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sábado, 21 de diciembre de 2024

«CONVERSIÓN AL FUTURO» - Ángel Medina - Málaga, España



«CONVERSIÓN AL FUTURO» 

 

Un presente sin futuro es la ecuación del absurdo. Es caminar por un sendero que no se sabe dónde lleva.

Un hombre sin consciencia de su procedencia y de su destino corre el riesgo de convertirse en una bestia evolucionada que abandona su crecimiento integral.

Es cierto que la sociedad actual ha renunciado a pensarse. Demasiadas prisas. Demasiados retos. Demasiadas cargas para sobrevivir. Demasiados ruidos que adormecen la inteligencia. Demasiada manipulación mediática. Y todo ello conduce a la pérdida de identidad, donde el propio ser humano acaba siendo conocido y reconociéndose por lo que tiene y por lo que hace, pero no por lo que es.

Para conocerse, se impone contemplar la dualidad de la voluntad y el destino. Lo primero es la libre determinación, el esfuerzo por auto-conocerse, y lo segundo la confianza en una ventura superior a la misma existencia personal que le permita confiarse tanto en el presente como en porvenir. El futuro reta al presente y el presente se abre al futuro.

Preguntemos a los hombres por su máxima aspiración, y a fondo de reflexionar la respuesta acabarán confesando que desearían congelar el tiempo y no acabarse. Esto es, la eternidad.

¿Cuál es la razón para que se resista ante la llamada de aquello que podría responder a su inquietud?

El hombre estaría dispuesto a sacrificar su suficiencia, pero no se decide a los principios que se derivarían del seguimiento. Creer no es sólo aceptar una verdad, sino seguirla. Por eso, adopta el mensaje de los cantos de sirena que le ofrece el mundo para satisfacer su hedonismo. No se trata tanto de “creer” como de convertirse a un humanismo que supera los humanismos simplemente humanos. Un humanismo trascendente que responda al hombre de lo que por sí mismo no puede responderse y a su vez le reta a ser verdadero hombre.

En primer lugar, habrá de tener claro que su existencia le viene dada, por lo que ha de admitirse el “creacionismo”, esto es, que existe “Alguien” fuera de lo que abarca la razón humana con capacidad para hacerlo. “La prueba del algodón” reside en la incapacidad de darse vida a sí mismo aquello que no existe.

A esto podrá oponerse que todo es producto de la casualidad y no de la causalidad. Pero el azar no es sino barajar hipótesis con premisas menores que no tienen en cuenta la «premisa mayor» y cada paso que da se diluye más.

Basta contemplar las leyes que rigen el universo. Si aumentásemos sólo el 1% de la fuerza nuclear, los núcleos de hidrógeno no permanecerían libres, y al no poder combinarse con los átomos de oxígeno no habría agua, elemento indispensable para la vida. Pero si esa fuerza disminuyese la fusión se haría imposible y sin fusión no habría soles, ni energía ni vida. En cuanto al hombre, para que pueda surgir una molécula de ARN utilizable, apelando al azar sería necesario multiplicar a ciegas los ensayos en un tiempo 100.000 veces más largo que el de la edad del Universo, con lo cual hemos de desechar el planteamiento. No existe el azar, sino el orden.

En segundo lugar, si se admite el mayor sentido del creacionismo ha de concederse la autoría de un ser Primero al que llamamos Dios. Lo que es efecto ha de tener una causa—la única excepción es el Misterio que sostiene todo y es causa de sí mismo,

En tercer lugar—admitido el creacionismo—, ¿por qué razón ha de crear al hombre? El que es Todopoderoso, ¿para qué podría necesitar de nada, incluido el hombre?

Sólo puede entenderse reconociendo entre los atributos de la divinidad el del Amor. El amor tiende a compartirse por pura gratuidad. De lo que se deduce que la criatura que es el producto final de la evolución, esto es, el hombre, está destinado a compartir ese amor que no tiene fin. Es lo que llamamos “cielo”.

En cuarto lugar, recomponiendo las piezas del puzzle de la existencia humana está entender dos cosas que se interrelacionan: el mal y la libertad.

El Amor exige ser aceptado libremente. Por eso, el hombre dispone de libertad. El tiempo para decidirse es la vida, en la cual podrá optar por seguir el instinto orientado hacia el bien o el mal que conduce a la nada. Pero, para hacerlo habrá de optar por uno de los dos. El que no elige, ya ha elegido.

El mal existe para que el hombre pueda decidirse haciendo uso de su voluntad, superando los instintos y el hedonismo. “He puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal” (Deut. 30, 15,19) El viejo Epicuro ya reflexionaba esto, preguntándose: “Si el mal existe es porque Dios no es Bueno, y si no puede evitarlo es porque no es Omnipotente”.

En quinto lugar, se encuentra el nihilismo. Sostener el sin sentido de todo, incluido el hombre. Un hombre desnudo ante los retos de su existencia, por los que no puede responderse al carecer de un principio de esperanza. Por eso, el filósofo que se esconde tras la muerte de Dios pronunció aquella frase que gritaba desde dentro de sí: «Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los «cómos», a pesar de sus contradicciones.

Este es el dilema de hombre: conducirse por los derroteros de la nada o arriesgarse a la esperanza del cielo prometido. Y según la elección, así se conducirá en su vida.

A modo de resumen una pequeña «fábula».

El calor del sol evapora el agua del inmenso mar, convirtiéndola en nube.

La nube descarga su agua sobre la tierra, que la absorbe.

La tierra filtra el agua hasta el río.

El río la devuelve al mar del que ha salido.

El mar es el Principio. El sol su amor. La nube el hombre. La tierra el ciclo de la vida. El río la purificación en su transcurso de la existencia. El mar que la acoge su destino que es el Fin.


ÁNGEL MEDINA
– Málaga, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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