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sábado, 16 de agosto de 2025

RAFAEL DE LEÓN, POETA Y MAESTRO DE LA GENERACIÓN DEL 27 - Roberto Alifano - Buenos Aires, Argentina

 




RAFAEL DE LEÓN, POETA Y MAESTRO DE LA GENERACIÓN DEL 27

 

 


Ojos verdes, verdes, verdes como el trigo verde
y el verde, verde limón.
Ojos verdes, verdes, con brillo de faca,
que están clavaítos en mi corazón.
Pa mí ya no hay soles, luceros ni luna,
no hay más que unos ojos que mi vía son…

                                                           R. de L.

El melancólicamente alegre Miguel de Molina, famoso en España como “El Faraón de la copla”, fue un artista que alcanzó en los años treinta una gran popularidad y luego, como buen comprometido con los republicanos, debió huir de la dictadura de Franco para vivir su tristeza de exiliado en Buenos Aires. Dicharachero, siempre amable y predispuesto, hacia mediados de los años ’70, nos ayudó a organizar unas jornadas sobre el cante jondo en la Sociedad de Distribuidores de Diarios y Revistas, y fue él quien me recomendó que cuando yo pasara por Madrid no dejara de conocer al poeta Rafael de León. “¡Hombre -me entusiasmó don Miguel-, que no te vas a arrepentir, Rafael es el continuador de Federico García Lorca y el autor de muchas de las canciones que yo e cantao, como Ojos verdes y A la lima y al limón!”.

Don Rafael vivía en Majadahonda y no me fue difícil dar con él que era una de las personas más queridas y admiradas de Madrid. Tenía razón Miguel, conocerlo fue toda una experiencia. Era famoso, pero accesible y amigable, tan contagiosamente alegre y comunicativo que al estrechar su mano parecía que uno lo conocía de toda la vida. Descendía de una familia noble de Andalucía y su nombre completo era Rafael de León y Arias de Saavedra, primogénito de los diez hijos de los Condes de Gómara: don José María de León y Manjón, marqués del Valle de la Reina, y doña María Justa Arias de Saavedra y Pérez de Vargas, marquesa de Moscoso y Condesa de Gómara. Siendo, además, una casa de notable tradición cultural, pues su abuela, de formación humanística, ya hablaba inglés a los 12 años, y su tía-abuela, Doña Regla Manjón y Mergelina, ilustre Condesa de Lebrija, fue la primera académica de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría y gran defensora del patrimonio artístico e histórico de la ciudad de Sevilla. Todos estos ilustres antepasados hicieron que Rafael pasara muchas horas leyendo en la espléndida biblioteca de doña Regla y luego dedicara un poema a la casa-palacio de Lebrija, donde ella residía y él ayudó en la restauración.

A poco de cumplir los veinte años, Rafael (o Rafaelillo, como lo llamaban sus amigos) abandonó las comodidades de Sevilla para viajar a Madrid con lo puesto, excusándose ante sus padres por ausentarse para rendir unas oposiciones que, en verdad no era más que su decisión para incorporarse a la vida bohemia, donde se colaba de pianista en un café cantante para pasar la gorra y sobrevivir con libertad, ganando unas escasas pesetas cada noche. Federico García Lorca, haciendo los recitados lo secundaba. Allí, mientras tocaba una hermosa y nostálgica canción que él había escrito y musicalizado, le escuchó casualmente, el célebre Manuel López Quiroga, que ya comenzaba a triunfar en Madrid. El maestro Quiroga vio en el poeta pianista un talento natural y le animó para colaborar con él. Rafael ya lo había hecho escribiendo sus primeras canciones para García Padilla (a la sazón el padre de Carmen Sevilla). Con esos dos padrinos, no demoró en cobrar popularidad.

Con el maestro Quiroga, Rafael alcanzará en 1933 un gran éxito, al estrenar aquellas canciones popularmente conocidas como “Las Tres Marías”, el pasodoble; “¡Ay, Maricruz!”, y las zambras “María de la O” y “María Magdalena”. Buen precursor de cosas lindas y muy inquieto, tampoco demoraron en fundar con el maestro Quiroga la Academia de Madrid y luego, en Barcelona, la Academia de Arte, donde empezó a popularizar su poesía y encontrar un sitio para vivir allí, sin tener en cuenta que la Guerra Civil estallaría muy pronto de estallar tomándolo por sorpresa en la Ciudad Condal, donde había conocido al poeta mozuereño Xandro Valerio, con él que había colaborado en canciones como “Dolores”, “La Petenera” y “La Parrala”, inmortalizadas después en obras teatrales y en películas de Almodóvar, algunas con el mismo título, protagonizadas por la actriz y cantante malagueña Maruja Tomás y la entonces jovencísima Conchita Piquer, que venía de las variedades madrileñas acuñadas por el “Tango de Tatuaje”.

Fue así que merecidamente el triunfo y el clamor popular empezaron rodear al virtuoso poeta; pero, un sevillano conocido y envidioso, del que nunca quiso revelar su nombre. “De los que nunca faltan, hijo -como recordaba con tristeza Rafael- me denunció y dio mi nombre acusándome de monárquico, liberal, capitalista y noble, hijo del marqués del Valle de la Reina, yendo a dar yo con mis huesos a la cárcel, donde estuve preso desde 1936 a 1939. ¡Años durísimos niño, para qué te cuento…!”.  Durante ese tiempo en prisión, el poeta vivió ansioso por leer, pues allí no había libros, hasta que un día, otro recluso puso uno en sus manos que, por desgracia era de cocina. “¡Terrible contraste, como tú imaginarás! -empezó a reír con ganas-. Pero nada viene mal. Sobre todo por el hambre que se pasaba en prisión y aquel manual era un consuelo…”.  Sin embargo, lo leyó completo y cuando iba a visitarle Xandro Valerio, le pidió que le llevara botellas de leche condensada, junto con pliegos de romances y canciones, que él condimentaba con versos propios y notas musicales. “Fueron, como tú imaginarás, mis reconfortantes tiempos de cocinero de palabras y melodías” -bromeaba don Rafa, haciendo un gesto de dulzura con su mano-. “Por esa época escribí sonetos, imaginando una libertad que se me negaba”. Y entre alegre y nostálgico como un susurro recita con elocuente alegría:

Me tropecé contigo en primavera,
una tarde de sol, delgada y fina,
y fuiste en mi espalda enredadera,
y en mi cintura, lazo y serpentina.

Me diste la blandura de tu cera,
y yo te di la sal de mi salina.
Y navegamos juntos, sin bandera,
por el mar de la rosa y de la espina.

Y después, a morir, a ser dos ríos
sin adelfas, oscuros y vacíos,
para la boca torpe de la gente....

Y por detrás, dos lunas, dos espadas,
dos cinturas, dos bocas enlazadas
y dos arcos de amor de un mismo puente.

Como ya he señalado, el enorme Rafael de León perteneció a “la Generación del 27”, desde los 18 años hasta su muerte, siendo fiel al mensaje lírico andaluz de su maestro Federico, dándole a sus versos una bravura muy suya y una personal musicalidad. El duende que tiene Andalucía en sus coplas es único y contagioso. Pero Rafael no fue un imitador de García Lorca, sino su seguidor y el más fiel captador de su espíritu lírico y sensual. Su poesía, aunque de filiación lorquiana, se salva por una nota de probada autenticidad, por su conocimiento y por su particular inspiración.

De su amistad con Lorca, han quedado testimonios directos; principalmente los del mismo Federico y de comunes amigos como Sebastián Gasch, que durante el paso de Federico por Barcelona, en 1935, para el estreno de Doña Rosita la Soltera, recuerda que cuando fue a saludarle en el camerino de Margarita Xirgu. Federico daba nerviosas y precipitadas instrucciones a su íntimo amigo Rafael de León, quien al día siguiente había de ponerse en camino para regresar a con él a Granada. Sin duda a Lorca le debe Rafael, aparte de su lealtad, su pasión por la Poesía y el Teatro, que ya llevaba él en su pecho desde niño… Y, sobre todo, la honda admiración y la profunda amistad, sólo truncadas una triste madrugada de agosto de 1936, con la muerte del querido Federico.

En 1940, se crea el más universal de los tríos de la Canción Folklórica, de la Canción Andaluza, el famosísimo “Quintero, León y Quiroga”, que afianzándose su enorme popularidad dos años después, con el soberbio espectáculo “Ropa tendida”, ambientado en el Madrid popular del siglo XX. Se marca entonces el punto de partida de la Canción Folkiórica Andaluza y el primer espectáculo de este género.

Como fanático de la música española, me atrevo a decir que sin el poeta Rafael de León, el dramaturgo Antonio Quintero y el entonado maestro Quiroga, no hubiese existido la Canción Folklórica Andaluza. Ellos la crearon, la dignificaron, la sublimaron, amparándose en la copla flamenca y en la honda tradición lírica andaluza y dándole esa mágica alma de nardo, herencia del árabe español, que repica en la preciosa y contagiosa melodía música del genial maestro Quiroga.

Cabe agregar que también contribuyó muchísimo el cine de la época, para el que el famoso trío compuso abundantes canciones; valgan las películas de Conchita Piquer, Juanita Reina, Lola Flores, Antoñita Moreno, Carmen Sevilla, Paquita Rico, Rocío Jurado, Manolo Caracol, Manolo Escobar, Luis Buñuel, Pedro Almodóvar y Carlos Saura, entre otros, así como en los más prestigiosos espectáculos que triunfaron en los mejores Teatros de España, del que quien escribe, fue fanático concurrente y admirador.

Llegados ya los años sesenta, nuestro Rafael de León hizo también diversos espectáculos para Los Vieneses, con música de Augusto Algueró, así como para La Scala de Barcelona, y se consagró definitivamente en el ámbito popular con la canción melódica y ligera, componiendo temas cantados por Charles Aznavour, y Salvatore Adamo, Rocío Durcal y Nino Bravo. En 1961 fue premiado con el disco de oro en el “Festival de Benidorm” por su poema “Te quiero, te quiero”, un éxito cantado por su compatriota Raphael.

También participó como autor en la creación de numerosas canciones sevillanas con Manuel Pareja-Obregón y Manuel Quiroga Clavero, así como con la muy conocida Salve Rociera.

El poeta Rafael de León y Arias de Saavedra nació el 6 de febrero de 1908 en el número 14 de la calle San Pedro Mártir, en Sevilla y murió en Madrid el 9 de diciembre de 1982. Cuando estoy en esa ciudad siempre me hago un tiempo para llevarle un ramo de rosas blancas a su tumba, en el cementerio de La Almudena.  


ROBERTO ALIFANOBuenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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