TRIBUNA – EL IMPARCIAL
Luigi Pirandello, profeta de la modernidad
Roberto Alifano
Escritor y periodista
Hay una vieja máxima que señala que
“cada hombre es el mejor juez de sus propios intereses”. Contundentes palabras
que se recomiendan a sí mismas quizá menos por su simplicidad que por su aire
de honrado buen sentido. No obstante, como todo en esta incierta existencia
puede ser discutido, tenemos ese derecho, aunque el significado a muchos pueda
parecerle ambiguo; en especial porque en definitiva todo está bajo tela de
juicio en este mundo carente de certezas, que alegremente o melancólicamente
habitamos. Ci sono volte in cui dubito di essere chi sono (hay
veces que dudo de ser quién soy), confiesa Serafino Gubbio, el escéptico
personaje de Luigi Pirandello, cuando se juzga a sí mismo. Porque claro, como
hemos dicho, por delante siempre está la duda agnóstica con el desencanto de Lo
fatal, ese terriblemente alado poema de Rubén Darío, al que echamos mano
ante cualquier incertidumbre (…Y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos).
En este caso, sin hacer la repetida
enumeración, ya que sabemos que los temas en el arte han sido y son más o menos
los mismos en sus diversas épocas; agreguemos que el hoy casi desconocido Luigi
Pirandello trató con una formidable lucidez en sus novelas casi los mismos
asuntos que en sus obras dramáticas, de lo que son buena prueba El
difunto Matías Pascal yCuadernos de Serafino Gubbio operador,
este libro que acabo de releer con regocijo y, como siempre me sucede cada vez
que vuelvo a la obra de este prodigioso artífice literario, me reconforto con
el arte y con la vida.
Creo, por consiguiente, no equivocarme
al afirmar que este texto poco leído es uno de los secretos mejor guardados de
la literatura italiana del siglo pasado. Don Luigi Pirandello, que vivió
escondido bajo la máscara del dramaturgo, hizo uso de la novela allí donde la
representación teatral se le antojó insuficiente, como en este caso, exhibiendo
en dichas historias a otros personajes también escondidos, como los hay en las
obras que llevó a los escenarios con su reconocida vena tan dramática como
sarcástica.
La novela Cuadernos de
Serafino Gubbio operador, fue escrita en 1915, y me entero que fue
celebrada con admiración en un diario de Berlín por el desdichado filósofo y
crítico literario Walter Benjamin. En estas páginas anticipatorias, Pirandello
nos muestra las esperanzas depositadas en la mecanización que durante todo un
siglo ha defraudado todas las expectativas de un cambio real, de una
conciliación y de cualquier pretendida forma de emanciparse buscadas por el
hombre. Aunque, bien sabemos, que no hay tal posible encuentro, sino más bien
separación; menos próxima, claro, a la destrucción que al orden, ya que la
tecnología ha arrasado con buena parte de la naturaleza humana y, en el orden
espiritual, nos ha llevado al empobrecimiento de nuestra experiencia, a la
angustia interiorizada, a la guerra permanente del hombre contra sí mismo, a la
crisis ética y moral como estados continuos de experiencias perversas, de las
que incluso obtenemos placer. Placer, en muchos casos, de nuestra propia
destrucción como seres sensibles, históricos o sociales.
Con una perspicacia que hoy
reconocemos inigualable, Luigi Pirandello concibió sus Cuadernos de
Serafino Gubbio operador, una de las grandes novelas del siglo XX, hasta
hoy no debidamente reconocida por el mundillo literario, donde el mensaje es una
metáfora crítica, despiadada y mordaz de la modernidad que hoy nos abruma. Su
verdadero protagonista es la máquina, artefacto de insistente innovación, que
Pirandello estaba viendo nacer delante de sus ojos en un contexto de nueva vida
y nuevos sujetos que la alimentaban con voraz y destructivo objetivo
pretendidamente racionalizador. No eran las máquinas de las fábricas impuestas
para fortalecer el consumo por la revolución industrial, sino otras más
pequeñas, sutiles, manuables, que se empezaban a nutrir no solo de la fuerza
del trabajo sino de la voluntad del cuerpo entero, de la vida a tiempo completo
del individuos, pero sin causar dolor ni sufrimiento, ya que, por el contrario,
producían cierto gozo. Este aparato es en concreto lacámara cinematográfica,
usada por el narrador como tema de su novela; Gubbio es así el protagonista que
produce y reproduce imágenes, creando una nueva realidad. Esa cámara, desde
entonces en evolución, es ahora, en nuestros días, casi invisible; es nuestro
empecinado móvil, capaz de reproducir y proyectar hasta lo más íntimo de cada
uno de nosotros.
Pirandello, que en 1934 fuera
distinguido con el Premio Nobel de Literatura, nos relata en su
novela la filmación de una película y las relaciones humanas que sus
protagonistas entablan en la realidad para dejar paso a una ficción que los
constituya de verdad. Es así como ficción y realidad se entremezclan para
producir una intuición que ha resultado tristemente verdadera y cara a todos
los que la han vivido y sobrevivido. Pirandello se rebela con un último gesto
de asombro o grito mudo contra el poder de esta liberada máquina reproductora
de realidad. Su novela se convierte en una reflexión sobre la muerte, en una
crítica mirada escrita en forma póstuma, distanciada por el objetivo de un
aparato fantástico que se revela con un ojo profético; nueva metáfora de la
escisión, ahora total, absoluta, entre la realidad y el individuo, entre el
hombre y la naturaleza, mediando en todos sus actos, ya para siempre, debido a
que la técnica se va transformando en una reproducción infinita, eterna de lo
que hemos empezado a ser como individuos. Y lo que quedará de nosotros.
Cuadernos
de Serafino Gubbio operador son la gran reflexión sobre la
estupidez humana, muy a la altura del Flaubert deBoubard y Pecuchet; en
este caso no con dos pobres infelices arrastrados en su ignorancia de la razón
científica, o del sueño de la emancipación social a través de la ciencia, sino
por una cámara que graba y al mismo tiempo destruye con su fascinación
implacable de esta nueva versión tecnológica. Los cuadernos se transforman de
esta forma en una sátira social sobre la modernidad, analizada en su grotesca
apertura, en una brutal reflexión sobre un presente visto (o previsto) a través
de su ridícula y nueva caricatura tecnificada de dominación y ambición. El
texto se reformula conjuntamente en una brutal intuición sobre el futuro y lo
que sin duda ahora vivimos; con su cuota, por supuesto, de la desaparición de
todo modo de afecto, con la pasividad total como nueva forma de sujeto del
poder.
Lucido y contundente, Pirandello nos
brinda esta reflexión casi desesperada sobre la condición humana en manos de un
poder científico que, al mismo tiempo, nos muestra sus despojos con despiadada
visión apocalíptica, representando una resurrección tecnificada como otra
angustiante realidad hoy naturalizada por nosotros, sobre todo en estos tiempos
que vivimos. La razón tecnológica no deja márgenes ni territorios sin
colonizar; es ella o la locura, ella o nadie; su realidad tecnificada o la
inexistencia. Es, bien a las claras, una paradoja desconsoladora sobre la
estupidez y la vanidad humana.
Pesimista por naturaleza, con una
piadosa mirada de humor sobre la condición humana, Pirandello estaba convencido
de que en la vida nada se concluye, ya que no se puede encontrar ninguna verdad
absoluta al habitar un mundo de total relativismo. Cualquier intento de
cristalizar una forma para sí mismo lleva al hombre a fallar, porque tenemos
muchas formas para los demás y, en realidad, no somos ninguno (es famosa su
frase “uno, nessuno, centomila”, uno, nadie, cien mil). De hecho,
hablaba del hombre como una pequeña linterna que sólo consigue iluminar lo que
se encuentra a su alrededor y que, de vez en cuando, se encuentra debajo de
unas grandes farolas (las poderosas religiones e ideologías de la historia,
como el cristianismo o el marxismo), pero, aunque sean más grandes, su luz es
siempre relativa al tiempo y al espacio; es decir, son nada, o casi nada.
Luigi Pirandello visitó dos veces la
Argentina, donde encontró familiares directos que habían emigrado de Sicilia
hacia principio del siglo XX. Tuve la fortuna de conocer a Francisco, un
sobrino nieto suyo, actor y director de teatro. Su primer viaje lo realizó en
1927, con una compañía encabezada por su actriz fetiche y compañera de vida,
Marta Abba; regreso después en 1933, cuando asistió al estreno internacional en
Buenos Aires de su obra Quando si è cualquno (Cuando se es
alguien). Merece un párrafo aparte su amistad con el actor Luis Arata, al que
por su actuación en El gorro de cascabeles consideró como uno
los mejores del mundo; tampoco escatimó elogios a Iris Marga, que protagonizó
el estreno de su obra. Recuerdo que Iris, a quien entrevisté en la década de
1980, exhibía con orgullo en el vestíbulo de su casa un gran retrato de
Pirandello con una dedicatoria por demás elogiosa. El crítico de teatro y
periodista Edmundo Guibourg, que escribió reveladoras páginas sobre esas dos
visitas a la Argentina, consideraba que la influencia del dramaturgo siciliano
fue notoria en el grotesco criollo de Armando Discépolo.
Las diferencias de Pirandello con el
cine eran casi extremas. En 1932 publicó un artículo en el periódico Il
Corriere della Sera, titulado “Sobre si la película hablada abolirá el
teatro” en el que descree de esta posibilidad. En su análisis, Pirandello
afirma que “el error fundamental de la cinematografía ha sido, desde un
principio, ponerse en un camino falso, en un camino impropio de ella, el de la
literatura (narración o drama). En este camino se ha encontrado forzosamente
con una doble imposibilidad, a saber. La primera, es la de sustituir la
palabra; la segunda, la casi total imposibilidad de prescindir de ella. A
estas, le se suma un doble daño, al no encontrar el cine una expresión suya
propia, independiente de la palabra (expresada o sobreentendida); añadiendo,
por otro lado, otra lesión a la literatura, la cual se manifiesta,
forzosamente, con todos sus valores espirituales disminuidos. “El silencio se
ha roto –conjetura Pirandello-. Y ya no se puede rehacer; desde ahora habrá que
dar, a toda costa, una voz a la cinematografía. Buscar esta voz en la
literatura es una vana insistencia y un ciego hundirse en su error...”. Cree,
por consiguiente, que la cinematografía debe liberarse de la literatura para
encontrar su verdadera expresión y entonces realizará su verdadera revolución.
Que deje la narración a la novela y el drama al teatro”, concluye de manera
terminante.
Paradójicamente, en el filme Kaos,
basados en sus cuentos, los talentosos hermanos Vittorio y Paolo Taviani, con
una adaptación admirable y un manejo sorprendente de la cámara, vivencian una
cualidad que Pirandello no adjudicaba al cine, la posibilidad de remover el
subconsciente que está en todos, con imágenes impensadas, que pueden ser
terribles como en las pesadillas, tan misteriosas y mudables como acaso en los
sueños.
Luigi Pirandello nació el 28 de junio
de 1867 en Villaseta de Càvusu, llamada actualmente Xaos (en todo caso la
etimología de tal lugar, según el mismo Pirandello, derivaría de la palabra
griega Kaos) y murió en Roma el 10 de diciembre de 1936. Sin compararlo con
otros escritores, nadie puede discutir que fue un hombre de genio.
©ROBERTO ALIFANO, poeta, periodista y escritor argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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