No había sido buena la bienvenida. De ahí la
necesidad de provocar aquella lluvia para rasgar la burbuja molecular que
precintaba la atmósfera, luego de fallar por enésima vez la comunicación con
algún centro espacial o aeródromo del mundo.
Dedicó
pues unos segundos a meditar sobre el hecho de no contactar con alguna otra
nave, habiendo sido tan magnífica su lejana partida. Partida decorada por entonces
por un cortejo zumbador de aviones de última generación, con los que Ellos
habían saludado su histórico despegue con el Gran Cohete; Cohete al que
íntimamente bautizaría como El Sillón de los Sueños.
(…) Por
entonces, el detalle le había parecido reconfortante. Además, la Estación de
Lanzamiento le había brindado el emérito homenaje titulándolo, por ende, Abogado
Cósmico, y logrando simular en un amplio espectro del espacio de lanzamiento,
la bandera del Gobierno de Transición de la novísima Federación Estelar
mediante el empleo de algorítmicas redes eléctricas satelitales. Un formidable
trabajo de programación computarizada, unido a los efectos del disparador
iónico de defensa.
Dejó de
pensar. Sus pies se ahogaban en el lodo amarronado del avanzado atardecer. A
cinco minutos de la noche esperada y del Oso Polar. Comparó, sí, la sensación
de este descenso con el de otros mundos, y no dudó en caracterizarlo como
"extraño". Porque extraña era la sensación que lo había invadido, una
especie de íntimo terror, de miedo a los desvaríos del desarraigo, como si en
aquel instante hubiera sido el único e irrepetible ser humano del planeta...
No
estaba tan equivocado. La falla estaba en que el lugar de arribo se había
prefijado, y nadie había venido a recibirlo. Sólo la tierra. La tierra lo recibió
húmeda y llagada... La lluvia le cruzó el rostro amoratado y barbijo, y lo
enredó como de lágrimas azules (despojos de un cielo enmascarado). Y la noche
fue más negra y siniestra en el desierto aquél, que en todo el Universo. Sin
estrellas. Tosió. Al cabo de cien (diez) años, tosió. Pesadas las manos y los
pies, apretando el cuerpo contra el barro cenagoso…
Recordó
la pesadilla aquella donde había sido devorado por un Planeta al que había
bajado en busca de agua. La similitud lo estremeció. ¿Qué buscaría en realidad?
DON 'C -
TRIFUS y VIEJO-LIDIUS habían llegado. Y algo buscaban. Algo buscaba.
¿Lo
encontrarían o serían devorados por su propio Planeta? ¿Agua? Lluvia. ¿Lluvia?
Sueños. ¿Sueños? Sueños. Todavía no lo sabía. Tenía que caminar. Y llegar a la
ciudad. Y encontrar a la gente en la lluvia. Y hablar con ellos, pues de seguro
tardaría en acostumbrarse a muchas cosas…
Dejó de
pensar. Tosió. No estaba tan equivocado. Miró hacia atrás. DON ' C cuidaría del
cohete hasta que pudiera dar aviso y vinieran a buscarlo. Ahora bien, parte de
su mente y de su cuerpo habían quedado atados también por un indescifrable
circuito de sentimientos a la estrecha cabina que lo había cobijado durante el
extenuante periplo. Entonces, como una horda de hormigas gigantes o de
microbios sigilosos que corroen la vida de una vida, la melancolía se apoderó
de él. Y sufrió. Y en una sola lágrima se deslizó, entre las demás gotas de
lluvia, su incontrolable y súbita desesperanza... Es que sólo conocía las
preguntas conocidas. Así, de pronto. Como antes de la Partida.
Las
respuestas habían quedado dentro del cohete y en el corazón metálico de DON'
C., la I.A. que dirigía la nave… Las preguntas y las respuestas de Mercurio,
Venus y la Tierra; Marte, Júpiter y Saturno; Urano, Neptuno y Plutón. Y las de
cada Enviado, visible o invisible, que habitaba aquella delgada porción cósmica
llamada Vía Láctea. Dos bolsos pendían de sus hombros. Desacostumbrado aún a la
enérgica gravedad terrestre, sus primeros pasos fueron lentos, duros y torpes,
como el de un autómata industrial. Un improvisado impermeable lo protegía del
agua que caía y caía desde las cascadas relampagueantes que habían brotado con
su reentrada térmica en el oxígeno estandarizado del mundo. El contorno fugaz
de las figuras eléctricas que poblaban aquel cielo negro, lo cautivó, y detuvo
su andar de huellas de botas de gigante para pronosticar una semana de continuo
temporal. Luego, prosiguió su marcha pesada y aceitosa.
Se lanzó
hacia el este en busca de hogar. Una ciudad tan importante como la suya no
podía estar a más de treinta kilómetros de donde se encontraba ahora, aunque
algunas cosas habrían cambiado con seguridad. (Todavía no sabía ¡cuánto!). Además,
confiaba en ser recogido por algún vehículo o encontrar alguna estación de
aprovisionamiento o granja de luz encendida donde pernoctar. Así que, en tanto la lluvia acompañaba sus pasos y
jugaba con su barba de algas y cenizas,
y formaba anillos en la tierra con globos de cristal de
adivinanzas, y sus ojos trazaban la
redondez del horizonte en tinieblas, y
volvía a sentir la pulsación reanimada de su cuerpo otra vez en su hábitat, con las coyunturas doloridas por aquel avance
rígido y moroso, Memo volvía a estar allí diciéndole: "Abuelo, regresa
pronto", y su mano de astronauta escondiéndolo de un golpe de ternura y magia en el regazo,
porque cuatro años es bueno para soñar...
"Abuelo,
cuéntamelo". El cuento del viejo y del cohete. "¿Otra vez?".
"Sí, otra vez, otra vez, abuelito, otra vez...". Y llovía, como
ahora, ¿recuerdas? Como hoy. Ah, la lluvia; siempre ella. Marcando hechos y
actitudes muy íntimas, purificando o ahogando la tierra, destruyendo o
encendiendo los sueños, los sueños de la vida... Como ayer. Como hoy. Cuéntame
ese cuento, Abuelo. El del viejo y el cohete. Claro, pequeño. Sí. Sí. (…) (…)
Señor comandante, repórtese a chequeo final. Ya es la hora. Cinco minutos para
el lanzamiento. ¿Lista la rampa? Bien. Todo bien. Tranquilos muchachos. Todo
saldrá bien. Acompáñame, Memo. Vamos a las estrellas. Sí. Sí. Oficial,
acérquelo después junto a sus padres. Adiós. Cuídense mucho. ¡Papá! No llores,
hija. ¿No es mejor este tipo de partida? ¿Mirándonos a los ojos? ¿Conversando?
La muerte también es un viaje, pero de ojos cerrados. Así es mejor. Yo me
cuidaré. DON' C me cuidará. ¡Es el mejor de su clase! Ahora, Memo, escucha:
"Había una vez un viejo y un... cohete”. (…)
Cuando
estuvo de vuelta, ya no era el mismo. Había llegado finalmente a la Ciudad. Y
había visto "todo". Y a duras penas había conseguido volver al cohete
sin ser atrapado. Estaban como locos. Estaban TODOS como extraviados. Los
niños, los grandes y los viejos. Sin... ¿remedio?
¡DONC'
C! ¡Tienes razón! Pero, ¿te sacrificarías, así, por nosotros? ¡Te llevaré como
una Cruz por el desierto! ¡Y no me importará ¿Morirías, así, por nosotros?
Amigo, oh amigo...
“Ah, viejo,
viejo perfecto y bondadoso. Es tu destino y el mío. No te preocupes por mí. Mas
bien, llévate mi cerebro y los sueños que has almacenado en él. Yo viviré de
otra forma. Y a ti te escucharán. Verás; finalmente lo harán... Todo comienzo,
todo buen comienzo es el de unos pocos. Y empezarás de nuevo. No temas, por
favor. Quizás seas un Elegido. Quizás Alguien te ha dispuesto para esto. Y pase
lo que pase, que nada acobarde el intento. Llévate también mi corazón... Con él
fabricarás un Sillón: puedes llamarlo… Sillón… Sillón de los Sueños, si te
parece. Con él dotarás de vibraciones estelares a los hombres enfermos y los
devolverás a la vida. Serás ahora y para tu propia gente, lo que fuiste para
tanas especies cosmogónicas conocidas: un auténtico... Doctor de Mundos. Y nada
será en vano. Aunque lo parezca… Ahora basta. Desármame. Tengo en mi consola
las instrucciones que necesitas para ello. Pero antes, una cosa. Lubrica mis
sentidos con una estupenda lata de “gameplás”. Estoy inspirado, y quiero grabar
mi último suspiro en la memoria:
“Claves
de sol para la música / insondable del Misterio // Partes de un Dios de metal y
fuego (en su vientre, Yo), / que no quema, pero alumbra. // Cálido en la vejez
de mil estrellas, / Es espléndida la muerte bajo tus manos. // En tanto,
pregunto, ¿qué o quién soy yo, sino apenas, un Computador que se desconecta… /
(Como los hombres quebrados por la siega, y vueltos a nacer desde la tierra
madre en festiva primavera) / y para… vida nueva a la existencia?”
Y al
segundo día, con su Sillón de los Sueños a cuestas, el Doctor de Mundos bajó
del cohete, lo difumó antes con un haz de energía telequinética, y cruzó aquel
ignoto desierto, regresando esta vez y para siempre a su terráqueo planeta -como
el Abogado Cósmico que era-, más para enfrentarse a su ahora desconocido y
trasvertido Mundo de los Hombres Clónicos.
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO - Santa Fe, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA