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sábado, 10 de septiembre de 2016

El NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES, César Tamborini Duca, León, España


















Mucho hay que indagar para entender el porqué de las palabras. Si bien Samaniego puede ser considerado un clásico de las letras españolas, sin embargo no tiene la antigüedad suficiente para dotar sus hermosas fábulas de un vocabulario arcaico. Para ello deberíamos remitirnos al Toledo y la Córdoba de califas y, tras su expulsión, a la Tesalónica de los antiguos griegos donde perduró el idioma de sefarard, el ladino. Para el no iniciado resulta sorprendente escuchar en Salónica el mismo vocabulario que utilizan los gauchos de la Pampa, fruto de la persistencia -en ambos casos- de palabras del lenguaje arcaico español; lo cual queda reflejado en "Lunfardo y mester de gauchería". No es mi intención que hablen como los gauchos aquellos que visitan la Argentina, aunque, indudablemente, el vocabulario propuesto puede ayudar a la comprensión del Martín Fierro y otra literatura gauchesca, pues hubo muchos que en sus obras transmitieron este lenguaje aparte de José Hernández; entre otros, podemos citar al uruguayo A. Lussich cuya portada de su obra (que aún no pude conseguir) está insertada en el artículo. 

Mi mayor esperanza: que disfruten su lectura. Un abrazo
CÉSAR TAMBORINI DUCA


El Naufragio de Simónides









Félix Mª Samaniego. Fábulas

Los misterios del amor

En un lugar de la Rioja Alavesa de cuyo nombre quiero acordarme porque nacen buenos vinos y soy devoto de Baco, y de cuyo nombre no quiero olvidarme por ser tierra de poetas y amo la poesía, nació uno de los escritores clásicos de la literatura española. De pequeños solíamos solazarnos cuando leíamos o nos relataban, en el hogar o en la escuela, las Fábulas de Esopo, las de Lafontaine, …o esas tituladas “La cigarra y la hormiga”, “La lechera”, “La zorra y las uvas”, “La gallina de los huevos de oro”, todas nacidas de la pluma de Félix María Samaniego; natural, claro está, de esa zona a la que da nombre su apellido –o viceversa- enclavada en La Guardia donde nació el 12 de octubre de 1745.Samaniego no consideraba esencial el metro a la fábula, si bien en algunos casos utilizaba endecasílabos pareados, como se aprecia en “El águila y el escarabajo”, o en  “La zorra y la cigüeña”, pero está claro que prefiere el metro libre, para “huir del monotonismo que adormece los sentidos”, según explica el autor en su prólogo.
Autor de máximas morales mimetizadas con el valimento de fábulas, enriqueció el aprendizaje de generaciones de niños, en los que estimulaba el ingenio a través de moralejas fáciles de asimilar. Sin embargo la complejidad de algunas fábulas escapan al raciocinio de los más pequeños, por lo que también debemos considerarlo fabulista para adultos, como ocurre por ejemplo al dedicar el LIBRO TERCERO a su coetáneo rival don Tomás de Iriarte, dedicatoria luminosa en la que no prescinde mencionarlo “gongorista”. O la que hoy quiero dejar constancia en mi página, que aparece como Fábula Primera en el LIBRO OCTAVO y que dedica “a Elisa”. ¿Quién fue esta afortunada receptora de “El Naufragio de Simónides”? Para mí es un misterio en el que Cupido pudo tener complicidad. Lo que es cierto, que en este caso Samaniego une dos moralejas en una fábula.











La zorra y las uvas

En la una pone de manifiesto la vacuidad de la hermosura; si bien menciona la belleza de Elisa, enaltece su virtud (aparentemente está recluida en algún convento) oponiéndo a la vanidad de sus amigas, considerándola sabia por cuanto el tiempo se encargará de marchitar y tornar en pesadumbre la erosionada belleza de la que hoy presumen aquellas. En la otra relata el suceso que da nombre a la fábula, que le dedica por ser virtuosa, en la cual la moraleja se entiende como la satisfacción que proporciona la virtud de ser poeta en el curso de una tragedia, de la que Simónides sale favorecido por su condición de tal, como se aprecia en los versos de su libro “FÁBULAS” (Editorial Espasa Calpe Argentina, Colección Austral, Buenos Aires, 2ª Edición, 17 de mayo de 1947, págs. 125 y 126).
Simónides era oriundo de la isla de Ceos, donde nació aproximadamente en el 556 a.C. y murió en Siracusa en el 467 a.C. Entre sus numerosas poesías destacan los epitafios a Leónidas y sus 300 espartanos muertos en el desfiladero de las Termópilas.

EL NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES

En tanto que tus vanas compañeras,
cercadas de galanes seductores,
escuchan placenteras
en la escuela de Venus los amores,
Elisa, retirada te contemplo
de la diosa Minerva al sacro templo. 
Ni eres menos donosa,
ni menos agraciada
que Clori, ponderada
de gentil y de hermosa:
pues, Elisa divina, ¿por qué quieres
huir en tu retiro los placeres?
¡Oh sabia, qué bien haces
en estimar en poco la hermosura,
los placeres fugaces,
el bien que sólo dura
como rosa que el ábrego marchita!
Tu prudencia infinita
busca el sólido bien y permanente
en la virtud y ciencia solamente.
Cuando el tiempo implacable con presteza,
 o los males tal vez inopinados,
se lleven la hermosura y gentileza,
con lágrimas estériles llorados
serán aquellos días que se fueron




















y a juegos vanos tus amigas dieron;
pero a tu bien estable
no hay tiempo ni accidente que consuma;
siempre serás feliz, siempre estimable.
Eres sabia, y en suma
este bien de la ciencia no perece.
Oye cómo esta fábula lo explica
que mi respeto a tu virtud dedica.
Simónides en Asia se enriquece,
cantando a justo precio los loores
de algunos generosos vencedores.
Este sabio poeta, con deseo
de volver a su amada patria Ceo,
se embarca, y en la mar embravecida
fue la mísera nave sumergida.
De la gente a las ondas arrojada,
sale quien diestro nada,
y el que nadar no sabe
fluctúa en las reliquias de la nave.
Pocos llegan a tierra, afortunados,
con las náufragas tablas abrazados.
Todos cuantos el oro recogieron,
con el peso abrumados, perecieron.
A Clecémone van. Allí vivía
un varón literato, que leía
las obras de Simónides, de suerte
que al conversar los náufragos, advierte
que Simónides habla, y en su estilo
le conoce, le presta todo asilo
de vestidos, criados y dineros;
pero a sus compañeros
les quedó solamente por sufragio
mendigar con la tabla del naufragio.

Mencionaba al principio mi afición a catar vinos, siendo mis predilectos los nacidos en la Denominación de Origen riojana y –próxima ya la vendimia- se me ocurrió entrelazar a mi artículo y la poesía de Samaniego, estos versos pareados dedicados a la vitivinicultura:

Vendimia en Samaniego

En la Rioja Alavesa me encontraba
con amigos, cuyos vinos yo cataba.

Por eso, como amante del buen vino
ser devoto de Baco fue mi sino.

De los vinos prefiero el tempranillo
que me inspira en el juego del codillo.

Pese al grado de alcohol, él es muy sano











Vendimia


si lo bebo por placer, no con engaño;
si supiera que bebiendo me hace daño
sería el beber vino un vicio vano.

Samaniego, Samaniego es la gran cita
de vendimias que merecen la visita.

Félix “eme” fue el poeta, en Samaniego
cuyos méritos y sus fábulas no niego.

Amo el vino, amo el verso, amo a Elisa,
y  en todas estas cosas, voy sin prisa.

©CÉSAR JOSÉ TAMBORINI DUCA, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA 

2 comentarios:

  1. Es tan placentero, amigo querido, leer lo tuyo,que sentí gran alegría al descubrir tu producción,que ya he frecuentado en tu revista,por lo cual agradezco a mis dos grandes amigos que generosamente, publican estas maravillas....!

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  2. Querido amigo, es un placer tan grande leer tus envíos de tantos talentos que no todos tenemos a mano, así servido entre joviales comentarios y alusiones a nuestra común tierra argentina, con la seriedad y la fiel reproducción de tal caudal de bella lectura,con la complicidad de otro compatriota querido y talentoso como Norberto y con el infaltable final del buen producto de nuestras tierras mendocinas y sanjuaninas, que solo mi comentario hoy es:Gracias amigos!!!!!

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