LA PRÉDICA COMO HERRAMIENTA
Hemos asistido a lo largo de la historia, a un fenómeno que no por
repetido deja de brindar tema de estudio en busca de la explicación que no
siempre se encuentra de inmediato, y es la disociación entre la prédica y la
correspondencia de la misma con las acciones que se materializan en el decurso
de la vida de los individuos.
Ello ha llevado, entre otras cosas, a plasmar máximas, normas de
convivencia, para finalmente crear un complejo aparato legislativo que le da
encuadre legal a este cuerpo normativo, el que a veces se ha sobredimensionado
hasta convertirse en una parafernalia, llegando al extremo de dictarse leyes
contrapuestas sobre un mismo tema.
Todo esto en aras de poner de relieve y el acento en el recto accionar
de los integrantes de una sociedad, la que previamente ha formado un consenso
en el proceder que luego encuadra en la preceptiva legal.
Aquí es donde debe remarcarse el porqué del nacimiento de estos cuerpos
legislativos, ya que cuanto ello dispone, ha sido previamente acordado como
norma expresada verbalmente, donde se ha dicho el cómo, el cuándo y la
conveniencia de ejecutar o dejar de ejecutar tal o cual acción. Es decir, se ha
predicado sobre el recto decir, hacer y accionar, logrando con esta prédica el
consenso necesario para la normal convivencia de los seres humanos.
Se advierte que hay todo un dilema y ha sido motivo de controversias
tratar de establecer si primero fue la norma, en este caso la ley, o si ésta
tuvo origen en las acciones consensuadas de los integrantes de una comunidad.
Ha sido quizás la prédica la mejor herramienta para conseguir ese
consenso que transforma la norma en cumplimiento al principio por los usos y
costumbres, y luego por la obligatoriedad que impone el establecimiento de sus
postulados escritos y aprobados por la comunidad, para ser aplicados sobre la
conducta de sus integrantes.
Hasta aquí, idealmente, la correspondencia de la prédica con lo
estatuido por las normas de surgimiento consensuado y cumplimiento obligatorio
sobre los temas de convivencia.
Pero existen en las acciones de los seres humanos una serie de
constantes que tienen directa relación con la conducta observada por los mismos
dentro de la sociedad que los contiene, que determinan modalidades encuadradas
por sus normas de convivencia, y que escapan de la normativa escrita, pero
constituyen pilares fundamentales para el desarrollo armónico de las
relaciones, y también han surgido de la prédica, como son los códigos de honor,
la probidad, la tolerancia, la caridad, y en definitiva todas aquellas que se
conocen como virtudes, en contraposición con las agrupadas bajo la denominación
de vicios o defectos.
Cuando existe correspondencia entre la prédica y la resultante de los
hechos y acciones, se dice que estamos ante un individuo cuya integridad moral
no admite reproche alguno, y esto, entiéndase bien, es y ha sido lo normal y
esperable de la humanidad en el correr de los tiempos, y todo aquello que
escapaba a esta regla, podía catalogarse como estados de excepción.
Sin embargo no puede soslayarse la naturaleza humana, que posibilita
defecciones aún en contra de lo establecido como correcto, veraz y aceptable.
Es allí donde se rompe el equilibrio entre lo que se predica y lo que
efectivamente se hace o dice.
Podemos tomar a modo de ejemplo la prédica constante sobre la
tolerancia, y por otro lado no escapa a nuestra visión la permanente
discriminación hacia las personas, por su condición étnica, por sus minusvalías
físicas, por su forma de pensar, o dicho más claramente, por sus ideas, que ha
llevado a genocidios en innumerables etapas de la historia, y a veces sin
llegar a tales extremos, a sojuzgamientos, a expulsiones de las comunidades que
les eran propias a los damnificados, y una interminable serie de situaciones
que han configurado la falta de correspondencia con lo que se dice y lo que se
hace.
Si bien se ha hecho un análisis de posibilidades que tiene puntos de
coincidencia y discrepancia sobre las resultantes de estas diferentes formas de
entender la correspondencia ente prédica y conductas humanas, surge aquí un
punto de inflexión que constituye el límite entre lo que sana e ingenuamente
pueda discrepar con esta correspondencia, y lo que no admite estos adjetivos de
candidez para ser catalogado como conductas perniciosas y carentes de sustento
moral.
Si pusiéramos como premisa que el hombre es bueno por naturaleza y malo
por conveniencia, podríamos entender más fácilmente esta disociación.
Aquí es donde se pone de manifiesto la parte negativa del individuo,
donde los caminos comienzan a transformarse en atajos, y la verdad comienza a
matizarse con tonos de conveniencia.
Sin ir más lejos, ante el llamado que escuchamos a las puertas de
nuestras instituciones, nos ponemos inmediatamente en guardia, porque no sea
que quien pretende ingresar, no piense como nosotros, tenga ideas que no están
en sintonía con nuestro modo de pensar, y pudiera ser que su ingreso provoque
un remezón que haga tambalear nuestra cómoda forma de manejarnos. Es decir, que
tememos ser permeables a ideas contrapuestas con la normativa de nuestro
sistema, y olvidamos todos los preceptos de tolerancia que hemos predicado a lo
largo de nuestro quehacer societario, para aferrarnos a la estructura que
gobierna el sistema en el que desarrollamos las actividades, impidiendo crecer
cuando quien se nos ha acercado nos hace partícipes de otros puntos de vista
que el anquilosamiento no nos permite vislumbrar.
Aquello que parecía tan distante cuando comenzamos a delinear la falta
de correspondencia con lo que se predica y lo que efectiva y realmente se
ejecuta, vemos que no está precisamente tan distante, aunque no nos demos cuenta
y nos cueste aceptar que hay otras formas de percibir las realidades y de
juzgar y analizar los actos de la historia de la humanidad, cualesquiera sean
los parámetros con que se midan estos actos.
Encapsulados, podríamos llamarnos, cuando nos resistimos a la apertura
en el juego de las ideas, por los mismos temores que en muchas oportunidades no
les encontramos explicación, pero que tienen su razón de ser cuando las nuevas
ideas, formas diferentes de percepción, nos obligan a replantearnos las conductas
que tenemos en nuestro diario hacer, y ponen de manifiesto lo endeble de las
razones con que se han sostenido los principios que hemos aceptado y
pretendemos que sean también aceptados por los demás individuos que integran el
grupo social que nos comprende.
A veces un hecho fortuito, una palabra escuchada en el momento menos
pensado, pueden hacernos meditar sobre el verdadero sentido de la vida que no
siempre hemos sabido encontrar, y nos pone en la meditación obligada para
comprobar si las verdades que hemos aceptado en principio, tienen la solidez y
el consenso necesarios para considerarse verdades tales que por su propia
naturaleza constituyan el verdadero sentido de nuestra existencia.
Remarcamos que solamente el poner en práctica lo que predicamos, podrá
consolidar conductas solidarias, tolerantes, caritativas, y, en definitiva,
acordes con los valores que decimos defender para conseguir una sociedad más
justa, más humana, con integrantes que entiendan definitivamente que justamente
en eso se encuentran los valores que, quizás por error o ignorancia, buscamos
en los estratos sociales teñidos de elitismo.
Si así no lo hiciéramos, estaríamos insertados en una estructura social
de contenido dudoso cuando se refiere a la solidez espiritual que ansiamos, debemos
buscar y es, en definitiva el rumbo de nuestro paso por este valle de lágrimas,
como muy bien ha sido definido por algunos credos que direccionan su prédica
para la construcción de un mundo mejor. Todo lo que escape a estas premisas,
aunque suene áspero, no vacilaríamos en llamar posturas hipócritas, las que no
siempre se evalúan con la correcta dimensión de la insanidad de su práctica.
Pocas dudas quedan que si los hombres en general, tanto en su diario
accionar y más aún si les cabe la responsabilidad de la conducción de un grupo
social de cualquier dimensión, pudiéramos entender el valor de esta
correspondencia, del ajuste entre lo que se predica y lo que finalmente se
hace, muchos males de la humanidad habrían desaparecido o no se habrían
producido, lo que nos da pie para pregonar por el recupero de la confianza en
la palabra y lo que ella promete.
Queremos un mundo mejor. ¿Estaremos todos dispuestos a cambiar estos
hábitos que surgen como producto de la conveniencia, pero están disociados de
la verdadera senda que debe transitar la humanidad si quiere acercarse a la
elevación espiritual para la que está destinada?
©JERÓNIMO
CASTILLO, poeta y escritor puntano
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINO
Seria ideal... filosofo Castillo, lo extrañamos mucho.
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