Imagen de: ViajarOmorir.com
AQUEL HOMBRE, AQUELLA
MUJER...
A los que intentan y no
pueden amar…
I
- Aquella figura, olvidada durante tanto tiempo, me ahora salía al paso, venía
en mi ayuda, me ofrecía un punto de apoyo; tanto para ella como para mí. Como
en un cerrar y abrir de ojos después de su larga ausencia.
Le rogué, casi temblando por la emoción -al
recordar nuestras noches de café literario, de vino, chanzas y amores mal habidos-:
“Quédate en el surco de la ternura...
Y
nunca más vuelvas a alejarte. Déjame mirarte como aquella última vez cuando el
buquebús partió hacia el Uruguay y te perdí de vista junto a la bruma del Río
de la Plata. Mira que, no lo dudo ya: estamos tan solos con nuestra propia vida
entre las manos...”.
Hubo esperanza en mi ruego. “Vi también sus ojos que, efectivamente, no
dejaban de mirarme, llenos de promesas”.
“Finalmente,
¿lo habré conseguido?”, pregunté a la luna, anhelante y alelado, como
tratando de colocar los pies en las huellas invisibles que dejaban los suyos.
Claro, porque por un instante dudé y creí
que todo no sería más que vana ilusión. Fue cuando prendió el cigarrillo que
extrajo con aquellos dedos finos que me habían hecho sufrir el dolor de su
aguijón de mujer herida por los celos y la desconfianza en mis caricias
trasnochadas ya por muchos desencantos, pero también gozar del arrebato furioso
de sus arrullos de amante, mientras el silencio, ese agujero negro que no
cesaba de crecer y devorar palabras, nos ahuecaba en un perfecto nido de jadeos
compartidos...
II
- “Pero, ¿y si él no era más que una
brizna de polen arrastrada por el viento?”, pensó ella volteando la cabeza y arrojando a la oscuridad de la noche
portuaria su inútil dosis de cigarrillo no fumado.
Un
buque bramó cercano a su lamento nocturno, y, la luna, tembló en lo alto.
Su mágico influjo no bastaría para
convencerla de que alguien como él -cuando lo que en realidad destacaba era su
mediocridad de hombre solo y egocéntrico-, podría volver a amarla con
sinceridad… Incapaz de superar la prueba del arrojo y de la fortaleza como
supremas cualidades para la valoración de una situación extrema...
“¿Entonces,
qué hago de nuevo acá –se planteó-, en esta Buenos Aires fría y desolada a
pesar de su arrogante multitud de alturas olímpicas pero sin el olor a canela
ni a fragancia a sándalo o a dulce de vainilla, como las que respiro a diario
en mi silvestre pueblo de líquenes y sueños, de ríos charrúas y entrerrianos,
trasegados por barcas turbulentas de naranjas...? ¿Buenos Aires, con sus vidas
eléctricas y punzantes, pero arrumbada yo como un mendigo en el pecho de un
hombre al que todo dolor le llega sin asombro?”·.
“Mas no puedo
volver a partir, y que todo sea como un
deja vu para mi vida. Si debo quedarme
con él, es el momento. No habrá retorno. Pero si vuelvo a partir, debo
encontrar la manera de hacerlo con dignidad. Con dignidad para él y para mí, de
suerte que la decisión que adopte no dependa del miedo a una nueva traición, ni
tampoco demasiado de esos testigos fisgones y borrachos que asoman,
desafiantes, tras los lúgubres contenedores de acero del puerto, apilados como
muertos innominados en la fosa de una noche que me abraza, ahora, con sus
presagios ominosos... Aterrada locamente yo, estremecida por sus bocas
desdentadas y sus barbas raídas por la intemperie del tiempo y la mezquindad
del mundo...”.
“Porque le va a doler... Sí, y ya no quiero
que me haga y hacerme más daño”.
Entonces, con aquellos dedos de aguijones y
caricias, hurgó con valentía y destreza su bolso de viajera, extrajo la pistola
y, sin hesitar, le explotó un disparo en el centro del pecho asombrado de dolor
por vez primera, abriéndole una rosa de sangre mutilada que, esa noche, de
absurdo reencuentro, festejaría como propia...
Mientras la luna, agraviada y olvidada como
supremo testigo del despecho consumado, veló el rostro y apagó su magia
incomprendida.-
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÌFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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