DONDE Y COMO VIVIR
Donde
vivir es el lugar y el tiempo en el cual se desarrolla nuestra existencia; el
hábitat y el momento histórico en el cual transcurre nuestra vida.
Cómo
vivir es la forma en que desarrollamos nuestro camino en la vida, cuales son
nuestros principios, nuestra conducta, como nos comportamos, que hacemos de
nosotros, del mundo que habitamos y nuestra relación con los otros hombres.
Donde
vivir no depende enteramente de nuestra voluntad, porque si bien es cierto que
podemos cambiar de sitio, mudarnos a otro lugar, elegir otra comunidad y otros
compañeros de ruta, hay algo que escapa a nosotros y es el tiempo histórico en
el cual nacimos.
Además
también podemos cambiar de ubicación, migrar a otro país, o ciudad, pero
cargaremos con la condición de emigrante, y llevaremos encima el desarraigo que
significa salir de las fuentes y del origen.
Cómo
vivir depende casi enteramente de nosotros.
Es
nuestra decisión y nuestra voluntad la que determina la manera de afrontar la
vida y de relacionarnos con ella, con la naturaleza y con nuestros hermanos.
Sin
embargo hay una relación entre el dónde y el cómo de la vida; es como si el uno
determinara al otro, como si el lugar y el tiempo fueran un elemento esencial
en el cómo elegido.
En
efecto, el hábitat y el tiempo histórico conforman un sustento de nuestro
carácter y de la formación de la personalidad.
De
cómo sean dependerán el abordaje a realizar para enfrentar la vida, y las
cuestiones que formarán la problemática a enfrentar para realizarla.
Nuestra
mente y nuestro espíritu se forman y se perfeccionan con los estímulos que
reciben del exterior, en primer lugar de aquellos que se ocupan de nuestra
crianza y nos ponen pautas o comportamiento, las que desconocemos y no podemos
en primera instancia discutir, juzgar o rebatir y también de las costumbres,
tradiciones y el folclore local, muchas veces determinado por el hábitat, en
especial la forma de nutrirse, de vestirse, de relacionarse que dependerá del
clima, de las aptitudes y de las características del lugar.
Todo
ello impostado en un ser en blanco, en un espíritu virgen, que sólo tiene la
experiencia de la vida intrauterina, y desconoce toda relación con el exterior.
Mientras
se va formando nuestro espíritu, se va despertando la conciencia, y la
experiencia de lo que nos rodea, hace que veamos diferencias, algunas muy
profundas y opuestas, y sintamos a partir de otros, las comparaciones, los
juicios y la valoración de la conducta.
Aprendemos
que no todo es igual, que hay hechos y actitudes acertadas o desacertadas,
correctas e incorrectas y buenas o perversas.
Se
nos presenta de repente la valoración, comprendemos que además de la
existencia, existe en cada hecho y en cada cosa, un valor, algo que la
hace valiosa o disvaliosa, algo que la determina, y que esa condición se
transmite al hombre en relación a su comportamiento.
Vislumbramos
la posibilidad de elegir, y ello nos lleva al concepto de responsabilidad, ya
que si la elección es nuestra, libre y voluntaria, más allá de la formación que
tenemos, somos responsable de lo que hacemos.
Intuimos
y luego comprobamos que la valoración nos lleva a un concepto superior que es
la virtud, y sentimos casi instintivamente que hay virtudes que forman parte de
la condición humana, pero que son libres y electivas y que dependen de
nosotros tomarlas o dejarlas.
Empezamos
a valorar la realidad, y llegamos a lo bueno, lo correcto, lo equilibrado, lo
solidario, como también vemos que a su lado existe lo perverso, lo incorrecto,
la diferenciación, la indiferencia que lleva al egoísmo, la soberbia, el
autoritarismo, la corrupción y la violencia.
Que
hay virtudes que honran la vida, y hay actitudes que son destructivas de la
existencia.
De
a poco y sin darnos cuenta y a pesar de no entenderlo, vamos dando forma a
nuestra vida, vamos creando el cómo vivir.
Más
que desde el conocimiento racional, ya que a veces no somos conscientes
que estamos eligiendo, sino desde la emoción y sobre todo de la voluntad.
Porque
la virtud que nos lleva a los valores, hay primero que sentirla en nuestro
interior, como un deber, como una necesidad y después accionarla en nuestra
forma de actuar con una firme voluntad de proceder a pesar de todo, en el
contexto que sea y que nos tocó vivir y de las dificultades que nos pueda
acarrear.
Allí
elegimos el cómo, desde la bondad o desde la perversión, desde lo correcto o lo
incorrecto, desde lo solidario o lo indiferente, desde lo pacífico o lo
violento, desde lo bueno o lo corrupto.
De
ese cómo por ser una elección libre y voluntaria, surge nuestra responsabilidad
y nuestra capacidad de señalar la dignidad humana.
Elias D. Galati, Buenos Aires, Argentina
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