EL DESCONOCIDO
Le sucedió en plena calle, lo
hicieron detener allí, en esa esquina. Los carteles indicaban Pasteur y
Tucumán. Le pidieron documentos, se llevó la mano al bolsillo interior del
abrigo gris. Ahí fue que comprobó con verdadero estupor que no los tenía…
No
lo dudaron, lo hicieron ascender al móvil policial y se lo llevaron. Ya en la
seccional le hicieron una serie de preguntas y todos esos datos fueron
ingresados a la computadora. El operador de
El comisario, fatigado por el trajín
del día, miró al detenido y le dijo:
-Ud.
no existe!
-Perdón, ¿Qué dice señor?
-¡Qué no existe! –Repitió el oficial
con mal humor- No hay un solo dato en el registro de las personas de esta
ciudad. Ud. no figura en ningún folio y ha dicho que nació aquí.
-¡No lo digo, lo afirmo! –Dijo el
hombre, con evidente confusión. Señor comisario, soy Florencio Sanozi, nací el
-Señor Florencio –Dijo el comisario-
Por favor, yo mismo envié el móvil al lugar. En Salta 306 sólo hay un baldío. ¿Tiene
alguna enfermedad o toma alguna droga que le afecta la memoria? Porque está
claro, que no recuerda quién es ni donde vive. Nosotros queremos ayudarlo, tal
vez ese nombre y apellido sea falso. Haga un esfuerzo, trate de recordar.
-Señor comisario, no lo estoy
engañando, ni a Ud. ni a su gente: ¡yo soy Florencio Sanozi, aquí y en
-Muy bien –Dijo el comisario-
Aceptemos eso como verdad. Ahora hay un detalle pendiente, deme una prueba real
de ello. Muestre sus documentos.
-No sé qué ocurre, los llevaba
conmigo unos minutos, antes que me detuvieran. Cuando sus agentes me los
solicitaron ya no los tenía, por eso estoy aquí. Busqué por todos mis
bolsillos…
-Mire,
señor Florencio o como sea que se llame, recién hemos hablado con los hermanos
Caprioli, ya vienen para acá. Ud. afirma ser empleados de ellos y ellos, a su
vez, opinan lo contrario, tendrá la oportunidad de carearse con ellos, espero
que de ese encuentro surja alguna verdad.
Un
rato después, los hermanos se enfrentaron con Florencio… El comisario hacía su
indagatoria.
-Bien,
señores, aquí tienen al Sr, Sanozi, quien dice ser empleado de Uds. ¿Es cierto
esto?
-¡Jamás
hemos visto a este hombre!
-Señor
Sanozi, ¿qué tiene que responder a eso?
-¡Qué
no entiendo por qué motivo estos señores niegan que yo trabajo con ellos!
-De
ser cierto que trabaja en esa empresa, debe existir algún registro en el lugar
-No
hay tal cosa, se apresuraron a contestar los hermanos Caprioli, todos nuestros
empleados están en blanco. ¡No existe ningún obrero en negro en nuestra
fábrica!
A
todo esto, Florencio se estaba auto-convenciendo de que probablemente no
existía y comenzó a temblar ante el temor que aquello le infligía. Tal vez,
toda aquella farsa fuera una verdad ineludible.
La
policía se trasladó con uno de hermanos Caprioli a la textil y comprobó que el
detenido, no figuraba en los libros y, por lo tanto, nunca había trabajado
allí.
Todos
los ojos se volvieron hacia Florencio. De repente, ante la mirada de todos,
aquel hombre que decía ser Florencio Sanozi; un individuo corpulento de un
metro noventa de estatura y cerca de cien kilos de peso, se comenzó a esfumar
frente al estupor de los presentes, hasta no quedar de él rastro alguno. Pasado
el tremendo momento de sorpresa, el comisario se apresuró a decir a su personal
que no comentaran este asunto. Los hermanos Caprioli también estuvieron de
acuerdo y se retiraron.
Como
en la seccional hacia bastante calor, el desconocido se había quitado el
abrigo, el cual descansaba sobre el respaldo de la silla que ocupara momentos
antes. El comisario, en un gesto casi instintivo comenzó a revisar los
bolsillos del gabán y en uno de sus bolsillos internos halló un documento de
identidad a nombre de Florencio Sanozi.
En el folio donde constaban los datos personales se leía: Florencio Sanozi – Nacionalidad Argentino; - Fecha de nacimiento Día 07; Mes de julio, Año 1992, Lugar Capital Federal. Más abajo, en el vértice inferior derecho: una foto manchada, la impresión digital y la firma deformada por una mala caligrafía.
El funcionario comprobó lo que ya temía: miró
el calendario que descansaba sobre el escritorio y advirtió claramente: día viernes 7 del mes de julio de 1962. Con
manos temblorosas, tomó “La Razón” que descansaba sobre la mesa y corroboró la
fecha: -Viernes 7 de julio de 1962 –
Edición vespertina.-
NORBERTO
PANNONE, Buenos Aires, Argentina
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