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sábado, 6 de enero de 2024

LA GULA - Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

 



LA GULA

            

Agrhú cerró la válvula principal, había exceso de Argón en la cápsula y su ojo superior comenzaba a molestarle. Lo roció levemente con gas Henol, sintiendo de inmediato algún alivio. Sorbió con ansiedad de su tubo alimentario e, ingiriendo las últimas sustancias que quedaban, se quedó aletargado como era su costumbre después de la ingesta.

Afuera, en la intensa inmensidad del espacio, la ignota negrura se acentuaba en las distancias prodigiosas. Sólo el brillo de la estrella más cercana se dejaba ver apenas como el diminuto punto de la cabeza de un alfiler. Era la única luz enseñoreada en el tiempo y en el espacio que aparentemente transcurría.

El silencio y la quietud reinaban en el habitáculo, de tanto en tanto, cronometralmente, se interrumpían por algún sonido emergente del mando primordial. Quizás, esta eufonía indicaba algún tiempo o posición.

      Agrhú salió de su letargo y miró hacia afuera con ansiedad. Sus vísceras se removían impacientes. Tenía hambre y debía comer cuanto antes. Su sistema alimentario era enormemente insaciable y la ingesta que había tomado hacía unos momentos no era suficiente. Apuntó hacia el sitio de luz y con las garras de su brazo central, aceleró hasta alcanzar un par de Sarsk de velocidad. En instantes giraría cerca del astro. Conocía perfectamente que, cerca de aquellas estrellas solitarias, giraban los llamados “planetas de succión”, donde no faltaría, con seguridad, alguna especie para alimentarse.

   Rápidamente lo vio. Allí estaba, pequeño e insignificante. Indefenso, pero azul... impecablemente azul.

Se asustó mucho cuando entró en una zona de nubes. Nunca había visto aquello. Consultó su instrumental y notó que había allí mucha humedad, “Es casi como agua”, pensó aterrado. Tal fue su asombro, que sintió temor y casi optó por acelerar otra vez en actitud de apurado escape hacia el espacio.

El hambre pudo más y bajó hasta la superficie. Afuera, había también alguna oscuridad sólo atenuada por luces de superficie muy exiguas y conglomeradas. Sin entender aquel agrupamiento, sintió aullidos y pensó que allí había vida, esto era suficiente.

Satisfecho, elevó su nave con bastante lentitud, disfrutando la pesadez de la pereza postprandial. Eructó y, con la uña más larga y afilada de su zarpa derecha, extrajo un cinturón y un par de zapatos charolados de entre sus asquerosos dientes.

 

©2003 NORBERTO PANNONE, Buenos Aires, Argentina

Del libro “El ojo de la tormenta”.


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