En modo fútbol esta pasión de multitudes es para
elegidos
No caben dudas que en el caso del fútbol, la noción
de juego quizá se ha vuelto menos real que metafísica. Con solo presenciar por
televisión las encendidas polémicas del periodismo especializado queda
demostrado que estos augures se enfrentan en un campo de certezas individuales
y encienden polémicas como si estuvieran discutiendo los destinos de la
humanidad. Y acaso tienen su razón. El fútbol se ha convertido en el
deporte más influyente de la modernidad que vivimos y el que despierta las
pasiones más furiosas y desenfrenadas. Sirve para justificar, como
pretendió Ortega y Gasset, desde el origen del Estado hasta las más
gratificantes formas del arte contemporáneo, como conjeturaron y se empeñaron
en verlo el sociólogo y crítico literario francés Roger Caillois y el filósofo
e historiador neerlandés Johan Huizinga. Desde sus puntos de vista acaso todos
tengan razón. Basta comprobar que cada domingo los estadios se
convierten en templos cuasi sagrados que sustituyen a las diversas Iglesia.
Eso sí, no se va a rezar sino a cobrar protagonismo, a gozar o sufrir, depende,
por supuesto, del resultado del match.
Con un nivel de idolatría digno de los profetas
divinos o de los dioses de la Antigua Grecia, la figura del futbolista se eleva
hasta lo sagrado. Para el legendario delantero argentino Alfredo Di Stefano, el
primer consagrado por el fútbol español, “marcar un gol es como hacer el
amor”. Otra vez llegó a decir que “ningún jugador es tan bueno como todos
juntos, pero suele haber uno más bueno que todos los demás y es el que marca la
diferencia”, donde rescata, con la debida prudencia, el valor indiscutido
del que encabeza el grupo y el equipo que lo acompaña para llegar al triunfo.
Por cierto que a veces el fútbol es injusto, y
otras inexplicable. El superdotado Lionel Messi ha confesado que no “le
gusta perder a nada y que su principal objetivo siempre es ganar”; sin
embargo, también ha llegado a decir que “prefiere ser buena persona a
ser el mejor jugador del mundo y que los jugadores de fútbol deberían
ser un ejemplo dentro y fuera del campo de juego”, contradiciendo a otros
que solo les importa ganar excluyendo las nobles y coincidentes ideas del
rival.
Tan responsable como arrepentido, Maradona se
condenaba a sí mismo por el 99 por ciento de todo lo malo que hizo en su vida,
pero el 1 por ciento, que es el fútbol, lo salvaba del resto y eso le hacía
ganar el cielo; también llegó a decir, que “por las cosas malas que hizo
pagó, pero el balón no se manchaba nunca de impurezas”. Estas frases
futboleras desmarcan al jugador de la profesión que ejerció sobre el campo de
juego; en este caso por la turbia fama (¿merecida o no?) que alcanzó debido a
su comportamiento fuera de la cancha. El astro argentino mostraba así su amor
por la disciplina que lo convirtió en un ídolo. Muchísimas confesiones, pero
una sola verdad: el fútbol es solo un juego, por cierto; pero qué juego
alcanza estas consideraciones filosóficas. Para la feligresía de este
deporte, el astro argentino está en el cielo, a la diestra de Dios y, para
algunos fanáticos, es el mismísimo Dios.
Es así que como un Jubileo o Año Santo establecido
por el Papa de Roma, en este caso por la cuestionada FIFA, cada cuatro años se
celebra la gran fiesta del fútbol, que además de ser un pingüe negocio
internacional, convoca a todos sus devotos en un enfrentamiento que será
consagratorio para un país más allá de banderías políticas e ideologías. Un
viejo refrán dice “que en la cancha se ven los pingos”. Esto significa
que no hay candidatos firmes, ni números puestos y hasta el
equipo menos mentado puede dar vuelta un partido como lo vimos en el debut de
la Argentina contra Arabia Saudita. El fútbol es y seguirá siendo imprevisible,
ya que, como decía mi tío Eulogio “en la cancha no hay cuadro chico”,
mal que les pese a ciertos agoreros comentaristas de dicho deporte.
También en el fútbol, como en la vida de cualquiera
de nosotros, hay un destino y por esas cosas que suelen suceder, por
coincidencias o casualidades; por decisiones que se toman y otras que no, el
estar en el instante y en el lugar adecuado hace que un jugador logre lo
impensado. Para el técnico argentino Marcelo Bielsa, uno de los maestro más
requeridos de este deporte “de lo que se trata, ante todo, es de reducir el
azar”. Un jugador no sólo es sólo un artífice del balón pie y un hacedor de
maravillas; es a su vez y esencialmente un ser humano que siente con intensidad
y complejidad cuando está en el campo de juego y tiene en sus pies la sagrada pelota.
Sin embargo, la tecnología que escarba en todos los
órdenes y no se detiene ante nada, ha brindado ahora el ya famosísimo y
decisivo VAR, que mira con un ojo inflexible cada jugada y puede llegar a
anular el gol mejor logrado frustrando el mejor momento de un jugador
(inevitablemente uno piensa en el tramposo gol con el puño, que para
algunos fue el puño de Dios, convertido por el inefable Diego a los
ingleses en el Mundial de México en 1986). Pero bueno, una cosa no empaña la
otra.
En otro aspecto, el fútbol es la mejor carrera
profesional del mundo moderno en comparación con otras carreras laborales para
el hombre y esto tampoco está en discusión. La experiencia de algunos jugadores
como Maradona o Pirlo, Ronaldo o Messi, entre muchos otros, deja en evidencia
como el fútbol es el camino más efectivo para ganar dinero y llegar a la
ansiada felicidad de una vida superior en plena juventud, teniendo en cuenta el
impacto social y la influencia en la misma sociedad.
Agreguemos que en mercado laboral actual, el fútbol
es lejos la profesión más efectiva en cuanto a remuneración se trata. Los
contratos firmados por los aspirantes que llegan a dedicarse a esto
profesionalmente, hace que inmediatamente cambien el modo de vida. El
dinero ganado, depende de varios factores tales como la edad del jugador, la
importancia que tiene para el club que lo contrata y, ligado al talento, el
valor que su ficha representa en el mercado. La mayoría de los jugadores que
son deportivamente muy competitivos, llegan a firmar contratos por cifras
exorbitantes,
En fin, en todas las direcciones la fiesta
futbolera está abierta en estos días y perder o ganar es tal vez lo de menos.
El fútbol como espectáculo es lo que cuenta. Todos los días nos llevamos
sorpresas y nadie tiene asegurado nada. Repetimos otra vez el consabido refrán:
“en la cancha se ven los pingos”. Conjeturar resultados es arriesgar
demasiado cuando los finales están abiertos.
ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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