AMOR
En
el día de los enamorados.
Las
palabras del amor son la expresión más sublime del lenguaje humano, ellas nos
transportan a una dimensión paradisíaca, y son capaces también de provocar en
nuestro interior sentimientos y afectos maravillosos, que hacen el instante
bucólico y feliz.
Es
verdad aquello que postulaba San Agustín “ama y has lo que quieras”, porque
todo lo que hagas desde el amor, va a estar bien, será equilibrado, ecuánime,
pacífico, justo y bondadoso.
El
amor embarga al hombre y es un sentimiento que puede sacarlo de sus coordenadas
elementales, del tiempo y el espacio, de su lugar y de su momento y
transportarlo a un sitio idílico, etéreo, intangible, eterno, inubicable,
en el cual permanece a pura emoción.
El
amor, como un baño bienhechor, quita de nosotros las impurezas cotidianas que
nos hacen resentidos, rencorosos, odiosos, injustos y malvados.
Si
de verdad estás enamorado, hay una parte de ti, que ya no reconoces
Entras
en un estado contemplativo, y existes en él, sintiendo la alegría y la belleza
en que se ha convertido el tiempo, el tiempo que estás existiendo, y que ha
mutado hacia el ideal.
A
tu entender se detiene; porque no quieres que fenezca, tu deseo es que
permanezca para siempre, eternamente en ti, y que contenga tu corazón en la
admiración de lo bello, lo bueno, lo inmortal, lo eterno, la verdadero, como
culminación de la forma de existir.
La
razón, la voluntad, se rinde ante la emoción, en un sentir que parece tener
poco de humano, pero que es la perfección, la culminación de lo humano en sí
mismo.
No
hay nada que defina mejor al hombre que el amor, no hay mejor concepto del ser
que el hombre enamorado, y no existe mayor fuerza ni mayor potencia que la que
nos da el amor.
Esa
sensación extrema modifica la condición humana. Cambia su postura, cambia su
actitud, pareciera que flota en el espacio, que no le alcanza la tierra ni el
día para expresar, disfrutar y gozar de su amor.
Estar
enamorado es acercarse a la parusía, es sentir el contacto divino, porque el
verdadero amor es tal como Dios nos ama.
No
hay espacio para rencillas, no hay lugar para violencias, ni para ser injustos,
rencorosos o malignos.
El
amor es un bálsamo que penetra en nuestro interior, nos purifica, nos hace
buenos y dignos y emerge hacia el exterior, hacia los otros, con la cadencia de
una música celestial poniendo en armonía a los hombres y a los pueblos.
Todo
hombre ha sentido alguna vez ese toque de la varita mágica que lo ha enamorado,
y lo ha descolocado de toda situación.
Todos
en nuestro interior, hemos en algún momento pensado y deseado esa felicidad
bucólica, de la paz, la armonía, el equilibrio, la bondad y el encuentro con
los demás.
La
cuestión es volcar el sentimiento hacia afuera.
Es
estar convencidos que eso es lo real, lo justo, lo verdadero, y que es nuestro
deber, y que así debe ser.
Es
impostar ese convencimiento de tal modo, que nuestro comportamiento, que
nuestras acciones se realicen en concordancia con ese pensamiento que surge y
se nutre del amor.
La
vida debe ser un acto de amor; un perenne y continua acto de amor, desde la
cuna hasta el lecho de muerte.
El
amor debe regirnos y ante él deben abdicar las pasiones y los deseos.
Si
todos los hombre vivieran del amor y para el amor, si el comportamiento de todos
fuera acorde con ese pensamiento y ese deseo interior, con esa fuerza que nos
reclama vivir enamorados, amando que significa hacer el bien, ser equilibrados,
justos y pacíficos, el mundo sería otro.
Simplemente
porque el mundo estaría lleno de amor
ELIAS GALATI, Buenos Aires, Argentina
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