UNA VISITA AL
CEMENTERIO
Cuando llegué a casa
Laura, ya era un poco tarde, dejé la pequeña maleta delante de la puerta y
llamé.
.-Perdona llego tarde
pero el tren iba muy lento.
.- ¡Caray, si te
esperaba ayer! hemos pasado unos días arreglando el cementerio, y sabes, el
primero de noviembre es la fiesta de todos los santos y claro todo el mundo
arregla las tumbas, nichos y demás de su familia que normalmente sólo lo hacen
por estas fechas y ya el resto del año normalmente ni van. Anda tómate una taza
de manzanilla bien caliente y ya mañana te llevo de visita.
Me sorprendió mucho su
actitud, después del accidente que había tenido su marido, no parecía tan
afectada como yo creía.
Y la verdad que no lo
estaba, cuarenta años de matrimonio, yo suponía que pasados esos primeros
tiempos de deseos sexuales, tener un par de
hijos, criarlos, pagar la hipoteca y la segunda casa que tan de moda
estaba por aquellas fechas era motivo más que suficiente, para tomarse la vida
con calma e intentar llegar a la vejez lo más armoniosa y dulce manera. Pero
no, en ese preciso momento el marido había soñado con emprender una vida nueva
con otra mujer. El error buscarla joven, creer que el tiempo no había pasado,
que las canas y las arrugas no eran nada y volver a la juventud en un vuelo
“astral” como si nada.
Por desgracia el
accidente de tráfico, frustró todo en menos de un minuto, el barranco acogió el
coche dando vueltas por el espacio y ya los cuerpos tanto de la joven como el
de él hechos pura metralla, así como el vehículo.
No dejo de reconocer
que la actitud de Laura me sorprendió, poner a su esposo y a su amante en la
misma tumba, incluso con una hermosa lapida nombrando a los dos, no cabía en mi
cabeza.
.- No te extrañes, eso no tiene ninguna importancia, además, en el
fondo estoy agradecida. Entre Pedro y yo ya no quedaba nada, todo mera rutina,
y él había sentido renacer ilusiones de juventud que a una cierta edad ya es
casi un milagro. A mí se me queda una buena paga como viuda, la casa es mía, el
coche no porque está totalmente destruido, pero en fin, soy libre y ya ni
siquiera tengo que plancharle las eternas camisas para las reuniones
empresariales que hacía. En fin vuelvo a vivir libre y del todo bien.
No repuse nada, ni contesté pero no dejo de reconocer que a veces la
conducta humana me sorprende.
©SALOMÉ MOLTÓ,
Alicante, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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