Imagen de: es.vecteezy.com
EL NIÑO DEL COHETE
Al Fundamento.
En especial,
a Antoine de Saint-Exupéry, in memoriam…
Y
particularmente, celebrando el Día Internacional de la Palabra (23
Noviembre de 2018), a la Prof.
Marisa Aragón Willner, Directora Fundadora del Foro “PARNASSUS – PATRIA DE
ARTISTAS” (Buenos Aires, Argentina); y, por su digno intermedio, a todos
los colegas en las letras y hermanos en
Humanidad que integran dicha Casa del
Verbo, abrazados al Maná de la
Palabra por el fuego ardiente de la imaginación creadora y la amistad
verdadera…
El cohete se erguía agudo y gigantesco sobre
la alta colina de aquella piedra cósmica etérea.
Traslucía en su grandeza la potencia de una Idea sublime y portentosa. Una Idea de lúcidos ardores como los tonos
radiantes de un calidoscopio, de un arco iris de júbilo. La onírica y, a la
vez, elocuente transfiguración de un rayo de sol, como un fulgurante languor
del alba.
El Universo gestaría un nuevo cuerpo.
Entonces el niño miró al cohete tras el
grito de su padre, señalándoselo. Y exclamó: “¡Oh”, pero deseó verlo más
pequeño, no tan grande; pequeño como él.
Papá se turbó. Y explicó: “Es grande, porque
la Idea es
grande”.
Pero el niño no entendía todavía.
Siendo así, lo llevó de la mano hasta el
mesón circular (pues el círculo es perfecto) que, a modo de altar yacía frente
al trono, y le mostró la Idea que giraba y
giraba en su centro fundiendo una infinidad de aros brumosos y reflexivos,
semillas de vida y muerte programada.
Aisló uno de esos aros con un dedo creador,
y descifró con su aliento el contenido. Decía: “El cohete será grande para contener, recorrer, sondear y comprender
los alcances de la Idea.
Para andarla y desandarla. Penetrar valles, desiertos,
llanuras y montañas, ríos y cielos, pájaros y bestias, plantas y peces. Porque
tiene el poder de reproducirse por sí misma”.
Después, depositó el aro viviente en el
mesón, y agregó: “Escucha con atención, hijo: no podremos conocer al Cuerpo forjado por la Idea ,
si el cohete no es lo suficientemente grande para ello. Faltaría combustible
para llegar. Potencia para vencer su gravedad de siglos. Equilibrio para
abordarlo y morar en él y en ellos, ungiéndolos hasta el fin de los
tiempos. Y no habría sitio para albergar a nuestros enviados junto a la nueva
estirpe imaginada y creada. Los alados guardianes, consecuentes peregrinos de
otros soles, se hacinarían en sutiles laberintos mientras el lento madurar del
pensamiento los descubre filosofar… Y a cada alma de ellos corresponderá
un guardián; al menos, hasta comprobar el resultado de la Idea
en ese punto”.
El niño, en silencio, volvió a mirar el
cohete, y vio crecer palmo a palmo el vigor y estatura de sus cristales
exteriores, hasta que una estrella floreció en su nariz de fuego.
“Papá… -dijo-; ¿puedo también yo tomar un
aro?”.
“Por supuesto, amiguito; estamos no sólo
conversando sino compartiendo”, acordó el Rey.
Y el pequeño dedo hurgó en el Mesón de la Idea.
Un aro vibrante centelleó en el aire que
sonrosaba el clima de la piedra cósmica y etérea. El niño leyó: “El cohete será pequeño asimismo, aunque
grande, a fin de conocer realmente el fruto de la Idea ; ya que la grandeza
significará soberbia para sus habitantes, y los insectos se allanarán al mundo
mejor que la estirpe imaginada y creada. La inmensidad exterior enajenará a
muchas miradas, y los condenará a divagar en las nubes de su circunferencia: lo
esencial permanecerá invisible a sus ojos, y muchos serán los llamados pero
pocos los elegidos… Para que esto suceda, el cohete será también pequeño”.
Papá Rey se turbó nuevamente, y esta vez
porque la Idea que había tenido, parecía con facultades
innatas para contradecirse en sus aros reflexivos. Pero bien sabía que no era
así. Sólo la superficial atención hacia el abismo de sus contenidos y alcances,
podía llegar a confundir los planos intertextuales en que giraba la armonía de
su hechura. La exacta medida surgiría en cuanto se aclararan las fronteras del
sistema elegido para el análisis o rumbo que el diálogo aquel había tomado.
El niño no tardó en definirlas: “Papá
–opinó-, es probable que alguien tenga que explicárselos; les costará
entenderlo. Se trata de la primera estirpe semejante a la nuestra a quien le ha
sido infundido el don de la libertad. El cohete en verdad será tan grande como
tu Reino; mas no podrán habitar en Él si no le muestras, de algún modo, el valor
de lo pequeño. Y aún así, a causa del Otro,
se cumplirá la Palabra
del aro: muchos serán llamados, pero pocos los elegidos…”.
Y papá apartó por un momento la vista del
cohete. Permaneció inmóvil un instante, y, de súbito, se proyectó en su propio
ser hacia el centro del mesón circular donde giraban y giraban los aros
brumosos y reflexivos…
Un resplandor estalló en su seno,
expandiendo la amplitud de los misterios y los sueños, de la alegría y el dolor
que cobijaría el nuevo Cuerpo.
El niño quedó solo.
Tomó sin embargo otro aro del mesón, y lo
estudió con agudeza hasta descubrir el sentido de su código y mensaje. Al cabo,
lo reintegró a la danza estelar y trazó en su pecho una Cruz.
Una lágrima comenzó a humanizarlo.
En ese lapso, su padre abandonó la
turbulencia del mesón y se materializó junto a él.
“Tenías razón, hijo mío. Y sabrás qué hacer;
aunque hablarás en parábolas”, dijo.
Y, abrazándolo con fuerza, concluyó: “Ahora se ha hecho tarde y mamá te
necesita. Ah, otra cosa: cuando pilotees el cohete, se volverá tan pequeño como
infinita tu grandeza divina. Sufrirás, pero nunca te abandonaré. Vencerás sobre
el Otro: lo prometo”.
Un beso en la mejilla lo despidió feliz.
Haría la Voluntad
de su Padre.
Y corrió y corrió… Porque antes del vuelo al
siguiente planeta del Plan de Redenciones contraídas, festejaría su partida…
Y, con un poco de miedo y alabanzas al Padre
que lo había comprometido, iría de prisa en busca de su Madre para colgar
estrellas y guirnaldas a la entrada del cohete grande.-
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
No hay comentarios:
Publicar un comentario