LA CARTA QUE NO LLEGÓ (Cuento)
El apartamento de Marita era alargado, como el vagón de un tren; al entrar, la puerta
del baño se perfilaba
enfrente, al fondo; a la derecha se desplegaba
una galería con un
hermoso ventanal y a la izquierda, se alineaban las diferentes puertas de las
demás dependencias, la
cocina, el comedor y las habitaciones, cuyas puertas daban a la galería. Mi amiga siempre decía: “me voy al tren, ya que al entrar a su vivienda se tenía la sensación de estar subida en un vagón de tren. Ella y su marido se
pasaban la vida sentados en la galería
donde el cálido sol aminoraba
el frío, a tal punto, que les
era apenas imprescindible una pequeña
estufa, salvo los días
nublados. Era un pasillo largo con puertas frente al ventanal.
Pedro, el marido de Marita, consumía las horas sentado, mirando los
edificios emplazados enfrente.
- Sale poco, desde aquí puede ver todas las casas.
- ¿Y no baja al parque?
- En absoluto. Al principio,
cuando se jubiló, salía a jugar la partida con los
amigos; ahora se pasa el tiempo atisbando por la ventana -me contestó Marita mientras miraba a su
marido.
- Lo noto un tanto
obsesionado, ya que apenas me ha saludado. Miraba al frente y ha vuelto a la
misma posición.
-Sí, y estoy seriamente preocupada.
.-¿Por qué...?
-quise saber, mientras observaba que Pedro se mantenía como ausente contemplando siempre la ventana del edificio
que quedaba enfrente de la galería.
.-Pues verás, tú sabes que Pedro era cartero. Ahí enfrente vivía
Rosa, una mujer de mal carácter,
pero muy honesta. Su marido la dejó
y ella tuvo que criar a su hija,
Jazmina, sola. No sé
por qué extraña razón le tenía
inquina a mi marido. Pedro decía
“por
ahí anda la mala uva”
y nos reíamos un rato. Claro,
y es que las dos ventanas del piso de
Rosa dan directamente aquí. Y
así, casi sin querer, observábamos todo lo que hacían madre e hija. Lo mismo les
sucedía a ellas. A tal punto
que no teníamos secretos los
unos para con los otros.
Un buen día Jazmina se fugó de casa con aquel muchacho del
Instituto y su madre se hundió
en una gran tristeza; sobre todo porque la hija no le escribía y no le decía dónde estaba. Luego se enteró de que la muchacha había
muerto en el parto y poco después
Rosa se suicidó.
.-¡Qué horror! ¿Y qué tiene que ver esto con Pedro?
.-Pues no lo sé, pero desde que se enteró de la muerte de Rosa, no ha querido salir más de casa y ahí lo tienes apegado a la ventana
como si mirando y mirando pudiera aún verla. Y eso que Rosa le tenía tirria. La pobre mujer pensaba
que todos los hombres llevan el pito
colgando en la frente. ¡Ya
ves qué absurdo!
Marita cogió
la bandeja y se fue hacía la
cocina, y yo me levanté para
ponerme el abrigo e irme también,
cuando observé que Pedro se
daba la vuelta y me observaba. Alargó
la mano y me dio un sobre.
.-Guárdalo, ahí
comprenderás todo mi drama.
Yo era cartero, pero no de este barrio. Un compañero, el que hacía
este servicio, me dio este sobre de la hija de Rosa para su madre y me dijo: “Haz el favor de dejarla
en el buzón, acaba de llegar
y yo no iré a hacer el
recorrido hasta mañana, así la pobre mujer la tendrá antes. Y yo, deliberadamente, me
la guardé. No se la di,
porque la buena señora me caía mal, porque había piropeado a su hija un par de
veces y me tenía rabia y yo
me quise vengar. Así, sin más.
Cogí el sobre y me lo guarde en el bolsillo del abrigo y salí de la casa después de despedirme y darle un beso a
Marita.
Subí
al coche y conduje hasta casa, seriamente preocupada, porque estaba segura de que
Marita no conocía la
existencia de aquella carta. Pero lo que más me intrigaba era que Pedro me la hubiera dado a mí, sin más explicación
que un breve preámbulo.
Al llegar a casa subí a pie por no esperar al ascensor, que en ese momento estaba
ocupado, y, sin quitarme el abrigo, me acerqué a la ventana para leer la carta. El sobre estaba rasgado,
deduje que Pedro la había leído, y, llena de inquietud, empecé a leerla:
“Mama, quiero
que me perdones el no haberte escrito antes. Lo intenté muchas veces pero
en el último momento desistía. Sé que he hecho una
locura, pero ya sabes que el amor es ciego. He sido muy feliz con Andrés,
por lo menos en los primeros tiempos. Ahora estoy embarazada y voy a tener el
niño dentro de un mes. Las exploraciones clínicas
han demostrado que corro un gran peligro. Tengo… bueno ahora no sé
cómo lo llaman…
pero necesito tu ayuda. Si no me guardas rencor, quisiera que vinieras y si
algo me ocurre que te hagas cargo de mi hijo. Andrés es muy joven y sus
padres no se harán cargo de nada. Si
no me contestas, deduciré que no me has perdonado y tendré
que dar el niño en adopción. Esperando me comprendas, tuya,
Jazmina”.
Me dejé
caer sobre el diván, un
pensamiento martilleaba mi mente: “Pedro
no le había entregado la
carta a Rosa, para fastidiarla, sin saber del mensaje que llevaba dentro y abrió la carta cuanto Rosa desesperada
por la muerte de la hija y la pérdida
en adopción del nieto, se
quitó la vida”
me quedé aterrorizada; asombrada
de saber hasta dónde puede
llegar la estupidez humana.
©SALOMÉ MOLTÓ, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Un cuento con todos los ingredientes necesarios para mantener al lector pendiente hasta el fin. Un episodio muy creíble que pudo muy bien haber sucedido ya que cuando los sentimientos se hielan en el alma, se enceguece la razón. Interesante hasta el fin, por lo cual te felicito, admirada y querida amiga Salomé Moltó!!!
ResponderEliminarTremendo!! Salomé cuenta cosas terribles, de una manera tan realista... que es como si estuviera viendo todo con detalle. Gran narradora!
ResponderEliminarSaludos de Marián
Gracias amigas. Siento en lo más profundo el dolor humano.
ResponderEliminarBesos