bienvenidos

bienvenidos

domingo, 13 de enero de 2019

EL NIÑO DEL COHETE , Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina

Imagen relacionada
Imagen de: es.vecteezy.com


EL NIÑO DEL COHETE

Al Fundamento.

En especial, a Antoine de Saint-Exupéry, in memoriam…

      Y particularmente,  celebrando el Día Internacional de la Palabra (23 Noviembre de 2018), a la Prof. Marisa Aragón Willner, Directora Fundadora del Foro “PARNASSUS – PATRIA DE ARTISTAS” (Buenos Aires, Argentina); y, por su digno intermedio, a todos los colegas  en las letras y hermanos en Humanidad que integran dicha Casa del Verbo,  abrazados al Maná de la Palabra por el fuego ardiente de la imaginación creadora y la amistad verdadera…


   El cohete se erguía agudo y gigantesco sobre la alta colina de aquella piedra cósmica etérea.
   Traslucía en su grandeza la potencia de una Idea sublime y portentosa. Una Idea de lúcidos ardores como los tonos radiantes de un calidoscopio, de un arco iris de júbilo. La onírica y, a la vez, elocuente transfiguración de un rayo de sol, como un fulgurante languor del alba.
   El Universo gestaría un nuevo cuerpo.
   Entonces el niño miró al cohete tras el grito de su padre, señalándoselo. Y exclamó: “¡Oh”, pero deseó verlo más pequeño, no tan grande; pequeño como él.
   Papá se turbó. Y explicó: “Es grande, porque la Idea es grande”.
   Pero el niño no entendía todavía.
   Siendo así, lo llevó de la mano hasta el mesón circular (pues el círculo es perfecto) que, a modo de altar yacía frente al trono, y le mostró la Idea que giraba y giraba en su centro fundiendo una infinidad de aros brumosos y reflexivos, semillas de vida y muerte programada.
   Aisló uno de esos aros con un dedo creador, y descifró con su aliento el contenido. Decía: “El cohete será grande para contener, recorrer, sondear y comprender los alcances de la Idea. Para andarla y desandarla. Penetrar valles, desiertos, llanuras y montañas, ríos y cielos, pájaros y bestias, plantas y peces. Porque tiene el poder de reproducirse por sí misma”.
   Después, depositó el aro viviente en el mesón, y agregó: “Escucha con atención, hijo: no podremos conocer al Cuerpo forjado por la Idea, si el cohete no es lo suficientemente grande para ello. Faltaría combustible para llegar. Potencia para vencer su gravedad de siglos. Equilibrio para abordarlo y morar en él y en ellos, ungiéndolos hasta el fin de los tiempos. Y no habría sitio para albergar a nuestros enviados junto a la nueva estirpe imaginada y creada. Los alados guardianes, consecuentes peregrinos de otros soles, se hacinarían en sutiles laberintos mientras el lento madurar del pensamiento los descubre filosofar… Y a cada alma de ellos corresponderá un guardián; al menos, hasta comprobar el resultado de la Idea en ese punto”.
   El niño, en silencio, volvió a mirar el cohete, y vio crecer palmo a palmo el vigor y estatura de sus cristales exteriores, hasta que una estrella floreció en su nariz de fuego.
   “Papá… -dijo-; ¿puedo también yo tomar un aro?”.
   “Por supuesto, amiguito; estamos no sólo conversando sino compartiendo”, acordó el Rey.
   Y el pequeño dedo hurgó en el Mesón de la Idea.
   Un aro vibrante centelleó en el aire que sonrosaba el clima de la piedra cósmica y etérea. El niño leyó: “El cohete será pequeño asimismo, aunque grande, a fin de conocer realmente el fruto de la Idea; ya que la grandeza significará soberbia para sus habitantes, y los insectos se allanarán al mundo mejor que la estirpe imaginada y creada. La inmensidad exterior enajenará a muchas miradas, y los condenará a divagar en las nubes de su circunferencia: lo esencial permanecerá invisible a sus ojos, y muchos serán los llamados pero pocos los elegidos… Para que esto suceda, el cohete será también pequeño”.
   Papá Rey se turbó nuevamente, y esta vez porque la Idea que había tenido, parecía con facultades innatas para contradecirse en sus aros reflexivos. Pero bien sabía que no era así. Sólo la superficial atención hacia el abismo de sus contenidos y alcances, podía llegar a confundir los planos intertextuales en que giraba la armonía de su hechura. La exacta medida surgiría en cuanto se aclararan las fronteras del sistema elegido para el análisis o rumbo que el diálogo aquel había tomado.
   El niño no tardó en definirlas: “Papá –opinó-, es probable que alguien tenga que explicárselos; les costará entenderlo. Se trata de la primera estirpe semejante a la nuestra a quien le ha sido infundido el don de la libertad. El cohete en verdad será tan grande como tu Reino; mas no podrán habitar en Él si no le muestras, de algún modo, el valor de lo pequeño. Y aún así, a causa del Otro, se cumplirá la Palabra del aro: muchos serán llamados, pero pocos los elegidos…”.
   Y papá apartó por un momento la vista del cohete. Permaneció inmóvil un instante, y, de súbito, se proyectó en su propio ser hacia el centro del mesón circular donde giraban y giraban los aros brumosos y reflexivos…
   Un resplandor estalló en su seno, expandiendo la amplitud de los misterios y los sueños, de la alegría y el dolor que cobijaría el nuevo Cuerpo.
   El niño quedó solo.
   Tomó sin embargo otro aro del mesón, y lo estudió con agudeza hasta descubrir el sentido de su código y mensaje. Al cabo, lo reintegró a la danza estelar y trazó en su pecho una Cruz.
   Una lágrima comenzó a humanizarlo.
   En ese lapso, su padre abandonó la turbulencia del mesón y se materializó junto a él.
   “Tenías razón, hijo mío. Y sabrás qué hacer; aunque hablarás en parábolas”, dijo. Y, abrazándolo con fuerza, concluyó: “Ahora se ha hecho tarde y mamá te necesita. Ah, otra cosa: cuando pilotees el cohete, se volverá tan pequeño como infinita tu grandeza divina. Sufrirás, pero nunca te abandonaré. Vencerás sobre el Otro: lo prometo”.
   Un beso en la mejilla lo despidió feliz. Haría la Voluntad de su Padre.
   Y corrió y corrió… Porque antes del vuelo al siguiente planeta del Plan de Redenciones contraídas, festejaría su partida…
   Y, con un poco de miedo y alabanzas al Padre que lo había comprometido, iría de prisa en busca de su Madre para colgar estrellas y guirnaldas a la entrada del cohete grande.-  



 Copyright, ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

No hay comentarios:

Publicar un comentario