Imagen de: La Gaceta
PODERES
En el pueblo lo llamaban
Tata, nadie sabía por qué. Tata tenía buena suerte, era querido, de vez en
cuando lo abrazaban, alguna vez fue feliz y en un momento dado sintió que el
mundo le pertenecía. Sí, el mundo, con toda su indiferencia y bipolaridad. Al fin
de cuentas uno construye su propia realidad en base a ficciones cotidianas. ¿O
qué pensás que es tu vida?. Una suma tolerable de mentiras que se transforman
en tu pos verdad. Y la de Tata era ésa. Y punto.
En el pueblo no vivía mucha gente. Manzanero se había
creado en torno a una estación ferroviaria de carga y descarga y las casas eran
siete. La del guarda, que seguía viviendo allí a los noventa años con sus
nietos Jerónimo y Rosa, y las de los capataces de la estancia Las Potras. Rubén,
Don Tito, Claudia Ramos y Raquel David vivían en la estancia. Los patrones
venían dos veces por año a fiscalizar
_ Vienen y chusmean todo y
se van- decía Don Tito a viva voz.
Había una sola calle mejorada y era la que más le gustaba
a Tata. Iba y venía a diario por ella contando las piedras y suspirando. Una
vez cayó y se raspó el codo y decidió no curarse nunca. Si se hacía cáscara la
arrancaba. Si sanaba raspaba la herida en la calle para volver a verse bien.
Con sangre. Humano. Porque Tata tenía algunas dudas sobre su procedencia. No
tenía padres ni hermanos ni familia. Nada. Y nadie sabía muy bien de dónde
salió.
Para que no olvidaran su existencia Tata cantaba mientras
pasaba por las siete casas pobladas y si llegaba a la entrada de la estancia
silbaba fuerte. Un día Don Tito le respondió. Aunque un bicho feo silbaba igual
que Don Tito. Pero él decidió que era una respuesta. Y ya.
Al atardecer, Tata emprendía una búsqueda frenética del
día, porque la noche era la muerte. Con la noche desaparecían los sueños, los
árboles se volvían sombra y las casas dejaban de ser. La noche creaba fantasmas
que trepaban los cables y las antenas de televisión digital. Se transformaba en
un cúmulo de miedos terrenos, y en ocasiones hasta el lucero partía su luz en
múltiples umbrías que lo aterraban. Y entonces para que lo diurno permanezca,
Tata cantaba a los gritos y corría desenfrenado por Manzanero como si el diablo
lo persiguiera.
Tata murió sonriendo, de día, a los cuarenta y seis años.
No tiene tumba, nadie sabe
bien que se hizo de su cuerpo. Don Tito sigue igual, Rubén Claudia Ramos,
Raquel David, siguen idénticas. El guarda y sus nietos Jerónimo y Rosa no
cambiaron. La estancia Las Potras quedó intacta. Y Manzanero es el único pueblo
del mundo donde el tiempo no pasa y la noche no llega.
©SOLEDAD VIGNOLO, poeta y escritora argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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