Ponciano Cárdenas, poesía y silencio
Conocí a Ponciano Cárdenas en 1970. Había publicado mi primer poemario. Concurría a Sala Taller donde estaban Rubén Rey y María Elena Lopardo. Ellos, y Oliva, me hablaron de Cárdenas. Lo vi por vez primera en esa galería y centro cultural. Lo acompañaba Mariana, su compañera de toda la vida; una pintora de territorios y lenguajes. Cárdenas llevaba un poncho de su tierra, la mirada soñadora y el destino dramático en la frente. Desde ese día compartimos momentos felices y momentos trágicos. Vimos crecer el horror de las dictaduras, vimos desaparecer amigos, vimos el exilio. Pero también la belleza, la insurrección, el amor de la mujer, la desnudez, el misterio. Una amistad fraternal, de percepción soterrada.
Ponciano Cárdenas ofrenda amistad.
Ofrenda silencio. Es bondadoso, convoca lo entrañable del ser humano. Junto a
él fui recorriendo voces, encuentros. Podría decir Antonio Pujía, podría evocar
a Adolfo De Ferrari o a Héctor Cartier. Como símbolos, sólo como símbolos de
muchos otros. Junto a Cárdenas fui descubriendo la textura de América. Junto a
Luis Franco y junto a él. Ponciano me enseñó a ver. Me enseñó a ver lo mágico,
lo dramático, lo sagrado. En cada obra suya (recuerdo aquellos años juveniles
en su estudio de la calle Tucumán cuando le leía poemas y lo veía pintar, lo
sentía crear) aparece lo milenario, el mundo ancestral, los orígenes.
Le hablaba de Galicia, de mis
antepasados campesinos, de los sueños libertarios. Lo escuchaba hablar de su
Bolivia, de doña Casta Canedo – su madre – de su lengua quechua, de su poder
curativo con hierbas milagrosas. De la oca, de la papa, del durazno. De la
arcilla. Eso, si sabemos ver, están en sus obras. En sus cuadros, en sus
murales, es sus esculturas, en sus cerámicas. Su pintura lleva los genes de una
raza. Se siente orgulloso, se siente libre, se siente rebelde. Todo esto me fue
enseñando Ponciano Cárdenas desde que lo conocí, aquella tarde en la galería. Y
más, mucho más.
Nos encontrábamos en casas de amigos,
en exposiciones, en talleres. Juntos palpitábamos libros, poemas y figuras. Una
sola mirada bastaba para comprendernos, para entender al otro. Fraternal,
Ponciano. Fraternal y de talento. En su obra descubrimos toros, riñas de
gallos, mulatas. En su obra la sensualidad, la metamorfósis, lo viril. Me
gustan las tintas de Ponciano. Me gustan sus cerámicas. Sus hembras alzadas,
rebeldes, seductoras. Me apasiona lo telúrico y lo fatal de su obra.
“Bolivia es un país bien favorecido
por la naturaleza y nosotros podríamos ser un país muy rico en el mundo; sin
embargo, a pesar de que somos tan poquitos habitantes, esta riqueza no nos
pertenece”. Eso dice Domitila Barrios. Eso dice cuando habla de la mina, cuando
habla de los campesinos. Ya no se trata de una realidad, ya no se trata de una
construcción social olvidada. Ahora, ante un cuadro de Cárdenas descubrimos la
verdad revelada, la intuición del creador. El racismo sutil o descarnado, la
celebración de identidades, la salud y la vivienda. En cada escultura de
Ponciano advertimos la geografía de un pueblo, la desazón, la angustia. Lucidez
y resistencia, pues. La tristeza y la rabia de pie. Calladamente, contra viento
y marea.
¿Qué más, vemos? Un día, Ponciano le
pidió a su madre que le comprara arcilla para hacer modelados. (Me lo contó
hace muchos años, se oculta en sus cuadros la anécdota, en sus tintas, en sus
esculturas.) Era una arcilla especial, de la zona de San Pedro. Al día
siguiente doña Casta hizo descargar en el patio de su casa una camionada.
Ponciano necesitaba un cuenco. La simbología, la tradición ética, emociones
profundas que nos hacen recordar a nuestro César Vallejo. “¡Hay golpes en la
vida, tan fuertes…Yo no sé!”
Las imágenes de Ponciano parecen
gravitar en una tarea de rescate de la condición humana. Ve y nos muestra lo
que ve. La realidad que lo circunda la expone desde la emoción pero con la
creatividad que sólo unos pocos pueden lograrlo. Devela misterio, color,
paisaje. Atrapa la luz y la sombra. El dolor y el silencio; lo poético.
Recordamos a Rilke cuando enaltece el verso: “Tú, tú tienes que cambiar la
vida”. Cárdenas compone inmerso en un tiempo no medido por relojes ni
calendarios. Refleja una experiencia latinoamericana única. Sin desbordes, sin
demagogía, sin filiación política. Su obra es insurrecta siempre, desde la
belleza, desde el combate interior, desde la realidad épica. Crea y recrea un
lenguaje específico: la pintura. Pero, insistimos, también los murales, las
esculturas, las cerámicas. Elude efectos y encantos superficiales. Genera una
atmósfera propia, hace visible lo que no se quiere ver, genera un diálogo con
lo visual. Pero también con el que observa. Su obra exhibe coherencia y
personalidad. Nos propone siempre un múltiple itinerario, una diversidad de
matices, de vuelos, de culturas.
Ponciano esta siempre afuera. Su
paleta es exterior. Así como su carácter es íntimo y sereno, su obra subraya el
paisaje, las mujeres, los hombres, los dioses, los soles azules o naranjas. La
fuerza – de eso estamos hablando – de su color lleva la tradición clásica, el
estudio analítico, la técnica del maestro. No hay improvisación; jamás. Lo
austero de su conducta lo sentimos en esos territorios que nos muestra: el
altiplano, la permanencia, los símbolos telúricos y populares, la ternura de
los pueblos americanos. Es un creador existencial, un humanista que brinda una
estética directa; en lo erótico o en lo social. Y confiesa algo fundamental:
“Para el artista el tema es un pretexto, porque en definitiva lo que importa es
el cuadro”.
Las obras de este artista nos ayudan
a reencontrar el sendero hollado de la utopía posible. El centro de gravedad de
la indagación plástica de Cárdenas es la representación de la figura, la figura
en una densidad humana que le otorga el trabajo, el dolor, el contacto con la
tierra. Estos seres se ven transportados a una dimensión arquetípica. Implica,
además, un reencuentro con una humanidad sencilla, primordial. Por medio de los
animales, Ponciano deriva hacia un descubrimiento de la naturaleza
incontaminada, anterior y superior al hombre. Rebelde, arcaico, díscolo. Hay un
planteo sólido, austero y, entiendo, sólidamente arquitectónico. Recupera la
tradición clásica desde la mirada de América. Y algo no menor: la actividad
docente es parte de su vida. Me fascina su taller de la calle Pringles, con sus
plantas, sus rincones, sus techos. Me fascina cuando por las tardes lo habita
la soledad. Y me fascina cuando se llena de voces, de alumnos incondicionales,
de hijos, de nietos, de música, de vida. Y cuando baila la cueca con Mariana.
Está ajeno a toda tentación propuesta
por los estrépitos de la moda. Su obra plástica se sostiene en el color. Su
pintura se puede asociar con la literatura latinoamericana, pues vemos una
suerte de realismo mágico. Todo lo que refiere a la construcción del espacio
también hace referencia a la justeza del color. La figura humana – reiteramos –
constituye un punto central en sus preocupaciones. Hay una estética fina y
cálida; en sus óleos, en sus esculturas, en sus cerámicas, en sus tintas. La
obra de Cárdenas lleva la pulsión del pasado, vive una atmósfera real e irreal,
cotidiana y fantástica. Su obra lo representa y nos representa. Eso también fui
aprendiendo de su amistad.
Junto a Ponciano Cárdenas
comprendemos una mirada estética y ética. Nos permite asumir nuestra identidad,
comprender que ser latinoamericano es sentirse hijo de esta tierra y también de
la otra. Hay una convergencia que acontece en la interioridad de cada uno de
nosotros, que expresa una condición única, que no se da en lo europeos ni en
los otros continentes, como señaló con agudeza Octavio Paz. Por más raíces
europeas que tengamos sería una insensatez sostener una visión eurocentrista.
Dijimos que Cárdenas ofrenda amistad, que ofrenda generosidad. Creador nato, de
poderosa imaginación, acentúa desde una paleta sobria y de extremada intensidad
tonal o desde sus esculturas, un mundo personal e inconfundible. Cárdenas
suscita reflexiones y sentimientos profundos. De allí la poética de su obra, de
allí su callado oficio.
Buenos Aires, noviembre de 2009
©CARLOS PENELAS, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASLAPO ARGENTINA
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