LAS BÚSQUEDAS ESPIRITUALES
DE RICARDO GÜIRALDES
Los deseos de mañana se laboran
(Ricardo Güiraldes; del poema “Noche.”)
“Tener alma de proa” es la ambición de nuestro
autor, expresada en “El cencerro de cristal”.
Alma de proa implica mucho más que la mirada
continua hacia delante. Visión reprochable si, carente de sentido, sólo siembra
ansiedad. ¡Cuántos miran hacia la popa presos de recuerdos! ¿Y, acaso, no hay
otros con la mirada fija en la cubierta temerosos del hoy? ¿Cómo pedirle a esos
que se atrevan a la mirada de la proa?
Se trata aquí de una personalidad que requiere
la ineludible presencia de una fuerza interior – perseverante, perenne – que
nunca se arredra; ni aún en los momentos inciertos de niebla y hasta aquellos
donde la oscuridad del espíritu se asemeja a lo absoluto.
Ese ámbito donde el común de los mortales
disuelve su existencia como inútil hoja seca arrastrada hasta su pulverización
por el arremolinado viento de otoño, no es obstáculo para quien su alma es proa
que abre las aguas con el afán de descubrir nuevos puertos, otras regiones.
Aquellas que – parafraseando a Carl Gustav Jung – sólo los poetas comprenderán
porque no se trata de sitios físicos, susceptibles de percepción, sino aquellos
propios de un mundo interior: el inmundo al que se refirió el filósofo
triversitario Miguel Herrera Figueroa (1.-).
Místicos, esotéricos y alquimistas hicieron
suya la búsqueda de esa región cósmica. No fue ajeno a ello Ricardo
Güiraldes.
“Su gran personalidad mística no puede
retacearse”, ha dicho B. C. Ramachandra Gowda. Quien agrega: “Estamos frente a
un místico que a fuerza de crecer en espíritu es universal, sin dejar por ello
de ser auténticamente argentino”. (2.-)
Don Ricardo es un verdadero alquimista. No
utiliza retortas, alambiques ni crisoles. El se convierte a sí mismo en
laboratorio. Su producto acabado,
La búsqueda de los alquimistas está expresada en el texto tradicional “Trascendental Magic”, de Eliphas Levi, que sostiene:
“La Gran Obra consiste, por encima de todo, en
que el hombre se cree a sí mismo, es decir, que domine total y absolutamente
sus facultades y su futuro; es especialmente la completa emancipación de su
voluntad lo que le asegurará el... control absoluto del Agente Mágico
Universal. Este Agente, al que los antiguos filósofos disfrazaron con el nombre
de Materia Primera, determina las formas que muestran las sustancias
modificables; a través de él, podemos muy bien llegar a la transmutación de los
metales y a
Carl Gustav Jung vuelve en nuestro auxilio para advertirnos que “la misteriosa sustancia transformable” de la que hablan los alquimistas “es, al mismo tiempo, el ‘espíritu’ que mora dentro de todos los seres vivientes”.
Por eso no debe extrañarnos que el mismo
hombre que redactó una de las obras inmortales de la literatura Argentina e
Iberoamericana, el poeta que una Nochebuena puso en un verso que hubo “una gran
mancha de luz sobre el mundo” y escribió los “Cuentos de muerte y de sangre”,
sea la misma persona que visitó regiones del orbe que – todavía hoy – nos
aparecen lejanos y exóticos.
Son de cita reiterada las estadías de
Güiraldes en París. Pero pocos han observado que ese argentino, a comienzos del
Siglo Veinte, cuando la aviación no existía y la navegación era apenas segura,
se aventuró llegando, entre otros países, a China, Japón, India, Ceilán, Rusia
y Egipto. Probablemente también pocos han leído “El Sendero”, ese itinerario de
viajes espirituales redactado a modo de diario personal, en el que Don Ricardo
reseña su asistencia a conferencias, en
Güiraldes visitó Oriente con un afán diferente
al del turista. Indagó creencias, practicó rituales, conversó con “hombres
santos”, discutió sobre técnicas para lograr el éxtasis: esto es, la contemplación
de la divinidad.
En su búsqueda utilizó drogas. Es
particularmente importante una anotación en “El Sendero” donde afirma su
certeza de que a través de esas intoxicaciones nada trascendente puede
obtenerse.
“... puedo decir que no me cuadra ninguna
droga. Conozco los ‘paraísos artificiales’, desde el alcohol hasta el opio. ...
ningún vicio de estos me ha captado... Estas pruebas han dejado en mí, después
de un momento de mezquino desvarío, una repugnancia..., porque el escapar de
las miserias estúpidas por un medio extraño a mí mismo, no cuadra a mi deseo de
absoluta libertad interior. Soñar de prestado, sabiendo que mis sueños vienen
de la botica, hace reír mi orgullo ante tal recurso de capón. Por eso no he
podido pertenecer a ninguno de esos infiernos...” (3.-)
Empero, hay un relato de esos días, producto
de su imaginación durante un estado alterado de consciencia, donde el autor
hace una peculiar descripción de los argentinos y qué cambios futuros
aguardaba. Traemos aquí este fruto de un instante alucinado, por ajustarse los
parámetros que ofrece Jung sobre los fundamentos alquímicos.
“Pero este tiempo había sido aquel en el que
el espíritu de los alquimistas luchaba realmente todavía con los problemas de
la materia, cuando la consciencia investigadora se enfrentaba con el espacio
oculto de lo desconocido y creía ver imágenes y leyes que, sin embargo, no
procedían de la materia, sino del alma. Todo lo desconocido y vacío se consuma
por medio de la proyección psicológica: es como si se reflejara en la oscuridad
el fondo del alma del observador. Lo que ve y cree reconocer en la materia son,
ante todo, sus propias circunstancias inconscientes que él proyecta en ella; es
decir, salen a su encuentro, procedentes de la materia, estas cualidades y posibilidades
de significación inherentes en apariencia, de cuya naturaleza psíquica no tiene
consciencia alguna”. (4.-)
Hecha esta consideración previa, ingresemos al
universo mental del autor de “Raucho”.
Hugo Rodríguez – Alcalá (5.-) lo cuenta de
este modo:
“Hay un documento privado – una carta, una
confidencia – que se publicó veintiocho años después de su muerte, y que ahora
resulta esclarecedor. Es una carta a Valery Larbaud. En ella relata el poeta
una ‘revelación’ que tuvo en Ceilán, en un fumadero de haschich. ¿De qué fecha
es la carta? De agosto de 1925. ¿Y de qué fecha la revelación? De
“Vale la pena transcribir el pasaje entero.
Tras fumar unas pipas, Güiraldes cuenta que le sucedió lo siguiente:
“...
Estaba yo adueñándome de un bienestar lúcido... Y me alejaba de todo esfuerzo
por dilucidar problemas intrincados. En cambio, se me proponían, sin esfuerzo,
paisajes e imágenes que guardaba cariñosamente ante mis ojos un momento para
luego alejarlos, cesando de entenderlos.
“Unos
pocos hombres bravos y duros peleaban en pequeños vértices sanguinolentos,
perdidos en aquel mundo, y había en el aire fuertes gritos de rebeldía y de fe
en la propia capacidad”.
“Yo veía muy bien todo esto desde mi
conocimiento de civilizaciones completas y ya en retroceso, y cuando en la calma
de los momentos actuales el país se me presentó liso y aparentemente hecho, vi
que todo en él era imitación y aprendizaje y sometimiento, y que carecía de
personalidad, salvo en el gaucho, que, ya bien de pie, decía su palabra nueva”.
“No era cuestión para mí, en ese momento,
argüir nada”.
“El hecho tenía carices de axioma y yo
comprendía no como quien razona sino como quien constata una ‘evidencia’”.
(6.-)
Esa es la imagen simbólica del gaucho que el
autor de “Xamaica” recibe de lo más profundo de su psiquismo. El que, más
tarde, describirá en su inmortal “Don Segundo Sombra”.
Pero no es la única “visión” que hay del
gaucho. El que describe Güiraldes es trabajador, organizado, dotado de una
particular sabiduría, solitario pero con un proyecto de vida claro construido
en torno a los arreos y el descanso cálido y seguro brindado con el arribo a la
estancia. Pero hay otros gauchos, diferentes, también fruto de nuestra
literatura.
El asunto es antiguo y siempre polémico.
Por ejemplo, Jorge Luis Borges expresaba que
“... si la mayoría de los gauchos hubiesen
procedido como Martín Fierro, entonces no tendríamos historia argentina.
Nuestra historia es mucho más completa que las vicisitudes de un cuchillero de
1872, aunque esas vicisitudes hayan sido contadas de un modo admirable”.
Y sigue:
“... creo que pensar que, de algún modo,
Martín Fierro nos simboliza, es un error, ya que Martín Fierro corresponde a un
tipo de gaucho, y este país ciertamente no fue obra de gauchos. Los gauchos no
habrán pensado en una revolución, en organizar el país y, sobre todo, no
hubieran compuesto literatura gauchesca. Creo que hemos confundido el mérito
estético del Martín Fierro que, ciertamente es grande, con el hecho de suponer
que ese libro nos representa. Yo no me siento representado por ningún gaucho, y
menos por un gaucho matrero. No hay ninguna razón para que ocurra esto”.
El mismo tema puede recibir una iluminación
diferente.
Refiriéndose al mismo Martín Fierro, Leopoldo
Marechal difiere de Borges al afirmar que es
“...la materia de un arte que nos hace falta
cultivar ahora como nunca: el arte de ser argentinos y americanos”.
Mientras esta piedra nacional recibe el pulido
necesario para su constitución cimentada y sólida, ¿qué otro deseo podemos
tener que coincidir con la visión de Güiraldes para que los argentinos
transitemos este Siglo Veintiuno con “palabra nueva” surgida “de rebeldía y fe
en la propia capacidad” creadora de originalidades fuera de toda “imitación”
donde ni una pizca asome de “sometimiento”?
La repetición o copia de actitudes frente al
mundo, adoptados como moda - aunque hubieran resultado efectivos para otros, en
otros lugares u otros tiempos - resultan ahora a todas luces inútil. Por
supuesto, es necesario no confundirse y diferenciar adecuadamente entre esa
“moda” definible como una manera efímera y sin trascendencia que se impone en
un sitio y lugar; y los “modelos de la tradición”: es decir, aquellos cuyas
raíces legan a lo más profundo del psiquismo humano. Sólo así es posible extraer
lo mejor de cada uno. Por que existe en nosotros una energía valiosa presente,
aunque – en innumerables ocasiones – el portador lo ignore. Debemos hacer
aparecer en cada uno de nosotros lo esencial e irrepetible: lo que nos hace
iguales poniendo en valor las diferencias creativas.
Traemos, una vez más, las palabras que el
autor de “Poemas Místicos” escribía para sí mismo:
“Pertenecer a los eternos caprichos de nuestras pequeñas variaciones cotidianas es casi repugnante. ... Me propongo adueñarme de mí mismo y entrar en el callejón que me conduzca a la meta de un YO mejor”. (7.-)
ANTONIO
LAS HERAS – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA
REFERENCIAS:
(1.-) HERRERA FIGUEROA, MIGUEL. Actas del Primer Congreso Argentino de Parapsicología. (Inéditas.) Buenos Aires, 4 al 6 de setiembre de 1981
(2.-) RAMACHANDRA GOWDA, B. C. Introducción a ‘Poemas místicos”. Editorial Ricardo Güiraldes. Buenos Aires, 1977 (Pág. 7)
(3.-) GÜIRALDES, Ricardo. El Sendero. Editorial R. G., Buenos Aires, 1977 (Págs. 60/61)
(4.-) JUNG, Carl Gustav. Psicología y Alquimia. Plaza y Janes. Barcelona, 1977. (Págs. 173/174)
(5.-) RODRIGUEZ – ALCALA,
Hugo. Sobre una nueva interpretación de ‘Don Segundo Sombra”. Diario
(6.-) GÜIRALDES, Ricardo. Carta a Valery Larbaud en la isla de Elba. Revista Sur (Dirigida por Victoria Ocampo) Nº 233, marzo/abril 1955 Buenos Aires. (Págs.112/113)
(7.-) GÜIRALDES,
Ricardo. El Sendero. Editorial R. G.,
Buenos Aires, 1977 (Pág 27)
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