ACUARELAS
PORTEÑAS
RÉQUIEM PARA EL TELÉFONO DE
CASA
Señalan
los expertos -y doy fe que es absolutamente cierto- que quienes pertenecen a mi
grupo etario (ya he cumplido 73 años cronológicos) hemos vivido más cambios que
toda la Humanidad desde que dejamos las cuevas y las cavernas. Y es bien
cierto. El ejemplo del teléfono me sirve para demostrarlo.
Durante
mi infancia, en la casa de mis padres, estaba el teléfono. Un aparato negro,
que llevaba adosado un cable que conectaba a otro que serpenteaba entre los
árboles de la calle. ¡No cualquiera podía tener un aparato de estos en su
residencia! Tanto es así, que había vecinos que -conociendo que contábamos con
ello- venían a pedir usarlo.
De
mi adolescencia recuerdo que las propiedades variaban de precio según tuvieran
o no teléfono. Teniéndolo, el precio aumentaba en varios miles de dólares.
Alguien podrá suponer que estoy exagerando. Pero no es así. Realmente contar
con el aparato daba un valor agregado para la venta. Y eso es así porque, por
más que uno lo pidiera a la única empresa (que era estatal) que le instalaran
el teléfono, tal solicitud muy rara vez -y sólo después de mucho tiempo- era
concretada.
El teléfono resultaba algo que había que cuidar. Recuerdo que en mi hogar se tenía en un lugar de no fácil acceso. De manera que a los niños ni se nos ocurriera intentar jugar con tan valioso instrumento.
COSA DE RICOS
Hacer
lo que se denominaba “llamada de larga distancia” era algo “para los ricos”,
afirmaban nuestros mayores. Y tenían razón. No estoy refiriéndome a buscar
comunicarse desde la Argentina con Europa o los Estados Unidos ni a la Unión
Soviética.
“Llamada
de larga distancia” también era una comunicación desde la Ciudad de Buenos
Aires a Mar del Plata. “Pero si eso es aquí cerquita, apenas 400 kilómetros”,
me dirá el lector joven, sorprendido. ¡Pues no! El trámite tampoco era
inmediato. Había que marcar el 0 (operadora) quien le indicaría cuánto habría
de demorar en hacerse la comunicación. Lo usual, para una llamada de
Buenos Aires a Mar del Plata… ¡eran unas cuatro horas!
De
manera tal que había que permanecer cerca del aparato no fuera a ser que sonara
la campanilla y no estando alguien cerca se perdiera la ocasión. Entonces, de
nueva a llamar a la operadora de larga distancia y otras cuatro horas de
espera…
El
precio también era muy elevado. Por ejemplo, si se estaba en San Salvador de
Jujuy, era mejor enviar un telegrama a Buenos Aires que querer hablar por
teléfono. La diferencia de precios era sideral.
Al
menos, las llamadas locales no tenían costo, estaban incluidas en el abono
mensual. Interesante esto también. La mensualidad no se pagaba en bancos, ni
nada de eso. Una persona pasaba, tocaba el timbre… era el cobrador. Entregaba
una papeleta y a él se le abonaba en efectivo. Con el tiempo, esta persona
empezó a ser acompañada por un agente de policía. Para evitar los robos que
habían comenzado a hacerse frecuentes. Lo mismo sucedía con el cobrador de la
electricidad y de Obras Sanitarias de la Nación.
Todo
esto no ocurrió -vuelvo a recordar- hace un siglo… 50 años atrás acontecía.
Las cosas volvieron a modificarse más recientemente. Ahora todas las llamadas había que pagarlas según el tiempo de uso. Aunque fueran locales. Hubo que cuidarse más del tiempo de extensión de cada comunicación. Pues uno se arriesgaba a que llegaran facturas abultadas. Pero ya se pagaban en los bancos.
LOS INALAMBRICOS
Pasaron
unos años y aparecieron los primeros teléfonos inalámbricos. De cierto tamaño,
es verdad, pero ya se podía andar por las calles comunicados. Y de allí a los
actuales celulares el lapso fue breve. Hoy puedo hacer una videollamada por
WhatsApp desde Buenos Aires a Madrid, de una hora de duración… ¡y no pago ni un
peso más por ello!
Hace
un mes di de baja al teléfono de línea que aún estaba en casa. Resultaba
totalmente inútil habida cuenta del pequeño y útil aparato que suelo llevar en
un bolsillo de mi saco. Fue el réquiem para el teléfono de casa.
Todo
aconteció durante una parte de mi vida. Gran verdad que somos quienes estamos
transitando -en una existencia- más modificaciones tecnológicas que en toda la
Historia de la Humanidad.
Claro
que todo hace pensar que la cosa no terminará aquí. Los actuales popes de las
comunicaciones ya adelantaron que están trabajando en modelos tales que serán
chips implantados en el cerebro, a través de actos quirúrgicos mínimos, y que
podremos hablar con quien se quiera en el mundo así como también vincularnos
con nuestras computadoras. Pienso lo que necesito, el chip actúa y con eso
alcanza. Suena a ciencia ficción. Es cierto. Como también les pareció a mis
padres cuando se informaron de que las empresas estaban probando los primeros
teléfonos inalámbricos que cualquiera podría llevar a donde fuera.
La
imaginación humana no se detiene. Nuestra creatividad tampoco. Y como ya hace
tiempo dijo un filósofo: “Todo lo que el humano imagine habrá de
convertirse en realidad en algún momento.”
ANTONIO LAS HERAS – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA
Doctor en Psicología Social, magíster en
Psicoanálisis, filósofo y escritor. Dirige uno de los institutos de la Sociedad
Científica Argentina. Su más reciente libro es `Atrévete a vivir en plenitud'.
Web: www.antoniolasheras.com.
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