OPUS A MIS 80 AÑOS O ME CELEBRO A MÍ MISMO
La palabra “Opus” (del latín opus, obra), es un término que se empezó a
aplicar en música desde el siglo XVII, para catalogar las obras de la mayoría
de los compositores cada vez que se publicaba una de ellas, precediendo la
palabra opus, o su abreviatura “op” y al número de orden de la misma. En los
puntuales casos de Bach y Strauss nunca numeraron esas obras, y en los casos de
Franz Joseph Haydn y de Wolfgang Amadeus Mozart, los números se aplicaban al
azar, tarea que correspondía con frecuencia a los críticos o encargados de
editarlas, más que a los propios compositores. Fue el riguroso Ludwig van
Beethoven el primero en emplear una numeración con cierto orden; al menos para
sus obras más prominentes. Beethoven destacó también la abreviatura “WoO”, que
significa Werk ohne Opuszahl (en alemán, “obra sin número de opus”).
¿Y qué nos impide ser poéticos desde el comienzo? Celebrarnos a nosotros
mismos es una añeja ocurrencia del ilustre solitario Walt Whitman, que dice con
alborozo en inmortales versos que traduzco de su famoso Canto de mí
mismo:
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
pues cada átomo mío es también tuyo.
Ando al azar e invito a tu alma compañera.
Vago y me tumbo sobre la tierra,
para contemplar un tallo de hierba
o un pájaro que vuela.
Mi lengua, cada molécula de mi sangre,
está formada por esta tierra y este aire.
He nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
cuyos padres también aquí nacieron.
Por eso gozando de perfecta salud,
comienzo y espero no detenerme hasta morir.
Que se callen los credos y las escuelas,
que retrocedan un momento, conscientes de lo que son
y sin olvidarlo nunca.
Yo me brindo al bien y al mal
y me permito hablar hasta correr peligro.
Soy naturaleza sin freno, una energía original.
Única.
¡Pobre Whitman no alcanzó los 80 años, pero en aquellos lejanos tiempos
pasar los 70 años ya era una hazaña. Entre nosotros, otro inolvidable
intelectual, el profesor Ángel J. Battistessa, también poeta, al cumplir sus 80
años uso la palabra “Opus”, para titular un soneto celebratorio publicado
en La Nación Cultura; hecho que ocasionó una infaltable broma de
Borges, que le tenía poca consideración a don Ángel y comentó, fingiendo
solemnidad e imitándolo cuando se lo leí: “¡Cáa-ram-ba con el doctor Ángel
Jota Battistessa, que se escuda bajo el seudónimo de Ángel Jota Battistessa, y
se le ha dado ahora como Whitman por celebrarse a sí mismo, qué le vamos a
hacer, este mundo está lleno de impostores!”. Como Beethoven, este buen
maestro tenía derecho a usar la palabra Opus y a celebrarse a
sí mismo en sus bien cumplidos 80 años que se le vinieron encima. Cifra que nos
condena a una densa temporada -hay que reconocerlo- de achaques y decadencia”.
La pura verdad no sé si es celebratorio o condenable cumplir 80 años;
pero, bueno, resignémonos, hemos llegado hasta aquí y no es poco ni tampoco
para quejarnos. El filósofo George Santayana, un poco como Battistessa, pensaba
que hasta puede ser la época más feliz de la existencia, pues lo único
que cuenta es el presente; es decir, lo que se cursa en el día a día, ya que
mañana puede ser un infinito. Recuerdo, además aquello de Pablo Picasso,
que al cumplirlos sus 80 prefirió reconocer jovialmente que celebraba sus
cuatro veces 20 años.
A mí, otra cosa que me enorgullece o, mejor dicho, me enaltece a lo
largo de mi ya larga vida es la amistad que, como cualquiera de las otras fases
de nuestra vida, no es menos misteriosa. Soy un hombre de amigos diseminados a
lo largo y ancho del Planeta. La maravillosa amistad que hace que los amigos,
aunque no se vean seguido pervivan en ella y eso sea como un milagro, ya que
esa condición o esa virtud está siempre presente y no requiere de
confirmaciones como el amor, verbigracia. La amistad, que es, por otro
lado, una de las mejores pasiones de nosotros los argentinos, Borges dixit.
¡En cuánto a la poesía, qué amistad entrañable e infinita con este
mágico género literario que se caracteriza por eternizar, a través de la
palabra, las emociones, los sentimientos y reflexiones que un mortal puede
expresar en torno a la belleza, el amor y la vida (deuda que humildemente he
casi saldado con mis maestros Virgilio, Dante, Lugones, Neruda, Borges, Parra,
etcétera, etcétera, sobre los que creo haber escrito acaso con felicidad; nunca
en abundancia). Completo diciendo que considero casi saldada esa deuda de
alguien que si de algo se siente orgulloso, lo repito, es de ser un hombre de
amigos y, por ende, de amores, y de versos.
Informo que en mi caso he cumplido mis 80 años el pasado día de la
primavera del 2023, que en nuestros países hispanoamericanos se celebra el 21
de septiembre. No gratamente, por supuesto, pues ese día una desgracia me
visitaba; perdía después de una impiadosa agonía a Adriana, mi hija mayor. De
manera que no hubo celebración en la Sociedad Argentina de
Escritores como había propuesto mi amigo y compañero de ruta Alejandro
Vaccaro, que dignamente la preside. Sin embargo, no esquivo el bulto y, como me
corresponde, ensayo estas palabras de gratitud a esta vida que me ha tocado en
el reparto y sostengo aún, creo, con valerosa dignidad.
Otro querido amigo, el profesor Antonio Las Heras, más propenso que yo a
las celebraciones, vive cantándole a la vejez. Para mi desgracia yo, como buen
escéptico, devoto entre otros de Schopenhauer y de Nietzsche, no siento por
ella demasiada consideración, aunque cuando llega no queda más remedio que
asumirla. El pensador José Ingenieros, como buen “ciudadano de la juventud” que
se autoproclamaba, escribió que “quería tener la dicha de morir antes de
envejecer”. Es probable que así sea en algunos casos extremos de nihilismo.
Yo, como buen dudoso de todo, prefiero quedarme en el medio del camino. Y a dúo
con mi recordado amigo chileno Volodia Teitelboim, considero esta enigmática
etapa de la existencia otra forma de cultura. Repito una vez más: “seguimos en
carrera que no es poco y se debe seguir pedaleando o aprietando las
espuelas” como diría don Martín Fierro en buen criollo.
Sea como fuere, aquí seguimos ahora con estos 80 años o, mejor dicho,
con estos cuatro veces 20 años. Aquí estoy yo con una agradecida vida plena de
experiencias memorables, dispuesto a evocarlas y a celebrar cantándole a este
tiempo que cargo en mis espaldas. “¿Quién me quita lo bailado?” (aunque
en verdad debiera reclamar como Adolfito Bioy Casares, que me corrigió una vez
que use ante él esas palabras. “¡Qué nos devuelvan lo bailado, Roberto; eso
sería lo más justo!”). Seguiré también bromeando y esperanzado en aquello
del maestro Bernardo Ezequiel Koremblit, que al superar la barrera de los 90
años comentó: “¡Ojalá me despida sanito de este mundo, vivito y coleando!”.
¿Vaya uno a saber? Lo concreto es que como comenta otro querido amigo,
el médico y poeta Manuel Martí, entramos en “la década infame” donde
-hay que ser realistas por otro lado- la indefensión y la debilidad acechan por
los cuatro costados. Es la vida, qué le vamos a hacer es esto que
misteriosamente nos toca vivir y “no conviene perdérsela”, Federico
Peralta Ramos dixit. Por lo demás hay que tomar las cosas como son. ¡Y que viva
la vida!
Va como yapa este tanka de gratitud, que se me ocurre y
me nace del oficio de decidor de palabras:
Están Quevedo y Messi
y el gran “Pichuco”
siempre amables a mi lado.
Y Arlt y Borges,
también la gran “Tita” y tú.
ROBERTO
ALIFANO, Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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