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domingo, 31 de julio de 2022

VER LA LUZ, ©Elias Galati, Buenos Aires, argentina

 




VER LA LUZ


Hay un momento en nuestra existencia, en que comprendemos de repente una situación o una realidad, que se nos ha mostrado permanentemente durante mucho tiempo, pero pasaba inadvertida. Ese momento se conoce en la filosofía alemana como la intuición del “ajá”, como que en un momento se revela a nuestra entender, como si se develara aquello que lo cubre y nuestra mente lo comprendiera.

He tenido una experiencia personal al respecto; durante años escuché y vi La Flauta Mágica de Mozart y nunca reparé en el manifiesto de Sarastro que dice “el amor verdadero entre dos seres es el origen de la sabiduría”.

En el contexto de la ópera y de la música, devino inadvertido, hasta que un día se me reveló una realidad inconmensurable, que unía el amor con el saber, que era la relación existencial elemental, y comencé a entender no sólo el libreto de la ópera sino también la música que lo acompañaba, cuyos acordes iban en consonancia con esa relación.

En nuestra vida y en la de todos los hombres asumimos varios roles, y nuestra existencia comprende muchas rutinas, que ya casi son automáticas.

Las hacemos casi sin pensar y son consecuencia de nuestra formación, nuestra cultura y nuestras elecciones.

Dentro de ellas se deslizan conceptos, que ni siquiera evaluamos, y algunos pueden estar en colisión con lo pensamos, con lo que somos y queremos, pero dada su condición casi automática no nos damos cuenta.

Sucede con las personas, con las cosas y con las relaciones.

Las aceptamos, obramos en consecuencia sin analizar ni pensar en profundidad su valoración y su conveniencia.

Es como el cuento de los 7 monos, si siempre se hizo así, para que vamos a cambiar.

En realidad inconscientemente nos sentimos cómodos, porque sabemos que hacer de antemano, y no debemos juzgar, ni ser juzgado, porque es algo que rutinariamente se ha hecho y se hará siempre.

Hasta que un día llega el momento del “ajá”, se quitan los velos de la situación y la vemos tal cual es, y es posible que no nos guste, que hasta nos espante o que nos remita a sentirnos culpables y tontos de haberla aceptado tanto tiempo.

Mi vida personal, familiar, social, política y cultural está llena de estos automatismos, que refrendamos todos los días.

Pero la realidad es una, y a veces como una pared, se nos estrella en la cara.

Cuando eso sucede quedamos descolocados, nos sentimos desprotegidos y

solos, y tenemos que evaluar, juzgar y actuar.

Hay dos caminos, el de los necios que pretenden creer que la realidad está equivocada, y que es su reflejo y su idea de la misma, la que debe prevalecer, y obran en consecuencia repitiendo y equivocando el camino y la del hombre que cree en su finitud, en sus errores, en la posibilidad de mejorar, y que comprende que está equivocado y debe cambiar.

En realidad somos artífices de nuestro destino, y responsables de nuestra existencia.

Si hemos llegado hasta aquí es porque hemos elegido este camino, y porque hemos empleado los medios que elegimos para lograrlo.

Culpar a otros de nuestro destino, es signo de impotencia y carencia de aptitudes.

Permanecer en el error, redoblar la apuesta, e intentar desafiar la realidad, es signo de una pobreza existencial e intelectual rayana en la estupidez.

¿Qué hacer cuando se nos revela la realidad y se nos muestra la verdad?

Debemos poner en crisis nuestro pensamiento y juzgar la validez de nuestras acciones y de nuestro comportamiento.

Para ello es necesario valorar y comprender con exactitud cual es la verdad en la que descansa nuestra rutina existencial.

Somos libres, tanto de haber elegido este camino, de haber llegado a esta situación, como de aceptar el error y cambiarla para bien nuestro y de nuestros hermanos.

Haberse encontrado con la verdad desnuda, con la realidad real, es ponerse enfrente de uno mismo, evaluar su vida, el camino recorrido y aceptar erroresy aciertos.

Es enfrentar la luz, después de estar en tinieblas.

El problema es que debemos tener la capacidad de poder percibirla, como si nuestros ojos se debieran acostumbrar a la armoniosa luminosidad de la verdad, y de lo que es real.

Es hacer el mea culpa, despojado de cualquier aditamento; nosotros juzgándonos a nosotros sin condición.

Hay mucho de humildad, de sencillez, de misericordia en este recorrido, pero también de tenacidad, de equilibrio, de justicia y de armonía.

 

©Elias Galati, Buenos Aires, argentina


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