NOTAS ACERCA DE LA LLAMADA
CRÍTICA “CONSTRUCTIVA” EN ARTE
(Y EN LA VIDA MISMA, ¿POR
QUÉ NO?)[1]
"Que resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la
alegría y en tu boca la acción de gracias" (San Pedro Damián, Obispo y
Doctor de la Iglesia).
Alguna vez, hace un “tiempo”
que, como tal, no tiene la misma medida para una hormiga que para un hombre o
para un planeta o para el cosmos que nos contiene, supe recibir de un admirado
colega en el Maná de la Palabra, una elogiosa respuesta acerca de un conjunto
sucinto de comentarios que realizara sobre lo publicado por algunos autores en
cierto prestigioso medio cultural latinoamericano.
De hecho, y conteste con mi pensamiento sobre
el tema en cuestión y titulado, algo pomposamente por cierto, lo reconozco, “Notas acerca de la llamada crítica
´constructiva´ en Arte (Y en la vida misma, ¿por qué no?)”, elevé dichos
comentarios -más que al colega- a un amigo-hermano con el que desde hacía parte
de aquel “tiempo”, venía transitando el arriesgado sendero -que bordea el
abismo de la soberbia- de la crítica literaria, ejerciendo a la par el don
gratuito recibido de las fuentes indescifrables de la imaginación creadora,
para exponerme personal y socialmente -yo mismo- como escritor o literato.
Unido por ese afecto admirativo innegociable, le había hecho llegar, como
expresara, ciertas opiniones sobre el alcance cualitativo que me habían
merecido aquellos respetables –algunos brillantes- trabajos analizados.
Así, el amigo dijo al amigo (y escribo esto
al estilo del género “relato” que me atrapa y sostiene junto al verbo que
proviene del Verbo), tuvo a bien apoyarme con la siguiente misiva, cuyo
fragmento esencial me animo a confesarles: “Querido amigo Adrián, muchas
gracias por tus comentarios que son excelentes y muy bien recibidos. Cuando las
críticas son constructivas siempre dejan una clara y sincera enseñanza. Admiro
tu crítica en este caso porque viene de alguien que conoce el paño. Y eso es
digno de escuchar. Muchas veces he visto comentarios literarios de personas que
jamás han escrito nada. ¡Saber para decir, eso es muy importante! (...)”.
¡Dios! Entonces, he aquí que, con idéntica
franqueza a la practicada en mis apuntes opinables en materia literaria, sólo
pude expresarle lo que, a continuación, comparto con ustedes y a modo de breve
ensayo sobre la cuestión de marras:
Ah,… Si digo, gracias,
puedo aparecer petulante. Si me callo, desagradecido por no reconocer a quien
ha sabido, sabe y sabrá comprender mi alma en vilo por la Verdad, expresada,
dentro de los límites de la fragilidad humana, con total sinceridad y transparencia... Donde el amor al arte siempre resultará supletorio
a la forma en que evaluamos, desde la Verdad -que es Una sola- quiénes somos y
quiénes nos acompañan en el camino: pero jamás juzgando conciencias; sólo el
quehacer o comportamiento que, al igual que el de uno ("Conócete a ti
mismo", San Agustín), resulta apreciación subjetiva y, por
ende, basada en un complejo sistema axiológico que, al igual que nuestro
inefable sistema neurobiológico, nos hace personas únicas e irrepetibles en el
contexto de la creación universal divina.
Pero en ciertos casos, el
juicio que expresemos debe ir acompañado de la prudencia y oportunidad
respectivas. Porque si bien la Verdad ilumina, si la colocamos frente mismo a
los ojos de quien la recibe, probablemente lo ciegue antes que darle
Luz... Hay una distancia precisa para todo y todos... De ahí, y porque somos
humanos y gregarios, que la confianza en quien depositamos nuestros pareceres,
siempre será necesaria e inestimable: o una forma de crecer hacia adentro
y hacia afuera, sin permitirnos ser el "centro" del mencionado
universo creacional. Y tomar distancia y paciencia para que nos conozcan
y conocer a los demás en gratuidad fraterna y cooperativa.
En tal sentido, debo
agradecer al único taller literario que transité allá por los setenta, y que de
la mano de dos maestros de la escritura (Edgardo A. Pesante, cuentista y
magnífico lector; y Miguel Ángel Zanelli, poeta y erudito bibliotecario),
trataron de enseñarme (no a escribir, porque los talleres no son fábricas de
escritores, y si no hay "madera", según ellos, no hay creación
posible) a mejorar en el producto (en lo posible y sujeto a la calidad de
dicha madera) de mi vocación literaria, y a criticar y, sobre todo, a ser
criticado... De hecho, sólo espero haber aprendido algo del asunto, sino al
principio, al menos en el transcurrir de más de 50 años de trabajador del
verbo. En ese orden, bien vale la pena aclarar que la experiencia por sí sola
nada demuestra, en tanto hay buenas pero también malas, muy malas experiencias
vitales… Y en nuestro círculo, especialmente, podemos afirmar sin temor a
equivocarnos, que la sensibilidad de los artistas es grande como grande los egos creativos...
Y es fundamental en el ejercicio del arduo difícil oficio de la crítica
literaria, saber separar dicho producto de los propios gustos en materia
de letras; de esa forma uno puede acercarse -sólo ello, y en modo de
franca opinión- al sentido de lo que algunos gustan en llamar "crítica
constructiva".
O puntos de vista, nomás…
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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