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HISTORIAS DE LA CALLE
Mariana sentada en el bar de la calle Rioja de Rosario,
contemplaba el ir y venir de la gente del otro lado del vidrio en actitudes,
expresiones, modos de caminar, arrasando o vacilando, que dejaban claro
situaciones, caracteres, estados de ánimo...
El paso lento, cansado de los ancianos, la
insolente y vital fuerza de los jóvenes, la preocupación y el rostro tenso de
la llamada ama de casa, a la que siempre le falta el tiempo....Es el prototipo,
pensó, de la que aprovecha cada minuto de su vida, para demostrar su eficiencia,
pero que desconoce el valor de una pausa contemplativa, de un momento sólo para
reflexionar, para aquietar el alma, para crecer como persona...inmersa en su
apresurada vida de demostraciones de valor, aunque ello sacrifique su ignorada
interioridad.
Su mirada, entonces, se vio atraída mientras
terminaba su café, por la desolada, el buscador de ocasiones, el jovencito
tratando de acaparar la atención de su compañera de ricitos rubios y anillitos
de plata, el gordo señor parado frente a la pizarra del menú del restaurante de
enfrente... Le gustaba imaginar el final de cada historia y la incidencia que
cada actitud tenía en ella...
Los hombros frágiles de la sola, se detienen ante
la vidriera del bar, mira hacia adentro, vacila un minuto y luego entra a comprar
dos empanadas, que, seguramente compartirá con su gato, en una fría y gran casa
de pasillo.
Entra al bar, un viajante, arrastrando los pies,
con la corbata torcida y la camisa mojada. Se sienta como si fuera de plomo, en
una mesa pequeña, debajo de la cual, sus piernas entran por milagro y sus
mocasines vapuleados, no dejan enfriar a sus pies deshechos y doloridos.
Como la imagen de los contrasentidos, pasa por la
vereda una señora gruesa y desaliñada, llevando, con suma delicadeza, un ramo
de rosas, su rostro tienen la alegría de gozar por anticipado la sorpresa de su
destinataria.
Sigue por el centro de la ciudad el interminable
deambular de los chiquitos de ojos enormes y uñas sucias que ofrecen con voz
lastimera bolígrafos y analgésicos, controlados desde la esquina, por el vago
de saco grande y vergüenza escasa...
Como personajes obligadas de esta historia de la
calle, enhebrada por Mariana desde la mesa del bar, entran dos nenitas
ofreciendo en conitos de plástico, rosas de dudosa frescura, a la disparada,
antes que las retiren no del todo amablemente los mozos, pero, angustiadas si
no venden, por el coscorrón de la hosca mujer, que las espera afuera, con un
bebé maloliente en sus brazos...
Las dos gitanas, pasan comentando sus ventas de San
Cayetano, con los ramitos de trigo. Ellas visten comúnmente, pero su decir vivo
y rápido, las delata. Se sientan en la vidriera de la librería, sin dejar de
hablar a una velocidad que hincha las venas de sus delgados cuellos morenos.
La somnolienta señora del quiosco de revistas,
sentada en su sillita baja, aprovechando la sombra del toldo de la librería,
mira a las gitanas como si fueran el paisaje.
¡Adiós doctor...se saludan dos hombres pulcramente
vestidos con papeles y portafolios en sus manos, mientras el vendedor de termos,
cuchillos, cubiertas de documentos y pulseras artesanales bosteza, cuando su
compañero le guiña un ojo diciendo; estos sí que no tienen problemas... son concejales...
El vendedor clandestino de empanadas turcas, arma un revuelo en plena
Plaza Sarmiento, recogiendo apresuradamente dentro de su mantel la mercadería,
manoteando apresuradamente la mesita plegable, saliendo a la disparada, al ver
a los inspectores municipales...
Los de la casa de cambio, siguen inmutables, vendiendo, comprando
monedas, mientras el mundo se mueve, vive o muere a su alrededor... mientras en
la agencia de loterías, los ilusos siguen probando y el dueño del negocio,
único ganador, abre otra agencia a la vuelta.
© YOLANDA ELSA SOLÍS MOLINA, poeta y escritora argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Muy bonito relato! Como nos tiene habituados Yolanda. Un abrazo
ResponderEliminarCésar