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sábado, 19 de enero de 2019

CONGO EN EL ECUADOR, Gabriella Bianco, Venecia, Italia

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CONGO EN EL ECUADOR

(RD Congo)

 De Gabriella Bianco

                                  
                                   A todos los jóvenes de África,
                                   que en sus sonrisas esconden con gracia
                                   la miseria, la humillación y el incierto futuro...
                                   ¡Que puedan adueñarse de su propio destino,
                                   contra la historia y el despojo salvaje!



Quien hizo la guerra, en el Congo, en Ruanda, en Uganda,
saqueando, violentando, humillando, ahora vuelve derrotado...
en la cercanía del pueblo, encuentra a la gente y no se atreve
a contestar las tantas preguntas y los silencios impiadosos.

Lacerado y cansado, se para en el umbral de su casa destrozada,
la mujer violentada, los hijos dispersos, el vecino petulante
aniquilado por la furia salvaje de un ansia homicida,
inexplicable a los vivos.

Huyendo el infame juramento de aniquilar al hermano,
allá en la frontera han pasado de a miles, el terror de
demasiada violencia impresa en la cara y en el corazón,
sin más lágrimas por el largo sufrimiento.

En el tórrido Ecuador, las aguas calmas del río Congo y las altas
hierbas indiferentes, no alivian el dolor de tantas vidas quebradas.
El miliciano vencido lejos de su casa anhelaba noticias...
ahora a su hijo soldado no se atreve a preguntar nada, sólo se apoya
a sus frágiles espaldas, hambriento y ausente...

Marchaba Kabila con sus mercenarios, recorriendo en orden esparcido
las millas que lo separaban de la capital. Vencido al tirano, los soldados
llegaron a las caducas puertas de la ciudad, invadiendo las calles
hormigantes, los fétidos mercados, las chozas ennegrecidas por el fuego
de la mísera comida. 

Irrumpió la guerra en las llanuras soleadas del Este y del Oeste y ahora
nadie reconstruye los pueblos, las casas de paja y abobe, para saciar
el hambre de los niños y de los viejos, atormentados por las penas y
el sufrimiento, para dar confianza en un futuro de paz, bajo la lacerada
bandera de un país devastado.

Se alternan los poderosos a las mesas de los concordatos y soldados de paz
se agolpan en los senderos inconexos con poderosas máquinas de guerra...
mientras en las llanuras las hierbas crecen más altas en cada temporada y
en cada ciudad, con los pies cansados y deformados, la gente camina por horas
en búsqueda de pan, de trabajo, de un techo.

La gente se encuentra y se choca, en un bullicio infinito de cuerpos, de olores,
de fetideces, de pobres cosas llevadas sobre las espaldas encorvadas...se llega
a la noche más cansados y hambrientos que por la mañana...
mañana, todo empezará otra vez, pero ahora, en los arroyos de la lluvia nocturna,
apretados en los lechos nupciales, se hacen otros hijos que nadie saciará.

El Congo fluye lento y solemne a través de la selva, que pronto, demasiado
pronto, resonará por las sierras de los rapaces mercaderes del mundo,
llevándose la riqueza y dejando a esta población más pobre y más olvidada...

...mientras la piragua fluctúa leve e insegura, desafiando la implacable corriente,
caminando hasta el mercado se traen en la cabeza pobres mercaderías y
las mujeres, vestidas de sus paños coloreados, se asemejan a las reinas...

El cauce marrón del río surca la ciudad devastada, la antigua belleza resquebrajada
en un polvo rojo que, en las altas hierbas y atrás de toldos sucios, esconde sus
secretos de fuegos y magias, en su historia violentada.

¿Y tú, peregrina del mundo, mirando el gran río que fluye en la noche,
¿cuál meta persigues? ¿Qué te asemeja a esta humanidad que camina a
pasos lentos y cansinos, como quien no sabe adónde ir?

La mente persigue la paz en esa ampolla de agua, en esa sonrisa de niño de los
ojos sonrientes y el vientre hambriento, en las caras arrugadas de los viejos,
en el saludo que resuena respecto o desafío en las esquinas de cada calle.

Esta África que muere día tras día, tiene en sus entrañas una fuerza vital telúrica.
En los tam tam del día y de la noche, en los ritos y en los inciensos de las iglesias
de Occidente, irrumpe las ganas de vida, de danza, de sonidos, de ritmos dulcísimos
y tiernos de un alma antigua y sin tiempo.

No existe el mañana y el tiempo de hoy se consume en el canto, en el ondear
de las cinturas sinuosas, en el batir rítmico de las manos, en los cantos gregorianos
que llegan desde la edad media en la cual estamos inmersos, en las voces
celestiales que parecen nacidas para esto.

La historia, son otros a hacerla; nosotros aquí, en esta iglesia agolpada y desbordada
de pobre gente vestida con la ropa de la fiesta, en los saludos apenas aludidos,
en las manos que se estrechan en cálidos abrazos, cantamos por horas la fe en un mundo
que quizás vendrá, donde por fin nuestras penas de todos los días se hagan más leves...
en la Eternidad estaremos juntos en la Gloria.
¡Allí, la eternidad seremos nosotros a hacerla,
los pueblos andrajosos y afligidos, los pueblos vencidos!

Tengo que dejar estos lugares: el cielo descarga montañas de agua, que
en oscuros arroyos se llevan al río, las epidemias todavía no estalladas.
Pensaré en ti, en la luna alta en el cielo, en la nube fluctuante, en cada palmera
que se estalla en el cielo, en cada cauce blanco de río, oh África. 

Y tú, acuérdate de mí en la hora del amanecer, pequeño amor de la piel de ébano.
Mientras estrechamos nuestras manos para despedirnos, sabemos que no es un adiós.
He vivido acá, lo largo del rio Congo, y muchas veces lo he recorrido en frágiles
piraguas, buscando la incierta ribera cuidadosamente.

Hemos acercado nuestros barquitos y hemos visto con asombro que veníamos de
la misma ciudad. Hemos descubierto con alegría que vivíamos ahí desde siempre,
cerca la pesquera donde se seca y se ahúma la tilapia, para llevarla a mercados
lejanos, ahí a Kinshasa, después de días de inciertos y peligrosos viajes.

Nos hemos preguntado: ¿No nos hemos conocido antes? y nuestras respuestas
se han entrelazado con los cantos de África que vive. Apoyados en la almohada
que huele a humo e incienso, escuchamos las aguas solemnes y las altas cimas
de los arboles seculares que suspiran por el deseo.

¡África, ningún incendio te destruyera! Una y otra vez vibraran en el viento tus
canciones. Los tam tam resonaran en las noches oscuras: nos reencontraremos
pronto, lo sé. Por eso siempre pregunto: ¿Qué día es? ¡Es el día de África
que sonríe, de África que vibra, de África que ama, de África que renace!


CONGO ALL' EQUATORE
di Gabriella Bianco
                                                  A Felly,
                                                  dolcissima creatura di questa terra
                                                  dolente……
                                                  A tutti i Felly dell'Africa,
                                                  che nei loro giovani sorrisi nascondono con grazia
                                                  la miseria, l'umiliazione e l'incerto futuro....
                                                  Che possano riappropriarsi del proprio destino,
                                                  contro la storia e la spogliazione selvaggia....

Chi ha fatto la guerra, nel Congo, in Ruanda, in Uganda,
razziando, straziando, umiliando, ora ne torna sconfitto…
in prossimità del villaggio, incontra la gente e non osa
rispondere alle mille domande ed ai silenzi impietosi.

Lacero e stanco, si ferma sull’uscio della casa sfondata,
la moglie violentata, i figli dispersi, il vicino petulante
annientato dalla furia selvaggia di un’ansia omicida,
inspiegabile ai vivi.

Sfuggendo all’infame giuramento di annientare il fratello,
là sul confine sono passati a migliaia, il terrore di troppa
violenza stampato nel volto e nel cuore, senza più lacrime
per il lungo patire.

Nel torrido Equatore, le calme acque del Congo e le alte erbe
indifferenti non leniscono il dolore di tante vite spezzate.
Il miliziano vinto lontano da casa anelava notizie…ora al figlio
soldato non osa chiedere nulla, solo si appoggia alla sua fragile
spalla, affamato ed assente.

Marciava Kabila con i suoi mercenari, percorrendo in ordine sparso
le miglia che lo separavano dalla capitale. Vinto il tiranno, i soldati,
giunti alle cadenti porte della città, ne invasero le brulicanti strade,
i luridi mercati, i tuguri anneriti dal fuoco del misero pasto.

Irruppe la guerra nelle pianure assolate dell’est e dell’ovest e ora
nessuno viene a ricostruire la casa e la strada, il villaggio di paglia
e di adobe, a sfamare i bimbi ed i vecchi, rinsecchiti dalla fame e
dal tormento, a ridare fiducia in un futuro di pace, sotto la lacera
bandiera di un paese devastato.

Si alternano i potenti ai tavoli dei concordati e affollano i sentieri
sconnessi soldati di pace con potenti macchine di guerra…ma nella
pianura le erbe crescono più alte ad ogni stagione ed in città, con
i piedi stanchi e sformati, si cammina per ore in cerca di pane, di un
lavoro, di un tetto.

Ci si incontra e scontra, in un brulicare infinito di corpi, di odori,
di fetori, di povere cose portate sulle spalle curve…
si arriva alla sera più stanchi ed affamati del mattino…
domani, tutto ricomincerà, ma ora, nei rivoli della pioggia notturna,
avvinti nel giaciglio nuziale, si fanno altri figli che nessuno sfamerà.

Il Congo scorre lento e solenne attraverso la foresta che presto,
troppo presto risuonerà delle seghe dei rapaci mercanti del mondo,
a portare la ricchezza lontano e lasciare questa umanità ancora
più misera e negletta…

...mentre la piroga ondeggia leggera e insicura, sfidando l’implacabile
corrente, lungo le strade sino al mercato si portano le povere mercanzie
sulla testa e le donne, avvolte in panni colorati, hanno l’andatura delle regine.

L’ansa marrone del fiume solca la città devastata, l’antica bellezza sgretolata
in una polvere rossa che nelle alte erbe e dietro le luride tende nasconde i suoi
segreti di fuochi e magie, nella sua storia violata.

E tu pellegrina del mondo, guardando il grande fiume che va nella sera, quale
meta persegui?  Che cosa ti accumuna a questa umanità che ti cammina davanti
a passo lento e svogliato, come chi non ha dove andare?

La mente raggiunge la pace in quella polla d’acqua, in quel sorriso di bimbo
dagli occhi ridenti ed il ventre affamato, negli occhi grinzosi dei vecchi, nel saluto
che risuona rispetto o sfida ad ogni angolo di strada.

Quest’Africa che muore giorno dopo giorno, ha nelle viscere una tellurica forza
vitale. Nei tam tam del giorno e della notte, nei riti e negli incensi delle chiese
d’Occidente, irrompe la voglia di vita, di danza, di suoni, di ritmi dolcissimi e
teneri di un’anima antica e senza tempo.

Non c’è il domani ed il tempo dell’oggi si consuma nel canto, nell’ondeggiare dei
fianchi sinuosi, nel battere ritmico delle mani, nei canti gregoriani che giungono dal
medioevo in cui siamo immersi, nelle voci celestiali che sembrano nate per questo.

La storia, sono altri a farla: noi qui, in questa chiesa affollata e straripante di povera
gente col vestito dignitoso della festa, nei saluti appena accennati, nelle mani strette
in caldi abbracci, cantiamo per ore la fede di un mondo che forse verrà,
dove finalmente le nostre quotidiane pene diventeranno più lievi...
nell’Eterno saremo insieme nella Gloria.
Lì, l’eternità saremo noi a farla, i popoli laceri e dolenti, i popoli vinti!

Mi tocca lasciare questi luoghi remoti: il cielo mi scarica addosso montagne
d’acqua, che a rivoli scuri si portano nel fiume le epidemie non ancora scoppiate.
Ti penserò, nella luna piena alta nel cielo, nella nube fluttuante, ad ogni palma
che svetta, ad ogni curva bianca di fiume, oh Africa.

E tu ricordati di me nell’ora del crepuscolo, piccolo amore dalla pelle d’ebano.
Mentre ci stringiamo le mani per dirci addio, sappiamo che è solo un congedo.
Ho abitato qui, in riva al fiume Congo, e tante volte l’ho navigato nella fragile
piroga, cercando con cura l’incerta riva.

Abbiamo accostato le nostre barchette e abbiamo visto con stupore che eravamo
della stessa città. Abbiamo scoperto con gioia che da sempre abitavamo lì, presso
la peschiera dove si secca e si affumica la tilapia, per portarla a mercati lontani,
laggiù a Kinshasa, dopo giorni di perigliosi e incerti viaggi.

Ci siamo chiesti ridendo: “Non ci siamo sempre conosciuti?” e le nostre risposte
amorose si sono intrecciate con i canti dell’Africa che vive. Appoggiati al cuscino
che odora di fumo e di incenso, ascoltiamo le acque solenni e le alte chiome degli
alberi secolari sospirare di desiderio.

Africa, nessun incendio ti distruggerà! Alte di nuovo e per sempre vibreranno nel
vento le tue canzoni.
I tam tam risuoneranno nelle notti buie: ci ritroveremo presto, lo so.
Perciò sempre domando: “Che giorno è?”. È il giorno dell’Africa che
sorride, dell’Africa che vibra, dell’Africa che ama, dell’Africa che rinasce.
Gabriella Bianco, 2005-2006

©GABRIELLA BIANCO, poeta y escritora italiana
PRESIDENTE DE ASOLAPO ITALIA
 


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