Foto: Juan Rulfo
Anotaciones literarias
En los últimos meses, en diferentes clases, hemos tratado aspectos de puntuación, el clima en la obra, estructuras, autores esenciales. A veces es sobrecogedor escuchar ciertas preguntas - de jóvenes, de caballeros normandos o damas vienesas - que desconocen sin rubor nombres, obras o movimientos ideológicos. Lo peor es que quieren escribir, lo desopilante es que muchos publican. Y se sienten escritores. La imbecilidad, la ignorancia, la incultura no tiene límite. Desconocen, por ejemplo a James Joyce. No es que no lo hayan leído – lo cual ya es grave – no saben de su existencia. Lo mismo ocurre con Azorín, Oliverio Girondo, Menville. Rosalía de Castro, Galdós o Virginia Woolf. Ni hablar de Faulkner, Proust, Pratolini, Butor… Ignoran actores, películas y hasta deportistas famosos. Autores argentinos como Manauta, Dabove, Kordon, Blaisten… Son felices, toman el té y enuncian aquello que no saben. Y no sufren de apraxia del habla. Como preguntó Borges a un supuesto lector: “¿Quién le dijo que Quevedo escribió para usted?”.
Una
confesión. Cuando estaba en cuarto año del bachillerato, el profesor González
de Literatura, al saber de mi inclinación por los libros y el deseo de escribir
me dijo que debía conocer a fondo los géneros, escribir y luego identificarme
con aquel o aquellos que más me sentía cómodo o me identificaba. Es así como
desde ese momento hasta los 22 o 23 años intenté abordarlos. Primero con
redondillas, sonetos, cuartetas, etc. Por supuesto al poco tiempo quemé todo.
Luego cuentos, cerca de 90 cuentos. Los quemé. Dos obras de teatro, un breve
ensayo; al fuego. Y una novela al estilo del nouveau roman, flujos
de la conciencia, etc. Por supuesto conoció la brasa. Esos ejercicios,
intensos, me hicieron ver. Analizar escritores, teorías, técnicas. Y ser
crítico severo. Hasta hoy.
Las primeras palabras de Pedro Páramo, la obra magistral de Rulfo:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Vamos a detenernos un instante en los verbos. Hay tres: vine, dijeron, vivía.
Ahora un salto hacia atrás. Del vini, vidi, vici (vine, vi y
vencí) locución latina atribuía a Julio César pasamos a éste vine, dijeron,
vivía.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.
Borges, final de “El reloj de arena”
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.
Gabriel Celaya, “Despedida”
mi madre se peina ante el espejo,
con un gesto tan antiguo como tu luz,
y piensa en aquel hijo ya sin vida.
Pier Paolo Pasolini, “Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos”
No entenderíamos a Castillo sino tenemos presente su fuente: Horacio Quiroga.
Horacio Quiroga es un clásico de la literatura hispanoamericana, en la cual no
dudó en experimentar con lo extraño y lo inquietante,
Horacio Quiroga fue un escritor, dramaturgo y poeta uruguayo, considerado como
uno de los más destacados cuentistas de Latinoamérica. Iniciador de una
tradición que perdura hasta el presente. Por supuesto: heredero de Edgar Allan
Poe (1809-1849).
Algo más. Quiroga dedicó esfuerzos a reflexionar sobre el cuento y produjo su
célebre “Decálogo del perfecto cuentista”, en el que propone las diez
consideraciones fundamentales que debe seguir cualquier escritor de cuentos.
Uno de los maestros del cuento es, sin duda alguna, Abelardo Castillo.
Recordemos un fragmento de una entrevista. “Para llevarlo al plano más brutal
del lenguaje, diría que lo que hace que una novela sea una novela es cómo está
hecha, no su tema, y no hay que confundir nunca tema con compromiso. Para un
escritor, escribir sobre los cañaverales, sobre el problema del petróleo, sobre
el amor, es elegir un tema, pero ese tema además no lo elige para ver si el
mercado lo recibe con alegría, si los obreros del mundo van a liberarse de la
opresión o si va a conseguir mujeres en el caso del amor; viene elegido por su
tema. Cuando elige el tema y se cree escritor comprometido comete el primer
error. Por eso en las novelas falsamente comprometidas, donde el compromiso es
puesto desde afuera, son malas. Los grandes escritores comprometidos no sabían
que eran comprometidos. Y el caso típico de esto es Balzac”.
Otras palabras de Castillo. “Yo sentí 'esto no es mío' -además se los dije a
los que he podido- porque era nada más que la enunciación de ideas, y le
faltaba la estructura que yo le hubiera dado a un texto así para darle un final
como la gente, para que sea un final rotundo. ¿Vos viste los finales de los
ensayos de Borges? Parecen elegidos para cerrar. Uno de los defectos a veces de
Borges era su necesidad de cerrar los textos. Se nota mucho en los poemas. En
varios de los mejores poemas de Borges le están sobrando los dos o tres versos
finales, sobre todo en los poemas no rimados, donde se pueden sacar
tranquilamente. Y evidentemente tal vez sea incluso ese mi defecto. Yo necesito
que se me cierren y se me cierran las cosas.”
"Un escritor tiene que ser una persona muy porfiada, debe estar incluso
por encima de la crítica que le hacen y seguir adelante. Si no, no puede
escribir" (Abelardo Castillo)
"Solemne, como pedo de inglés", es una de las frases más memorables
de la novela Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal.
La teoría del ajedrez consiste en el conocimiento de la apertura, la táctica (o
combinaciones), el análisis posicional (en particular, las estructuras de
peones), la estrategia (la elaboración de planes y objetivos a largo plazo) y
la técnica del final (incluidos los mates básicos contra el rey solitario).
Buenos Aires, 11 de abril de 2025
CARLOS
PENELAS – Buenos
Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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