Refundar la Patria
Jueves 25 de octubre de 2018, 20:43h
El oficio de político, tan bien retratado desde un punto de vista ético
y estético, por don José Martínez Ruiz, conocido como Azorín, en un libro
siempre actual que tituló El político (donde no duda en
calificar a quienes lo ejercen como individuos que se prestan a jugar “un
juego sucio entre matones”), suele ser vehemente, parcial y contradictorio,
casi siempre vanidoso o auto referencial, que termina haciéndolos creer que son
el centro del universo. Empecinados y ubicuos hasta lo insoportable, padecen,
por otro lado, de deslucidas interrupciones en sus beneficiosas carreras, de
marchas y contramarchas, de lúgubres y arbitrarios eclipses, y emergen con la
vitalidad de un ave Fénix renacidos de sus cenizas. En la Argentina sucedió con
Perón en los años ’70, y es posible que ahora suceda con Cristina Kirchner, la
exaltada ex presidenta, una rediviva “Pasionaria de la región patagónica”.
Pues bien, estas cómodas calamidades o catástrofes, que marcan una
creciente decadencia social, cultural y económica, las viene soportando la
Argentina desde hace demasiadas décadas con buena responsabilidad de la clase
política; sin duda, resultante de una sociedad tan fuera de eje como decadente.
Las tramas íntimas se asemejan cada vez más a las del “realismo mágico”, tan
afín a la imaginación de García Márquez, Asturias o Alejo Carpentier. “Si
Kafka hubiera vivido entre nosotros no habría sido más que un mero
costumbrista”, bromeaba con suspicacia el talentoso narrador Darío Falú.
Toda reflexión sincera sobre la situación actual de la Argentina es
menos alentadora que dolorosa. Optimismo y pesimismo han pasado a ser
categorías pueriles ante la inmensidad del abismo que se abre inexorablemente.
El gobierno se ve tan dividido como la oposición y pareciera que sus
principales referentes juegan al sálvese quien pueda, lejos de mostrar solidez
en la conducción del barco que todos, de uno u otro color político, han metido
en medio de una tormenta de marchas, contramarchas y fisuras al orden del día
que se revelan bajo un panorama desalentador y decepcionante.
Hoy la Argentina es uno de los países que registra el mayor deterioro
económico durante el último siglo. Su tránsito de la riqueza a la pobreza quizá
se podría resumir, me parece, en la sucesión de tres grandes etapas: la de auge
y desarrollo comercial, gracias a sus riquezas naturales y a la correlación de
países con reciprocidad monetaria y la liberalización económica (todo esto
desde fines del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX); luego, el
abrupto período de entreguerras, desde 1930 hasta 1945, en donde se fue
imponiendo paulatinamente la autarquía, el proteccionismo y la demagogia, que
dio lugar al ascenso del general Perón (1946-1955), cuyo legado pervive desde
entonces pese a la sucesión de distintos regímenes dictatoriales y
democráticos.
Desde un panorama histórico más o menos así, la hegemonía del Estado,
junto al avance de la especulación financiera, alentada por la usura
internacional, fue ganando terreno, y en el caso particular de la actualidad,
prosigue debilitando al sistema democrático, con marcadas diferencias sociales
y ahora con tasas disparatadas, que para contener el aumento del dólar van
desde el 74 al 100 por ciento. Calamidad que enfría un mercado con bajas
alarmantes de consumo, altísima inflación y hace de la Argentina un país
inviable, con bonos de deuda que el mismo Banco Central pone en el mercado con
nombres ridículos y recurrencias similares a un vaudeville con escenario a
cielo abierto.
Todos los fracasos del Gobierno no le han restado, sin embargo, tanto
como puede ser previsible cierto apoyo de la ciudadanía; quizá porque los
pueblos deben optar entre lo mediocre y malo ante la posibilidad de lo peor.
Aunque cuesta admitir este juicio que confirma aquello de que la gente elige
desde el odio y hasta pueden elegir representantes odiosos, como en el patético
caso de Brasil; una prueba más de la animosidad ciudadana.
Y ya que mencionamos a nuestros vecinos, detengámonos en su economía
destinada a convivir, no sin cierta aspereza, con la de la Argentina. Tan
exuberante como complejo, Brasil es un país que por lo cercano a nosotros
parece conocido; pero no es tan así, pues esconde en sus entrañas secretos que
nadie puede descifrar con ojos de turista. El convulsionado escenario de las
recientes elecciones presidenciales no ha hecho más que reflejar a una sociedad
heterogénea, despolitizada, donde la televisión y el poder religioso de las
“iglesias evangélicas” juegan un papel clave a la hora de capturar votos. Ese
país misterioso elegirá presidente -ya es casi seguro- al polémico Jair
Bolsonaro. Algo que desde lo económico, aunque no se perciba de manera
evidente, afectará sin duda a la Argentina, ya es harto sabido que cuando
estornuda Brasil, puede provocar una gripe en nuestro territorio. Y más aún
ante un escenario de alarmante desprotección.
En medio de este panorama, en nuestras orillas aparece siempre como un
fantasma el perenne, confuso e inaprensible peronismo, con sus diversas facetas
a saber. Hay uno, al que se le dice “presentable” (siempre hubo varios
peronismos y siempre unos fueron más presentables que otros); todo esto desde
el punto de vista de un pícaro establishment, que le abrió paso en
su momento al mismísimo Perón, aunque le advirtió: “lo dejaremos
volver, General, pero con la condición de que arregle este horror (terrorismo
de montoneros y ERP mediantes). Y Perón volvió, lo intentó, pero se murió
en ese intento, dejando el país en manos de su incapaz tercera esposa y del
calamitoso brujo que posaba de iluminado.
En estos días hay un sector que imagina algo similar con la señora
Kirchner, inevitable candidata con márgenes propios de intención de voto, pero
con una pesada mochila de corrupción en sus espaldas, a la que el fracasado
gobierno de turno, parece proponerle: “preséntese, desde luego, señora,
pero denos garantías de que no irá tan lejos”; de lo cual podría surgir una
fórmula ecléctica. En especial si la ex presidenta, que nada tiene de imbécil,
sabe por qué la quieren quienes tanto la quieren, y es probable que rechace
esta tentación. Sobre todo porque arreglar este desbarajuste es ya tarea
imposible. Y lo repetimos, zonza no es.
Ante tal panorama, por supuesto que viene al caso repasar los dones
desaprovechados de la pródiga Argentina, productora de soja y girasol; una
genuina potencia planetaria, con agua de sobra, ríos navegables, campos
fértiles; también con vacas que se reproducen generosamente como los panes y
los peces bíblicos, con lana y trigo, manzanas, miel, vinos y tantísimos
otros commodities muy bien cotizados en el mundo. Y, por si
eso fuera poco, además tiene en suerte un subsuelo con petróleo y con la
tercera mayor reserva de gas del planeta. Tamaña riqueza natural la convirtió
en los inicios del siglo XX en uno de los países más prometedores y atrajo a un
auténtico éxodo europeo (ese beneficioso crisol de italianos, españoles,
franceses, ingleses y judíos, que dieron forma a la nueva nación). Buenos
Aires, la capital del incipiente imperio ofrecía una vida cultural tan dinámica
que semejaba el envidiado París. Todavía, a pesar de las tormentas, hoy se
trata de un pueblo muy ilustrado, como refleja la dialéctica prolija -a veces
extenuante- de casi todos los argentinos for export.
Pero los frustrados modelos -vaya uno a saber por qué extraño designio-,
hicieron que el país perdiera pie y empezara a tropezar, y cada caída sigue,
sin encontrar un fondo que la detenga, hundiéndose más y más en el vacío. Por
otro lado, aunque parezca mentira, en la Argentina hasta el soborno está casi
institucionalizado, como lo demuestran los publicitados “cuadernos gate”. Dicha
inseguridad estructural y la falta de garantías jurídicas contrasta,
obviamente, con cualquier forma de normalidad a la que puede aspirarse.
Agreguemos a esto que casi un cuarto de la población, para más datos, es pobre
cuando no indigente. Inadmisible en un país con tantas riquezas, donde abundan
los alimentos.
Ahora bien, ¿por qué sufre Argentina estos descalabros si es un país
como dicen algunos “tocado por el dedo de Dios”, con un pródigo territorio, una
excelente calidad humana y demasiados científicos e intelectuales que se
destacan en el mundo? ¿Sus zozobras son fruto de pésimas elecciones políticas?
Nos inclinamos a creer que sí. En el corsi e recorsi habitual,
seguimos cada vez más caóticos y desquiciados. En la Argentina parece no
entenderse que hay sectores corporativos que no están dispuestos a sacrificar
nada en beneficio de la comunidad. Esas corporaciones oficializadas, son cada
vez más mafiosas y, desde hace décadas, vienen concentrando favores y prebendas
(llámense gremiales, judiciales, policiales, empresariales, políticas, etc.),
que se han quedado con una parte fundamental del poder y la riqueza. Lo han
hecho a expensas de las mayorías cada día más empobrecidas y castigadas, hoy
por una crisis que suma desempleo, más desprotección en la salud y en la
educación; librada a la violencia y el narcotráfico. Una sociedad, en fin, cada
vez más dividida y marginada de las políticas económicas que producen una
indigencia estructural espantosa. Es muy triste tener todo y no saber
aprovecharlo, que es como no tener nada.
La división -o la grieta, como algunos la llaman- continúa
profundizándose. En el Parlamento los representantes del pueblo para aprobar un
presupuesto se enfrentan como hordas de barrabravas con escenas de pugilato,
sin pudor, mientras en la calle la pelea de pobres contra pobres, se asemeja a
la batalla de Atila contra Roma. Penoso, muy penoso.
¿Cuál puede ser el sendero de la salvación? En lo personal, no lo sé. Si
acaso lo supiera no estaría con mi bote propio en medio de esta tormenta que
nos amenaza con otro naufragio inminente.
Acaso refundar una Patria es lo que queda. Tarea común que nos involucra
definitivamente a todos. Seguir con la misma soga al cuello, con una alternancia
vacía de conceptos es continuar con el mismo engaño. Ya sé, pensar así es
volver a la utopía de Thomas Moro. Pero en la Argentina hay gente valiosa,
sensata y bien intencionada que puede contribuir a esa unidad. Probablemente se
necesite un consejo de notables que decante lo positivo y elimine lo nocivo
para la República y los ciudadanos. Con coincidencias en el propósito común
podemos tener derecho a la esperanza. No hay otra posibilidad. Sin embargo, el
oficio de político, que tanto preocupó al lúcido Azorín parece agotado en un
país sin rumbo. Sin ton ni son.
Roberto Alifano, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Escritor y periodista
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