LA AVENIDA (O
Parábola de la Apostasía)
A José Manuel Agustín, mi
padre: in memoriam
Cuando abrió los ojos, La
Avenida se expandió como un inconmensurable plano.
Su gigantesca extensión fue
desbordada aún más porque estaba desierta. La línea de edificios que intentaba
demarcar sus límites, se alargaba también en horizontes sin fronteras, imposibles
de entrever, pues, la nube (oscura) que comenzara a acotarlo todo, desdibujaba
los bordes de muros, balcones, ventanas, antenas y tanques de agua, recortando
el perfil duro y estático donde nada ni nadie se movía o respiraba.
Excepto Él.
La Avenida era como el tótem
de una ciudad muerta. El único brillo que resaltaba en el panorama sombrío que
cernía fantasmas y misterios sobre Ella, provenía de unas delgadas y
rectilíneas guías para la circulación de un tránsito que hacía eones no
ronroneaba más. Y el terror súbito y breve (Pesantiano[1] que se instaló en su pecho desnudo, le liberó la memoria...
Antes de caminar, procuró el
canto. Suspiró agitado y una música áspera como de bufido animal se precipitó
desde su garganta por el núcleo de La Avenida que lo contenía, conquistando
ecos de sonido y resoplidos de existencias en un camposanto de hierro y cemento
que se abría expectante hacia el más allá...
Después, sí, caminó. Y a la
torpe melodía que exhalaba su boca, agregó un paso firme y un pensamiento que
lo transformó en poeta y trovador. Dijo:
“La Avenida será ahora una distancia
azul, sin pétalos blancos. Como un cielo de octubre en el hemisferio sur. Una
ventana. Un recuadro de luz. Un cúmulo de almas peregrinando en Iglesia tras el
sol. Muchedumbre soñada, amasada y avivada con el soplo creador. Por La Avenida
se irá lentamente la mirada, mientras imaginan ser libres...”.
Pero Lázaro no se levantó.
Los confines del mundo y del
universo siguieron quietos, tan inertes, tan rígidos, tan exasperadamente
tiesos y dormidos, que el silencio –que era una nube - (“Pero cuando
venga el Hijo del hombre; ¿encontrará fe sobre la tierra? – Lc. 18,8) se apoderó
también de Él suspendiendo su precaria animación... Tal vez algún
día, pensó, hubiera otra oportunidad, y ellos, nuevamente vivos, podrían
recitar: “... descendió a los infiernos
y, al tercer día, resucitó de entre los muertos...”.
Desde La Avenida.-
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
[1] Alude al escritor santafesino, Edgardo
Pesante (1932-1988), quien da título a uno de sus cuentos con la expresión, “Un terror súbito y breve”.-
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO. Nacido en Santa Fe, Argentina, el 12 de enero de 1951. Casado, cuatro
hijos y seis nietos a la fecha y a Dios gracias). Como Dr. Contador Público Nacional (1975) y Magíster en Dirección de
Empresas (CT – 1998), se desempeñó en la gestión privada y pública. Ejerció
la docencia y cargos académicos
universitarios en el Área de Administración de Organizaciones y Área de
Gestión Educativa (FCE-UNL, 1972/1980 y FCE-UCSF, 1980-2000). Miembro del
Consejo Profesional en Ciencias Económicas de la Provincia de Santa Fe,
Argentina (1975/1980). Miembro del Colegio de Graduados en Ciencias Económicas
de la Provincia de Santa Fe (Argentina) (1975 a la fecha).
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