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sábado, 26 de enero de 2019







Refundar la Patria
Jueves 25 de octubre de 2018, 20:43h

El oficio de político, tan bien retratado desde un punto de vista ético y estético, por don José Martínez Ruiz, conocido como Azorín, en un libro siempre actual que tituló El político (donde no duda en calificar a quienes lo ejercen como individuos que se prestan a jugar “un juego sucio entre matones”), suele ser vehemente, parcial y contradictorio, casi siempre vanidoso o auto referencial, que termina haciéndolos creer que son el centro del universo. Empecinados y ubicuos hasta lo insoportable, padecen, por otro lado, de deslucidas interrupciones en sus beneficiosas carreras, de marchas y contramarchas, de lúgubres y arbitrarios eclipses, y emergen con la vitalidad de un ave Fénix renacidos de sus cenizas. En la Argentina sucedió con Perón en los años ’70, y es posible que ahora suceda con Cristina Kirchner, la exaltada ex presidenta, una rediviva “Pasionaria de la región patagónica”.
Pues bien, estas cómodas calamidades o catástrofes, que marcan una creciente decadencia social, cultural y económica, las viene soportando la Argentina desde hace demasiadas décadas con buena responsabilidad de la clase política; sin duda, resultante de una sociedad tan fuera de eje como decadente. Las tramas íntimas se asemejan cada vez más a las del “realismo mágico”, tan afín a la imaginación de García Márquez, Asturias o Alejo Carpentier. “Si Kafka hubiera vivido entre nosotros no habría sido más que un mero costumbrista”, bromeaba con suspicacia el talentoso narrador Darío Falú.
Toda reflexión sincera sobre la situación actual de la Argentina es menos alentadora que dolorosa. Optimismo y pesimismo han pasado a ser categorías pueriles ante la inmensidad del abismo que se abre inexorablemente. El gobierno se ve tan dividido como la oposición y pareciera que sus principales referentes juegan al sálvese quien pueda, lejos de mostrar solidez en la conducción del barco que todos, de uno u otro color político, han metido en medio de una tormenta de marchas, contramarchas y fisuras al orden del día que se revelan bajo un panorama desalentador y decepcionante.
Hoy la Argentina es uno de los países que registra el mayor deterioro económico durante el último siglo. Su tránsito de la riqueza a la pobreza quizá se podría resumir, me parece, en la sucesión de tres grandes etapas: la de auge y desarrollo comercial, gracias a sus riquezas naturales y a la correlación de países con reciprocidad monetaria y la liberalización económica (todo esto desde fines del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX); luego, el abrupto período de entreguerras, desde 1930 hasta 1945, en donde se fue imponiendo paulatinamente la autarquía, el proteccionismo y la demagogia, que dio lugar al ascenso del general Perón (1946-1955), cuyo legado pervive desde entonces pese a la sucesión de distintos regímenes dictatoriales y democráticos.
Desde un panorama histórico más o menos así, la hegemonía del Estado, junto al avance de la especulación financiera, alentada por la usura internacional, fue ganando terreno, y en el caso particular de la actualidad, prosigue debilitando al sistema democrático, con marcadas diferencias sociales y ahora con tasas disparatadas, que para contener el aumento del dólar van desde el 74 al 100 por ciento. Calamidad que enfría un mercado con bajas alarmantes de consumo, altísima inflación y hace de la Argentina un país inviable, con bonos de deuda que el mismo Banco Central pone en el mercado con nombres ridículos y recurrencias similares a un vaudeville con escenario a cielo abierto.
Todos los fracasos del Gobierno no le han restado, sin embargo, tanto como puede ser previsible cierto apoyo de la ciudadanía; quizá porque los pueblos deben optar entre lo mediocre y malo ante la posibilidad de lo peor. Aunque cuesta admitir este juicio que confirma aquello de que la gente elige desde el odio y hasta pueden elegir representantes odiosos, como en el patético caso de Brasil; una prueba más de la animosidad ciudadana.
Y ya que mencionamos a nuestros vecinos, detengámonos en su economía destinada a convivir, no sin cierta aspereza, con la de la Argentina. Tan exuberante como complejo, Brasil es un país que por lo cercano a nosotros parece conocido; pero no es tan así, pues esconde en sus entrañas secretos que nadie puede descifrar con ojos de turista. El convulsionado escenario de las recientes elecciones presidenciales no ha hecho más que reflejar a una sociedad heterogénea, despolitizada, donde la televisión y el poder religioso de las “iglesias evangélicas” juegan un papel clave a la hora de capturar votos. Ese país misterioso elegirá presidente -ya es casi seguro- al polémico Jair Bolsonaro. Algo que desde lo económico, aunque no se perciba de manera evidente, afectará sin duda a la Argentina, ya es harto sabido que cuando estornuda Brasil, puede provocar una gripe en nuestro territorio. Y más aún ante un escenario de alarmante desprotección.
En medio de este panorama, en nuestras orillas aparece siempre como un fantasma el perenne, confuso e inaprensible peronismo, con sus diversas facetas a saber. Hay uno, al que se le dice “presentable” (siempre hubo varios peronismos y siempre unos fueron más presentables que otros); todo esto desde el punto de vista de un pícaro establishment, que le abrió paso en su momento al mismísimo Perón, aunque le advirtió: “lo dejaremos volver, General, pero con la condición de que arregle este horror (terrorismo de montoneros y ERP mediantes). Y Perón volvió, lo intentó, pero se murió en ese intento, dejando el país en manos de su incapaz tercera esposa y del calamitoso brujo que posaba de iluminado.
En estos días hay un sector que imagina algo similar con la señora Kirchner, inevitable candidata con márgenes propios de intención de voto, pero con una pesada mochila de corrupción en sus espaldas, a la que el fracasado gobierno de turno, parece proponerle: “preséntese, desde luego, señora, pero denos garantías de que no irá tan lejos”; de lo cual podría surgir una fórmula ecléctica. En especial si la ex presidenta, que nada tiene de imbécil, sabe por qué la quieren quienes tanto la quieren, y es probable que rechace esta tentación. Sobre todo porque arreglar este desbarajuste es ya tarea imposible. Y lo repetimos, zonza no es.
Ante tal panorama, por supuesto que viene al caso repasar los dones desaprovechados de la pródiga Argentina, productora de soja y girasol; una genuina potencia planetaria, con agua de sobra, ríos navegables, campos fértiles; también con vacas que se reproducen generosamente como los panes y los peces bíblicos, con lana y trigo, manzanas, miel, vinos y tantísimos otros commodities muy bien cotizados en el mundo. Y, por si eso fuera poco, además tiene en suerte un subsuelo con petróleo y con la tercera mayor reserva de gas del planeta. Tamaña riqueza natural la convirtió en los inicios del siglo XX en uno de los países más prometedores y atrajo a un auténtico éxodo europeo (ese beneficioso crisol de italianos, españoles, franceses, ingleses y judíos, que dieron forma a la nueva nación). Buenos Aires, la capital del incipiente imperio ofrecía una vida cultural tan dinámica que semejaba el envidiado París. Todavía, a pesar de las tormentas, hoy se trata de un pueblo muy ilustrado, como refleja la dialéctica prolija -a veces extenuante- de casi todos los argentinos for export.
Pero los frustrados modelos -vaya uno a saber por qué extraño designio-, hicieron que el país perdiera pie y empezara a tropezar, y cada caída sigue, sin encontrar un fondo que la detenga, hundiéndose más y más en el vacío. Por otro lado, aunque parezca mentira, en la Argentina hasta el soborno está casi institucionalizado, como lo demuestran los publicitados “cuadernos gate”. Dicha inseguridad estructural y la falta de garantías jurídicas contrasta, obviamente, con cualquier forma de normalidad a la que puede aspirarse. Agreguemos a esto que casi un cuarto de la población, para más datos, es pobre cuando no indigente. Inadmisible en un país con tantas riquezas, donde abundan los alimentos.
Ahora bien, ¿por qué sufre Argentina estos descalabros si es un país como dicen algunos “tocado por el dedo de Dios”, con un pródigo territorio, una excelente calidad humana y demasiados científicos e intelectuales que se destacan en el mundo? ¿Sus zozobras son fruto de pésimas elecciones políticas? Nos inclinamos a creer que sí. En el corsi e recorsi habitual, seguimos cada vez más caóticos y desquiciados. En la Argentina parece no entenderse que hay sectores corporativos que no están dispuestos a sacrificar nada en beneficio de la comunidad. Esas corporaciones oficializadas, son cada vez más mafiosas y, desde hace décadas, vienen concentrando favores y prebendas (llámense gremiales, judiciales, policiales, empresariales, políticas, etc.), que se han quedado con una parte fundamental del poder y la riqueza. Lo han hecho a expensas de las mayorías cada día más empobrecidas y castigadas, hoy por una crisis que suma desempleo, más desprotección en la salud y en la educación; librada a la violencia y el narcotráfico. Una sociedad, en fin, cada vez más dividida y marginada de las políticas económicas que producen una indigencia estructural espantosa. Es muy triste tener todo y no saber aprovecharlo, que es como no tener nada.
La división -o la grieta, como algunos la llaman- continúa profundizándose. En el Parlamento los representantes del pueblo para aprobar un presupuesto se enfrentan como hordas de barrabravas con escenas de pugilato, sin pudor, mientras en la calle la pelea de pobres contra pobres, se asemeja a la batalla de Atila contra Roma. Penoso, muy penoso.
¿Cuál puede ser el sendero de la salvación? En lo personal, no lo sé. Si acaso lo supiera no estaría con mi bote propio en medio de esta tormenta que nos amenaza con otro naufragio inminente.
Acaso refundar una Patria es lo que queda. Tarea común que nos involucra definitivamente a todos. Seguir con la misma soga al cuello, con una alternancia vacía de conceptos es continuar con el mismo engaño. Ya sé, pensar así es volver a la utopía de Thomas Moro. Pero en la Argentina hay gente valiosa, sensata y bien intencionada que puede contribuir a esa unidad. Probablemente se necesite un consejo de notables que decante lo positivo y elimine lo nocivo para la República y los ciudadanos. Con coincidencias en el propósito común podemos tener derecho a la esperanza. No hay otra posibilidad. Sin embargo, el oficio de político, que tanto preocupó al lúcido Azorín parece agotado en un país sin rumbo. Sin ton ni son.

Roberto Alifano, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

Escritor y periodista




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