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viernes, 24 de junio de 2016

BÉCQUER POSESO DE LA MUSA, Antonio Las Heras, Buenos Aires, Argentina




BÉCQUER POSESO DE LA MUSA

Por Antonio Las Heras (*)

Hay dos Bécquer. (1.-) Está el hombre que camina por las calles de Sevilla y de Madrid durante aquel aún romántico siglo XIX. El otro, ese compuesto por vagos recuerdos y vestigios de sueños que, cada madrugada, se perciben remotos. Bécquer-creador: del cuerpo descansado y los sueños multiplicándose.
                La mañana llegará con angustia. ¿De qué manera vierte en palabras esas imágenes que se arremolinan y empujan dentro de la cabeza del poeta?
Siente, entonces, intensa impotencia. Y escribe:
“Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida con frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. Mas es imposible.”
La distancia entre su universo onírico y el poema acabado aparece semejándole un abismo. Se encuentra en su creencia el no poder aproximar tales opuestos.
           Bécquer despierto no es el Bécquer-creador que hay en sueños.
En la vigilia hay, apenas, un Bécquer-copista. El que transcribe. Un hombre vacilante. Empequeñecido, frente a la intangible mensura de los fantasmas criados.
          En cambio, en las noches, durante los sueños, surge pleno y sólido Bécquer-creador. De sueños fecundos, de imaginación sin límites. El de las fantasías continuas, translucidas y dichosas.
“Pero, ¡hay que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar los esfuerzos!”
         Así como Beethoven – sordo – escuchaba a la orquesta vibrando en su cabeza, Bécquer tendrá lo propio con la poesía.
“Mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes para dar forma”. 
        Es el creador que habla. Bécquer prisionero de su musa. Vive de, para y por ella.
        La musa fijó residencia en la mente del poeta. Quien no se alcanza a decidirse por aceptarla definitivamente.
Hay momentos, cierto que no más que momentos, donde siente que debe arrojar fuera a ese mundo interno que lo atormenta.
         Es un hombre transitado por insospechadas manifestaciones arquetípicas. Atrapado por esas estructuras de intensa carga energética nutridas desde el estrato más profundo de la intrapsique colectiva que habría de describir unas cuantas décadas más tarde el sabio suizo Carl Gustav Jung. Y si bien Bécquer lucha, solo consigue entregarse a esas fuerzas. Porque las presencias arquetípicas son las que otorgan sentido a su existir. Así van, de a poco, adueñándose de su consciencia. Adueñándose de todas sus conductas.
         Bécquer comprende el irreversible proceso, refiriéndose así a la estéril batalla:
“Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo una vez vacía, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza”.
Y agrega:
“…el sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden”.
Llega el momento en que no tiene claridad para diferenciar las fantasías y materiales oníricos de aquellos recuerdos referidos a acontecimientos que, en verdad, sucedieron durante la vigilia. Todo está en una nebulosa donde es imposible descifrar, discernir. Las fuerzas arquetipales – ¿qué otra cosa sino simboliza esa musa a la que el poeta mismo situó dentro de su cabeza? – ganan la batalla.
Al precio del caos en el individuo.
          ¿Por qué compulsiva y extraña necesidad de escribir estos versos y aquellos cuentos, cual si una voz interior dictara a la pluma?  Es que el poeta necesita descargas, para aliviarse. Debe entregar al mundo terrenal ese otro mundo que lleva dentro. Empero no lo consigue de manera que le sea suficiente. Bécquer-copista no es tan fértil como Bécquer-creador de grávidos sueños. La imposibilidad de transcripción altera su vida.
Refiriéndose a esos poemas imaginados dirá que
“…conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos puede otro rastro que el que deja un sueño de medianoche que a la mañana no puede recordarse”.
Entonces, se esfuerza, y explica:
 “No quiero que al romperse esta arpa – aludiendo a su muerte – vieja y cascada ya, se pierdan, a la vez el instrumento las ignoradas notas que contenía”.
          Es una vida-batalla constante. Hay un único Bécquer para dos mundos distintos. Y Bécquer, el hombre de este mundo, se halla subordinando al otro Bécquer; el de las fantasías y la vigencia onírica.
Escribe durante desgarradores momentos:
“Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explica algunas de mis fiebres; ellas son la causa, desconocida por la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos.”
En efecto, el mundo inconsciente –definido por el poeta como “misterioso santuario” – dirige, irremediablemente, los pasos de aquel hombre. La ciencia de aquellos años no puede ayudarlo. ¿Podría – acaso – la de ahora? Los párrafos transcriptos fueron escritos en junio de 1868. Sigmund Freud era un adolescente. Carl Gustav Jung no había nacido. La moderna Psicología de lo Inconsciente no era ni siquiera un proyecto.
         El atormentado Bécquer está sólo, víctima del perpetuo combate de dos mundos. Se convierte en producto de sus sueños. Ellos hacen que, cada mañana, despierte feliz o deprimido. Por lo usual angustiado. Los procesos oníricos rigen ya el futuro de Gustavo Adolfo.
Dos años después morirá.
Hasta el final de su vida continuó indagando sobre la naturaleza de aquellas visiones que habitaban su mente. Sobre todo cuando empiezan a convertirse en hechos reales. Y la realidad externa se hace sueños.
         Síntesis poética de tales cavilaciones hallamos en la Rima LXXV. 
         Dice en las dos primeras estrofas:
¿Será verdad que cuando te toca el sueño con sus dedos de rosa nuestros ojos, de la cárcel que habita huye el espíritu en vuelo presuroso?
¿Será verdad que, huésped de las nieblas, de la brisa nocturna al tenue soplo alado sube a la región vacía a encontrarse con otros?
Bécquer imagina la existencia de un sitio – celestial – donde los espíritus – ¿acaso las almas? – de las personas se reúnen, mientras al componente físico duerme. Allá esos entes etéreos desarrollan una vida semejante a la terrena. La única diferencia es su incorporeidad.
          Se pregunta sobre esta situación así:

             ¿Allí, desnudo de la humana forma,
             Allí, los brazos terrenales rotos,
             Breves horas habita de la idea el mundo silencioso?
             ¿Y se ríe, y llora, y aborrece y ama,
             y guardaba un rastro de dolor y el gozo,
             semejante al que deja cuando cruza el cielo un meteoro?

     Bécquer supone que el sitio donde los espíritus se reúnen es como el silencioso mundo de las ideas. La actividad del espíritu desencarnado origina las ideas. Así, renovada la integración físico-espíritu, el hombre se convierte – cada madrugada – en un ser con nuevos y diferentes pensamientos. ¿Cuánto hay aquí de influencia platónica? 
        De ese lugar celestial regresan los espíritus con nuevas vivencias. De gozo y también de tristeza. De cada una de esas queda un surco en el espíritu, una marca que al ingresar en el cuerpo – con las horas del amanecer – entregará al individuo el sentimiento de cosas nuevas, de ignorado origen. (2.-)
           Bécquer carece de certezas sobre estos procesos. Por ello el poema finaliza con una afirmación después de una duda. Dice así:
“¡Yo no sé si ese mundo de visiones vive fuera o va adentro de nosotros, pero sé que conozco a muchas gentes a quienes no conozco!”
Esta estrofa introduce una novedad importante. Bécquer ya no limita la explicación al desprendimiento del espíritu en viaje a un ignoto sitio – idea desarrollada en las cuatro estrofas precedentes – sino que entrevé la posibilidad de que todo lo que está viviendo proceda exclusivamente de su propia interioridad. Esto hace pensar que si bien la consciencia de Bécquer estaba muy invadida por los contenidos arquetípicos, la intensidad de estos nunca fue suficiente para privarle de la razón. Los resultados del autoanálisis respecto a su situación y la angustia manifiesta por los sucesos vividos así lo demuestran. 
            La afirmación que finaliza el poema brinda la posibilidad de una fructífera polémica.
            Desde el punto de vista estrictamente psicológico decir “sé que conozco a muchas gentes a quienes no conozco” equivale a demostrar que se perdió el criterio de realidad. Sin embargo, puede hacerse otro abordaje. Desde la Parapsicología. Aquí Bécquer expresando su convicción de que – provengan de donde fueren – esas visiones lo hacen poseedor de información fidedigna sobre cosas no conocidas a través de los cinco sentidos, ni inferidas por deducción lógica. Así, sus sueños y fantasías se convierten en una suerte de percepción extrasensorial, telepatía o clarividencia. (3.-) Esta posibilidad es muy interesante para evaluar. Todos los creadores – los verdaderamente creadores – gozan de una sensible intuición rara vez diferenciable de la clarividencia parapsicológica.
         Por otra parte, la inmortalidad literaria de la obra becqueriana confirma que se halla sostenida en cimientos arquetípicos que le otorgan vigencia en todo tiempo y lugar.
A su vez, la fenomenología parapsicológica suele hallarse fomentada por estados alterados de consciencia que – por lo usual – tienen origen en lo inconsciente colectivo, constituido por estructuras arquetípicas. No sería extraño, así, que el continuo fluir de tales fuerzas hacia la consciencia favoreciera la producción hechos extrasensoriales. De allí la certeza del poeta al hacer una única afirmación tras expresar tantas dudas: “sé que conozco a muchas gentes a quienes no conozco”.
                 La vida de Gustavo Adolfo Bécquer es la resultante de una persona que emprendió la obra más difícil que cualquier persona buscara concretar. Se trata de la integración de los opuestos a través de la incorporación de los contenidos arquetípicos a la consciencia. Lo que C. G. Jung denominó Proceso de Individuación. Un proceso sumamente delicado. Que aproxima a la persona a las raíces creativas más eficaces. Hasta aquí llegó Bécquer. Pero los fantasmas crecieron demasiado. Sin control posible, ingresaron a la consciencia. Desde la razón, el pensamiento, Bécquer luchó en una pelea despareja. Hizo cuanto le fue posible por poner el mundo terrenal sobre los singulares productos que su cosmos onírico originaba.
Pero no fue suficiente.
A los treinta y cuatro años, Bécquer había fallecido.


REFERENCIAS:
(1.-) Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida fue inmortalizado como Gustavo Adolfo Bécquer. Nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836 y falleció en Madrid un 22 de diciembre de 1870.
(2.-) Un pensamiento similar encontramos en el poeta Christian Morgenstern (poeta y escritor alemán, nacido en 1871 y fallecido en 1914) quien escribe: “Cuando se remontan al oscuro cielo del éter los brillantes luceros, alza el alma su más lúcido vuelo en hálito vago y misterioso hacia el inmenso reino de la noche, para anhelar un sueño poderoso.”
           “De tales noches, el hechizo suave parece revelarnos lo creado, y sentimos como una fuerza oculta el poder que rige nuestras vidas.”
(3.-) El tema de la clarividencia en el poeta nos trae a la memoria aquella carta de Arthur Rimbaud (1854/1891), escrita a los 17 años de su edad y dirigida a Paul Demany, donde dice: “Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente.” “El poeta se hace vidente por un largo, inmenso razonado desarreglo de todos los sentidos”. Una frase que, evidentemente, es exacta para aplicar al proceso de lo ocurrido con Bécquer. La clarividencia obtenida mediante la confusión de los sentidos tras quebrar la barrera entre la realidad interior y los estímulos externos.

©ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA

(*)Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magister en Psicoanálisis. Director del Instituto de Estudios e Investigaciones Junguianas de la Sociedad Científica Argentina. Miembro honorario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). E mail: alasheras@hotmail.com      www.antoniolasheras.com         



1 comentario:

  1. Interesantísimo artículo sobre tan insigne poeta,que nos muestra otras facetas de su personalidad, tan profesionalmente desarrollado que no son frecuentemente publicadas ...

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