, curiosamente se asombra Unamuno: “Este hombre
de las paradojas y antítesis, que es católico, ha escrito un libro titulado Ortodoxia, que
es una apología de su credo religioso católico. ¿Sorprende esto? Pues el más
formidable acaso de los paradojistas fue San Agustín, el Africano. ¿Y el
Evangelio, no es acaso todo él un tejido de metáforas, parábolas y antítesis?
Lo que no hay es un solo silogismo. ¡Claro está! Como que los evangelistas no
fueron ni abogados ni teólogos (aunque ambas cosas son una misma)…
Borges
también acertó en señalar un hecho indiscutible, que Chesterton es a menudo
juzgado por el credo religioso al que se convirtió. Y analiza: “Los
católicos exaltan a Chesterton, los librepensadores lo niegan. Como todo
escritor que profesa un credo, Chesterton es juzgado por él, es reprobado o
aclamado por él…”. Cierto, incluso en estos tiempos hay mucha gente que le
juzga como católico empedernido, olvidando que no siempre lo fue y que en
muchas circunstancias demostró una comprensión y una amplitud de miras ausente
en otros escritores.
Más
adelante, Borges comenta el hecho de que el poeta inglés “se hubiera resistido
a ser clasificado como un creador de pesadillas”, aunque para él lo fue. Y
prosigue con tono polémico: “Pregunta si un hombre tiene tres ojos, o un
pájaro tres alas; habla, contra los panteístas, de un muerto que descubre en el
paraíso que los espíritus de los coros angélicos tienen sin fin su misma cara;
habla de una cárcel de espejos; habla de un laberinto sin centro; habla de un
hombre devorado por autómatas de metal; habla de un árbol que devora a los
pájaros y que en lugar de hojas da plumas...”. Esta presencia de lo
siniestro, de lo terrible, de lo monstruoso, está en Chesterton, y Borges
estuvo muy atinado al saber destacarla como uno de los rasgos distintivos del
genial inglés.
En
numerosas ocasiones, Borges reconoció la influencia de Chesterton, incluso dentro
de sus ficciones. El célebre relato “Tema del traidor y del héroe”, publicado
en la revista Sur, hacia 1944, empieza con esta frase: “Bajo el
notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes
misterios)…, he imaginado este argumento”. Y también en los relatos
contenidos en el libro Seis problemas para don Isidro Parodi,
escrito conjuntamente, a dos manos, con Adolfo Bioy Casares, se siente la
sombra del autor británico, tanto en el estilo de la narrativa como en los
argumentos de las historias. Huelga decir que esas influencias no restan ni un
ápice de originalidad a la narrativa del imaginativo poeta argentino.
En
definitiva, como Borges señaló, Chesterton bien pudo haber sido un escritor
como Edgar Poe o como Franz Kafka, pero prefirió ser Chesterton y debemos
agradecérselo. “Pudo ser un autor cuya obra estuviera repleta de mundos
obsesivos, atroces, perversos o desoladores -conjetura-, pero
algo, una especie de esperanza o de fe en lo humano y en lo divino, algo
extraño, maravilloso y conciliador brilló siempre en su pensamiento y en su
prosa, y ese algo lo distingue de ambos autores, tan atormentados por sus
fantasmas.”
No
dudo en afirmar que Borges supo desentrañar perfectamente la personalidad y la
obra de Chesterton, acaso mejor que ningún otro crítico, de forma que podemos
leer sus cuentos (historias que él juzgó inmortales, incluso aunque muriese el
género policial) bajo el acertado prisma de su genio. Me parece, por
consiguiente, que bien vale la pena que leamos las obras de los dos escritores;
sin prescindir, por supuesto, del no menos genial que polémico Unamuno. Estoy
seguro de que en ningún caso nos dejarán indiferentes, porque son genuinos
maestros de la narrativa del siglo XX. La perspectiva de Unamuno, tanto como la
de Borges, despeja y da claridad a la obra de Chesterton.
Cierro
este comentario con una confesión que me hizo Borges durante las dilatadas
mañanas que colaboré con él entre los años 1974 a 1985.
-Mi
admiración por Chesterton la heredé de mi padre -comentó feliz de evocar al
escritor británico-. Él también fue su devoto lector.
-¡Qué
pena que no llegó a conocerlo! -lamenté-; en la época que Chesterton caminaba
por la ciudad de Londres ustedes estuvieron por allí!
-Bueno,
le comento algo -me respondió Borges con la cara iluminada-. Yo lo conocí, lo
vi de cerca, solo que no me animé a hablarle. Fue una mañana en el pub donde
Chesterton tomaba hacia el mediodía su cerveza. Él llegó, se sentó a la mesa
habitual. Yo estaba a pocos metros, pero mi timidez me impidió hablarle. ¡Quién
era yo para dirigirle la palabra al gran Chesterton!
©ROBERTO ALIFANO, peta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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