VER LA LUZ
Hay un momento en nuestra existencia, en que comprendemos de repente una situación o una realidad, que se nos ha mostrado permanentemente durante mucho tiempo, pero pasaba inadvertida. Ese momento se conoce en la filosofía alemana como la intuición del “ajá”, como que en un momento se revela a nuestra entender, como si se develara aquello que lo cubre y nuestra mente lo comprendiera.
He tenido una
experiencia personal al respecto; durante años escuché y vi La Flauta Mágica de
Mozart y nunca reparé en el manifiesto de Sarastro que dice “el amor verdadero
entre dos seres es el origen de la sabiduría”.
En el contexto de
la ópera y de la música, devino inadvertido, hasta que un día se me reveló una
realidad inconmensurable, que unía el amor con el saber, que era la relación
existencial elemental, y comencé a entender no sólo el libreto de la ópera sino
también la música que lo acompañaba, cuyos acordes iban en consonancia con esa
relación.
En nuestra vida y
en la de todos los hombres asumimos varios roles, y nuestra existencia
comprende muchas rutinas, que ya casi son automáticas.
Las hacemos casi
sin pensar y son consecuencia de nuestra formación, nuestra cultura y nuestras
elecciones.
Dentro de ellas se
deslizan conceptos, que ni siquiera evaluamos, y algunos pueden estar en
colisión con lo pensamos, con lo que somos y queremos, pero dada su condición
casi automática no nos damos cuenta.
Sucede con las
personas, con las cosas y con las relaciones.
Las aceptamos,
obramos en consecuencia sin analizar ni pensar en profundidad su valoración y
su conveniencia.
Es como el cuento
de los 7 monos, si siempre se hizo así, para que vamos a cambiar.
En realidad
inconscientemente nos sentimos cómodos, porque sabemos que hacer de antemano, y
no debemos juzgar, ni ser juzgado, porque es algo que rutinariamente se ha
hecho y se hará siempre.
Hasta que un día
llega el momento del “ajá”, se quitan los velos de la situación y la vemos tal
cual es, y es posible que no nos guste, que hasta nos espante o que nos remita
a sentirnos culpables y tontos de haberla aceptado tanto tiempo.
Mi vida personal,
familiar, social, política y cultural está llena de estos automatismos, que
refrendamos todos los días.
Pero la realidad
es una, y a veces como una pared, se nos estrella en la cara.
Cuando eso sucede
quedamos descolocados, nos sentimos desprotegidos y
solos, y tenemos
que evaluar, juzgar y actuar.
Hay dos caminos,
el de los necios que pretenden creer que la realidad está equivocada, y que es
su reflejo y su idea de la misma, la que debe prevalecer, y obran en
consecuencia repitiendo y equivocando el camino y la del hombre que cree en su
finitud, en sus errores, en la posibilidad de mejorar, y que comprende que está
equivocado y debe cambiar.
En realidad somos
artífices de nuestro destino, y responsables de nuestra existencia.
Si hemos llegado
hasta aquí es porque hemos elegido este camino, y porque hemos empleado los
medios que elegimos para lograrlo.
Culpar a otros de
nuestro destino, es signo de impotencia y carencia de aptitudes.
Permanecer en el
error, redoblar la apuesta, e intentar desafiar la realidad, es signo de una
pobreza existencial e intelectual rayana en la estupidez.
¿Qué hacer cuando
se nos revela la realidad y se nos muestra la verdad?
Debemos poner en
crisis nuestro pensamiento y juzgar la validez de nuestras acciones y de
nuestro comportamiento.
Para ello es
necesario valorar y comprender con exactitud cual es la verdad en la que
descansa nuestra rutina existencial.
Somos libres,
tanto de haber elegido este camino, de haber llegado a esta situación, como de
aceptar el error y cambiarla para bien nuestro y de nuestros hermanos.
Haberse encontrado
con la verdad desnuda, con la realidad real, es ponerse enfrente de uno mismo,
evaluar su vida, el camino recorrido y aceptar erroresy aciertos.
Es enfrentar la
luz, después de estar en tinieblas.
El problema es que
debemos tener la capacidad de poder percibirla, como si nuestros ojos se debieran
acostumbrar a la armoniosa luminosidad de la verdad, y de lo que es real.
Es hacer el mea
culpa, despojado de cualquier aditamento; nosotros juzgándonos a nosotros sin
condición.
Hay mucho de
humildad, de sencillez, de misericordia en este recorrido, pero también de
tenacidad, de equilibrio, de justicia y de armonía.
©Elias Galati, Buenos Aires,
argentina
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