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sábado, 14 de diciembre de 2024

LAS BÚSQUEDAS ESPIRITUALES DE RICARDO GÜIRALDES - Antonio Las Heras, Buenos Aires, Argentina




LAS BÚSQUEDAS ESPIRITUALES 

DE RICARDO GÜIRALDES


Los deseos de mañana se laboran 
en la trama sutil de los sueños.
(Ricardo Güiraldes; del poema “Noche.”)

“Tener alma de proa” es la ambición de nuestro autor, expresada en “El cencerro de cristal”.

Alma de proa implica mucho más que la mirada continua hacia delante. Visión reprochable si, carente de sentido, sólo siembra ansiedad. ¡Cuántos miran hacia la popa presos de recuerdos! ¿Y, acaso, no hay otros con la mirada fija en la cubierta temerosos del hoy? ¿Cómo pedirle a esos que se atrevan a la mirada de la proa?

Se trata aquí de una personalidad que requiere la ineludible presencia de una fuerza interior – perseverante, perenne – que nunca se arredra; ni aún en los momentos inciertos de niebla y hasta aquellos donde la oscuridad del espíritu se asemeja a lo absoluto.

Ese ámbito donde el común de los mortales disuelve su existencia como inútil hoja seca arrastrada hasta su pulverización por el arremolinado viento de otoño, no es obstáculo para quien su alma es proa que abre las aguas con el afán de descubrir nuevos puertos, otras regiones. Aquellas que – parafraseando a Carl Gustav Jung – sólo los poetas comprenderán porque no se trata de sitios físicos, susceptibles de percepción, sino aquellos propios de un mundo interior: el inmundo al que se refirió el filósofo triversitario Miguel Herrera Figueroa (1.-).

Místicos, esotéricos y alquimistas hicieron suya la búsqueda de esa región cósmica. No fue ajeno a ello Ricardo Güiraldes.      

“Su gran personalidad mística no puede retacearse”, ha dicho B. C. Ramachandra Gowda. Quien agrega: “Estamos frente a un místico que a fuerza de crecer en espíritu es universal, sin dejar por ello de ser auténticamente argentino”. (2.-)

Don Ricardo es un verdadero alquimista. No utiliza retortas, alambiques ni crisoles. El se convierte a sí mismo en laboratorio. Su producto acabado, la Piedra Filosofal que obtiene, la Fuente de la Juventud, es – precisamente – su obra literaria. En particular, claro está, “Don Segundo Sombra”, una novela donde el protagonista atraviesa todos los pasos que corresponden a todo Héroe Solar, de cualquier mitología y época, en su proceso para desarrollar una consciencia adulta capaz de permitirle convertirse en único e irrepetible, sin máscaras, sin engaños, sin hipocresías. Un hombre sostenido por tres pilares que hacen las veces de cimientos: un hombre pleno de libertad, de espíritu desplegado y cabal en la racionalidad para la toma de decisiones acertadas. No es, por supuesto, el alquimista sesgado que suponen los profanos: un solitario mezquino persiguiendo modificar las moléculas de un trozo de plomo en oro.

La búsqueda de los alquimistas está expresada en el texto tradicional “Trascendental Magic”, de Eliphas Levi, que sostiene:

“La Gran Obra consiste, por encima de todo, en que el hombre se cree a sí mismo, es decir, que domine total y absolutamente sus facultades y su futuro; es especialmente la completa emancipación de su voluntad lo que le asegurará el... control absoluto del Agente Mágico Universal. Este Agente, al que los antiguos filósofos disfrazaron con el nombre de Materia Primera, determina las formas que muestran las sustancias modificables; a través de él, podemos muy bien llegar a la transmutación de los metales y a la Medicina Universal”.

Carl Gustav Jung vuelve en nuestro auxilio para advertirnos que “la misteriosa sustancia transformable” de la que  hablan los alquimistas “es, al mismo tiempo, el ‘espíritu’ que mora dentro de todos los seres vivientes”.

Por eso no debe extrañarnos que el mismo hombre que redactó una de las obras inmortales de la literatura Argentina e Iberoamericana, el poeta que una Nochebuena puso en un verso que hubo “una gran mancha de luz sobre el mundo” y escribió los “Cuentos de muerte y de sangre”, sea la misma persona que visitó regiones del orbe que – todavía hoy – nos aparecen lejanos y exóticos.

Son de cita reiterada las estadías de Güiraldes en París. Pero pocos han observado que ese argentino, a comienzos del Siglo Veinte, cuando la aviación no existía y la navegación era apenas segura, se aventuró llegando, entre otros países, a China, Japón, India, Ceilán, Rusia y Egipto. Probablemente también pocos han leído “El Sendero”, ese itinerario de viajes espirituales redactado a modo de diario personal, en el que Don Ricardo reseña su asistencia a conferencias, en la Ciudad Luz, sobre los temas que despertaban su interés – la yoga, el orientalismo, el budismo – ofrecidas por visitantes de aquellas lejanas latitudes.

Güiraldes visitó Oriente con un afán diferente al del turista. Indagó creencias, practicó rituales, conversó con “hombres santos”, discutió sobre técnicas para lograr el éxtasis: esto es, la contemplación de la divinidad.

En su búsqueda utilizó drogas. Es particularmente importante una anotación en “El Sendero” donde afirma su certeza de que a través de esas intoxicaciones nada trascendente puede obtenerse.

“... puedo decir que no me cuadra ninguna droga. Conozco los ‘paraísos artificiales’, desde el alcohol hasta el opio. ... ningún vicio de estos me ha captado... Estas pruebas han dejado en mí, después de un momento de mezquino desvarío, una repugnancia..., porque el escapar de las miserias estúpidas por un medio extraño a mí mismo, no cuadra a mi deseo de absoluta libertad interior. Soñar de prestado, sabiendo que mis sueños vienen de la botica, hace reír mi orgullo ante tal recurso de capón. Por eso no he podido pertenecer a ninguno de esos infiernos...” (3.-)

Empero, hay un relato de esos días, producto de su imaginación durante un estado alterado de consciencia, donde el autor hace una peculiar descripción de los argentinos y qué cambios futuros aguardaba. Traemos aquí este fruto de un instante alucinado, por ajustarse los parámetros que ofrece Jung sobre los fundamentos alquímicos.

“Pero este tiempo había sido aquel en el que el espíritu de los alquimistas luchaba realmente todavía con los problemas de la materia, cuando la consciencia investigadora se enfrentaba con el espacio oculto de lo desconocido y creía ver imágenes y leyes que, sin embargo, no procedían de la materia, sino del alma. Todo lo desconocido y vacío se consuma por medio de la proyección psicológica: es como si se reflejara en la oscuridad el fondo del alma del observador. Lo que ve y cree reconocer en la materia son, ante todo, sus propias circunstancias inconscientes que él proyecta en ella; es decir, salen a su encuentro, procedentes de la materia, estas cualidades y posibilidades de significación inherentes en apariencia, de cuya naturaleza psíquica no tiene consciencia alguna”. (4.-)

Hecha esta consideración previa, ingresemos al universo mental del autor de “Raucho”. 

Hugo Rodríguez – Alcalá (5.-) lo cuenta de este modo:

“Hay un documento privado – una carta, una confidencia – que se publicó veintiocho años después de su muerte, y que ahora resulta esclarecedor. Es una carta a Valery Larbaud. En ella relata el poeta una ‘revelación’ que tuvo en Ceilán, en un fumadero de haschich. ¿De qué fecha es la carta? De agosto de 1925. ¿Y de qué fecha la revelación? De 1911”

“Vale la pena transcribir el pasaje entero. Tras fumar unas pipas, Güiraldes cuenta que le sucedió lo siguiente:

 “... Estaba yo adueñándome de un bienestar lúcido... Y me alejaba de todo esfuerzo por dilucidar problemas intrincados. En cambio, se me proponían, sin esfuerzo, paisajes e imágenes que guardaba cariñosamente ante mis ojos un momento para luego alejarlos, cesando de entenderlos. La Argentina era un gran país en el mapamundi, que vino así de pronto. Conjuntamente vi su territorio, su historia y sus hombres. Maravilloso el territorio que iba desde la nieve al trópico en los dos sentidos de latitud y altura.”

 “Unos pocos hombres bravos y duros peleaban en pequeños vértices sanguinolentos, perdidos en aquel mundo, y había en el aire fuertes gritos de rebeldía y de fe en la propia capacidad”.

“Yo veía muy bien todo esto desde mi conocimiento de civilizaciones completas y ya en retroceso, y cuando en la calma de los momentos actuales el país se me presentó liso y aparentemente hecho, vi que todo en él era imitación y aprendizaje y sometimiento, y que carecía de personalidad, salvo en el gaucho, que, ya bien de pie, decía su palabra nueva”.

“No era cuestión para mí, en ese momento, argüir nada”.

“El hecho tenía carices de axioma y yo comprendía no como quien razona sino como quien constata una ‘evidencia’”. (6.-)

Esa es la imagen simbólica del gaucho que el autor de “Xamaica” recibe de lo más profundo de su psiquismo. El que, más tarde, describirá en su inmortal “Don Segundo Sombra”.

Pero no es la única “visión” que hay del gaucho. El que describe Güiraldes es trabajador, organizado, dotado de una particular sabiduría, solitario pero con un proyecto de vida claro construido en torno a los arreos y el descanso cálido y seguro brindado con el arribo a la estancia. Pero hay otros gauchos, diferentes, también fruto de nuestra literatura.  

El asunto es antiguo y siempre polémico.

Por ejemplo, Jorge Luis Borges expresaba que

“... si la mayoría de los gauchos hubiesen procedido como Martín Fierro, entonces no tendríamos historia argentina. Nuestra historia es mucho más completa que las vicisitudes de un cuchillero de 1872, aunque esas vicisitudes hayan sido contadas de un modo admirable”.

Y sigue:

“... creo que pensar que, de algún modo, Martín Fierro nos simboliza, es un error, ya que Martín Fierro corresponde a un tipo de gaucho, y este país ciertamente no fue obra de gauchos. Los gauchos no habrán pensado en una revolución, en organizar el país y, sobre todo, no hubieran compuesto literatura gauchesca. Creo que hemos confundido el mérito estético del Martín Fierro que, ciertamente es grande, con el hecho de suponer que ese libro nos representa. Yo no me siento representado por ningún gaucho, y menos por un gaucho matrero. No hay ninguna razón para que ocurra esto”.

El mismo tema puede recibir una iluminación diferente.

Refiriéndose al mismo Martín Fierro, Leopoldo Marechal difiere de Borges al afirmar que es

“...la materia de un arte que nos hace falta cultivar ahora como nunca: el arte de ser argentinos y americanos”.             

Mientras esta piedra nacional recibe el pulido necesario para su constitución cimentada y sólida, ¿qué otro deseo podemos tener que coincidir con la visión de Güiraldes para que los argentinos transitemos este Siglo Veintiuno con “palabra nueva” surgida “de rebeldía y fe en la propia capacidad” creadora de originalidades fuera de toda “imitación” donde ni una pizca asome de “sometimiento”?

La repetición o copia de actitudes frente al mundo, adoptados como moda - aunque hubieran resultado efectivos para otros, en otros lugares u otros tiempos - resultan ahora a todas luces inútil. Por supuesto, es necesario no confundirse y diferenciar adecuadamente entre esa “moda” definible como una manera efímera y sin trascendencia que se impone en un sitio y lugar; y los “modelos de la tradición”: es decir, aquellos cuyas raíces legan a lo más profundo del psiquismo humano. Sólo así es posible extraer lo mejor de cada uno. Por que existe en nosotros una energía valiosa presente, aunque – en innumerables ocasiones – el portador lo ignore. Debemos hacer aparecer en cada uno de nosotros lo esencial e irrepetible: lo que nos hace iguales poniendo en valor las diferencias creativas.

Traemos, una vez más, las palabras que el autor de “Poemas Místicos” escribía para sí mismo:

“Pertenecer a los eternos caprichos de nuestras pequeñas variaciones cotidianas es casi repugnante. ... Me propongo adueñarme de mí mismo y entrar en el callejón que me conduzca a la meta de un YO mejor”. (7.-)      

ANTONIO LAS HERASBuenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA

REFERENCIAS:

(1.-) HERRERA FIGUEROA, MIGUEL. Actas del Primer Congreso Argentino de Parapsicología. (Inéditas.) Buenos Aires, 4 al 6 de setiembre de 1981

(2.-) RAMACHANDRA GOWDA, B. C. Introducción a ‘Poemas místicos”. Editorial Ricardo Güiraldes. Buenos Aires, 1977 (Pág. 7)

(3.-) GÜIRALDES, Ricardo.  El Sendero. Editorial R. G., Buenos Aires, 1977 (Págs. 60/61)

(4.-) JUNG, Carl Gustav.  Psicología y Alquimia. Plaza y Janes. Barcelona, 1977. (Págs. 173/174)

(5.-) RODRIGUEZ – ALCALA, Hugo. Sobre una nueva interpretación de ‘Don Segundo Sombra”. Diario La Nación. Suplemento de cultura. Buenos aires, 13 de noviembre de 1966

(6.-) GÜIRALDES, Ricardo. Carta a Valery Larbaud en la isla de Elba. Revista Sur (Dirigida por Victoria Ocampo) Nº 233, marzo/abril 1955 Buenos Aires. (Págs.112/113)

(7.-) GÜIRALDES, Ricardo.  El Sendero. Editorial R. G., Buenos Aires, 1977 (Pág 27)


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