«EL PEQUEÑO SALTAMONTES»
Hace ya muchos años, allá por la década de los
setenta se hizo popular una serie de televisión titulada “Kung Fu”, y como
figuras principales la de un sabio ciego y un muchacho curioso que le hacía
preguntas, al que llamaba “pequeño saltamontes”.
Cuenta la fábula del saltamontes y la
hormiguita, que al llegar el frío invierno acudió a ella para pedirle comida,
pero la diligente trabajadora se la negó. La moraleja sugiere que hay que
esforzarse en la vida y planificar el futuro. Traducido al mundo de las ideas,
de no hacerse se correrá el riesgo de que penda sobre la existencia la espada
de Damocles, amenazando con la «nada». Algo que la sociedad acomodada postdata,
no reflexiona, cuando no evita, diciendo eso de “Hoy no, mañana”.
Érase una vez un hombre anciano que vivía en
las ruinas de un viejo monasterio semi derruido. Se decía de él que había
llevado una vida intensa, hasta que sintió el hastío y cayó en la cuenta que si
quería ser él mismo debía conocerse y buscar la puerta del mundo transcendente.
Un día acudió a visitarle un joven mundano
para pedirle consejo.
― Maestro, he escuchado decir de ti que eres
un hombre sabio capaz de penetrar en la esencia de los hombres.
― ¿Por qué me llamas así? Sólo la Sabiduría es
sabia. Si se quiere restaurar un edificio no basta con darle una mano de
pintura, sino que es necesario antes raspar la piedra. Así el hombre. Para ese
trabajo se necesita estar a solas consigo mismo. Quien dese entrar en el
intrincado mundo del conocimiento humano deberá acallar los mil ruidos que nos
envuelven. Ahora, dime qué deseas.
― Necesito encontrar el sentido de mi vida.
¿Qué debo hacer?
― Eso estará a la altura en la que sitúes tus
inquietudes.
― Soy un hombre joven. Poseo riqueza, tengo
poder y gozo de prestigio.
― Todo depende del uso que le des a lo que
tienes. Poder tener sin ser tenido. Ahí reside tu libertad. Si te esclavizan
las cosas serás tú el que estés al servicio de ellas.
― Hay algo que me hace preguntarme sin saber
qué responderme. Tal vez tú puedas aclarármelo. Me pregunto por la razón de
haber sido traido a este mundo sin contarse conmigo.
― ¿Crees que la flecha que es el hombre
proviene de la “nada” o del arco que le precipitó a la vida?
― ¿Me preguntas si procedo del azar?
― ¿Crees que todo lo que ven tus ojos en el
mundo creado es casualidad o causalidad? ¿Orden o caos?
― Soy un hombre racionalista y necesito ver
para creer.
― Lo que dices plantea dos cosas. Una, que lo
que ves es el mundo tal como se muestra, con sus horrores y miserias, incluidas
las propias. Sin embargo, creer no es sólo adherirse intelectualmente a algo,
sino que implica el seguimiento. Si es así, ¿merece la pena entregar tu vida a
ello? La segunda es el silencio absoluto que se abre ante ti. No te da
respuesta del por qué, incluido el propio hombre. Sin embargo, tú tienes
consciencia de tu ser, luego existes. ¿Puede lo que existe proceder de lo
inexistente?
― Entiendo que me hablas de que algo o alguien
es el autor de la vida. ¿Y por qué no ha de ser más bien todo producto de la
nada?
― ¿Acaso es el humo sin el fuego?
― Ciertamente, no.
― ¿No necesitará el arco del brazo del
arquero?
―Ciertamente, sí.
― ¿Y el arquero no habrá de tener una razón
para lanzar la flecha?
― ¿La razón para que yo exista?
― Para llegar a comprenderlo habrás de hacerte
otra pregunta antes.
― ¿La sabes tú?
― Dime una cosa: ¿está el hombre acabado o es
un proyecto? ¿Es su destino la animalización o la humanización? Porque, si es
lo primero, ¿qué sentido tiene? Pero, si es lo segundo, entonces necesitará
realizarse en el tiempo de la vida para conseguirlo. Esto es, si se conforma
con lo que es en la actualidad― mira a tu alrededor la marcha del mundo lleno
de violencia, dolor y vacío existencial―, o anhela trascenderse.
― Lo que dices suena a muerte.
― Así es. La vida concluye con la muerte,
pero, la muerte ¿agotará la existencia?
― Mi razón no alcanza el alcance de tus
palabras.
― Tampoco la mía. Se trata de una opción entre
la nada y la esperanza. Al llegar al borde del abismo se sabe qué se deja tras
de sí y se abre el vacío. En ti queda detenerte ahí o arriesgarte a saltar. Es
una opción que has de madurar.
― Una opción. ¿Elegir entre qué?
― Entre el que es y dejará de serlo, o el que,
dejando de ser, será.
― ¿Y qué ha de hacerse para alcanzar esa
confianza?
― Esa certidumbre es un don al que se ha de
estar abierto, pedirlo y esperarlo pacientemente. Viene cómo, cuándo y dónde
quiere. Pero has de estar predispuesto y atento. Para eso se te ha dado la
inteligencia y la libertad. Mira el gusano que se envuelve en la tumba del
capullo de seda y renace convertido en mariposa. De arrastrarse por la tierra a
volar por el cielo.
― Lo que dices me hace dudar.
― ¿Dudas? ¡También yo! Pero, recuerda, Lo que
se pide no es seguridad, sino decisión. En eso consiste la libertad.
Cuando me despedí del elocuente pensador― no
sé si lunático o clarividente―quedé pensativo. ¿Y si fuese cierto todo lo que
me había susurrado?
ÁNGEL MEDINA - Málaga, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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