Imagen de: El rojo y el negro
EN BÚSQUEDA DE LA PAZ
Escribiré
aquí algunos furtivos conceptos sobre el tema, conceptos que no pretendo se
conviertan en “verdades absolutas” sino que deseo puedan contribuir a
clarificar, en teoría, un poco más el sentido de este arcano tan difícil de
comprender. El lector percibirá que, este breve aporte, sólo viene a expresar
algunos meros puntos de vista.
Desde el comienzo de su existencia, el hombre,
viene hablando de la paz pero, aún, desde que tiene noción de su existencia y
en los albores del tercer milenio de la era en que vivimos, no ha conseguido
doblegar con su “racionalidad” al dragón de la beligerancia; del odio; del
rencor; de la incomprensión; de la imposición de creencias; del hambre, de la
conquista…
Sinceramente, no he hallado en ningún texto religioso, ni filosófico, fuere el
que fuere: la total ausencia del encono, la traición y el conflicto, como
tampoco he encontrado la deserción del “Poder”.
De manera que, creo que la paz, vendría
a ser una triste utopía de la humanidad. Y el ser humano, casi siempre,
presiona donde no le duele (Ya lo decía Gracián,
el célebre filósofo y escritor español allá, por el año 1650.
¡Paremos de
buscar la paz donde no sabemos que está!
Nuestro
transcurrir en este sistema se rige por la ley incuestionablemente universal de
la dualidad absoluta: la ley de los
opuestos: blanco-negro; frío-calor; malo-bueno, guerra-paz,
etc., etc. Un principio del griego Heráclito dice: “Aquello que llega a su límite se convertirá automáticamente en su
opuesto”. Bajo este concepto, cabe preguntarse: ¿la guerra, es un opuesto
necesario para que ocurra la paz?
El dilema
que nos ocupa es incuestionable e ineludible y el hombre-ego, colabora en el mismo por designio natural.
Se dice
que: La paz es la tranquilidad que
procede del orden y de la unidad de voluntades; la serenidad existente donde no
hay conflicto. ¿Es esto cierto? Aquel que reflexione sobre este axioma,
verá como el orden y el conflicto van de la mano del poder, sea del que fuere:
Político; eclesiástico; castrense; legislativo; de la riqueza; de la ambición;
de la xenofobia, del constante tropismo consumista y necesario para la
conservación de las especies, etc., etc.
¿Tiene paz
el pequeño pez frente al fatalismo que lo convierte inevitablemente en alimento
del más grande? Si estaríamos convencidos de que el pez piensa, diríamos
entonces: que simplemente se somete al destino. ¿Cómo podemos aceptar entonces
que el hombre pensante y racional no pueda ser el artífice de su propio su
destino?
¿Habrá paz
en la escasez de la mesa de un pobre? ¿Habrá paz en la almohada del rico, donde
moran los miedos de perder su fortuna? ¿Tiene paz el hombre? ¿Qué es paz?
¿Cabe
indagarse, a la sazón: por qué el hombre no tiene paz? ¡Hagámoslo!
Juan Pablo
II, en su actitud de pensador modernista dijo que: “Paz, es hacer todo lo posible para superar la lógica de la estricta
justicia para abrirse también a la del perdón. De hecho, (afirmó) ¡No hay paz sin perdón!”
Esta magnífica definición nos deja un
colofón: Mientras el hombre no se indague ni se perdone, será infructuosa su búsqueda de Paz.
Cuando
el hombre deje de auto flagelarse dibujando las blancas palomas que portan
olivos de paz; deje de rasgarse las vestiduras proclamando mensajes que
predican la paz y se dedique a construirla en lugar de vitorearla, seguramente
hallará la panacea que acabe con la utopía que persigue.
Los hombres, para hablar de paz
debemos de huir de los templos de la soberbia, de los egos y las vanidades,
debemos dejar en el camino los odios, los rencores y las envidias, principales
cualidades que nos convierten en dañinos, perversos, violentos y belicistas:
Somos corruptos y endiosamos la ambición.
Este ser
humano que representamos porta en sus genes el virus incurable de la hipocresía
pero, por sobre todas las cosas, algo supimos acomodar a nuestro favor: la
habilidad de ocultamos en las sombras de la ignorancia.
El hombre no se indaga, no comprende que la especie que ostenta es aún más
pequeña que un quark-todo;
que un Nano (T); que un Amstrong; que un
Pico (P); que un Fempto (F); que un Ato (a); que un Zepto (z); o un Yocto
(y)*; contenidos en El todo total de los
totales. Quizás, alguna vez, cuando entienda su tremenda pequeñez y tenga
consciencia de su finitud temporal, ya no hablará de paz, porque entonces, nada
existirá para turbar su pávida inquietud.
Por lo tanto: ¡A la paz hay que
construirla en lugar de proclamarla!, de lo contrario, siempre seremos como la
analogía del arquitecto que muere después de finalizar sus planos, sin saber
que, todavía, no se han fabricado los ladrillos y el mortero.
El que habla de paz sin ninguna culpa, “que arroje la primera piedra”.
*Fuente
de información científica
©NORBERTO PANNONE, poeta y
escritor argentino
No hay comentarios:
Publicar un comentario