«CONVERSIÓN
AL FUTURO»
Un presente sin
futuro es la ecuación del absurdo. Es caminar por un sendero que no se sabe
dónde lleva.
Un hombre sin
consciencia de su procedencia y de su destino corre el riesgo de convertirse en
una bestia evolucionada que abandona su crecimiento integral.
Es cierto que la
sociedad actual ha renunciado a pensarse. Demasiadas prisas. Demasiados retos.
Demasiadas cargas para sobrevivir. Demasiados ruidos que adormecen la
inteligencia. Demasiada manipulación mediática. Y todo ello conduce a la
pérdida de identidad, donde el propio ser humano acaba siendo conocido y reconociéndose
por lo que tiene y por lo que hace, pero no por lo que es.
Para conocerse,
se impone contemplar la dualidad de la voluntad y el destino. Lo primero es la
libre determinación, el esfuerzo por auto-conocerse, y lo segundo la confianza
en una ventura superior a la misma existencia personal que le permita confiarse
tanto en el presente como en porvenir. El futuro reta al presente y el presente
se abre al futuro.
Preguntemos a los
hombres por su máxima aspiración, y a fondo de reflexionar la respuesta acabarán
confesando que desearían congelar el tiempo y no acabarse. Esto es, la
eternidad.
¿Cuál es la razón
para que se resista ante la llamada de aquello que podría responder a su
inquietud?
El hombre estaría
dispuesto a sacrificar su suficiencia, pero no se decide a los principios que
se derivarían del seguimiento. Creer no es sólo aceptar una verdad, sino
seguirla. Por eso, adopta el mensaje de los cantos de sirena que le ofrece el
mundo para satisfacer su hedonismo. No se trata tanto de “creer” como de convertirse
a un humanismo que supera los humanismos simplemente humanos. Un humanismo
trascendente que responda al hombre de lo que por sí mismo no puede responderse
y a su vez le reta a ser verdadero hombre.
En primer lugar, habrá de tener claro que
su existencia le viene dada, por lo que ha de admitirse el “creacionismo”, esto
es, que existe “Alguien” fuera de lo que abarca la razón humana con capacidad
para hacerlo. “La prueba del algodón” reside en la incapacidad de darse vida a
sí mismo aquello que no existe.
A esto podrá
oponerse que todo es producto de la casualidad y no de la causalidad. Pero el
azar no es sino barajar hipótesis con premisas menores que no tienen en cuenta
la «premisa mayor» y cada paso que da se diluye más.
Basta contemplar
las leyes que rigen el universo. Si aumentásemos sólo el 1% de la fuerza
nuclear, los núcleos de hidrógeno no permanecerían libres, y al no poder
combinarse con los átomos de oxígeno no habría agua, elemento indispensable
para la vida. Pero si esa fuerza disminuyese la fusión se haría imposible y sin
fusión no habría soles, ni energía ni vida. En cuanto al hombre, para que pueda
surgir una molécula de ARN utilizable, apelando al azar sería necesario
multiplicar a ciegas los ensayos en un tiempo 100.000 veces más largo que el de
la edad del Universo, con lo cual hemos de desechar el planteamiento. No existe
el azar, sino el orden.
En segundo lugar, si se
admite el mayor sentido del creacionismo ha de concederse la autoría de un ser Primero al que llamamos
Dios. Lo que es efecto ha de tener una causa—la única excepción es el Misterio
que sostiene todo y es causa de sí mismo,
En tercer lugar—admitido el
creacionismo—, ¿por qué razón ha de crear al hombre? El que es Todopoderoso,
¿para qué podría necesitar de nada, incluido el hombre?
Sólo puede
entenderse reconociendo entre los atributos de la divinidad el del Amor. El
amor tiende a compartirse por pura gratuidad. De lo que se deduce que la criatura que es el producto final de la
evolución, esto es, el hombre, está destinado a compartir ese amor que no tiene
fin. Es lo que llamamos “cielo”.
En cuarto lugar,
recomponiendo las piezas del puzzle de la existencia humana está entender dos
cosas que se interrelacionan: el mal y la libertad.
El Amor exige ser
aceptado libremente. Por eso, el hombre dispone de libertad. El tiempo para
decidirse es la vida, en la cual podrá optar por seguir el instinto orientado
hacia el bien o el mal que conduce a la nada. Pero, para hacerlo habrá de optar
por uno de los dos. El que no elige, ya ha elegido.
El mal existe
para que el hombre pueda decidirse haciendo uso de su voluntad, superando los
instintos y el hedonismo. “He puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la
muerte y el mal” (Deut. 30, 15,19) El viejo Epicuro ya reflexionaba esto,
preguntándose: “Si el mal existe es porque Dios no es Bueno, y si no puede
evitarlo es porque no es Omnipotente”.
En quinto lugar,
se encuentra el nihilismo. Sostener el sin sentido de todo, incluido el hombre.
Un hombre desnudo ante los retos de su existencia, por los que no puede
responderse al carecer de un principio de esperanza. Por eso, el filósofo que
se esconde tras la muerte de Dios
pronunció aquella frase que gritaba desde dentro de sí: «Aquel que tiene un
porqué para vivir se puede enfrentar a todos los «cómos», a pesar de sus
contradicciones.
Este es el dilema
de hombre: conducirse por los derroteros de la nada o arriesgarse a la
esperanza del cielo prometido. Y según la elección, así se conducirá en su
vida.
A modo de resumen
una pequeña «fábula».
El calor del sol
evapora el agua del inmenso mar, convirtiéndola en nube.
La nube descarga
su agua sobre la tierra, que la absorbe.
La tierra filtra
el agua hasta el río.
El río la
devuelve al mar del que ha salido.
El mar es el Principio. El sol su amor. La nube el hombre. La tierra el ciclo de la vida. El río la purificación en su transcurso de la existencia. El mar que la acoge su destino que es el Fin.
ÁNGEL MEDINA – Málaga, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Blog <autor: https://www.facebook.com/novelapoesiayensayo
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