BELLLA ROSARIO (Recuerdos que siempre quedan)
Salí
de la estación de autobuses de Buenos Aires una hermosa mañana a mediados de septiembre
2005. Después de colocar mi maleta en el furgón de la parte trasera del autobús
tomé asiento al lado de una joven mujer de tez morena y ojos profundos. Casi de
inmediato emprendimos una conversación que duró casi todo el trayecto. El rasgo
más característico de esta persona, Viviana, era su dulzura, unida a una
sencillez de trato que esconden siempre las personas buenas y cultas. Y como
previsto, hice un recorrido de más de quinientos kilómetros al lado de una
encantadora persona. Hablamos de muchas cosas, de los contrastes de Argentina
con España, las formas de vivir de los dos países, las múltiples convergencias
y sobre todo, las diferencias en una visión, que a mí, se me antojaron plurales
y enriquecedoras.
Subíamos hacia “Entre Rios”,
provincia del norte de Buenos Aires; el paisaje era hermoso, la planicie que
recorríamos inmensa; por momentos creía que el autobús no se había movido,
tanto el paisaje quedaba estático, en cambio, el vehículo corría veloz hacia
nuestro destino.
Cuando, un poco aturdida, recogía mi
maleta, una encantadora voz, como una caricia, sonó a mis espaldas, era María
Luisa. Un enjuto señor con mucha prestancia la acompañaba, su esposo. De
repente vi las puertas abiertas de par en par, no sólo de unos corazones
bellos, sino, que toda la Argentina se erizaba ante mí ofreciéndome un cariño y
una hospitalidad a la que yo dudo, pueda corresponder. Quedé tan gratamente
sorprendida que por la noche apenas pude dormir, a pesar de la confortable
pieza que María Luisa y su esposo habían dispuesto para mí.
En este ambiente familiar la
conversación fue fluida, dos corazones generosos y en el mío se iba hacinando
un infinito agradecimiento que siempre guardaré como uno de los acontecimientos
más gratificantes de mi existencia.
A la mañana siguiente de la mano de
María Luisa visitamos Rosario. Calles. Iglesias, monumentos forman una amalgama
que he retenido quizás, con cierta confusión pues mi mente ya no podía absorber
tantas bellezas y variedad de cosas. Nuestro encuentro con Raúl Astorga y
Marcelo Juan Valenti, todo un poema. Dos encantadores muchachos con los que
pudimos compartir una hermosa mañana; enfrente del restaurante, un testigo: el
río Paraná; por él circulan los grandes barcos transportando todo tipo de
mercancías. Por gentileza de mis huéspedes
pude probar la cocina italiana que los argentinos elaboran tan acertadamente.
Por la tarde subimos en un yate e
hicimos el recorrido del ancho y fluidos río Paraná. Llegamos hasta el
impresionante puente, que con sus diversos tramos alcanza los 58 kilómetros de
largo y donde el barco da la vuelta de retorno. Mis ojos no daban abasto para
ver tanta belleza. La rivera de la derecha estaba llena de vegetación
exuberante, algunas cabañas de pescadores y diversas viviendas aisladas, a la
izquierda, como alargándose perezosamente la hermosa ciudad de Rosario y su
monumento a la bandera. El trayecto había durado dos horas acumuladas en mi retina
y en mi espíritu todo un mundo de fraternidad infinita. Volvimos a casa de
María Luisa atravesando el parque Urquiza, lleno de majestuosos árboles que
ponen de relieve esa exuberante naturaleza americana motivo de tantas charlas
aquí, en el viejo continente.
Cuando a la mañana siguiente el
autobús me devolvía a Buenos Aires, un peso oprimía mi pecho, una lágrima
afloró a mis ojos y sentí mi corazón mecido de belleza, amor y gratitud, como
nunca he sentido, y de verdad, pensé que estaba disfrutando de un privilegio,
que sólo los dioses del Parnaso pueden otorgar, quizás caprichosamente, pero
que esta vez, la suerte, me había tocado a mí.
SALOMÉ MOLTÓ, Alcoy, Alicante,
España
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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