VUELO TRUNCO
Del libro:
“BOEDO, postales del ayer” Ed. 2003, Pág. 80
Tendió sus alas grises,
melancólicas y humildes, ensayó un vuelo corto, como de perdiz, se posó en el
empedrado desparejo que, como decía Héctor Gagliardi: “Pisonado por algún tano aburrido de Italia meridional”, y
asilándose a su vista de halcón de las cornisas y lujosa damisela de cemento,
encontró sustento en la rayuela de la calzada.
Quedó unos instantes como
pensativa, tal vez una instintiva duda inmovilizó por un momento el fervoroso
ritmo de sus alas y cuando levantó su vuelo en busca de la fronda de un viejo
plátano casi vencido por los años, un veloz emisario del progreso, raudo
automóvil manejado por manos siempre ansiosas
de devenir una urgencia que no tiene, la impactó lúgubremente en pleno
vuelo y la arrojó sobre el cordón de la vereda, de aquel antiguo Boedo en que
todavía y por aquel entonces, el mótorman del tranvía utilizaba una larga
palanca para cambiar de rumbo…
La tomé en mis manos temblorosas,
no tanto como su cuerpecillo adormecido por los estertores de una agonía que me
roía las entrañas.
Abrió un instante brevísimo sus
ojos, como para atrapar el pedazo del incomprensible mundo que asiló sus
pálpitos tratando de defender su derecho a la existencia en los predios
urbanos, muy lejos de las pampas fértiles donde su vida pudo cosechar algún
milagro de sustento.
No sabía qué hacer con ella.
Su cuerpecillo yerto pero caliente todavía y sin mortaja, palabras
que hurto a mi querido Almafuerte.
Algunos transeúntes me observaban
con cierta sorna no pudiendo comprender que un pecho de Poeta pudiera llorar
por una torcacilla con vida de urbanismo.
La dejé suavemente junto al árbol
y me alejé tratando de meditar si había construido una injusticia, porque
debiera haber hurgado la tierra en el cantero que cobija el árbol, con mis hoy
viejas manos cansadas de apretar rancias teclas de máquinas vetustas, para
forjar, a su cuerpo de pasto y a su noble corazón de ciudadana de Buenos Aires,
una pequeña fosa para compensarle su injusta muerte.
Si, han pasado cinco años.
Cada vez que transito por Boedo y
Garay, me parece verla ensayando un vuelo diferente y evitando su despótico
final.
Pienso, que si yo hubiere manejado aquel coche, me habría detenido para
socorrerla.
Usted puede creer que son cosas que sólo se les ocurren a los locos?
Es que yo padezco de demencia.
Un orate inofensivo que ha caído en la bohemia.
Por eso, todavía llevo en mi corazón aquella torcacilla que terminó sus
vuelos cortos en Boedo y Garay.
Le he urdido un nido en las diástoles de este corazón fabricado con rimas y
con glosas.
Ciertas noches, la siento aletear gozosa dentro de los asténicos muros de
mi pecho.
©RODOLFO VIRGINIO LEIRO, poeta y escritor argentino, desde la
memoria.
MIEMBRO
FUNDADOR DE ASOLAPO ARGENTINA
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