RAFAEL DE LEÓN, POETA Y MAESTRO DE LA GENERACIÓN
DEL 27
Ojos
verdes, verdes, verdes como el trigo verde
y el verde, verde limón.
Ojos verdes, verdes, con brillo de faca,
que están clavaítos en mi corazón.
Pa mí ya no hay soles, luceros ni luna,
no hay más que unos ojos que mi vía son…
R.
de L.
El melancólicamente alegre Miguel de Molina, famoso
en España como “El Faraón de la copla”, fue un artista que alcanzó en los años
treinta una gran popularidad y luego, como buen comprometido con los
republicanos, debió huir de la dictadura de Franco para vivir su tristeza de exiliado
en Buenos Aires. Dicharachero, siempre amable y predispuesto, hacia mediados de
los años ’70, nos ayudó a organizar unas jornadas sobre el cante jondo en la
Sociedad de Distribuidores de Diarios y Revistas, y fue él quien me recomendó
que cuando yo pasara por Madrid no dejara de conocer al poeta Rafael de León.
“¡Hombre -me entusiasmó don Miguel-, que no te vas a arrepentir, Rafael es el
continuador de Federico García Lorca y el autor de muchas de las canciones que
yo e cantao, como Ojos verdes y A la lima y al limón!”.
Don Rafael vivía en Majadahonda y no me fue
difícil dar con él que era una de las personas más queridas y admiradas de
Madrid. Tenía razón Miguel, conocerlo fue toda una experiencia. Era famoso,
pero accesible y amigable, tan contagiosamente alegre y comunicativo que al
estrechar su mano parecía que uno lo conocía de toda la vida. Descendía de una
familia noble de Andalucía y su nombre completo era Rafael de León y Arias de
Saavedra, primogénito de los diez hijos de los Condes de Gómara: don José María
de León y Manjón, marqués del Valle de la Reina, y doña María Justa Arias de
Saavedra y Pérez de Vargas, marquesa de Moscoso y Condesa de Gómara. Siendo,
además, una casa de notable tradición cultural, pues su abuela, de formación
humanística, ya hablaba inglés a los 12 años, y su tía-abuela, Doña Regla
Manjón y Mergelina, ilustre Condesa de Lebrija, fue la primera académica de
Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría y gran defensora del patrimonio
artístico e histórico de la ciudad de Sevilla. Todos estos ilustres antepasados
hicieron que Rafael pasara muchas horas leyendo en la espléndida biblioteca de
doña Regla y luego dedicara un poema a la casa-palacio de Lebrija, donde ella
residía y él ayudó en la restauración.
A poco de cumplir los veinte años, Rafael (o
Rafaelillo, como lo llamaban sus amigos) abandonó las comodidades de Sevilla
para viajar a Madrid con lo puesto, excusándose ante sus padres por ausentarse para
rendir unas oposiciones que, en verdad no era más que su decisión para
incorporarse a la vida bohemia, donde se colaba de pianista en un café cantante
para pasar la gorra y sobrevivir con libertad, ganando unas escasas pesetas
cada noche. Federico García Lorca, haciendo los recitados lo secundaba. Allí,
mientras tocaba una hermosa y nostálgica canción que él había escrito y
musicalizado, le escuchó casualmente, el célebre Manuel López Quiroga, que ya
comenzaba a triunfar en Madrid. El maestro Quiroga vio en el poeta pianista un talento
natural y le animó para colaborar con él. Rafael ya lo había hecho escribiendo
sus primeras canciones para García Padilla (a la sazón el padre de Carmen
Sevilla). Con esos dos padrinos, no demoró en cobrar popularidad.
Con el maestro Quiroga, Rafael alcanzará en 1933
un gran éxito, al estrenar aquellas canciones popularmente conocidas como “Las
Tres Marías”, el pasodoble; “¡Ay, Maricruz!”, y las zambras “María de la O” y
“María Magdalena”. Buen precursor de cosas lindas y muy inquieto, tampoco demoraron
en fundar con el maestro Quiroga la Academia de Madrid y luego, en
Barcelona, la Academia de Arte, donde empezó a popularizar su poesía y encontrar
un sitio para vivir allí, sin tener en cuenta que la Guerra Civil estallaría
muy pronto de estallar tomándolo por sorpresa en la Ciudad Condal, donde había
conocido al poeta mozuereño Xandro Valerio, con él que había colaborado en
canciones como “Dolores”, “La Petenera” y “La Parrala”, inmortalizadas después
en obras teatrales y en películas de Almodóvar, algunas con el mismo título,
protagonizadas por la actriz y cantante malagueña Maruja Tomás y la entonces
jovencísima Conchita Piquer, que venía de las variedades madrileñas acuñadas
por el “Tango de Tatuaje”.
Fue así que merecidamente el triunfo y el clamor
popular empezaron rodear al virtuoso poeta; pero, un sevillano conocido y
envidioso, del que nunca quiso revelar su nombre. “De los que nunca faltan,
hijo -como recordaba con tristeza Rafael- me denunció y dio mi nombre
acusándome de monárquico, liberal, capitalista y noble, hijo del marqués del
Valle de la Reina, yendo a dar yo con mis huesos a la cárcel, donde estuve
preso desde 1936 a 1939. ¡Años durísimos niño, para qué te cuento…!”. Durante ese tiempo en prisión, el poeta vivió
ansioso por leer, pues allí no había libros, hasta que un día, otro recluso puso
uno en sus manos que, por desgracia era de cocina. “¡Terrible contraste,
como tú imaginarás! -empezó a reír con ganas-. Pero nada viene mal.
Sobre todo por el hambre que se pasaba en prisión y aquel manual era un
consuelo…”. Sin embargo, lo leyó
completo y cuando iba a visitarle Xandro Valerio, le pidió que le llevara botellas
de leche condensada, junto con pliegos de romances y canciones, que él condimentaba
con versos propios y notas musicales. “Fueron, como tú imaginarás, mis
reconfortantes tiempos de cocinero de palabras y melodías” -bromeaba don
Rafa, haciendo un gesto de dulzura con su mano-. “Por esa época escribí sonetos,
imaginando una libertad que se me negaba”. Y entre alegre y nostálgico como
un susurro recita con elocuente alegría:
Me
tropecé contigo en primavera,
una tarde de sol, delgada y fina,
y fuiste en mi espalda enredadera,
y en mi cintura, lazo y serpentina.
Me
diste la blandura de tu cera,
y yo te di la sal de mi salina.
Y navegamos juntos, sin bandera,
por el mar de la rosa y de la espina.
Y
después, a morir, a ser dos ríos
sin adelfas, oscuros y vacíos,
para la boca torpe de la gente....
Y
por detrás, dos lunas, dos espadas,
dos cinturas, dos bocas enlazadas
y dos arcos de amor de un mismo puente.
Como ya he señalado, el enorme Rafael de León
perteneció a “la Generación del 27”, desde los 18 años hasta su muerte, siendo
fiel al mensaje lírico andaluz de su maestro Federico, dándole a sus versos una
bravura muy suya y una personal musicalidad. El duende que tiene Andalucía en
sus coplas es único y contagioso. Pero Rafael no fue un imitador de García
Lorca, sino su seguidor y el más fiel captador de su espíritu lírico y sensual.
Su poesía, aunque de filiación lorquiana, se salva por una nota de probada
autenticidad, por su conocimiento y por su particular inspiración.
De su amistad con Lorca, han quedado testimonios
directos; principalmente los del mismo Federico y de comunes amigos como
Sebastián Gasch, que durante el paso de Federico por Barcelona, en 1935, para
el estreno de Doña Rosita la Soltera, recuerda que cuando fue a saludarle en el
camerino de Margarita Xirgu. Federico daba nerviosas y precipitadas
instrucciones a su íntimo amigo Rafael de León, quien al día siguiente había de
ponerse en camino para regresar a con él a Granada. Sin duda a Lorca le debe
Rafael, aparte de su lealtad, su pasión por la Poesía y el Teatro, que ya
llevaba él en su pecho desde niño… Y, sobre todo, la honda admiración y la
profunda amistad, sólo truncadas una triste madrugada de agosto de 1936, con la
muerte del querido Federico.
En 1940, se crea el más universal de los tríos de
la Canción Folklórica, de la Canción Andaluza, el famosísimo “Quintero, León y
Quiroga”, que afianzándose su enorme popularidad dos años después, con el
soberbio espectáculo “Ropa tendida”, ambientado en el Madrid popular del siglo
XX. Se marca entonces el punto de partida de la Canción Folkiórica Andaluza y
el primer espectáculo de este género.
Como fanático de la música española, me atrevo a
decir que sin el poeta Rafael de León, el dramaturgo Antonio Quintero y el
entonado maestro Quiroga, no hubiese existido la Canción Folklórica Andaluza.
Ellos la crearon, la dignificaron, la sublimaron, amparándose en la copla
flamenca y en la honda tradición lírica andaluza y dándole esa mágica alma de
nardo, herencia del árabe español, que repica en la preciosa y contagiosa
melodía música del genial maestro Quiroga.
Cabe agregar que también contribuyó muchísimo el
cine de la época, para el que el famoso trío compuso abundantes canciones;
valgan las películas de Conchita Piquer, Juanita Reina, Lola Flores, Antoñita
Moreno, Carmen Sevilla, Paquita Rico, Rocío Jurado, Manolo Caracol, Manolo Escobar,
Luis Buñuel, Pedro Almodóvar y Carlos Saura, entre otros, así como en los más
prestigiosos espectáculos que triunfaron en los mejores Teatros de España, del
que quien escribe, fue fanático concurrente y admirador.
Llegados ya los años sesenta, nuestro Rafael de
León hizo también diversos espectáculos para Los Vieneses, con música de
Augusto Algueró, así como para La Scala de Barcelona, y se consagró
definitivamente en el ámbito popular con la canción melódica y ligera,
componiendo temas cantados por Charles Aznavour, y Salvatore Adamo, Rocío
Durcal y Nino Bravo. En 1961 fue premiado con el disco de oro en el “Festival
de Benidorm” por su poema “Te quiero, te quiero”, un éxito cantado por su
compatriota Raphael.
También participó como autor en la creación de
numerosas canciones sevillanas con Manuel Pareja-Obregón y Manuel Quiroga
Clavero, así como con la muy conocida Salve Rociera.
El poeta Rafael de León y Arias de Saavedra nació
el 6 de febrero de 1908 en el número 14 de la calle San Pedro Mártir, en
Sevilla y murió en Madrid el 9 de diciembre de 1982. Cuando estoy en esa ciudad
siempre me hago un tiempo para llevarle un ramo de rosas blancas a su tumba, en
el cementerio de La Almudena.
ROBERTO ALIFANO – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA