ALGO PARA
CONTAR
Sentado a la mesa un tanto incomoda en la vereda del café Tortoni, el señor Héctor Aguirre había pedido un cortado al mozo que tardaba
en llegar, cuando leía en una página
interior impar del diario La Prensa de los Gainza Paz del 28 de
diciembre de mil nueve setenta y ocho –justo mi cumpleaños, el día de Los Santos
Inocentes- pensó y siguió recorriendo la página con la vista
cansada hasta que se detuvo en un titular; “Hoy
se cumple cincuenta años de La Patagonia
Trágica” de José María Borrero. También en la misma página; “Todavía sigue en cartelera con gran éxito la película de Olivera
sobre la novela de Osvaldo Bayer “La
Patagonia Rebelde” y recordó los nombres de El Gallego Soto, de Schult El
Alemán, de Facón Grande y otros, cuando
inusualmente varias mariposas volaban bajo por la Avenida de Mayo y una de
ellas, de varios colores se posó justo al costado del pocillo de café, Aguirre
la miró y no la espantó se quedó inmóvil igual que la mariposa y se metió
de cabeza cuando de cadete en el Colegio Militar de la Nación, viajaba a la
Patagonia para reprimir a unos huelguistas anarco sindicalistas que atentaban
contra la libertad de trabajo y la propiedad privada, baluarte de nuestra
civilización occidental y cristiana.
-Aquí está su
cortado-
Si, si, está
bien gracias
Y comenzó a revolver con la cucharita, daba vueltas y
vueltas en el pocillo del café, para
disolver el terrón de azúcar, cuando sus
dedos sintieron el grosor de los cordones, al enhebrar los
borceguíes largos de caballería, ese domingo ventoso de febrero de 1922
momentos antes de partir al mando del teniente coronel Zabala en Corrales viejos de la estancia
Punta Alta.
Mientras la tropa alineaba sus caballos, el cadete
Aguirre introducía su Máuser 1898 en la cartuchera al costado izquierdo del
caballo comenzando la marcha lenta de la columna. Cabalgaba, a paso lento,
pensando, que pronto acabaría todo esto y no había disparado ni un solo tiro
con su Máuser después de haber sido
fusilados más de mil quinientos huelguistas anarquistas y él ni siquiera participó
en combate, tampoco hubo combates o enfrentamiento alguno con otras fuerzas
militares, simplemente, persecución, tortura y fusilamientos de hombres
indefensos, huelguistas que reclamaban mejoras salariales, y muy pronto, la
semana que viene regresarían y el cadete Aguirre, sin nada que contar a su
regreso a Buenos Aires.
Pero ahora seguía con la cucharita revolviendo el
pocillo de café, cuando un chico se acerca y…
-Mire don me
puede dar algo para comer-
y le alcanza una estampita con la imagen de la virgen
María-
Vení, sentáte
acá -
-Mozo, mozo,
me trae un café con leche con medias lunas para el pibe- y las manos
del cadete Aguirre lustraban dando
brillo a los botones dorados de su chaqueta militar murmurando bajito; -No, no,
esto no puede quedar así—mientras limpiaba
el cerrojo del Máuser, luego lo tomó como si fuera una caña de pescar y lo
cargó en su brazo derecho, siguió despacio
hasta cerca del río donde se cruzaban dos caminos entre las montañas y
siguió murmurando
–Sí por aquí
tienen que pasar algunos de los huelguistas en retirada, tratando de escapar-
Se acomodó entre
la horqueta de un tronco de árbol para poder apuntar con facilidad al
cruce de los caminos, tomó una nueva posición que le permitía con más claridad
una mejor visión en conjunto, apoyó el fusil
contra su hombro derecho y se puso a esperar al próximo jinete, cuando
varias mariposas lo sacan del clima de tensión, con un movimiento de su brazo
las apartó y se preparaba a esperar su presa. Cargó el peine con cinco cartuchos
en la recámara, mientras repasaba en su mente las lecciones del Máuser en la
escuela militar, sobre su proyectil, calibre siete sesenta y cinco por cincuenta y
cuatro y que a alta velocidad a menos de
doscientos metros cuando penetra en la cabeza, el cerebro se parte en mil
pedazos.
Sonrió al acordarse, acomodándose nuevamente en la
horqueta del árbol y las mariposas volvían a revolotear sobre su cabeza, lo
molestaban, lo ponían nervioso, volvió a sonreír, cuando un jinete originario
mapuche, un jornalero de la estancia Las
Marías de unos galeses de Magallanes, cansado por la labor del día cruzaba lentamente con su viejo caballo.
Caballo, jinete y la implacable cordillera se fijaban en su retina una sola línea en el horizonte, resaltando el
paisaje patagónico. El mapuche sin caballo es un cuerpo sin alma. su vida se
proyecta, de la cabeza del caballo hacia arriba del pescuezo, pasando por el
lomo y la cola para seguir adelante. Hacia abajo, en el suelo culebrea la
muerte, la nada, que para el jinete es lo mismo. No puede sobrevivir de a pie,
de la panza hacia abajo. A los cuatro
años monta por primera vez y no desmonta hasta su muerte. Toda su vida es un
viaje metafísico en un caballo infinito donde la pampa es una ruleta donde en
cada apuesta va en juego la existencia Hay solamente dos apuestas: la vida o la
muerte en un tablero como las Salinas Grandes, solo se puede cruzar sobre el
lomo de un buen caballo y un adiestrado
jinete Ya que para cruzar las salinas,
lo menos, lo menos hay que ser Ranquel o Mapuche. No se puede hacer fuego,
porque el fuego es un policía de civil que te delata, por eso el jinete siguió
a tranco lento, casi acostado sobre el lomo y pescuezo de su caballo, mientras
el joven cadete, recordó para si el manual del Liceo, destrabó el seguro, apoyo
con fuerzas la culata contra su hombro derecho y enfocó en la mira la imagen
del jinete, con su dedo índice, presionó
el gatillo hasta el primer descanso, respiró hondo.
-¿Te gusta el
café con leche pibe?
Si, si me
gustan señor-
¿Son ricas
las medias lunas?
-Riquísimas
señor-
-Tengo que volar
ese cráneo en mil pedazos- pensaba mientras, caballo y jinete con un sol que desaparecía con timidez detrás de
las montañas formando con el horizonte de la cordillera de Los Andes, una sola
e impresionante vista postal.
. Apretó más la culata del Máuser contra su hombro, ya
lo tenía en la mira, mientras volvían las mariposas, tratando de dispersarlo y
lo distraían.
El señor Aguirre levantándose de la silla, hacia señas
al mozo, detrás de unos turistas japoneses que intentaban fotografiarse con el
contraste del café Tortoni a sus espaldas, cuando el cadete, tomando el fusil
cambio de posición nuevamente, logrando
dispersar a las mariposas y recuperar la posición de tiro.
-Señor
gracias, está todo muy rico- en la escuela nos daban mate cocido, pero ya no
dan más y no fui más
Ahora sí, lo tenía nuevamente en posición, fijó la
mira justo en la cabeza del jinete respiró hondo (como decía el manual militar)
oprimió el gatillo hacia el primer descanso, aflojo el dedo índice, respiro
nuevamente y conteniendo la respiración, apretó el gatillo, la bala del Máuser
del Colegio Militar Argentino impactó en
la cabeza en el centro de la vincha que decía: “Mapu- Che” “El Amor es Vida” partiendo en dos el
cráneo del jinete y jornalero que cayó
boca abajo bañando con un charco de sangre el bello y calmo paisaje
patagónico
¿Y Usted que hacia cuando era joven señor?
Bueno
mirá…¿Cómo te llamas vos?
-Carlos, Carlos
señor, Carlos Tercian, pero me dicen Cacho
Mirá Cacho,
yo soy Héctor Aguirre, de joven era
cadete, oficial del Ejército Argentino, llegando hasta Teniente coronel hasta
que me jubilé. Participé como cadete en
la lucha contra el bandolerismo anarcosindicalista de los huelguistas de la Patagonia
y por eso tengo algo para contar, ya que en un combate y feroz lucha con varios
asesinos anarquistas logré matar a uno de ellos que escapaba a caballo
hacia Chile-.
Por eso pibe,
ahora a mis años, tengo “Algo para contar”
JUAN CARLOS
GIMENEZ (Amaru) - Buenos
Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA