Borges y los cementerios de su amada Buenos Aires
Para felicidad de
sus lectores, un poeta es un nostálgico del amor, de su tiempo y del sitio en
el que nació. Así empieza Borges el espléndido soneto dedicado a Buenos Aires,
su entrañable ciudad, que ve unida a su propio destino:
Y la ciudad
ahora es como un plano
de mis
humillaciones y fracasos.
Desde esa
puerta he visto los ocasos
Y ante este
mármol he aguardado en vano…
En el final, los
dos últimos endecasílabos, con el dístico contundente, le dan un hondo
dramatismo a su ya famosa, antológica y descarnada confidencia:
No nos une
el amor sino el espanto;
será por
eso que la quiero tanto.
Estos versos
parecen menos una declaración de amor que una forma de resignado rechazo, y
acaso expresan lo mismo. Son parte de las muchas confesiones que Borges nos
hace de la ciudad que lo vio nacer y a la que nunca dejará de cantarle; eso sí,
con una ternura crítica donde a un tiempo la exalta y la reprocha. Es el poeta
asombrado ante el ocaso amarillo y la luna de enfrente que se incendia sobre el
horizonte. El agudo observador, que construye versos delicados y ásperos, donde
perduran el arrabal y los rincones de patios con macetas, donde hay la
recuperación del barrio, sus desoladas calles o los sorpresivos callejones; las
breves ochavas de las esquinas, las arboladas plazas, los violentos olores de
las sangrientas carnicerías, que contrastan con perfumados jardines, las
honduras de iluminadas veredas, “el almacén rosado como revés de naipe”,
las desgarradoras ausencias, los suburbios, los melancólicos amaneceres,
silenciosamente iluminados por una luna que declina ante el nacimiento del sol;
la dilatada arboleda que se agiganta de frente al amanecer, ensombrecido a
veces por la tormenta tempranera; los solitarios sepulcros de los dos
cementerios de la ciudad: el de Chacarita y Recoleta;
las desgarradoras ausencias y, sumado a todas estas vertientes evocatorias, su
propia historia ligada a Buenos Aires; también, de manera no menos explícita,
aquello que para el poeta es la recuperación de lo perdido, “ de lo
perdido y lo recuperado”:
…Y sentí Buenos
Aires,
esta ciudad
que yo creí mi pasado
es mi
porvenir, mi presente;
los años
que he vivido en Europa son ilusorios,
yo estaba
siempre (y estaré) en Buenos Aires...
Su primer
libro, Fervor de Buenos Aires, publicado en 1923, lo abre con el
poema “Las calles”, donde el joven Borges nos habla de las ávidas
calles incómodas de turba y de ajetreo, exaltándolas como si fueran una
parte de su ser más íntimo:
Las calles
de Buenos Aires
ya son mi entraña.
No las ávidas calles,
incómodas de turba y ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales,
enternecidas de penumbra y de ocaso...
Hacia el
Oeste, el Norte y el Sur
se han
desplegado -y son también la patria- las calles;
ojalá en
los versos que trazo estén esas banderas…
En Cuaderno San
Martín, otro poemario publicado en 1927, Borges manifiesta su relación con
la muerte en dos barrios de los alrededores con sus respectivos cementerios, el
de Recoleta y el de Chacarita. Aquí el poeta
establece un paralelo social al describirlos. Y dice al nombrar al primero:
Convencidos
de caducidad
por tantas
nobles certidumbres del polvo,
nos
demoramos y bajamos la voz
entre las
lentas filas de panteones,
cuya
retórica de sombra y de mármol
promete o
prefigura la deseable
dignidad de
haber muerto…
Al referirse al
de Chacarita, el cementerio más popular, el poeta es descarnado y
acaso patético cuando refiere la peste que castigó a la Argentina hacia fines
del siglo XIX:
...fue
saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;
porque los conventillos hondos del sur
mandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires
y porque Buenos Aires no pudo mirar esas muertes,
a paladas te abrieron
en la punta perdida del oeste,
detrás de las tormentas de tierra
y del barrial pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores…
Cabe aclarar que no
hay un menosprecio del uno por el otro. Es un reconocimiento a los dos
cementerios. También describe los respectivos barrios, y al referir a Chacarita,
escribe:
Una dura
vegetación de sobras en pena
Hace fuerza contra tus paredes interminables
Cuyo sentido en perdición,
Y convencidas de mortalidad las orillas
Apuran su caliente vida a tus pies
En calles traspasadas por una llamarada baja de barro
O se aturden con desgano de bandoneones
O con balidos de cornetas sonsas en carnaval…
Al citar a Recoleta,
donde están las bóvedas de sus familiares y de los ilustres patricios argentinos,
no es menos explícito que conmovedor:
Tu frente
es el pórtico valeroso
Y la generosidad de ciego del árbol
Y la dicción de pájaros que aluden, sin saberla, a la muerte
Y el redoble, endiosador de pechos, de los tambores
en los entierros militares…
Por último,
perplejo, el poeta ensaya una reflexión más sobre el cementerio popular del
barrio de Chacarita:
Desaguadero de esta patria de Buenos Aires, cuesta final,
Barrio que sobrevives a los otros, que sobremueres,
Lazareto que estás en esta muerte no en la otra vida,
He oído tu palabra de caducidad y no creo en ella,
Porque tu misma convicción de angustia es acto de vida
Y porque la plenitud de una sola rosa es más que tus mármoles.
Y en augustas
estrofas, que dedica a Recoleta, exalta con premura vindicativa,
definitivamente explícita, aunque cargadas de sutiles alusiones líricas:
Dije el
enigma y diré también su palabra:
Siempre las flores vigilaron la muerte,
Porque siempre los hombres incomprensiblemente supimos
Que su existir dormido y gracioso
Es el que mejor puede acompañar a los que murieron
Sin ofenderlos con soberbia de vida,
Sin ser más vida que ellos.
En otro poema,
dedicado a la Plaza San Martín, Borges nos dice que allí encuentra
la tarde perfecta, y nos transmite su dócil emoción al referirla preciosamente
adjetivada en la más vibrante exaltación:
¡Qué bien
se ve la tarde
desde el
fácil sosiego de los bancos!
Y nos la describe
o, mejor dicho, nos la revive con el fervor de su propio sentimiento detenido
en las antiguas puertas cancel y en los corredores de las casas de inquilinato:
Ya estaban
los zaguanes entorpecidos de sombra.
Con fino bruñimiento de caoba
La tarde entera se había remansado en la plaza,
Serena y sazonada,
Bienhechora y sutil como una lámpara
Clara como una frente,
Grave como ademán de hombre enlutado…
Emocionado, el
poeta también nombra -con finura exquisita- otro elemento característico de la
cosmopolita ciudad de Buenos Aires, su ecuménico puerto que generoso se abre
hacia el mundo:
Abajo
El puerto anhela latitudes lejanas...
Pero el mayor
reencuentro con su amada y a veces enjuiciada ciudad se da en el volumen Cuaderno
San Martín, donde el aedo se regocija jugando con imágenes íntimas y
entrañables; en especial con el verso demasiado famoso de “Fundación mitológica
de Buenos Aires”, que más tarde, en futuras ediciones, llevará el título de
“Fundación mítica de Buenos Aires”. En este poema, un Borges exultante, recrea,
con su imaginación prodigiosa, aquel remoto día que el navegante español pisó
este lado del Atlántico, que se prolongaba en la pánica llanura para fundar su
ciudad:
Prendieron
unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro…
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
Pero es en la
composición “Versos de catorce” donde sentimos el hondo estremecimiento del
poeta al revivir buena parte de los elementos tan afines a su poesía, que
seguirá nombrando en toda su creación estética al cantar a Buenos Aires:
A mi ciudad
de patios cóncavos como cántaros
y de calles que surcan las leguas como un vuelo
a mi ciudad de esquinas con aureola de ocaso
y arrabales azules, hechos de firmamento,
a mi ciudad
que se abre clara como una pampa..
A lo largo de los
días, el poeta asombrado, que llega a dudar de su existencia, con paso
vacilante, se detiene en una esquina para advertirnos emocionado -en este caso
con su prosa incomparable, también pura poesía- que “es al otro Borges,
a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya
mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges
tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un
diccionario biográfico".
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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