Imagen de: Actualidad Viajes
CONGO
EN EL ECUADOR
(RD Congo)
De Gabriella Bianco
A todos los
jóvenes de África,
que en sus
sonrisas esconden con gracia
la miseria,
la humillación y el incierto futuro...
¡Que puedan
adueñarse de su propio destino,
contra la
historia y el despojo salvaje!
Quien hizo la
guerra, en el Congo, en Ruanda, en Uganda,
saqueando,
violentando, humillando, ahora vuelve derrotado...
en la cercanía del
pueblo, encuentra a la gente y no se atreve
a contestar las
tantas preguntas y los silencios impiadosos.
Lacerado y cansado,
se para en el umbral de su casa destrozada,
la mujer
violentada, los hijos dispersos, el vecino petulante
aniquilado por la
furia salvaje de un ansia homicida,
inexplicable a los
vivos.
Huyendo el infame
juramento de aniquilar al hermano,
allá en la frontera
han pasado de a miles, el terror de
demasiada violencia
impresa en la cara y en el corazón,
sin más lágrimas
por el largo sufrimiento.
En el tórrido
Ecuador, las aguas calmas del río Congo y las altas
hierbas
indiferentes, no alivian el dolor de tantas vidas quebradas.
El miliciano
vencido lejos de su casa anhelaba noticias...
ahora a su hijo
soldado no se atreve a preguntar nada, sólo se apoya
a sus frágiles
espaldas, hambriento y ausente...
Marchaba Kabila con
sus mercenarios, recorriendo en orden esparcido
las millas que lo
separaban de la capital. Vencido al tirano, los soldados
llegaron a las
caducas puertas de la ciudad, invadiendo las calles
hormigantes, los
fétidos mercados, las chozas ennegrecidas por el fuego
de la mísera
comida.
Irrumpió la guerra
en las llanuras soleadas del Este y del Oeste y ahora
nadie reconstruye
los pueblos, las casas de paja y abobe, para saciar
el hambre de los
niños y de los viejos, atormentados por las penas y
el sufrimiento,
para dar confianza en un futuro de paz, bajo la lacerada
bandera de un país
devastado.
Se alternan los
poderosos a las mesas de los concordatos y soldados de paz
se agolpan en los
senderos inconexos con poderosas máquinas de guerra...
mientras en las
llanuras las hierbas crecen más altas en cada temporada y
en cada ciudad, con
los pies cansados y deformados, la gente camina por horas
en búsqueda de pan,
de trabajo, de un techo.
La gente se
encuentra y se choca, en un bullicio infinito de cuerpos, de olores,
de fetideces, de
pobres cosas llevadas sobre las espaldas encorvadas...se llega
a la noche más
cansados y hambrientos que por la mañana...
mañana, todo
empezará otra vez, pero ahora, en los arroyos de la lluvia nocturna,
apretados en los
lechos nupciales, se hacen otros hijos que nadie saciará.
El Congo fluye
lento y solemne a través de la selva, que pronto, demasiado
pronto, resonará
por las sierras de los rapaces mercaderes del mundo,
llevándose la
riqueza y dejando a esta población más pobre y más olvidada...
...mientras la
piragua fluctúa leve e insegura, desafiando la implacable corriente,
caminando hasta el
mercado se traen en la cabeza pobres mercaderías y
las mujeres,
vestidas de sus paños coloreados, se asemejan a las reinas...
El cauce marrón del
río surca la ciudad devastada, la antigua belleza resquebrajada
en un polvo rojo
que, en las altas hierbas y atrás de toldos sucios, esconde sus
secretos de fuegos
y magias, en su historia violentada.
¿Y tú, peregrina
del mundo, mirando el gran río que fluye en la noche,
¿cuál meta
persigues? ¿Qué te asemeja a esta humanidad que camina a
pasos lentos y
cansinos, como quien no sabe adónde ir?
La mente persigue
la paz en esa ampolla de agua, en esa sonrisa de niño de los
ojos sonrientes y
el vientre hambriento, en las caras arrugadas de los viejos,
en el saludo que
resuena respecto o desafío en las esquinas de cada calle.
Esta África que
muere día tras día, tiene en sus entrañas una fuerza vital telúrica.
En los tam tam del
día y de la noche, en los ritos y en los inciensos de las iglesias
de Occidente,
irrumpe las ganas de vida, de danza, de sonidos, de ritmos dulcísimos
y tiernos de un
alma antigua y sin tiempo.
No existe el mañana
y el tiempo de hoy se consume en el canto, en el ondear
de las cinturas
sinuosas, en el batir rítmico de las manos, en los cantos gregorianos
que llegan desde la
edad media en la cual estamos inmersos, en las voces
celestiales que
parecen nacidas para esto.
La historia, son
otros a hacerla; nosotros aquí, en esta iglesia agolpada y desbordada
de pobre gente
vestida con la ropa de la fiesta, en los saludos apenas aludidos,
en las manos que se
estrechan en cálidos abrazos, cantamos por horas la fe en un mundo
que quizás vendrá,
donde por fin nuestras penas de todos los días se hagan más leves...
en la Eternidad
estaremos juntos en la Gloria.
¡Allí, la eternidad
seremos nosotros a hacerla,
los pueblos
andrajosos y afligidos, los pueblos vencidos!
Tengo que dejar
estos lugares: el cielo descarga montañas de agua, que
en oscuros arroyos
se llevan al río, las epidemias todavía no estalladas.
Pensaré en ti, en
la luna alta en el cielo, en la nube fluctuante, en cada palmera
que se estalla en
el cielo, en cada cauce blanco de río, oh África.
Y tú, acuérdate de
mí en la hora del amanecer, pequeño amor de la piel de ébano.
Mientras
estrechamos nuestras manos para despedirnos, sabemos que no es un adiós.
He vivido acá, lo
largo del rio Congo, y muchas veces lo he recorrido en frágiles
piraguas, buscando
la incierta ribera cuidadosamente.
Hemos acercado
nuestros barquitos y hemos visto con asombro que veníamos de
la misma ciudad.
Hemos descubierto con alegría que vivíamos ahí desde siempre,
cerca la pesquera
donde se seca y se ahúma la tilapia, para llevarla a mercados
lejanos, ahí a
Kinshasa, después de días de inciertos y peligrosos viajes.
Nos hemos
preguntado: ¿No nos hemos conocido antes? y nuestras respuestas
se han entrelazado
con los cantos de África que vive. Apoyados en la almohada
que huele a humo e
incienso, escuchamos las aguas solemnes y las altas cimas
de los arboles
seculares que suspiran por el deseo.
¡África, ningún
incendio te destruyera! Una y otra vez vibraran en el viento tus
canciones. Los tam
tam resonaran en las noches oscuras: nos reencontraremos
pronto, lo sé. Por
eso siempre pregunto: ¿Qué día es? ¡Es el día de África
que sonríe, de
África que vibra, de África que ama, de África que renace!
CONGO
ALL' EQUATORE
di Gabriella Bianco
A Felly,
dolcissima creatura di questa terra
dolente……
A tutti i Felly dell'Africa,
che nei loro giovani sorrisi nascondono con grazia
la miseria, l'umiliazione e l'incerto futuro....
Che possano riappropriarsi del proprio destino,
contro la storia e la spogliazione selvaggia....
Chi ha fatto la
guerra, nel Congo, in Ruanda, in Uganda,
razziando,
straziando, umiliando, ora ne torna sconfitto…
in prossimità del
villaggio, incontra la gente e non osa
rispondere alle
mille domande ed ai silenzi impietosi.
Lacero e stanco, si
ferma sull’uscio della casa sfondata,
la moglie
violentata, i figli dispersi, il vicino petulante
annientato dalla
furia selvaggia di un’ansia omicida,
inspiegabile ai
vivi.
Sfuggendo
all’infame giuramento di annientare il fratello,
là sul confine sono
passati a migliaia, il terrore di troppa
violenza stampato
nel volto e nel cuore, senza più lacrime
per il lungo
patire.
Nel torrido
Equatore, le calme acque del Congo e le alte erbe
indifferenti non
leniscono il dolore di tante vite spezzate.
Il miliziano vinto
lontano da casa anelava notizie…ora al figlio
soldato non osa
chiedere nulla, solo si appoggia alla sua fragile
spalla, affamato ed
assente.
Marciava Kabila con
i suoi mercenari, percorrendo in ordine sparso
le miglia che lo
separavano dalla capitale. Vinto il tiranno, i soldati,
giunti alle cadenti
porte della città, ne invasero le brulicanti strade,
i luridi mercati, i
tuguri anneriti dal fuoco del misero pasto.
Irruppe la guerra
nelle pianure assolate dell’est e dell’ovest e ora
nessuno viene a
ricostruire la casa e la strada, il villaggio di paglia
e di adobe, a
sfamare i bimbi ed i vecchi, rinsecchiti dalla fame e
dal tormento, a
ridare fiducia in un futuro di pace, sotto la lacera
bandiera di un
paese devastato.
Si alternano i
potenti ai tavoli dei concordati e affollano i sentieri
sconnessi soldati
di pace con potenti macchine di guerra…ma nella
pianura le erbe
crescono più alte ad ogni stagione ed in città, con
i piedi stanchi e
sformati, si cammina per ore in cerca di pane, di un
lavoro, di un
tetto.
Ci si incontra e
scontra, in un brulicare infinito di corpi, di odori,
di fetori, di
povere cose portate sulle spalle curve…
si arriva alla sera
più stanchi ed affamati del mattino…
domani, tutto
ricomincerà, ma ora, nei rivoli della pioggia notturna,
avvinti nel
giaciglio nuziale, si fanno altri figli che nessuno sfamerà.
Il Congo scorre
lento e solenne attraverso la foresta che presto,
troppo presto
risuonerà delle seghe dei rapaci mercanti del mondo,
a portare la
ricchezza lontano e lasciare questa umanità ancora
più misera e
negletta…
...mentre la piroga
ondeggia leggera e insicura, sfidando l’implacabile
corrente, lungo le
strade sino al mercato si portano le povere mercanzie
sulla testa e le
donne, avvolte in panni colorati, hanno l’andatura delle regine.
L’ansa marrone del
fiume solca la città devastata, l’antica bellezza sgretolata
in una polvere
rossa che nelle alte erbe e dietro le luride tende nasconde i suoi
segreti di fuochi e
magie, nella sua storia violata.
E tu pellegrina del
mondo, guardando il grande fiume che va nella sera, quale
meta persegui? Che cosa ti accumuna a questa umanità che ti
cammina davanti
a passo lento e
svogliato, come chi non ha dove andare?
La mente raggiunge
la pace in quella polla d’acqua, in quel sorriso di bimbo
dagli occhi ridenti
ed il ventre affamato, negli occhi grinzosi dei vecchi, nel saluto
che risuona
rispetto o sfida ad ogni angolo di strada.
Quest’Africa che
muore giorno dopo giorno, ha nelle viscere una tellurica forza
vitale. Nei tam tam
del giorno e della notte, nei riti e negli incensi delle chiese
d’Occidente,
irrompe la voglia di vita, di danza, di suoni, di ritmi dolcissimi e
teneri di un’anima
antica e senza tempo.
Non c’è il domani
ed il tempo dell’oggi si consuma nel canto, nell’ondeggiare dei
fianchi sinuosi,
nel battere ritmico delle mani, nei canti gregoriani che giungono dal
medioevo in cui
siamo immersi, nelle voci celestiali che sembrano nate per questo.
La storia, sono
altri a farla: noi qui, in questa chiesa affollata e straripante di povera
gente col vestito
dignitoso della festa, nei saluti appena accennati, nelle mani strette
in caldi abbracci,
cantiamo per ore la fede di un mondo che forse verrà,
dove finalmente le
nostre quotidiane pene diventeranno più lievi...
nell’Eterno saremo
insieme nella Gloria.
Lì, l’eternità
saremo noi a farla, i popoli laceri e dolenti, i popoli vinti!
Mi tocca lasciare
questi luoghi remoti: il cielo mi scarica addosso montagne
d’acqua, che a
rivoli scuri si portano nel fiume le epidemie non ancora scoppiate.
Ti penserò, nella
luna piena alta nel cielo, nella nube fluttuante, ad ogni palma
che svetta, ad ogni
curva bianca di fiume, oh Africa.
E tu ricordati di
me nell’ora del crepuscolo, piccolo amore dalla pelle d’ebano.
Mentre ci
stringiamo le mani per dirci addio, sappiamo che è solo un congedo.
Ho abitato qui, in
riva al fiume Congo, e tante volte l’ho navigato nella fragile
piroga, cercando
con cura l’incerta riva.
Abbiamo accostato
le nostre barchette e abbiamo visto con stupore che eravamo
della stessa città.
Abbiamo scoperto con gioia che da sempre abitavamo lì, presso
la peschiera dove
si secca e si affumica la tilapia, per portarla a mercati lontani,
laggiù a Kinshasa,
dopo giorni di perigliosi e incerti viaggi.
Ci siamo chiesti
ridendo: “Non ci siamo sempre conosciuti?” e le nostre risposte
amorose si sono
intrecciate con i canti dell’Africa che vive. Appoggiati al cuscino
che odora di fumo e
di incenso, ascoltiamo le acque solenni e le alte chiome degli
alberi secolari
sospirare di desiderio.
Africa, nessun
incendio ti distruggerà! Alte di nuovo e per sempre vibreranno nel
vento le tue
canzoni.
I tam tam
risuoneranno nelle notti buie: ci ritroveremo presto, lo so.
Perciò sempre
domando: “Che giorno è?”. È il giorno dell’Africa che
sorride,
dell’Africa che vibra, dell’Africa che ama, dell’Africa che rinasce.
Gabriella Bianco, 2005-2006
©GABRIELLA
BIANCO, poeta y escritora italiana
PRESIDENTE DE
ASOLAPO ITALIA
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