UNA BOTELLA A LA MAR
Cuando miro el mundo a la altura de mis cien setenta y tres centímetros me
quedo asombrado de su inmensidad. Cuando veo la riqueza que me rodea y al mismo
tiempo veo seres humanos mendigando el pan cotidiano me desaliento de tanta injusticia.
Cuando me rasco los bolsillos y no saco más que un pañuelo sucio, me inunda un
sentimiento de rebelión. Cuando me doy cuenta de mi poca luz intelectual, mi
ignorancia, mi falta de coraje y mi vocabulario escaso, me pregunto: ¿como una
cosa tan insignificante como yo puede influir sobre el curso del mundo?
Entonces me acuerdo cuando mi tío Ramón me decía:
- Animo Tolin, no t’acovardes!
Mi tío era un tejedor raso de Alcoy que multiplicaba las horas en las fábricas
para mantener su familia pero cuando llegó la hora, no le faltó coraje para ir
a combatir la injusticia y defender la libertad en las tierras de Teruel, y
Dios sabe cuanto sufrimiento tuvo que soportar.
Entonces me digo que cada uno debe hacer según sus medios y pensar que para
elevar un edificio, por grande que sea, se necesitan piedras de todas las
tallas y las pequeñas no son las más inútiles. Dichoso aquel que la naturaleza
le donó la facultad de poder exprimir sus ideas con pluma y tintero porque podrá
sembrar su resentimiento à todo viento. La ocasión se presentó, una puerta se
me abrió. No supe que hacer en el momento pero mi conciencia me dijo: ¡no seas
cobarde! el alma de tu tío de observa. Eccho me qua a mezclar mi verbo entre medio
de tanto talento que se lee entre las paginas de esta publicación que llamamos
SIEMBRA.
Obedeciendo a un instinto que cincuenta años de contabilidad han grabado en
mi mente, no pude resistir a la curiosidad de saber como funcionaba esta
publicación, su organización y equilibrio financiero. Me di cuenta entonces de
su fragilidad. La perennidad de este periódico depende de la tenacidad de unos cuantos voluntarios y de la
generosidad de unos pocos apasionados. He hecho poco en mi vida por una noble
causa y esta vez todavía no me iré mas allá de la ralla. Solo una pequeña
contribución para que el grano no muera, para salvar la memoria de aquellos
descamisados inocentes, inexpertos, que dieron su vida en defensa de la libertad, ofreciendo
sus pechos desnudos a las bayonetas en manos de asesinos profesionales.
Dicen que, cuando los cristianos de la Roma antigua eran conducidos en las
arenas para ser devorados por las fieras en nombre del orden romano, cantaban
con alegría, incluso cuando los animales los destrozaban con sus garras. Dicen
que, cuando el espectáculo se terminaba, de los restos de los desgraciados subían
al cielo gritos de alegría. Dicen que, mas tarde, de los excrementos de los
leones subían voces diciendo: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¿Lo dudas? Pues no lo dudes, compruébalo
tu mismo. Si algún día se te ocurre de pasear por las tierras cordobesas, a las
alturas de Espejo y de Cerro Muriano una noche de verano, bajo el cielo
iluminado por las estrellas, cuando el aire se inmoviliza por respeto a los alcoyanos
muertos un mes de septiembre 1936, escucha. De los huesos esparcidos por esos
campos y las fosas comunes, oirás subir de la profundidad de la tierra
cordobesa un murmuro, un aliento que dice “ESPAÑA SERA LA ANTORCHA….”
Quisiera dirigirme a los hijos, nietos, bisnietos de aquellos que la barbarie
obligo a exiliarse particularmente en Francia i accesoriamente a los demás, “NO
OLVIDES”. Una forma simple de mostrar tu fe será de aportar tu pequeña
contribución para que SIEMBRA no muera.
ANTONIO FERRER, ALCOY, Alicante, España (Revista Siembra)
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sábado, 16 de marzo de 2013
UNA BOTELLA EN EL MAR
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