Imagen de: reachoutreporter.com
CARA O CRUZ
En el hueco del placar me
sentía seguro. Nadie podía atraparme. Así comencé a notar que cuando el tiempo
allí era mayor a una hora, algo comenzaba a ablandarse en la pared del fondo.
Cada noche, cuando el caos
comenzaba en casa con la llegada de mi padre, encerrado, palpaba el cemento
tras sesenta o setenta minutos. Se alisaba y parecía goma, otro día se hizo
transparente y viscoso y al quinto día pude pasar fácilmente del otro lado.
Caminé despacito con mis
pantuflas de osos azuladas y noté que era igual a mi armario pero nuevito. Abrí
la puerta, entré a mi cuarto y salté en mi cama. Las paredes tenían el mismo
color amarronado y los posters de Yes estaban intactos. Mi radiograbador, la
pelota de básquet, todo, todo, todo igual.
Supuse que estaba dormido
y soñando. Apoyé la cabeza en la almohada y no sentí gritos, ni golpes, ni
puteadas. Ni entró el tipo diciéndome que era un puto de mierda y que me corte
el pelo. Extrañado bajé hasta llegar a la cocina, y no encontré nada fuera de
lugar. Todo impecable. Todo pacífico.
Tuve entonces una
premonición. Estaba en una realidad paralela, o capaz me dieron heroína en el
quince de ayer. O sueño lindo. Así pasé tres o cuatro días en esa otra vida. Oí
un portazo.
Volví al placar. Abrí otra
vez la puerta. Salté a mi cama. Era dueño de un corazón solo. Bajé. La cocina
era un charco de sangre, mi padre no estaba y mi madre yacía en un charco
eterno con forma de corazón. Rojo.
©SOLEDAD VIGNOLO, poeta y escritora argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
No hay comentarios:
Publicar un comentario