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domingo, 8 de abril de 2018

CARA O CRUZ, Soledad Vignolo, Junín, Buenos Aires, Argentina

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Imagen de: reachoutreporter.com



CARA O CRUZ


En el hueco del placar me sentía seguro. Nadie podía atraparme. Así comencé a notar que cuando el tiempo allí era mayor a una hora, algo comenzaba a ablandarse en la pared del fondo.
Cada noche, cuando el caos comenzaba en casa con la llegada de mi padre, encerrado, palpaba el cemento tras sesenta o setenta minutos. Se alisaba y parecía goma, otro día se hizo transparente y viscoso y al quinto día pude pasar fácilmente del otro lado.
Caminé despacito con mis pantuflas de osos azuladas y noté que era igual a mi armario pero nuevito. Abrí la puerta, entré a mi cuarto y salté en mi cama. Las paredes tenían el mismo color amarronado y los posters de Yes estaban intactos. Mi radiograbador, la pelota de básquet, todo, todo, todo igual.
Supuse que estaba dormido y soñando. Apoyé la cabeza en la almohada y no sentí gritos, ni golpes, ni puteadas. Ni entró el tipo diciéndome que era un puto de mierda y que me corte el pelo. Extrañado bajé hasta llegar a la cocina, y no encontré nada fuera de lugar. Todo impecable. Todo pacífico.
Tuve entonces una premonición. Estaba en una realidad paralela, o capaz me dieron heroína en el quince de ayer. O sueño lindo. Así pasé tres o cuatro días en esa otra vida. Oí un portazo.
Volví al placar. Abrí otra vez la puerta. Salté a mi cama. Era dueño de un corazón solo. Bajé. La cocina era un charco de sangre, mi padre no estaba y mi madre yacía en un charco eterno con forma de corazón. Rojo.

©SOLEDAD VIGNOLO, poeta y escritora argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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