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sábado, 3 de febrero de 2024

OPUS A MIS 80 AÑOS O ME CELEBRO A MÍ MISMO - Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 



OPUS A MIS 80 AÑOS O ME CELEBRO A MÍ MISMO

La palabra “Opus”​ (del latín opus, obra), es un término que se empezó a aplicar en música desde el siglo XVII, para catalogar las obras de la mayoría de los compositores cada vez que se publicaba una de ellas, precediendo la palabra opus, o su abreviatura “op” y al número de orden de la misma. En los puntuales casos de Bach y Strauss nunca numeraron esas obras, y en los casos de Franz Joseph Haydn y de Wolfgang Amadeus Mozart, los números se aplicaban al azar, tarea que correspondía con frecuencia a los críticos o encargados de editarlas, más que a los propios compositores. Fue el riguroso Ludwig van Beethoven el primero en emplear una numeración con cierto orden; al menos para sus obras más prominentes. Beethoven destacó también la abreviatura “WoO”, que significa Werk ohne Opuszahl (en alemán, “obra sin número de opus”).

¿Y qué nos impide ser poéticos desde el comienzo? Celebrarnos a nosotros mismos es una añeja ocurrencia del ilustre solitario Walt Whitman, que dice con alborozo en inmortales versos que traduzco de su famoso Canto de mí mismo:

Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,

pues cada átomo mío es también tuyo.

Ando al azar e invito a tu alma compañera.


Vago y me tumbo sobre la tierra,

para contemplar un tallo de hierba

o un pájaro que vuela.


Mi lengua, cada molécula de mi sangre,

está formada por esta tierra y este aire.

He nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y

cuyos padres también aquí nacieron.

Por eso gozando de perfecta salud,

comienzo y espero no detenerme hasta morir.


Que se callen los credos y las escuelas,

que retrocedan un momento, conscientes de lo que son

y sin olvidarlo nunca.

Yo me brindo al bien y al mal

y me permito hablar hasta correr peligro.

Soy naturaleza sin freno, una energía original.

Única.


¡Pobre Whitman no alcanzó los 80 años, pero en aquellos lejanos tiempos pasar los 70 años ya era una hazaña. Entre nosotros, otro inolvidable intelectual, el profesor Ángel J. Battistessa, también poeta, al cumplir sus 80 años uso la palabra “Opus”, para titular un soneto celebratorio publicado en La Nación Cultura; hecho que ocasionó una infaltable broma de Borges, que le tenía poca consideración a don Ángel y comentó, fingiendo solemnidad e imitándolo cuando se lo leí: “¡Cáa-ram-ba con el doctor Ángel Jota Battistessa, que se escuda bajo el seudónimo de Ángel Jota Battistessa, y se le ha dado ahora como Whitman por celebrarse a sí mismo, qué le vamos a hacer, este mundo está lleno de impostores!”. Como Beethoven, este buen maestro tenía derecho a usar la palabra Opus y a celebrarse a sí mismo en sus bien cumplidos 80 años que se le vinieron encima. Cifra que nos condena a una densa temporada -hay que reconocerlo- de achaques y decadencia”.

La pura verdad no sé si es celebratorio o condenable cumplir 80 años; pero, bueno, resignémonos, hemos llegado hasta aquí y no es poco ni tampoco para quejarnos. El filósofo George Santayana, un poco como Battistessa, pensaba que hasta puede ser la época más feliz de la existencia, pues lo único que cuenta es el presente; es decir, lo que se cursa en el día a día, ya que mañana puede ser un infinito. Recuerdo, además aquello de Pablo Picasso, que al cumplirlos sus 80 prefirió reconocer jovialmente que celebraba sus cuatro veces 20 años.

A mí, otra cosa que me enorgullece o, mejor dicho, me enaltece a lo largo de mi ya larga vida es la amistad que, como cualquiera de las otras fases de nuestra vida, no es menos misteriosa. Soy un hombre de amigos diseminados a lo largo y ancho del Planeta. La maravillosa amistad que hace que los amigos, aunque no se vean seguido pervivan en ella y eso sea como un milagro, ya que esa condición o esa virtud está siempre presente y no requiere de confirmaciones como el amor, verbigracia. La amistad, que es, por otro lado, una de las mejores pasiones de nosotros los argentinos, Borges dixit.

¡En cuánto a la poesía, qué amistad entrañable e infinita con este mágico género literario que se caracteriza por eternizar, a través de la palabra, las emociones, los sentimientos y reflexiones que un mortal puede expresar en torno a la belleza, el amor y la vida (deuda que humildemente he casi saldado con mis maestros Virgilio, Dante, Lugones, Neruda, Borges, Parra, etcétera, etcétera, sobre los que creo haber escrito acaso con felicidad; nunca en abundancia). Completo diciendo que considero casi saldada esa deuda de alguien que si de algo se siente orgulloso, lo repito, es de ser un hombre de amigos y, por ende, de amores, y de versos.

Informo que en mi caso he cumplido mis 80 años el pasado día de la primavera del 2023, que en nuestros países hispanoamericanos se celebra el 21 de septiembre. No gratamente, por supuesto, pues ese día una desgracia me visitaba; perdía después de una impiadosa agonía a Adriana, mi hija mayor. De manera que no hubo celebración en la Sociedad Argentina de Escritores como había propuesto mi amigo y compañero de ruta Alejandro Vaccaro, que dignamente la preside. Sin embargo, no esquivo el bulto y, como me corresponde, ensayo estas palabras de gratitud a esta vida que me ha tocado en el reparto y sostengo aún, creo, con valerosa dignidad.

Otro querido amigo, el profesor Antonio Las Heras, más propenso que yo a las celebraciones, vive cantándole a la vejez. Para mi desgracia yo, como buen escéptico, devoto entre otros de Schopenhauer y de Nietzsche, no siento por ella demasiada consideración, aunque cuando llega no queda más remedio que asumirla. El pensador José Ingenieros, como buen “ciudadano de la juventud” que se autoproclamaba, escribió que “quería tener la dicha de morir antes de envejecer”. Es probable que así sea en algunos casos extremos de nihilismo. Yo, como buen dudoso de todo, prefiero quedarme en el medio del camino. Y a dúo con mi recordado amigo chileno Volodia Teitelboim, considero esta enigmática etapa de la existencia otra forma de cultura. Repito una vez más: “seguimos en carrera que no es poco y se debe seguir pedaleando o aprietando las espuelas” como diría don Martín Fierro en buen criollo.

Sea como fuere, aquí seguimos ahora con estos 80 años o, mejor dicho, con estos cuatro veces 20 años. Aquí estoy yo con una agradecida vida plena de experiencias memorables, dispuesto a evocarlas y a celebrar cantándole a este tiempo que cargo en mis espaldas. “¿Quién me quita lo bailado?” (aunque en verdad debiera reclamar como Adolfito Bioy Casares, que me corrigió una vez que use ante él esas palabras. “¡Qué nos devuelvan lo bailado, Roberto; eso sería lo más justo!”). Seguiré también bromeando y esperanzado en aquello del maestro Bernardo Ezequiel Koremblit, que al superar la barrera de los 90 años comentó: “¡Ojalá me despida sanito de este mundo, vivito y coleando!”.

¿Vaya uno a saber? Lo concreto es que como comenta otro querido amigo, el médico y poeta Manuel Martí, entramos en “la década infame” donde -hay que ser realistas por otro lado- la indefensión y la debilidad acechan por los cuatro costados. Es la vida, qué le vamos a hacer es esto que misteriosamente nos toca vivir y “no conviene perdérsela”, Federico Peralta Ramos dixit. Por lo demás hay que tomar las cosas como son. ¡Y que viva la vida!

Va como yapa este tanka de gratitud, que se me ocurre y me nace del oficio de decidor de palabras:

Están Quevedo y Messi

y el gran “Pichuco”

siempre amables a mi lado.


Y Arlt y Borges,

también la gran “Tita” y tú.


ROBERTO ALIFANO, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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