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sábado, 4 de mayo de 2019

Luigi Pirandello, profeta de la modernidad, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina


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TRIBUNA – EL IMPARCIAL
Luigi Pirandello, profeta de la modernidad


Roberto Alifano
Escritor y periodista
Hay una vieja máxima que señala que “cada hombre es el mejor juez de sus propios intereses”. Contundentes palabras que se recomiendan a sí mismas quizá menos por su simplicidad que por su aire de honrado buen sentido. No obstante, como todo en esta incierta existencia puede ser discutido, tenemos ese derecho, aunque el significado a muchos pueda parecerle ambiguo; en especial porque en definitiva todo está bajo tela de juicio en este mundo carente de certezas, que alegremente o melancólicamente habitamos. Ci sono volte in cui dubito di essere chi sono (hay veces que dudo de ser quién soy), confiesa Serafino Gubbio, el escéptico personaje de Luigi Pirandello, cuando se juzga a sí mismo. Porque claro, como hemos dicho, por delante siempre está la duda agnóstica con el desencanto de Lo fatal, ese terriblemente alado poema de Rubén Darío, al que echamos mano ante cualquier incertidumbre (…Y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos).
En este caso, sin hacer la repetida enumeración, ya que sabemos que los temas en el arte han sido y son más o menos los mismos en sus diversas épocas; agreguemos que el hoy casi desconocido Luigi Pirandello trató con una formidable lucidez en sus novelas casi los mismos asuntos que en sus obras dramáticas, de lo que son buena prueba El difunto Matías Pascal yCuadernos de Serafino Gubbio operador, este libro que acabo de releer con regocijo y, como siempre me sucede cada vez que vuelvo a la obra de este prodigioso artífice literario, me reconforto con el arte y con la vida.
Creo, por consiguiente, no equivocarme al afirmar que este texto poco leído es uno de los secretos mejor guardados de la literatura italiana del siglo pasado. Don Luigi Pirandello, que vivió escondido bajo la máscara del dramaturgo, hizo uso de la novela allí donde la representación teatral se le antojó insuficiente, como en este caso, exhibiendo en dichas historias a otros personajes también escondidos, como los hay en las obras que llevó a los escenarios con su reconocida vena tan dramática como sarcástica.
La novela Cuadernos de Serafino Gubbio operador, fue escrita en 1915, y me entero que fue celebrada con admiración en un diario de Berlín por el desdichado filósofo y crítico literario Walter Benjamin. En estas páginas anticipatorias, Pirandello nos muestra las esperanzas depositadas en la mecanización que durante todo un siglo ha defraudado todas las expectativas de un cambio real, de una conciliación y de cualquier pretendida forma de emanciparse buscadas por el hombre. Aunque, bien sabemos, que no hay tal posible encuentro, sino más bien separación; menos próxima, claro, a la destrucción que al orden, ya que la tecnología ha arrasado con buena parte de la naturaleza humana y, en el orden espiritual, nos ha llevado al empobrecimiento de nuestra experiencia, a la angustia interiorizada, a la guerra permanente del hombre contra sí mismo, a la crisis ética y moral como estados continuos de experiencias perversas, de las que incluso obtenemos placer. Placer, en muchos casos, de nuestra propia destrucción como seres sensibles, históricos o sociales.
Con una perspicacia que hoy reconocemos inigualable, Luigi Pirandello concibió sus Cuadernos de Serafino Gubbio operador, una de las grandes novelas del siglo XX, hasta hoy no debidamente reconocida por el mundillo literario, donde el mensaje es una metáfora crítica, despiadada y mordaz de la modernidad que hoy nos abruma. Su verdadero protagonista es la máquina, artefacto de insistente innovación, que Pirandello estaba viendo nacer delante de sus ojos en un contexto de nueva vida y nuevos sujetos que la alimentaban con voraz y destructivo objetivo pretendidamente racionalizador. No eran las máquinas de las fábricas impuestas para fortalecer el consumo por la revolución industrial, sino otras más pequeñas, sutiles, manuables, que se empezaban a nutrir no solo de la fuerza del trabajo sino de la voluntad del cuerpo entero, de la vida a tiempo completo del individuos, pero sin causar dolor ni sufrimiento, ya que, por el contrario, producían cierto gozo. Este aparato es en concreto lacámara cinematográfica, usada por el narrador como tema de su novela; Gubbio es así el protagonista que produce y reproduce imágenes, creando una nueva realidad. Esa cámara, desde entonces en evolución, es ahora, en nuestros días, casi invisible; es nuestro empecinado móvil, capaz de reproducir y proyectar hasta lo más íntimo de cada uno de nosotros.
Pirandello, que en 1934 fuera distinguido con el Premio Nobel de Literatura, nos relata en su novela la filmación de una película y las relaciones humanas que sus protagonistas entablan en la realidad para dejar paso a una ficción que los constituya de verdad. Es así como ficción y realidad se entremezclan para producir una intuición que ha resultado tristemente verdadera y cara a todos los que la han vivido y sobrevivido. Pirandello se rebela con un último gesto de asombro o grito mudo contra el poder de esta liberada máquina reproductora de realidad. Su novela se convierte en una reflexión sobre la muerte, en una crítica mirada escrita en forma póstuma, distanciada por el objetivo de un aparato fantástico que se revela con un ojo profético; nueva metáfora de la escisión, ahora total, absoluta, entre la realidad y el individuo, entre el hombre y la naturaleza, mediando en todos sus actos, ya para siempre, debido a que la técnica se va transformando en una reproducción infinita, eterna de lo que hemos empezado a ser como individuos. Y lo que quedará de nosotros.
Cuadernos de Serafino Gubbio operador son la gran reflexión sobre la estupidez humana, muy a la altura del Flaubert deBoubard y Pecuchet; en este caso no con dos pobres infelices arrastrados en su ignorancia de la razón científica, o del sueño de la emancipación social a través de la ciencia, sino por una cámara que graba y al mismo tiempo destruye con su fascinación implacable de esta nueva versión tecnológica. Los cuadernos se transforman de esta forma en una sátira social sobre la modernidad, analizada en su grotesca apertura, en una brutal reflexión sobre un presente visto (o previsto) a través de su ridícula y nueva caricatura tecnificada de dominación y ambición. El texto se reformula conjuntamente en una brutal intuición sobre el futuro y lo que sin duda ahora vivimos; con su cuota, por supuesto, de la desaparición de todo modo de afecto, con la pasividad total como nueva forma de sujeto del poder.
Lucido y contundente, Pirandello nos brinda esta reflexión casi desesperada sobre la condición humana en manos de un poder científico que, al mismo tiempo, nos muestra sus despojos con despiadada visión apocalíptica, representando una resurrección tecnificada como otra angustiante realidad hoy naturalizada por nosotros, sobre todo en estos tiempos que vivimos. La razón tecnológica no deja márgenes ni territorios sin colonizar; es ella o la locura, ella o nadie; su realidad tecnificada o la inexistencia. Es, bien a las claras, una paradoja desconsoladora sobre la estupidez y la vanidad humana.
Pesimista por naturaleza, con una piadosa mirada de humor sobre la condición humana, Pirandello estaba convencido de que en la vida nada se concluye, ya que no se puede encontrar ninguna verdad absoluta al habitar un mundo de total relativismo. Cualquier intento de cristalizar una forma para sí mismo lleva al hombre a fallar, porque tenemos muchas formas para los demás y, en realidad, no somos ninguno (es famosa su frase “uno, nessuno, centomila”, uno, nadie, cien mil). De hecho, hablaba del hombre como una pequeña linterna que sólo consigue iluminar lo que se encuentra a su alrededor y que, de vez en cuando, se encuentra debajo de unas grandes farolas (las poderosas religiones e ideologías de la historia, como el cristianismo o el marxismo), pero, aunque sean más grandes, su luz es siempre relativa al tiempo y al espacio; es decir, son nada, o casi nada.
Luigi Pirandello visitó dos veces la Argentina, donde encontró familiares directos que habían emigrado de Sicilia hacia principio del siglo XX. Tuve la fortuna de conocer a Francisco, un sobrino nieto suyo, actor y director de teatro. Su primer viaje lo realizó en 1927, con una compañía encabezada por su actriz fetiche y compañera de vida, Marta Abba; regreso después en 1933, cuando asistió al estreno internacional en Buenos Aires de su obra Quando si è cualquno (Cuando se es alguien). Merece un párrafo aparte su amistad con el actor Luis Arata, al que por su actuación en El gorro de cascabeles consideró como uno los mejores del mundo; tampoco escatimó elogios a Iris Marga, que protagonizó el estreno de su obra. Recuerdo que Iris, a quien entrevisté en la década de 1980, exhibía con orgullo en el vestíbulo de su casa un gran retrato de Pirandello con una dedicatoria por demás elogiosa. El crítico de teatro y periodista Edmundo Guibourg, que escribió reveladoras páginas sobre esas dos visitas a la Argentina, consideraba que la influencia del dramaturgo siciliano fue notoria en el grotesco criollo de Armando Discépolo.
Las diferencias de Pirandello con el cine eran casi extremas. En 1932 publicó un artículo en el periódico Il Corriere della Sera, titulado “Sobre si la película hablada abolirá el teatro” en el que descree de esta posibilidad. En su análisis, Pirandello afirma que “el error fundamental de la cinematografía ha sido, desde un principio, ponerse en un camino falso, en un camino impropio de ella, el de la literatura (narración o drama). En este camino se ha encontrado forzosamente con una doble imposibilidad, a saber. La primera, es la de sustituir la palabra; la segunda, la casi total imposibilidad de prescindir de ella. A estas, le se suma un doble daño, al no encontrar el cine una expresión suya propia, independiente de la palabra (expresada o sobreentendida); añadiendo, por otro lado, otra lesión a la literatura, la cual se manifiesta, forzosamente, con todos sus valores espirituales disminuidos. “El silencio se ha roto –conjetura Pirandello-. Y ya no se puede rehacer; desde ahora habrá que dar, a toda costa, una voz a la cinematografía. Buscar esta voz en la literatura es una vana insistencia y un ciego hundirse en su error...”. Cree, por consiguiente, que la cinematografía debe liberarse de la literatura para encontrar su verdadera expresión y entonces realizará su verdadera revolución. Que deje la narración a la novela y el drama al teatro”, concluye de manera terminante.
Paradójicamente, en el filme Kaos, basados en sus cuentos, los talentosos hermanos Vittorio y Paolo Taviani, con una adaptación admirable y un manejo sorprendente de la cámara, vivencian una cualidad que Pirandello no adjudicaba al cine, la posibilidad de remover el subconsciente que está en todos, con imágenes impensadas, que pueden ser terribles como en las pesadillas, tan misteriosas y mudables como acaso en los sueños.
Luigi Pirandello nació el 28 de junio de 1867 en Villaseta de Càvusu, llamada actualmente Xaos (en todo caso la etimología de tal lugar, según el mismo Pirandello, derivaría de la palabra griega Kaos) y murió en Roma el 10 de diciembre de 1936. Sin compararlo con otros escritores, nadie puede discutir que fue un hombre de genio.
©ROBERTO ALIFANO, poeta, periodista y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




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