VIERNES 13
(Desazones cotidianas)
A lo inescrutable…
Sabía que era 13 (Viernes) y que algo iba a pasarme, lo sabía (“¡Aaajjjhhh!!!”). Y que sin salir de casa y por algún lado, algo o alguien, me habría de hacer salir de las casillas (las que, con motivo del agote pandémico actual saben estar revueltas ya de por sí)… Algún incrédulo de la kabalá de los números nefastos, me dirá: “Es mental, viejo. Es mental… Estás predispuesto… El Universo te lee las vibraciones de cuerpo astral y te responde en tu medida y armoniosamente… Culpa tuya, viejo. Culpa tuya…)”…. “¡Gruuu!”, y me dio una bronca, porque el Misterio es tan “misterioso” (inescrutable, digo, en sus designios, aunque muchos nieguen los ancestrales conocimientos advenidos de horóscopos, tarots y lectura de manos, etc., provenientes de aquellos tiempos –prima facie- oscuros y post cavernarios –e incluido, de hecho, a los imperios persas, egipcios, griegos y romanos- donde la ciencia estadística y probabilística de la que en la actualidad usan y abusan los políticos del mundo, o en Argentina al menos (“a boca de urna”), me parece, ni siquiera imaginaban posible en su mítica, mágica y mística concepción del cosmos)…, insisto, tan misterioso, tan enigmático, que, a lo mejor, mi amigo tenía razón…
Y entonces, recé al mediodía el Angelus, y salí en mi auto paciente y prudente junto a mi esposa e hija interesada en el asunto que nos impulsaba a llevarla: esto es, a buscar una correspondencia urgente en la Empresa de Transportes OCA S.A. (Filial local) –y disculpas por la propaganda; pero es que abonan la gentileza, ¡ja!-, para dejarla luego –a ella, a mi preciosa hija- sana y salva en su hogar céntrico –nuestro yerno, trabajando, por supuesto- …
Pero todo el trayecto sin dejar de pensar que, al día siguiente, cuando el maldito 13 se muriera como si no hubiere existido jamás (aunque sin él no habría podido escribir este relato a modo de litúrgico exorcismo… “¡Hummmnnn! ¡Qué desazón hubiere sido!”), una horda de albañiles e improvisados capataces invadirían mi añoso hogar, todo queja desde hacía varios años, y deseando chapa y pintura por todos lados y, en particular, a los fondos, donde era imprescriptible anular esos “agujeros negros” que, los numerosos, imperturbables y sapientes chinos (para lo bueno y lo malo), aconsejan difuminar ordenando el caos de una cultura gringa que había construido, acullá, y para los amigos y parientes que arribaban a “la América”, caserones entubados tipo conventillos… Y que, entonces, uno debería sí o sí madrugar -jubilado como estaba de tantos afanes laborales financieros y culturales- para atender y controlar las obras materiales contratadas.
O segunda bronca y de tipo anticipado, sin necesidad ni de un positivismo científico ni de alquimias extrañas. Pero cuidado: alertado como estaba por mi buen amigo, uno se iba instalando de a poco y haciendo chistes al volante, y gala además de una franciscana serenidad, y diciéndose en voz baja y forma reiterada: “todo es mental, todo es metal, todo es mental…”.
Sí, a lo mejor el disgusto con la Editorial podría haber sido una penosa y casual causalidad de la ignota sinergia del dios Cosmos… Cosas veredes, Sancho, que non crederes… Tranquilo. Lo de la Editorial ya está solucionado. Lo de los albañiles, también: descansaría un rato más –aunque no mi esposa quien y según ella, y desde pequeña, dormía siempre como los gallos, “con un ojo”, ¿vale?- porque, mientras esperábamos a nuestra hija instalada en OCA S.A. (y ya van dos veces que la nombro, porque unos pesitos siempre vienen bien), me habló por el celu uno de mis varones gauchos, y me dijo que me daba una mano con el control de los “muchachos del cucharín”… Así que suegra y nuera podrían beber orondas “la bebida de los pueblos fuertes” (que no es el vino, como ustedes mal piensan, sino… ¡el mate criollo, ahijuna!¡Y sin azúcar, ándale! ¡Coños! -nótese al respecto el sabor criollo mixturado con las raíces hispanas del suscrito-).
Pero no va que ni bien arribo al garaje de casa y ya de vuelta del periplo familiar gestionario, el número 5, (ese… ¡otro!) el del disgusto (porque la tabla aprobada desde niño en la primaria no falla; les recuerdo: uno, conversarás: dos, desencuentro; tres, encuentro; cuatro, noviazgo o amistad; cinco, disgusto, seis, noticia; siete, piensan en ti; ocho, celos, nueve: lo verás y diez: te ama y conversará con él/ella… ¿Vale?)… estaba clavado al final de la cifra del cuenta vueltas… ¡O disgusto en puerta, nuevamente! ¡Dios!
¿Entonces?
“Mamá, agarrá el termo y el mate; tengo
un cinco. Un cinco. Y ya sabés… Ese no falla. ¿Vos lo sabés, verdad? Aunque lo
hayas negado un millón de veces, ¿no? Así que, si juntás este 5 esperando
quietito en el garaje y el 13 que nos depositará mañana en un infierno de
ruidos, golpes, caños, escaleras, pinturas, gritos de alerta de los obreros,
residuos de cemento y arena, y…”.
“Está bien… Esperá… Esperá un poco, por
favor. Vuelvo rápido. Estacionalo bien afuera, y ya traigo todo…”.
“Disculpá, ¿viste?; pero así, hacernos
otras gauchadas y cambiamos la suerte… ¿Te parece? Don José Romero me pidió que
averiguara si el único libro de cuentos de su cosecha, publicado en CABA que le
queda, puede ser reproducido noblemente por la gente de la Librería y Editorial
cercana a nuestro barrio Constituyentes… Vamos y averiguamos. Porque plata para
una reedición y a sus noventa años…, imposible. Y también, a unos metros más
allá, sobre Boulevar, podemos comprarle el diario de ayer; me dijo por teléfono
que el 12 de este mes, al cumplirse un nuevo aniversario del fallecimiento de
Elena, su querida esposa (y de un cáncer maligno fatal y muy doloroso), había
sacado en el vespertino local un hermoso recordatorio y publicado, en su
homenaje (faltaba más para un artista como él), un poema de su autoría y de
cuando era mozo, allá en Sevilla, a poco de emigrar por las razones que ya
sabés… Y viste que yo le guardo todo al andaluz… Es un maestro… Y ese revistero
sabe tener diarios del día anterior… Aunque con esto del on line…”.
(De hecho me anticipo a informarles que... tampoco el famoso revistero tuvo un
ejemplar al menos del diario que luego, buscaríamos infructuosamente por toda
la ciudad. Habría que ir en ocasión más propicia, hasta las oficinas del Diario
capitalino, cuya sede se emparentaba con las veredas vecinas a la Estación de
Ómnibus de la ciudad).
Pero…
Y mamá (mi esposa) que se demora… El sol en Santa Fe pega fuerte al mediodía
aunque sea primavera… Y al aire acondicionado del auto no podía tenerlo
funcionando con el motor apagado para ahorrar nafta (hubiera podido, pero…
-otro pero…-)… Así ni con las ventanillas abiertas podía respirar… Demoraba…
Paciencia. Mi amigo tiene razón. Todo es mental… De paso, tomaba algo de sol;
esos minutos que los médicos aconsejan “tomar” (al igual que el somnier que,
claro como era 13, apareció con una mancha voraz en los extremos, como si
alguien hubiera derramado una taza de café con leche, ¡Ja!)... Pero retomo:
esos diez minutos por día y para alcanzar, asimismo, con ejercicio sicofísico
acorde a la edad, un buen sistema neumonológico; ello, y sobre todo, en estos
tiempos de virósica pandemia china preanunciada por un sospechoso enviado del
pool de laboratorios mundanos, y que, mediante los medios adecuados a sus
ominosos fines, agitaba proféticamente y desde las sombras de una hipócrita
fama de filántropo universal, las aguas catastróficas de un inminente Nuevo
Orden Mundial por venir…
Había dicho: “El Apocalipsis no vendrá por una guerra nuclear, sino por un virus…”. Y hasta el dibujo del virus que mostraba en su estrado de (¿extraño?) disertante y falso gurú telemático (malthusiano, dicen) , envarado frente aquel auditorio de clones salidos del ITM, tenía la misma imagen (la de un micro meteorito puntiagudo) que, al cabo, ratificarían los médicos especialistas del planeta, y cuya estampa real se haría famosa todos los días de todos los días, en todos los meses de todos los meses, y en un mundo porfiadamente acuarentado, confinado, amurallado y secuestrado en sus libertades más dignas debido al “infortunado desliz” de un biólogo asiático que, junto a otros bienhechores de la Humanidad europeos y americanos, buscaban desde Asia, dicen, un remedio contra la Haemofhilus influenzae (Hib) o mal semejante, qui lo sá… (fruto malsano de la histórica, irreverente e impiadosa concupiscencia humana, y a no -separado a-no- dudar: ¡Ja!...).
De hecho, cualquiera que formulara ciertas hipótesis que condenara lo sucedido, y formulara hipótesis más o menos fundadas acerca del inicio de la Tercer Guerra Mundial de tono bacteriológico, y en cabeza de este demonio denominado Covid19, de esta Corona del Mal liberada o sustraída a la Caja de Pandora que los hombres de pie de barro tenían en sus bodegas venenosas, mientras jugaban, impúdicamente, a ser a dioses, pero de barro también (confrontación ya alertada desde el fatídico Cambio Climático Mundial, la política de lanzamiento satelital para engrandecer el Poder del Gran Hermano, la creación de las Fuerzas Armadas Espaciales, y la gestación de drones de guera y armas misilísticas láser, apoyado todo por Acuerdos non sanctos e interpotencias, con el objeto de higienizar "democráticamente” al planeta), sería tenido –ese cualquiera- como falaz complotador ideológico de arriba o de abajo, de izquierda o de derecha, de centro o de afuera, no importa…
Y mientras estas absurdas cavilaciones hacían mella a mi cerebro, a puro guapo
contenido en una especie de esperanza forzada por el buen consejo de mi amigo,
lo cierto es que mamá (mi esposa) se demoraba… Y no tardé en llamarla por el
móvil para enterarme por qué lo hacía. Porqué tardaba tanto en preparar el mate
y el termo para…
“Disculpá querido. Me pongo un poco de pancutan y voy; ya voy. Este termo ya no
sirve más y te quemás aunque lo agarrés bien… Ya puse el agua en el otro.
Aguantame un poco más…”.
Un poco más… Un poco más… El que
piensa bien, recibe bien… Todo es mental… "¡Pura
patraña eso del viernes 13 y del número 5 en el cuenta vueltas del auto…!
¡Patrañas! Pura diabólica blasfemia!”.
Y yo esperaba… Y el sol me quemaba los brazos en la misma zona –pude
comprobarlo- en las que mamá (mi esposa) se los había quemado con el termo
importado al cabo de unas vacaciones en el Uruguay… Un inconsciente (¿otra
casual causalidad?) solidaridad matrimonial… Me sonreí…
¡Ja! Volví a hacerlo cuando ya íbamos -pues- en camino de la Librería de
Boulevar… Sonreía casi tontamente cuando ella volvía a describirme, hasta el
último detalle, su molesto percance culinario, y en tanto yo controlaba que,
con el susto, no se hubiera olvidado el barbijo como en la primera vuelta que
hiciéramos con nuestra hija y por el tema de OCA… (¿Ven? No hay dos sin tres:
¡qué ilustre –sabia- la sabiduría popular!).
Así que bueno, y hablando de tres, no solo el asunto del libro de don Romero ni de su obituario periodístico, sino que habría -de pronto- una necesaria parada en el supermercado de la zona…
“Vuelvo rápido”, me dijo… “Me falta soda y algunos ingredientes para los tacos mexicanos de esta noche; creo que viene Esteban con los chicos…”.
“Dale, pero mirá que no pude estacionar a la sombra, y ya son como las dos, y el sol está bravo, ¿eh?”.
“Síiiii…”. Dijo; y desapareció tras la puerta del Mercado luego de ser chequeada ante la posibilidad de fiebre -virósica- y de barbijo -virósico- bien colocado… De a uno por vez… Distanciamiento social… La prevención lo es todo…
Me puse a revisar el celu… Facebook. Vaya, tenía mucha información pendiente…
De todos modos, como lo pensado, no tendría mucho tiempo para consultar más que
una decena de datos… Pero no fue así… Se demoraba… Otra vez se demoraba… Y el
sol hervía...
Estaba sofocado. En el patio de estacionamiento del super no había sombra. “Me voy afuera; debajo de uno de esos árboles”… Y allí fui. Al reparo sombreado de una noble criatura pero de otra especie: la vegetal… Donde anidan los pájaros del cielo… Y las palomas… Las palomas… Cucú, cucú. Cucú, cucú…
Ocupado como estaba en sacarme (estirparme) de la remera verdiblanca (seguramente por eso las Criaturas de la Paz me habían confundido con el follaje del árbol), y a pesar del fuerte ruido que escuchara a poca distancia de donde estaba esquivando, caramba, los fines estiletes de febo que se filtraban tenaces por la hojarasca sombrillera, mientras sacudía la tremenda resaca negruzca que se acunaba en un de los hombros de mi atribulada cabeza…
Al ruido lo había desatendido. Pero al grito de mamá (mi esposa), no. Luego, y solo luego pude relacionar ese como choque de metales crujientes, y la salida con los frenos chirriando de otro automóvil semejante al mío, justo delante del portón de salida donde estaba el árbol en que tomaba sombra y en el que había sido como bautizado (de lo Alto), por aquellas deliciosas criaturas con que los pintores litúrgicos famosos –y perdón por la semejanza; pero por algo soy católico- pintan al… Espíritu Santo.
Y bien... O, y mal..., espeté:
“¡Dios! ¡¿Y ahora qué te pasa, Angélica?! ¡Santo Cristo!”…
“Es que esa bestia… Ese malnacido que acaba de salir disparado de la playa de estacionamiento, parece haber hecho una mala maniobra, y… ¡mirá cómo ha quedado el costado izquierdo de nuestro auto…!”
Sí, era viernes 13, y el 5 todavía no había concluido de dar su vuelta completa en el bendito marcador y antes de que arribáramos a nuestro segundo y tercer compromiso amical, y el tercer evento que estaba sobreviniendo como colofón de una jornada algo más que nefasta, resultó insoportable… ¡Y sin seguro contra todo riesgo!
"¡Mi madre!", grité.
Sí. Y no hay dos sin tres… Y si el hombre no quiere, ni Dios puede…; porque debemos entender que, Él, no permite mayores males sino para mayores bienes… Aunque, de hecho, como apuntara, no había seguro contra todo riesgo… Pero bueno. Todo era una cuestión mental… Una cuestión mental, insistía mi amigo y no sé por cual orificio de mis cinco sentidos, lo seguía escuchando una y otra vez, una y otra vez…
Y eso de “No me vengan con un Viernes 13” sería mansa, prudente, paciente y franciscanamente pronunciado por mis labios resecos, mis codos hacinados y mi remera aceitada por una asquerosa papilla volátil… Y…, sin contar que, mañana, mañana, oh mañana vendrían ellos, los albañiles y sus ruidos y sus caños y sus gritos y sus escaleras y su cemento y su arena… Y…
Tranquilo. Tranquilo…
Pero deben creerlo. Porque, a la semana siguiente, y ya con nuestro nido de
amor medianamente prolijado de tanta vetustez, lo narrado no sería sino objeto
(y sujeto) obligado de una anécdota hilarante (con espasmos de terror cotidiano),
disfrutada a más no poder por nuestro inquisitivo e inteligente (inmenso) grupo
familiar reunido en sus Jardines, cena opípara mediante y merced a los buenos
oficios y dones de mi amada esposa (la Angélica)…
Y es que brindando en el decimotercer cumpleaños, el séptimo nieto varón del
Clan Escobar que, a su corta edad, sorprendería a todos muy risueño, y con
respuestas precisas a todo tipo de tema, más allá de su anavajado corte de
cabello a lo millenium, lucía ya no el tatuaje de estilo y moda entre los pibes
de hoy, sino más bien y en ambos brazos (ya no quemados por el sol o por el
agua casi hirviendo de un termo) como una profusa pelambre semejante a la de
un… (¿lobizón?)…
Así que ahora no solo el 13 y el 5 sino el 7 entrarían en la macabra lista de números a sospechar, porque que las hay las hay ("El séptimo hijo varón de cada familia...")...
“¡Puro cuento! ¡Pura patraña! Y no me vengan hoy con otro Viernes 13… ¡Por favor, que somos grandes, somos bastante grandes, cheee!”, protestaría nuestro patriarca Bisabuelo de unos ojos, nariz y oídos grandes, muy grandes, tan grandes como... (¿Como los del lobo feroz que...?), y con una enorme dentadura postiza a punto de escapársele de su boca enorme, tan enorme (¿Como la del lobo feroz que…?)…, y tras lidiar -en vano- con un sabroso, gigantesco trozo de aceituna verde…
Claro que sí, mi admirado, anónimo y susurrante amigo Rodrigo Díaz de Vivar en tu Cantar del Mio Cid...: "Cosas veredes, Sancho, que non crederes...".-
©ADRIÁN NESTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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