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sábado, 3 de diciembre de 2022

EL DESCONOCIDO, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

 



EL DESCONOCIDO

 

            Le sucedió en plena calle, lo hicieron detener allí, en esa esquina. Los carteles indicaban Pasteur y Tucumán. Le pidieron documentos, se llevó la mano al bolsillo interior del abrigo gris. Ahí fue que comprobó con verdadero estupor que no los tenía…

No lo dudaron, lo hicieron ascender al móvil policial y se lo llevaron. Ya en la seccional le hicieron una serie de preguntas y todos esos datos fueron ingresados a la computadora. El operador de la PC leyó el informe solicitado por el oficial de servicio. No existía nadie registrado con aquel nombre y apellido, tampoco coincidía ese número de documento con el de alguna persona real. La dirección que dio el hombre a los policías pertenecía a un terreno baldío. La fábrica donde, según él trabajaba, sí existía. Pero no había indicio o documentación alguna que probara su afirmación: incluso, el oficial se ocupó de llamar al lugar para cerciorarse si el demorado decía la verdad. Nadie lo conocía, no figuraba en los registros y por lo tanto, nunca había trabajado allí.

            El comisario, fatigado por el trajín del día, miró al detenido y le dijo:

-Ud. no existe!

            -Perdón, ¿Qué dice señor?

            -¡Qué no existe! –Repitió el oficial con mal humor- No hay un solo dato en el registro de las personas de esta ciudad. Ud. no figura en ningún folio y ha dicho que nació aquí.

            -¡No lo digo, lo afirmo! –Dijo el hombre, con evidente confusión. Señor comisario, soy Florencio Sanozi, nací el 7 de julio de 1942, en esta ciudad. Trabajo actualmente en la fábrica textil de los hermanos Caprioli. Vivo en una pensión de la calle Salta al 300, en la esquina de Salta y Belgrano, ahí está mi casa, no puede haber un baldío.

            -Señor Florencio –Dijo el comisario- Por favor, yo mismo envié el móvil al lugar. En Salta 306 sólo hay un baldío. ¿Tiene alguna enfermedad o toma alguna droga que le afecta la memoria? Porque está claro, que no recuerda quién es ni donde vive. Nosotros queremos ayudarlo, tal vez ese nombre y apellido sea falso. Haga un esfuerzo, trate de recordar.

            -Señor comisario, no lo estoy engañando, ni a Ud. ni a su gente: ¡yo soy Florencio Sanozi, aquí y en la China…!

            -Muy bien –Dijo el comisario- Aceptemos eso como verdad. Ahora hay un detalle pendiente, deme una prueba real de ello. Muestre sus documentos.

            -No sé qué ocurre, los llevaba conmigo unos minutos, antes que me detuvieran. Cuando sus agentes me los solicitaron ya no los tenía, por eso estoy aquí. Busqué por todos mis bolsillos…

-Mire, señor Florencio o como sea que se llame, recién hemos hablado con los hermanos Caprioli, ya vienen para acá. Ud. afirma ser empleados de ellos y ellos, a su vez, opinan lo contrario, tendrá la oportunidad de carearse con ellos, espero que de ese encuentro surja alguna verdad.

Un rato después, los hermanos se enfrentaron con Florencio… El comisario hacía su indagatoria.

-Bien, señores, aquí tienen al Sr, Sanozi, quien dice ser empleado de Uds. ¿Es cierto esto?

-¡Jamás hemos visto a este hombre!

-Señor Sanozi, ¿qué tiene que responder a eso?

-¡Qué no entiendo por qué motivo estos señores niegan que yo trabajo con ellos!

-De ser cierto que trabaja en esa empresa, debe existir algún registro en el lugar

-No hay tal cosa, se apresuraron a contestar los hermanos Caprioli, todos nuestros empleados están en blanco. ¡No existe ningún obrero en negro en nuestra fábrica!

A todo esto, Florencio se estaba auto-convenciendo de que probablemente no existía y comenzó a temblar ante el temor que aquello le infligía. Tal vez, toda aquella farsa fuera una verdad ineludible.

 

La policía se trasladó con uno de hermanos Caprioli a la textil y comprobó que el detenido, no figuraba en los libros y, por lo tanto, nunca había trabajado allí.

 El comisario debía tomar una determinación y hablaba con un oficial al tiempo que le decía: este hombre es algo peor que un desconocido indocumentado, es un ser que no existe, no sé… un fantasma, un espectro… no sé…

Todos los ojos se volvieron hacia Florencio. De repente, ante la mirada de todos, aquel hombre que decía ser Florencio Sanozi; un individuo corpulento de un metro noventa de estatura y cerca de cien kilos de peso, se comenzó a esfumar frente al estupor de los presentes, hasta no quedar de él rastro alguno. Pasado el tremendo momento de sorpresa, el comisario se apresuró a decir a su personal que no comentaran este asunto. Los hermanos Caprioli también estuvieron de acuerdo y se retiraron.

Como en la seccional hacia bastante calor, el desconocido se había quitado el abrigo, el cual descansaba sobre el respaldo de la silla que ocupara momentos antes. El comisario, en un gesto casi instintivo comenzó a revisar los bolsillos del gabán y en uno de sus bolsillos internos halló un documento de identidad a nombre de Florencio Sanozi.

En el folio donde constaban los datos personales se leía: Florencio Sanozi Nacionalidad Argentino; - Fecha de nacimiento Día 07; Mes de julio, Año 1992, Lugar Capital Federal. Más abajo, en el vértice inferior derecho: una foto manchada, la impresión digital y la firma deformada por una mala caligrafía.

El funcionario comprobó lo que ya temía: miró el calendario que descansaba sobre el escritorio y advirtió claramente: día viernes 7 del mes de julio de 1962. Con manos temblorosas, tomó “La Razón” que descansaba sobre la mesa y corroboró la fecha: -Viernes 7 de julio de 1962 – Edición vespertina.-

          

NORBERTO PANNONE, Buenos Aires, Argentina


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