Una calle de Buenos Aires. Emiliano
Panelas. Cortesía del autor.
UN CALLEJERO IMPÍO
Atónito, perplejo, pasmado, observo cómo el hombre común, el ciudadano
de a pie, se vuelve torpe sin matices. Soy un flâneur desde
mi juventud. Un contemplador de calles, personajes, bares. Y de las pocas
mujeres —atractivas, elegantes— que han quedado. Ya escribí sobre cómo se lleva
el paraguas, el tiempo que se tarda en un supermercado, en el cajero automático
y otras delicias. Hoy, unas breves líneas sobre la torpeza en el caminar, una
muestra más de una sociedad incivil.
No hablo de las dificultades motoras
ni de movimientos no sincronizados. Lo señalo, pues algún abombado puede
entender otra cosa. No hablamos de abasia. Masas que caminan sin orden,
personas que no saben cómo hacerlo.(Otro día señalaremos a la gente que dialoga
con sus mascotas o de los tatuajes en el cuello). La parentela viste cada día
peor, y no es solo por la crisis económica, por la extrema pobreza y la falta,
en líneas generales, de formación. Viste mal, pues no han leído Crítica del gusto, de Galvano Della Volpe. Una ironía,
zurumbático lector, una ironía. Veo señores mayores en ojotas, bermudas rotas y
camisetas sin mangas. Veo señoras con sandalias, faldas de sus hijas o calzas
luminosas con traseros voluminosos. Algunas mechas largas, andar atropellado,
vestir desprolijo, actitud visceral. Una amiga de siglos cuando ve a alguien
ridículamente vestido dice que tiene un espejo de madera. Recordemos que en los
estudios antropológicos se comprobó que el cociente entre el perímetro de la
cintura y el de la cadera debería ser de 0,7. Proporción considerada bella en
todas las culturas. En el vestir y el andar voy observando claves. En jóvenes,
adultos y cabalgadores veteranos.
Partiendo de esta base comienzo a analizar el
caminar. Es ondulante, disperso, sin organizar. Muchos caminan haciendo “eses”,
sujetando el celular sin darse cuenta de sus vértebras cervicales. Otros, por
momentos, son vacilantes, por momentos cambian de andarivel, por momentos
aceleran y se detienen sin motivo. Olvidaron que se camina por la derecha, que
el zigzagueo es incomprensible, que esa suerte de serpentear los ha
consustanciado. Viborean sin la menor noción. Y van sonriendo, perdidos, cenutrios
sin salida. A esto le debemos agregar que muchos usan gibas, es decir, mochilas
colosales. Niños, adolescentes y hombres de negocios. Felices, por supuesto.
Seres sin columna vertebral ni cerebral. La forma de caminar, estimados
lectores, revela el estado emocional, la personalidad. Sintetizando: andar
atropellado, vestir desprolijo, actitud visceral. Y no hablamos de artritis, de
enfermedades vasculares periféricas, de trastornos de conversión o de la Papisa
Juana. Pues se armaría “la de Dios es Cristo”.
De niño me enseñaron a mantener una
buena postura, balancear los brazos con mesura, apoyar el talón del pie —del
pie, reitero, talón del pie— antes que el resto del pie. No estoy diciendo que
vaya ahora a buscar un fisioterapeuta, no malinterprete lo que escribo con
claridad. Ni hablar que el movimiento revitaliza la memoria. El movimiento
correcto, digo. A veces intento subrayarles a ciertos caballeros normandos de
la city o del arrabal: “Miren como camina James
Bond”.
Transitan agachados; sumisos. ¿Miedo,
inseguridad? Barbilla paralela al suelo. Empiece por allí. Ni hablar de las
señoras. Han perdido el buen gusto, la distinción. Basta ver sus atuendos, sus
comportamientos, la torpeza lingüística. Por amor de Dios, como diría mi
abuela, antes de salir fíjese cómo se viste. (Hoy tampoco hablaremos del messy hair o del desarrapado ilustrado). Para el
bolsillo del caballero y para la cartera de la dama: verifique si la ropa que
se implantó para cubrirse el cuerpo es adecuada para su edad. Lo menos es más, pero
no siempre.
[Buenos Aires, jueves, 27 de marzo de 2025]
CARLOS PENELAS – Buenos
Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA