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sábado, 9 de febrero de 2019

PODERES, Soledad Vignolo, Junín, Buenos Aires, Argentina

Resultado de imagen para estacion ferroviaria de pueblo por la noche
Imagen de: La Gaceta


PODERES

En el pueblo lo llamaban Tata, nadie sabía por qué. Tata tenía buena suerte, era querido, de vez en cuando lo abrazaban, alguna vez fue feliz y en un momento dado sintió que el mundo le pertenecía. Sí, el mundo, con toda su indiferencia y bipolaridad. Al fin de cuentas uno construye su propia realidad en base a ficciones cotidianas. ¿O qué pensás que es tu vida?. Una suma tolerable de mentiras que se transforman en tu pos verdad. Y la de Tata era ésa. Y punto.
            En el pueblo no vivía mucha gente. Manzanero se había creado en torno a una estación ferroviaria de carga y descarga y las casas eran siete. La del guarda, que seguía viviendo allí a los noventa años con sus nietos Jerónimo y Rosa, y las de los capataces de la estancia Las Potras. Rubén, Don Tito, Claudia Ramos y Raquel David vivían en la estancia. Los patrones venían dos veces por año a fiscalizar
_ Vienen y chusmean todo y se van- decía Don Tito a viva voz.
            Había una sola calle mejorada y era la que más le gustaba a Tata. Iba y venía a diario por ella contando las piedras y suspirando. Una vez cayó y se raspó el codo y decidió no curarse nunca. Si se hacía cáscara la arrancaba. Si sanaba raspaba la herida en la calle para volver a verse bien. Con sangre. Humano. Porque Tata tenía algunas dudas sobre su procedencia. No tenía padres ni hermanos ni familia. Nada. Y nadie sabía muy bien de dónde salió.
            Para que no olvidaran su existencia Tata cantaba mientras pasaba por las siete casas pobladas y si llegaba a la entrada de la estancia silbaba fuerte. Un día Don Tito le respondió. Aunque un bicho feo silbaba igual que Don Tito. Pero él decidió que era una respuesta. Y ya.
            Al atardecer, Tata emprendía una búsqueda frenética del día, porque la noche era la muerte. Con la noche desaparecían los sueños, los árboles se volvían sombra y las casas dejaban de ser. La noche creaba fantasmas que trepaban los cables y las antenas de televisión digital. Se transformaba en un cúmulo de miedos terrenos, y en ocasiones hasta el lucero partía su luz en múltiples umbrías que lo aterraban. Y entonces para que lo diurno permanezca, Tata cantaba a los gritos y corría desenfrenado por Manzanero como si el diablo lo persiguiera.
            Tata murió sonriendo, de día, a los cuarenta y seis años.
No tiene tumba, nadie sabe bien que se hizo de su cuerpo. Don Tito sigue igual, Rubén Claudia Ramos, Raquel David, siguen idénticas. El guarda y sus nietos Jerónimo y Rosa no cambiaron. La estancia Las Potras quedó intacta. Y Manzanero es el único pueblo del mundo donde el tiempo no pasa y la noche no llega.

©SOLEDAD VIGNOLO, poeta y escritora argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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