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sábado, 16 de noviembre de 2024

EL SOBRIO Y EL GLOTÓN - Concepción Arenal - España

 








EL SOBRIO Y EL GLOTÓN

 

Había en un lugar
Dos hombres de mucha edad,
Uno de gran sobriedad
Y el otro gran comilón.

La mejor salud del mundo
Gozaba siempre el primero.
Estando de Enero a Enero
Débil y enteco el segundo.

« ¿Por qué el tragón dijo un día
Comiendo yo mucho más
Tú mucho más sano estás?
No lo comprendo a fe mía.»

«Es, le replicó el frugal,
Y muy presente lo ten,
Porque yo digiero bien,
Porque tú digieres mal.»

Haga de esto aplicación
El pedante presumido
Si porque mucho ha leído
Cree tener instrucción,

Y siempre que a juzgar fuere
La regla para sí tome:
No nutre lo que se come
Sino lo que se digiere.

 

CONCEPCIÓN ARENAL - España

Concepción Arenal -  (Ferrol, 31 de enero de 1820-Vigo, 4 de febrero de 1893)

fue una experta en derecho, pensadora, periodista, poetisa y autora dramática española encuadrada en el realismo literario y pionera en el feminismo español. Además, ha sido considerada la precursora del trabajo social en España. Perteneció a la Sociedad de San Vicente de Paul, colaborando activamente desde 1859.

 


UNA DE LAS TANTAS FORMAS DE ESCRIBIR UN POEMA - Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

 



LUIS ALPOSTA - Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA

INALCANZABLE - Gabriella Bianco - Venecia, Italia

 












INALCANZABLE
 

Me encantó la tristeza,
Y me encantó la alegría repentina, 
 reconociéndola en los ojos del otro.

Me encantó el regreso y aún más
me encantaron las salidas,
en busca del ser humano.

Viví con sueños y deseos.
Todas mis nostalgias
ahora brillan en el horizonte.

He amado lo inalcanzable.



GABRIELLA BIANCO – Venecia, Italia

PRESIDENTE DE ASOLAPO ITALIA – MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



IRRAGGIUNGIBILE


Ho amato la tristezza,
e ho amato la gioia improvvisa,
riconoscendola negli occhi dell’altro.

Ho amato il ritorno e ancor più
ho amato le partenze,
alla ricerca dell’essere umano.

Ho vissuto di sogni e desideri.
Tutte le mie nostalgie
ora scintillano all’orizzonte.

Ho amato l’irraggiungibile.


©GABRIELLA BIANCO, 2024 – Venecia, Italia

PRESIDENTE DE ASOLAPO ITALIA – MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

VARIACIONES DE LA HEMBRA - Carlos Penelas - Buenos Aires, Argentina

 









Ilustración: Juan Manuel Sánchez


VARIACIONES DE LA HEMBRA

 

 

 

La bella mujer que murmura su fábula secreta.
La bella mujer que duerme en la nostalgia.
La mujer del bretel violeta mirando la quilla del barco.
La que insinúa el fervor del insomnio.
La bella uniendo el universo en la plegaria.
La que se hunde en dimensiones invisibles.
(La mujer que transita las calles del otoño.)
Esta mujer alimenta fatalidad y dolor.
La mujer que nombra el recogimiento.
Discurre la amada vestigios entre parvas de heno.
La hembra regresa en la inocencia y el abismo.
Bella, flotante, de apretadas nubes.
(La abandonada que brinda el gozo y el aliento.)
Su cabellera mueve los velos de la noche.
La que musita cimbreante y desvaría.
El hada del follaje celeste.
La mujer con su lengua distante, sin memoria.
La princesa, la dueña, la reina del hogar.
La mujer que hunde el vacío y el corazón.
La amante desnudándose en un hotel de Praga.
La que devora el instinto y el pudor.
La celta que evoca las gaitas y los templos.
La amante vuela en mi, desatada y ansiosa.
La que aletea palabras en poemas.
(La mujer que brota en una luz transparente.)
La mujer que ama como una madre invisible.
La mujer suave y comprensiva como una hermana.
La humedecida de semen, de olvido, de palmeras.
La humedecida de temor sobre llanadas rojas.
La bella mujer inseparable de la bondad.
La adolescente salvaje que imagina a Piranesi.
La insurrecta de plazas y guerrillas.
La que beben mis ojos en los bares.
La bastarda, la desconocida, la inconclusa.
La bella mujer que irrumpe en las fuentes marinas.
(La mujer de los muelles y las dársenas.)
La bella sobre el caballo blanco
entre las hojas, el ramo y el aire de la rosa.
La libertaria sin dioses, sin patrias, sin marido.



CARLOS PENELAS – Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

www.carlospenelas.com
penelascarlos@yahoo.com.ar
Buenos Aires, agosto de 2016
Editado por el editor de Letras Uruguay
email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
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POESÍA, NUMEN SENSORIAL - Clotilde Ma. Soriani Tinnirello -Rawson, Chubut, Argentina

 











POESÍA, NUMEN SENSORIAL


Tú, lámpara de luz en mi camino
señal de amor de angelada presencia,
Musa, murmurio de lírica asistencia,
mágica pasión en hado divino.

Numen sensorial de indeleble trino,
Sutil mariposa en regia cadencia
de ensueños; ala, delicada esencia

en rosal de versos que a mí alma vino.

Imperiosa voz de ínclito albedrío,
poética sed, cual flora sedienta
bebo en tu fuente gotas de rocío.

Tú, eres la luna en el corazón mío,
fusión espiritual que me alimenta,
de la vida: esperanza y extasío.



CLOTILDE MA. SORIANI TINNIRELLO – Rawson, Chubut, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

CON MI PLENA CONCIENCIA Mindfulness - Rafael Mérida Cruz-Lascano

 






CON MI PLENA CONCIENCIA

Mindfulness


Estoy aprendiendo a reconocer plenamente
que la inspiración es un regalo del cielo
y que, consciente, reúno mis pensamientos
en palabras escritas que las convierte mi mente.
.
Ese cimiento, sinergia, me convierte en escritor
Comprometido, aflora en poesía, soy lo que soy
por mi pasado, presente y razón para el futuro
por su impacto estético y emocional en labrador.
.
La vida humana explica por su misma hética
en su carácter hermenéutico personal,
capacita afrontar desafíos, desde dentro
tiene sentido y es inteligible dialéctica.
.
Posee razón, razón narrativa, contar una historia
comprensión de un hecho (biográfico o fidedigno)
obliga a narrativa, es preciso mostrar su filosofía
por respetuoso luto y llanto o de majestuosa victoria.
.
El poeta mira, critica, su personal semántico, analiza
configurando en sus poemas, por su muerte presentida,
teoriza que todo el bien perdido lo tiene bien ganado,
solamente suplica, que en su recuerdo hagan una misa.
.
.
.
DR. RAFAEL MÉRIDA CRUZ LASCANO – Guatemala

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


Embajador de la Paz.
cercle universel des ambassadeurs de la paix France/Suisse.
https://ww.cuap.fr
Mindfulness: “Atención plena”, (es una técnica [Vipassanā —del pali: 
विपस्सना ] ‘ver las cosas tal como son’— es un término budista) de meditación que consiste en entrenar la mente para centrar la atención. 
El cerebro puede entrenarse y eso es muy inspirador. Mindfulness puede convertirse en una apasionante aventura de descubrimiento y mejora continua tanto en tu vida personal como en tu desarrollo profesional.


HUMANIDAD - Guillermo Fernández del Carpio - Arequipa, Perú












HUMANIDAD


Hay hombres y mujeres, que van echando a doquier
unas semillas a un campo cercano, de un pueblo llamado
bondad.
Hay otros hombres y mujeres, que van echando a doquier
unas semillas a un campo oscuro, de un pueblo llamado
maldad.

Hay una humanidad con ojos de aquel samaritano,
que abriga igual al ateo que al cristiano.
Hay otra humanidad con ojos de Herodes y Pilatos,
obnubilados por el poder, con manos manchadas de sangre.
¡Pobres hombres!

Hay una humanidad muy inerte, indolente. ¡Pobre gente!
Desorientados por la tecnología, la riqueza y su propio ser.
Se olvidan que todo lo obtenido al llegar un día o una noche,
ya no se tiene.
Solamente viven los momentos,
realmente me digo: ¡Pobre gente!

Hay hombres y mujeres, que dan el instante y el porvenir de
sus vidas por otras que no conocen,
así el amor en el mundo se esparce.
Humanidad de seres mortales, donde todos seremos polvo
como silencio.
Yo, deseo ser aquel samaritano, con un poema como epitafio.


GUILLERMO FERNÁNDEZ DEL CARPIO – Arequipa, Perú

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS - Miguel Ramos Carrión - Zamora, España

 








EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas, pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: -¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...


MIGUEL RAMOS CARRIÓN - España

Miguel Ramos Carrión fue un dramaturgo, periodista y humorista español. La ciudad de Zamora le honra con el nombre de una calle céntrica, así como el Teatro Ramos Carrión. Wikipedia

Nacimiento: 17 de mayo de 1848, Zamora, España

Fallecimiento: 8 de agosto de 1915, Madrid, España


HERNÁN - Abelardo Castillo, Buenos Aires, Argentina

 



HERNÁN

 

Me atrevo a contarlo ahora porque ha pasado el tiempo y porque Hernán, lo sé, aunque haya hecho muchas cosas repulsivas en su vida, nunca podrá olvidarse de ella: la ridícula señorita Eugenia, que un día, con la mano en el pecho, abrió grandes los ojos y salió de clase llevándose para siempre su figura lamentable de profesora de literatura que recitaba largamente a Bécquer y, turbada, omitía ciertos párrafos de los clásicos y en los últimos tiempos miraba de soslayo a Hernán. Quiero contarlo ahora, de pronto me dio miedo olvidar esta historia. Pero si yo la olvido nadie podrá recordarla, y es necesario que alguien la recuerde, Hernán, que entre el montón de porquerías hechas en tu vida haya siempre un sitio para ésta de hace mucho, de cuando tenías dieciocho años y eras el alumno más brillante de tu división, el que podía demostrar el Teorema de Pitágoras sin haber mirado el libro o ridiculizar a los pobres diablos como el señor Teodoro o hacerle una canallada brutal a la señorita Eugenia que guardaba violetas aplastadas en las páginas de Rimas y leyendas y olía a alcanfor.

Ella llegó al Colegio Nacional en el último año de mi bachillerato. Entró a clase y desde el principio advertimos aquella cosa extravagante, equívoca, que parecía trascender de sus maneras, de su voz, lo mismo que ese tenue aroma a laurel cuyo origen, fácil de adivinar, era una bolsita colgada sobre su pecho de señorita Eugenia, bajo la blusa. Ella entró en el aula tratando de ocultar, con ademanes extraños, la impresión que le causábamos, cuarenta muchachones rígidos, burlonamente rígidos junto a los bancos, y cualquiera de los cuarenta debía mirar a la altura del hombro para encontrar sus ojos de animalito espantado. Habló. Dijo algo acerca de que buscaba ser una amiga para nosotros, una amiga mayor, y que la llamáramos señorita Eugenia, simplemente. Alguien, entonces, en voz alta –lo bastante alta como para que ella bajara los ojos, con un gesto que después me dio lástima–, se asombró mucho de que todavía fuera señorita, yo me asombré mucho de que todavía fuera señorita y los demás rieron, y ella, arreglando nerviosamente los pliegues de su pollera, fue hacia el escritorio. Al levantar los ojos se encontró con todos parados, mirándola. No atinó sino a parpadear y a juntar las manos, como quien espera que le expliquen algo, y cuando torpemente creyó que debía insinuarnos “pueden sentarse”, nosotros ya estábamos sentados y ella reparó por primera vez en Hernán. Él se había quedado de pie, tieso, se había quedado de pie él solo. Y en medio del silencio de la clase, dijo:

–Yo –dijo pausadamente– soy Hernán.

Esto fue el primer día. Después pasaron muchos días, y no sé, no recuerdo cómo hizo él para darse cuenta: acaso fue por aquellas miradas furtivas que, al llegar a ciertos párrafos de los clásicos, la señorita Eugenia dirigía hacia su banco, o acaso fue otra cosa. De todos modos, cuando se lo dijeron ya lo sabía. “Me parece que la vieja…”, le dijeron, y Hernán debió fingir un asombro que jamás sintió, puesto que él lo había adivinado desde el comienzo, desde que la vio entrar con sus maneras de pájaro y su cara triste de mujer sola; porque Hernán sabía que ella se inquietaba cuando él, acercándose sin motivo, recitaba la lección en voz baja, íntima, como si la recitara para ella.

–Este Hernán es un degenerado.

Te admiraban, Hernán.

–Pobre vieja, te fijaste: ahora se le da por pintarse.

Porque, de pronto, la señorita Eugenia que leía a Bécquer empezó a pintarse absurdamente los ojos, de un color azulado, y la boca, de pronto comenzó a decir cosas increíbles, cosas vulgares y tremendas acerca de la edad, la edad que cada uno tiene, la de su espíritu, y que ella en el fondo era mucho más juvenil que esas muchachas que andan por ahí, tontamente, con la cabeza loca y lo que es peor –esto lo dijo mirando a Hernán de un modo tan extraño que me dio asco–, lo que es peor, con el corazón vacío.

–A que sí.

Ya no recuerdo con quién fue la apuesta, recuerdo en cambio que pocos días antes del 21 de septiembre surgió, repentina y gratuita, como un lamparón de crueldad. Y fue aceptada de inmediato, en medio de ese regocijo feroz de los que necesitan embrutecer sus sentimientos a cualquier costo porque después, más adelante, está la vida, que selecciona sólo a los más aptos, a los más fuertes, a los tipos como él, como Hernán, aquel Hernán brillante de dieciocho años que podía demostrar teoremas sin mirar el libro o componer estrofas a la manera de Asunción Silva o apostar que sí, que se atrevería –como realmente se atrevió la tarde en que, apretando como un trofeo aquella cosa, esa especie de escapulario entre los dedos, pasó delante de todos y fue lentamente hacia el pizarrón–, porque los que son como vos, Hernán, nacieron para dañar a los otros, a los que son como la señorita Eugenia.

–A que no.

–Qué apostamos –dijo Hernán, y aseguró que pasaría delante de todos, de los cuarenta, e iría, lentamente, hacia el pizarrón–. Para que aprenda a no ser vieja loca –dijo.

Pero antes de la apuesta habían pasado muchas cosas, y yo ahora necesito recordarlas para que Hernán no las olvide. Hubo, por ejemplo, lo de las cartas. Siempre supo escribir bien. Desde primer año había venido siendo una suerte de Fénix escolar, fácil, capaz de hacer versos o acumular hipérboles deslumbradoras en un escrito de Historia. Pero aquella primera carta (a la que seguirían otras, ambiguas al principio, luego más precisas, exigentes, hasta que una tarde en el libro que te alcanzó la señorita Eugenia apareció por fin la primera respuesta, escrita con su letra pequeña, redonda, adornada con estrafalarias colitas y círculos sobre la i) fue una obra maestra de maldad. Yo sé de qué modo, Hernán, con qué prolijo ensañamiento escribiste durante toda una noche aquella primera carta, que yo mismo dejé entre las páginas de las Lecciones de Literatura Americana un segundo antes de que el inequívoco perfume entrase en el aula, ese vaho a laurel cuyo origen era una bolsita blanca, de alcanfor, colgada al cuello de la señorita Eugenia, junto al crucifijo con el que sólo una vez tropezaron unos dedos que no fuesen los de ella.

No respirábamos. Hernán tenía miedo ahora, lo sé, y hasta trató de que ella no tomase el libro. La mujer, extrañada, levantó el papel que había caído sobre el escritorio, un papel que comenzaba por favor, lea usted esto, y después de unos segundos se llevó temblando la mano a la cara; pero en los días que siguieron, cuando encontraba sobre el escritorio los papeles doblados en cuatro pliegues, ya no se turbaba, y entonces empezó a decir aquellas insensateces vulgares acerca de la edad, y del amor, hasta que el propio Hernán se asustó un poco. Sí, porque al principio fue como un juego, tortuoso, procaz, pero en algún momento todo se volvió real y, una tarde, estaba hecha la apuesta:

–Delante de todos, en el pizarrón –dijo Hernán.

El Día de los Estudiantes, en el Club Náutico, todos pudieron verlo bailando con la señorita Eugenia. Ella lo miraba. Lo miraba de tal manera que Hernán, aunque por encima de su hombro hizo una mueca significativa a los otros, se sintió molesto. Tuvo el presentimiento de que todo podía complicarse o, acaso, al oír que ella hablaba de las cosas imposibles (“hay cosas imposibles, Hernán, usted es tan joven que no se da cuenta”) pensó que se despreciaba. Pero ese día la apuesta había sido aceptada y uno no podía echarse atrás, aunque tuviera que hacerle una canallada brutal a la señorita Eugenia, que aquella tarde llevaba puesto un inaudito vestido, un jumper, sobre su blusa infaltable de seda blanca. Por eso, sin pensarlo más, él la invitó a dar un paseo por los astilleros, y los otros, codeándose, vieron cómo la infeliz aquella salía disimuladamente, seguida por su ridículo perfume a alcanfor y seguida por mí, que antes de salir le dije a alguno:

–Préstame las llaves del coche.

Y me fueron prestadas, con sonrisa cómplice, y cuando yo estaba saliendo, con el estómago revuelto, oí que alguien pronunciaba mi nombre:

–Hernán.

–Qué quieren –pregunté.

Y me dijeron la apuesta, ojo con la apuesta, y yo dije que sí, que me acordaba. Como me acuerdo de todo lo que ocurrió esa tarde, en los galpones, contra un casco a medio calafatear, y de todo lo que ocurrió al otro día, en el Nacional, cuando ante la admirada perplejidad de cuarenta muchachones yo caminé lentamente hacia el pizarrón apretando entre los dedos esa cosa, esa especie de escapulario, como un trofeo. Y me acuerdo de la mirada de la señorita Eugenia al entrar en la clase, de sus ojos pintados ridículamente de azul que se abrieron espantados, dolorosos, como de loca, y se clavaron en mí sin comprender, porque ahí, en la pizarra, había quedado colgada, balanceándose todavía, una bolsita blanca de alcanfor.

ABELARDO CASTILLO – Buenos Aires, Argentina


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ALIENACIÓN. (CUENTOS DE GUY DE MAUPASSANT) - César Tamborini Duca, León, España

 




ALIENACIÓN.  (CUENTOS DE GUY DE MAUPASSANT)

 

En muchos de sus cuentos Guy de Maupassant menciona la locura. Inclusive hay uno titulado LOCO. Otro, con sus mismas letras encerradas en signos de interrogación ¿LOCO? Conociendo el final de sus días da la sensación que al elaborar sus cuentos ya se hubiera instalado la demencia, o tal vez que una aguda premonición le señalara su final que -entre todos sus cuentos- relata vívidamente al término de ¿QUIÉN SABE?

EL HORLA, por ejemplo, es un largo cuento con clara apariencia (¿o intencionalidad?) de estar influido por la locura en varias de sus páginas. Transcribo como ejemplo, de la pág. 115:

6 de julio. -me vuelvo loco. Alguien ha bebido de nuevo toda mi botella esta noche (…) Pero ¿soy yo? ¿Soy yo? ¿Quién iba a ser? ¿Quién? ¡Oh, Dios mío! ¿Me estoy volviendo loco? ¿Quién podrá salvarme?

10 de julio (…) No cabe duda, ¡estoy loco!

Corroborando en la página 116 donde expresa: En cualquier caso mi extravío rayaba en la demencia. Y sigue por el mismo intuitivo camino en la pág. 123:

7 de agosto. – (…) Me pregunto si estaré loco (…) Con certeza me creería loco, totalmente loco, si no fuera consciente (pág. 124).

En EL ALBERGUE: Los dejó acercarse; se dejó tocar; pero no respondió a las preguntas que le hicieron; y hubo que llevarlo a Loëche, donde los médicos comprobaron que estaba loco (pág. 151)

También en LA MUERTA (PÁG. 155) expresa su reconocimiento al decir: ¿Aquél ruido estaba en mi cabeza enloquecida…?

En ¿QUIÉN SABE? (…) existencias interrumpidas por esos regulares eclipses de la razón (pág. 170) Y más adelante: Me vine a París, a un hotel, y consulté a los médicos sobre mi estado de nervios… y finaliza el cuento en la pág. 183: Estoy solo, completamente solo, desde hace 3 meses. Estoy más o menos tranquilo. Solo tengo un miedo… Si el anticuario se volviera loco… y si lo trajeran a este manicomio… Las propias cárceles no resultan seguras. (6 de abril de 1890)

No podemos dejar de señalar lo manifestado por Esther Benítez, autora del PRÓLOGO, que en la página 8 expresa: Su salud, por otra parte, comienza a resentirse por esas fechas. A comienzos de la década empieza a sufrir molestias de la visión, se le cae el pelo, padece violentas jaquecas, la SÍFILIS avanza. Los primeros trastornos nerviosos, quizás hereditarios en la familia -su hermano Hervé, menor que él, morirá loco a los treinta y tres años- inician sus manifestaciones: alucinaciones, desdoblamientos de personalidad, manía persecutoria; a finales de la década, tales trastornos desembocarán en el intento de suicidio del 1 de enero de 1892 en Niza, a raíz de una visita a su madre, tras el cual nuestro autor ya no levantará cabeza: internado en una casa de salud -como tantos de sus personajes- transcurre los dieciocho meses que le quedan de vida de una forma puramente vegetativa, nula desde el punto de vista de la producción literaria.

Un final que trae a mi memoria el de otro poeta bohemio que, encontrándose en París, sus amigos hicieron que se embarcara para Buenos Aires donde fue internado en una casa de salud mental donde acaeció su muerte. ¿También Malatía francesa? Quién sabe.

Claro que debemos destacar en su cuento LA DORMILONA, ser un adelantado a su tiempo realizando un esbozo de lo que sería una muerte digna, desarrollado desde la pág. 158 a 169.

Cabe señalar algunas singularidades que se aproximan al idioma coloquial argentino (pág. 41 y 42) donde hace elisión de una consonante (d) en palabra terminada en ado: emborrachao; e -inclusive- utiliza la epanadiplosis: YO QUE SÉ, YO.

En el cuento MISTI hace alarde de machismo (pág. 77) y en el ya mencionado LOCO describe en la página 100 un horror que parece ser patrimonio de Europa (si exceptuamos a EE.UU.): las guerras y el objetivo de matar seres humanos. Atroz, ¿verdad?

EL HORLA y otros cuentos fantásticos, Guy de Maupassant, Alianza Editorial, Madrid, 1984.

CÉSAR J. TAMBORINI DUCA – León, España

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

Académico Correspondiente para León

Academia Porteña del Lunfardo