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domingo, 12 de septiembre de 2021

El mar la mar solo mar amar, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 


El mar la mar solo mar amar

 

El mar es el origen de la vida. Nuestro punto de partida. No solo en el aspecto biológico, sino también en el de la fe. “Y Dios dijo que se reúnan en un solo lugar las aguas que estén bajo el cielo y que aparezca el suelo firme… y así sucedió. Y Dios llamó Tierra al suelo y Mar al conjunto de las aguas. Vio entonces que esto era bueno y ordenó que se llenen las aguas de multitudes de seres vivientes y así fue…”

¿Por qué nos atrae el mar solo la mar amar? ¿Por qué ante su prolongación de aguas y más aguas intensas y burbujeantes nos quedamos perplejos? ¿Cuál es secreto de su inmensidad?¿Qué poeta no ama el mar, ola mar, o sólo mar, sin género ni adjetivos. Con menos audacia que belleza, sin duda deslumbrados, algunos se atrevieron de un modo concluyente a glosar: mar, solo mar amar...

La gente de mar y los poetas tienden a atribuirle género femenino a la palabra mar. Sin embargo, el glorioso Rafael Alberti, que nació en Puerto Santa María, casi adentro del mar y mucho le canto, aunque parece no decidirse, busca un equilibrio en sus versos:

El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,

a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste

del mar?

El mar. ¡Sólo la mar!... prescindiendo de todo género y jugando seriamente con la palabrearen masculino o femenino, pero siempre mar y tan cerca de la palabra amar.

¡Ah, esa infinitud, esa inconmensurable masa de agua salada, que cubre con el sabor de la vida la mayor parte de la superficie de nuestro planeta Tierra, incluyendo océanos, mares menores, y agua por todos lados diseminada por ríos y estancada en lagos que por siempre se enaltece de poesía!

El sufrido Constantino Cavafis, otro inmenso adorador del mar, le cantó desde Alejandría al Mediterráneo de la otra orilla con enigmáticas palabras:

Dejadme estar aquí.

Dejadme mirar mi mar un rato.

La orilla matutina y el cielo

sin nubes, brillante, azul y amarillo

¡Oh, mar, todo iluminado

tan bellamente, y vasto!…

¿Es acaso el legendario Odiseo de Homero, el que canta a través de Cavafis? Ambos, emocionados, le dedican sus metáforas al mar la mar amar, que vibra en todo poeta, y, como balbucea Borges "ese antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar”; a la vez que nos regala su exquisito soneto turbador de misterios:

Antes que el sueño (o el terror) tejiera

mitologías y cosmogonías,

antes que el tiempo se acuñara en días,

el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento

y antiguo ser que roe los pilares

de la tierra y es uno y muchos mares

y abismo y resplandor y azar y viento?...

Y Pablo Neruda, hombre de mar y de amores intensos, también reclama con su decir torrentoso su sed de mar la mar amar:

Necesito del mar porque me enseña

no sé si aprendo música o conciencia

no sé si es ola sola o ser profundo

o sólo ronca voz o deslumbrante

suposición de peces y navíos…

Su compatriota, la dulce y empeñosa Gabriela Mistral, es también una confidente del mar yle pide ala mar que la deje desplazarse por el mundo:

Dame, Señor, la perseverancia de tus olas de mar,

que hacen que cada retroceso sea un punto de partida

para un nuevo avance…

Y luego, Gabriela es toda amabilidad y ternura cuando se emociona y le canta a ese fenómeno tan inspirador, que también es lazo de unión, ¡Oh, mar amar y amarte!:

Para cita con los míos,
con pastores y cabreros
y con los mineros huérfanos
de peán y canto nuevo,
“camina que te camina”
voy hacia el mar
voy, voy yendo…

Don Antonio Machado sin ser hombre de mar, lo exalta en muchísimos poemas y lo convoca permanentemente junto a sus héroes, hombres de marque imaginan y aman, al tiempo que también son tiernos hombres de la tierra:

Érase de un marinero

que hizo un jardín junto al mar,

y se metió a jardinero.

Estaba el jardín en flor,

y el jardinero se fue por esos mares de Dios.

El espléndido poeta de la prosa Joseph  Conrad, qué vaya si sabía de mar y con reservas lo amaba, aunque además lo enardecía “porque el mar nunca ha sido amable con el hombre y, como mucho-lamenta resignado-, ha sido el cómplice de la crueldad humana .En el resumen de su obra entendemos que, por supuesto, lo amaba con el amor que aman los marineros, y vomitan sus sinsabores.

Ni qué decir de Herman Melville, que en su obra maestra, la novela Moby Dick, ese gran clásico de la literatura universal, exhibe el horror de las monstruosas criaturas que lo infectan, y con su prosa poética nos conmueve y enardece. Por donde navego dejo una estela turbia y blanca; aguas pálidas y mejillas aún más pálidas. Las ondas envidiosas, a los lados se hinchan para ahogar mi rastro; que lo hagan, pero antes mar paso yo…

Un místico, acaso el más grande poeta de la época isabelina, John Donne, desliza como al pasar:

El mar es tan profundo en la calma

como en la tempestad… Y en el amor…

Y Huidobro con su decir surrealista, o creacionista, parece bromear cuando escribe:

el mar es un tejado de botellas

que en la memoria del marino sueña…

Nuestro poeta gauchesco Estanislao del Campo, que no era precisamente hombre de mar, sino de llanura, con un asombro que contagia, lo celebra con gracia y ternura:

¿Sabe que es linda la mar?

-¡La viera de mañanita

Cuando a gatas la puntita

Del sol comienza a asomar!

A veces con viento en la anca,

Y con la vela al solsito,

Se ve cruzar un barquito

Como una paloma blanca…

El mar la mar amar ha sido fuente de inspiración, a veces de soledad y de desamparo, de amor y de desamor, de locura y de cordura. Los aedos han amado ese prodigio inspirador, sagrado, irresistible. Esas aguas, todas, que nos rodean entrañablemente, enteramente, y nos comunica y nos maravillan y nos enceguecen de belleza.

Nuestra entrañable Alfonsina Storni, la dolida poeta que tanto lo amaba, lo eligió para poner fin a su vida y dormir en él su sueño eterno. Así lo imaginó y con encanto y desencanto, le cantó:

En el fondo del mar

hay una casa

de cristal.

Un gran pez de oro,

a las cinco,

me viene a saludar…

Duermo en una cama

un poco más azul

que el mar…

En el poema Alfonsina y el mar, musicalizado por el maestro Ariel Ramírez, el historiador poeta Félix Luna le rinde a ella y su viaje final, su emocionado homenaje:

Por la blanda arena que lame el mar
Su pequeña huella no vuelve más.

Te vas Alfonsina con tu soledad

¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Una voz antigua de viento y de sal

Te requiebra el alma y la está llevando

Y te vas hacia allá como en sueños

Dormida, Alfonsina, vestida de mar…

Me pregunto yo, ¿por qué hemos llamado Tierra a nuestro planeta si más del setenta por ciento está cubierta de agua, de mares y de océanos, de ríos y lagos que sostienen nuestro espacio material y que hasta el siglo XX fueron un misterio. Y aunque la vida en la Tierra comenzó en el mar, aún hoy, seguimos sabiendo muy poco de él.

Parecemos desconocer que esa enorme masa líquida nos da alimentos y empleo, vida, esperanza, futuro, inspiración y belleza. Nuestra presencia humana no ha sido agradecida y ha ido destruyendo el hábitat marino con basura contaminante. Por ignorancia, hemos tomado las aguas de nuestro planeta como lugar para arrojar los desechos inútiles.

Pero, también, es justo reconocerlo, ha habido seres cuidadosos, amantes de las maravillosas aguas; entrañables poetas del mar la mar amar, que, como hemos visto, le han cantado a su belleza y grandiosidad. Ha existido -y existe- una estrecha vinculación entre el inmenso y profundo mar y la lírica de todos las épocas.

Un mar sentimental de arribadas y despedidas, tentador y erótico, poblado de ninfas o deidades marinas que seducían a los marineros con sus hermosos cantos o islas de ensueños donde una Venus celeste aliviaba a los cansados viajeros en una sinfonía de placeres como nos cuenta el vate portugués Luis de Camões en su Os Lusiadas:

Ya por el ancho Océano navegaban,

Las inconstantes ondas dividiendo:

Los vientos blandamente respiraban,

De las náos la hueca lona hinchendo:

Blanca espuma los mares levantaban,

Que las tajantes proras van rompiendo

Por la vasta marina, donde cuenta

Proteo su manada turbulenta…

El mar la mar amar, que alguna vez me llevó a rendir mi homenaje al inmenso Fernando Pessoa, en una playa de Lisboa, donde leí ante una sensible Ana María, su incomparable Himno, lleno de partidas y deseados regresos:

Oh ebriedad de lo diverso, idas, fugas continuas,
alma eterna de los navegantes y las navegaciones,
quilla reflejada lentamente en las aguas
cuando la nave sale del puerto…

Un mar cruel, es cierto, tantas veces repleto de monstruos marinos y dioses delirantes, como los que embrujaron a Ulises, un mar una mar amaren donde el agua palpita y rugen tenebrosas tormentas, aguas azuladas o verdosas al que nos hemos adentrado para “huir de las hambrunas y sentir temblar la culpa” como cantaba Juan Ramón Jiménez. Ese mar esa mar amar con Zenovia Camprubi a su lado, la inspiradora musa, única y presente en sus versos:

En ti estás todo, mar, y sin embargo,

¡qué sin ti estás, qué solo,

qué lejos, siempre, de ti mismo!

Abierto en mil heridas, cada instante,

cual mi frente,

tus olas van, como mis pensamientos,

y vienen, van y vienen,

besándose, apartándose,

en un eterno conocerse,

mar, y desconocerse.

Eres tú, y no lo sabes,

tu corazón te late y no lo siente…

¡Qué plenitud de soledad, mar sólo!

Los poetas románticos como el inglés John Keats, también buscaron su inspiración en la grandiosidad del océano, en la agitación de su flujo y reflujo.

No cesan sus eternos murmullos,

rodeando las desoladas playas,

y el brío de sus olas

diez mil cavernas llena dos veces…

Si Alfonsina Storni refleja en su obra la profunda atracción por el mar y sus misterios y su residencia final, para Juan Ramón Jiménez el mar simboliza la vida, la soledad, el gozo, la eternidad. Para Pablo Neruda, el permanente vecino del mar, es maestro de vida y armonía:

Necesito del mar porque me enseña:

no sé si aprendo música o conciencia…

Ese mar la mar amar, es ese aliento que nos balancea, ese incomparable sonido o lejana voz remota que resuena bajo los pies y asciende hasta el alma.

 

 

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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