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sábado, 25 de mayo de 2019

LA PRÉDICA COMO HERRAMIENTA, Jerónimo Castillo, San Luis, Argentina

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LA PRÉDICA COMO HERRAMIENTA


Hemos asistido a lo largo de la historia, a un fenómeno que no por repetido deja de brindar tema de estudio en busca de la explicación que no siempre se encuentra de inmediato, y es la disociación entre la prédica y la correspondencia de la misma con las acciones que se materializan en el decurso de la vida de los individuos.
Ello ha llevado, entre otras cosas, a plasmar máximas, normas de convivencia, para finalmente crear un complejo aparato legislativo que le da encuadre legal a este cuerpo normativo, el que a veces se ha sobredimensionado hasta convertirse en una parafernalia, llegando al extremo de dictarse leyes contrapuestas sobre un mismo tema.
Todo esto en aras de poner de relieve y el acento en el recto accionar de los integrantes de una sociedad, la que previamente ha formado un consenso en el proceder que luego encuadra en la preceptiva legal.
Aquí es donde debe remarcarse el porqué del nacimiento de estos cuerpos legislativos, ya que cuanto ello dispone, ha sido previamente acordado como norma expresada verbalmente, donde se ha dicho el cómo, el cuándo y la conveniencia de ejecutar o dejar de ejecutar tal o cual acción. Es decir, se ha predicado sobre el recto decir, hacer y accionar, logrando con esta prédica el consenso necesario para la normal convivencia de los seres humanos.
Se advierte que hay todo un dilema y ha sido motivo de controversias tratar de establecer si primero fue la norma, en este caso la ley, o si ésta tuvo origen en las acciones consensuadas de los integrantes de una comunidad.
Ha sido quizás la prédica la mejor herramienta para conseguir ese consenso que transforma la norma en cumplimiento al principio por los usos y costumbres, y luego por la obligatoriedad que impone el establecimiento de sus postulados escritos y aprobados por la comunidad, para ser aplicados sobre la conducta de sus integrantes.
Hasta aquí, idealmente, la correspondencia de la prédica con lo estatuido por las normas de surgimiento consensuado y cumplimiento obligatorio sobre los temas de convivencia.
Pero existen en las acciones de los seres humanos una serie de constantes que tienen directa relación con la conducta observada por los mismos dentro de la sociedad que los contiene, que determinan modalidades encuadradas por sus normas de convivencia, y que escapan de la normativa escrita, pero constituyen pilares fundamentales para el desarrollo armónico de las relaciones, y también han surgido de la prédica, como son los códigos de honor, la probidad, la tolerancia, la caridad, y en definitiva todas aquellas que se conocen como virtudes, en contraposición con las agrupadas bajo la denominación de vicios o defectos.
Cuando existe correspondencia entre la prédica y la resultante de los hechos y acciones, se dice que estamos ante un individuo cuya integridad moral no admite reproche alguno, y esto, entiéndase bien, es y ha sido lo normal y esperable de la humanidad en el correr de los tiempos, y todo aquello que escapaba a esta regla, podía catalogarse como estados de excepción.
Sin embargo no puede soslayarse la naturaleza humana, que posibilita defecciones aún en contra de lo establecido como correcto, veraz y aceptable.
Es allí donde se rompe el equilibrio entre lo que se predica y lo que efectivamente se hace o dice.
Podemos tomar a modo de ejemplo la prédica constante sobre la tolerancia, y por otro lado no escapa a nuestra visión la permanente discriminación hacia las personas, por su condición étnica, por sus minusvalías físicas, por su forma de pensar, o dicho más claramente, por sus ideas, que ha llevado a genocidios en innumerables etapas de la historia, y a veces sin llegar a tales extremos, a sojuzgamientos, a expulsiones de las comunidades que les eran propias a los damnificados, y una interminable serie de situaciones que han configurado la falta de correspondencia con lo que se dice y lo que se hace.
Si bien se ha hecho un análisis de posibilidades que tiene puntos de coincidencia y discrepancia sobre las resultantes de estas diferentes formas de entender la correspondencia ente prédica y conductas humanas, surge aquí un punto de inflexión que constituye el límite entre lo que sana e ingenuamente pueda discrepar con esta correspondencia, y lo que no admite estos adjetivos de candidez para ser catalogado como conductas perniciosas y carentes de sustento moral.
Si pusiéramos como premisa que el hombre es bueno por naturaleza y malo por conveniencia, podríamos entender más fácilmente esta disociación.
Aquí es donde se pone de manifiesto la parte negativa del individuo, donde los caminos comienzan a transformarse en atajos, y la verdad comienza a matizarse con tonos de conveniencia.
Sin ir más lejos, ante el llamado que escuchamos a las puertas de nuestras instituciones, nos ponemos inmediatamente en guardia, porque no sea que quien pretende ingresar, no piense como nosotros, tenga ideas que no están en sintonía con nuestro modo de pensar, y pudiera ser que su ingreso provoque un remezón que haga tambalear nuestra cómoda forma de manejarnos. Es decir, que tememos ser permeables a ideas contrapuestas con la normativa de nuestro sistema, y olvidamos todos los preceptos de tolerancia que hemos predicado a lo largo de nuestro quehacer societario, para aferrarnos a la estructura que gobierna el sistema en el que desarrollamos las actividades, impidiendo crecer cuando quien se nos ha acercado nos hace partícipes de otros puntos de vista que el anquilosamiento no nos permite vislumbrar.
Aquello que parecía tan distante cuando comenzamos a delinear la falta de correspondencia con lo que se predica y lo que efectiva y realmente se ejecuta, vemos que no está precisamente tan distante, aunque no nos demos cuenta y nos cueste aceptar que hay otras formas de percibir las realidades y de juzgar y analizar los actos de la historia de la humanidad, cualesquiera sean los parámetros con que se midan estos actos.
Encapsulados, podríamos llamarnos, cuando nos resistimos a la apertura en el juego de las ideas, por los mismos temores que en muchas oportunidades no les encontramos explicación, pero que tienen su razón de ser cuando las nuevas ideas, formas diferentes de percepción, nos obligan a replantearnos las conductas que tenemos en nuestro diario hacer, y ponen de manifiesto lo endeble de las razones con que se han sostenido los principios que hemos aceptado y pretendemos que sean también aceptados por los demás individuos que integran el grupo social que nos comprende.
A veces un hecho fortuito, una palabra escuchada en el momento menos pensado, pueden hacernos meditar sobre el verdadero sentido de la vida que no siempre hemos sabido encontrar, y nos pone en la meditación obligada para comprobar si las verdades que hemos aceptado en principio, tienen la solidez y el consenso necesarios para considerarse verdades tales que por su propia naturaleza constituyan el verdadero sentido de nuestra existencia.
Remarcamos que solamente el poner en práctica lo que predicamos, podrá consolidar conductas solidarias, tolerantes, caritativas, y, en definitiva, acordes con los valores que decimos defender para conseguir una sociedad más justa, más humana, con integrantes que entiendan definitivamente que justamente en eso se encuentran los valores que, quizás por error o ignorancia, buscamos en los estratos sociales teñidos de elitismo.
Si así no lo hiciéramos, estaríamos insertados en una estructura social de contenido dudoso cuando se refiere a la solidez espiritual que ansiamos, debemos buscar y es, en definitiva el rumbo de nuestro paso por este valle de lágrimas, como muy bien ha sido definido por algunos credos que direccionan su prédica para la construcción de un mundo mejor. Todo lo que escape a estas premisas, aunque suene áspero, no vacilaríamos en llamar posturas hipócritas, las que no siempre se evalúan con la correcta dimensión de la insanidad de su práctica.
Pocas dudas quedan que si los hombres en general, tanto en su diario accionar y más aún si les cabe la responsabilidad de la conducción de un grupo social de cualquier dimensión, pudiéramos entender el valor de esta correspondencia, del ajuste entre lo que se predica y lo que finalmente se hace, muchos males de la humanidad habrían desaparecido o no se habrían producido, lo que nos da pie para pregonar por el recupero de la confianza en la palabra y lo que ella promete.
Queremos un mundo mejor. ¿Estaremos todos dispuestos a cambiar estos hábitos que surgen como producto de la conveniencia, pero están disociados de la verdadera senda que debe transitar la humanidad si quiere acercarse a la elevación espiritual para la que está destinada?

©JERÓNIMO CASTILLO, poeta y escritor puntano
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINO

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