LOS DE LAS FILAS[1]
A los que creen, o, al menos, a los que lo intentan… Y a los P. Edelmiro Gasparotto, presbítero santafesino (Párroco Iglesia Nuestra Señora de la Merced) y P. Luis Martín, sacerdote uruguayo (Párroco Capilla “Belén – Bosque de Piriápolis). In memoriam… En particular, a la Prof. Lic. Liana Friedrich, Poeta e ilustre Reina de las Letras, y al Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón, Poeta y Pez Volador: fraternalmente unido a sus estirpes, en la vida para la Vida, de auténticos Trabajadores del Verbo.
Ahora, en íntima parusía, lo descubro...
… UNO
Al principio yo también estaba parado sobre el muro. Como alineado junto a las palmeras del boulevar marítimo que lo circunvalaban. El muro custodiaba la frontera de la costanera que rodeaba al mar de Piriápolis, en Uruguay. Y uno podía disfrutar de la mansedumbre de sus aguas salobres atenuadas por el contacto con los dulces torrentes que penetraban desde el Río de la Plata… El mar y el río amistaban de este modo a dos países que, históricamente, debieron ser uno solo… Pero los embates de la política y los intereses mercantilistas habían impedido que esa comunión natural se plasmara geopolíticamente… No obstante, esa Patria distinta en algunos aspectos y semejantes en muchos otros, era una gran amiga nuestra. Y los argentinos disfrutábamos de aquella antigua tradición de fraternidad entre los muchos pueblos de la América del Sur que iban, poco a poco, legalizando su independencia de ajenos poderes europeos… El mar y el río, puestos de acuerdo, nos hermanaban…
Pero bueno; y claro, yo estaba de pie
observando desde aquel muro costanero a los que, allá abajo, miraban a su vez -hacia
la distancia- como extasiados y acodados unos a otros, como en fila, hacia
el extremo horizontal del mar... Y hacia ese sol que maniobraba, con sabia
lentitud, hasta el borde del abismo donde debía ocultarse en su siempre
esplendoroso, secular ocaso, como una gigantesca moneda de oro cósmico…
Entonces, cuando eso comenzara a suceder, los de las filas aplaudirían a más no
poder ese portento celestial que se repetía día tras día y desde hacía millones
de años, y lo seguiría haciendo hasta el final de los tiempos…
Sí, aquellos eran… los de las filas… Y fue en ese contexto de ensimismada contemplación que, como un hijo de Febo, él (¿Él?) aparecería, más sin que nadie diera cuenta de su mesiánica presencia… Ni tan siquiera ellos, los de las filas …
A mi detrás, y en tono de amable despreocupación veraniega, el otro gentío pasaba a mis espaldas como sin verme, parloteando y riendo; algunos discutiendo, pero todos bajo el tenue resplandor de ese bello atardecer de enero de 2003, pocos días después de haber cumplido yo unos atrevidos 52 años (ahora, navegando ya los 74) ... Sí, esos, los que pasaban detrás de mí -acodado siempre al muro y atento a la inminente caída del sol- eran como un flujo homínido paralelo al horizonte y hacia esos otros “esos” u hombres y mujeres -que integraban las filas, los de abajo- y que miraban y miraban, y no dejaban de mirar, plenamente arrobados, oteando la majestad de un paisaje que exultara frente a ellos como algo casi sobrenatural ...
… DOS
Había sido un día cálido y muy agradable, con las gaviotas sobrevolando ya, a la hora del crepúsculo, los restos de las delicias con que, los de abajo, los de las filas, habían compartido aquella espléndida jornada junto al mar, y más aún antes de situarse sobre la porción de arena seca que quedaba -desafiando la marea-, en aquellas desalineadas pero expectantes filas de turistas bronceados, desnudos y satisfechos...
A mis espaldas, había como un cerro o pequeña colina llamada El Toro, y, cada vez que me daba vuelta para repasar su hipérbole angulosa, venían de pronto a mi mente unos pensamientos que eran la perfecta antítesis de lo que mi mente gozaba admirando al mar…Pensamientos en forma de pesadas frustraciones, de cruces intelectuales y anímicas donde la contradicción entre proyectos y sueños humanos, y los inescrutables designios de Dios, se fruncían en cerrados interrogantes que, solo el tiempo y, de tanto en tanto, sabía disipar o develarme…
(Hablo, por ejemplo, de lo que significara para mí la pérdida de la salud por haber encendido los motores cuando debí apagarlos un poco y a tiempo, y, como consecuencia de ello y de las reglas e intolerancia del negocio privado, la “discontinuación” que me sobreviniera, sin licencia médica previa y compasiva, y todo matizado por el contexto de un importante y amado trabajo docente y académico; y con el efecto “dominó” que, dicha circunstancia, me acarreara ahora tanto en lo espiritual como en lo material… Aunque después -después de Verlo- entendiera que, siempre que se pierde, se gana algo si es que uno sabe o se persuade en mirar la vida como misión y no como capricho, de vaso medio lleno y no medio vacío; aunque, a los fines de seguir peleando la santidad, esta última mirada por mostrarse menos condescendiente con nuestras flaquezas, fuera la más propicia para encarar utopías o mutables horizontes de ignotas alboradas...).
Así que hubo un momento en que dejé de mirar hacia atrás... Y me pregunté qué es lo estaba haciendo, y me culpé de ser irracional al estar fustigando y alentando una desesperanzada forma de tentar a la vida… No obstante, quizás todo ello me llevó a descubrirlo… O mejor, a descubrir que ese Monte erguido con real prestancia frente a mi poquedad humana, era como una gran y arcana piedra mitológica que acababa de atravesar con mis pensamientos, hasta regodearme en las holguras de su masa granítica y electromagnética, y de un nuevo espacio-tiempo que habitar; y que, por ello, no tenía sentido recordar mi vida en negativo y con un pasado más o menos reciente, sino mirar, como aquellas gentes de las filas, mirar siempre hacia delante... Hacia ese Sol que se derretía bajo un horizonte azul plagado de pecas tan luminosas como rubias, pero alentando a todos con un “¡Volveré! ¡Mañana volveré para estar junto a ustedes, mis queridos devotos de las filas…”
… TRES
Entonces, bajé las escaleras que se abrían en suave descenso y desde el muro de lacas y macetas donde estaba refugiado -en autocompasiva soledad-, hasta acercarme a él, al viejo y sabio mar, y depositar mis pies desnudos -mi arrogancia herida- sobre aquellas arenas -ora blancas como un campo nevado y ora doradas como un trigal recién estrenado-, sobre esa marea ora grumosa y ora acuosa -más en todo espléndidamente pacífica-, como poseído por los duendes de Atlántida que no dejan de habitar a un siempre hechizado atardecer de verano… Hacia la izquierda, otro mar, aprisionado al Puerto con su ojo de faro, pero de rocas también enredadas por el verdor de las algas que lo acariciaban, se unía al verdadero océano que palpitaba, serenamente, y hasta fundirse con los trazos rojizos y acelestados de esas, como estelas esmaltadas y combinadas por el flameante desfile de una aguerrida multitud de nubes dibujadas, es cierto, por el Gran Pintor y a la hora del ocaso...
Y fue cuando… lo vi. No sé si las demás gentes que formaban parte de las filas que yo había pasado a integrar, también lo vieron. Mi gesto de estupor fue eludido y desconocido por los demás… Ellos siempre persistiendo en acompañar a ese lento girar y descenso hasta el punto de encuentro entre el sol y el mar… Ellos, con su millar de cabezas ordenadas en filas disciplinadas por atrayentes butacas playeras. Por lo tanto, debo suponer que solo yo lo había visto aparecer; surgir de pronto, ahogando precisamente -y sin que ellos, desde las filas se percataran- el brillo su sol en el horizonte y tras los aplausos emotivos de las gentes que ocupaban, en la arena todavía ardiente, a aquellas filas humanas devotas de ese increíble ícono luminoso y estelar, dador de la vida misma...
Pensé, claro está, que podía tratarse de un pescador cualquiera, porque aquello desde donde había descendido semejaba a una barca. Luego supuse también que podía tratarse de uno de aquellos intrépidos surfistas que asolaban ese recodo del mar, atenazado a ambos lados por las terminales montañosas de la cadena de La Ballena, sobre como esquirla rocosa de costa uruguaya capturado por la apacible ciudad de Piria. Pero los windsurf cuentan con tabla, vela, mástil y botavara a manera de simple aparejo, y no era aquello la verdadera forma de lo que había venido transportando al extraño hombre, cuya silueta, a medida que se aproximaba a la altura de mi fila, me resultara tan conocida…
Sí, recuerdo que, al rozarme con su sombra, quedé como enmudecido (consternado)… Había terminado de separar mis manos del último aplauso que celebrara a Febo en su milagro de agonizar bajo las aguas para reaparecer como el Ave Fénix al otro día -pero redondo y glorioso desde sus entrañas de misterio escarlata y nuclear-, cuando aquel hombre joven, de mirada tierna y figura tan cetrina como esbelta, pasó a mi lado... Sonriendo, me miró (sólo a mí, no sé por qué, puedo jurarlo), y con sobrenatural dulzura pronunció mi nombre sin abrir los labios: sus palabras fueron tan claras y suaves resonando en mi mente (y no eran mis pensamientos, insisto; puedo jurarlo), por cierto, digo, tan claras y suaves como enigmática su esbelta figura semita y de cetrina mirada... Luego dijo, como en un susurro de paloma en celo: “Me siento muy feliz, querido amigo. Muy feliz porque he podido constatar que, ustedes, al menos, los de las filas, han intentado asomarse desde una carne frágil, una conciencia recta y los ojos del alma, hacia los albores de la eternidad... Pues cuando el ocaso cierra una ventana, otra se abre en el umbral secular…”.
EPÍLOGO
Arriba, un tropel humano desentendido del milagro natural que los de las filas habían aplaudido, seguían atrapados en sus destinos de negocios, celulares, computadoras y preocupaciones empoderadas por una llamada Inteligencia Artificial, como creyendo bastarse solo a sí mismos. En tanto que, los de las filas, ni bien el sol se derrumbó manso y paciente en ese punto donde el mar se abraza con el cielo, se saludaron tan amables por haber compartido aquel rito diario y consecuente, que yo también me hermané con ellos, y me distraje… Y quizá por esto Aquel hombre se perdió, como un Gran Desconocido, entre la multitud de los que caminaban insomnes desandando las baldosas geométricas alquiladas al muro costanero, y se elevó tras el Monte aquel persiguiendo un racimo de gaviotas vagabundas y subrayando al lánguido horizonte crepuscular…
Lo cierto es que, y en consecuencia, aquel Monte o Cerro a mis espaldas que tanto había turbado mi ánimo, y opuesto como era en su comba soberbia, al moroso y plano deslizarse de la arena junto al océano de Piria en vespertina calma, pues ya no me pareció una montaña de problemas irresueltos, sino sólo eso: un sublime ejemplar de la naturaleza donde quizás aquel hombre callado y barbijo, dulce y sereno, de piel tersa y cetrina, y larga y negra y esbelta cabellera, y una túnica rústica cubriendo su desnudez encarnada, como un primogénito de las Alturas, como un príncipe de las Asturias, salado sus pies por el Cantábrico en busca de su Madre Covadonga, como un peregrino más atravesando el Pórtico de la Gloria de la medioeval Catedral de Compostela, abismado en suspiros propios y ajenos junto a los bruscos acantilados del Cabo Finisterre, surcara luego en bote los atlánticos mares de estas tierras evangelizadas en intrépidas auroras, para elevarse aquí también y desde el Cerro de Piria, hasta su Padre… Y, en aquella piedra grumosa (como el error), monolítica (como la ignorancia) y ancestral (como los pecados del hombre), se dispuso orar, rezar como en otros tiempos y en otras Peñas santas, allá, en su Galilea natal, y en el Monte Sinaí donde proclamara sus felices Bienaventuranzas, ya fatigado en su humanidad de ayuno y oraciones, o transfigurado en Gloria junto a sus amados profetas mosaicos, pero siempre y junto a los de las filas… a la caída del sol.
(A lo lejos y hace
tiempo, pude verlos… A ellos también, como a nosotros, los de las filas de hoy…
Mirando al verdadero Sol ausentarse en la montaña… Y ser parte de aquella
muchedumbre alimentada por el increíble milagro de la multiplicación de unos
pocos panes y unos pocos peces, y puestos en filas, en firme vigilia y fiel
espera del nuevo Amanecer, y como los que nada pueden sin el aliento y alimento
hospitalario de Quien sabe darnos todo sin esperar nada a cambio… Solo que
estemos en las filas de la bondad, la belleza y la verdad verdaderas, pues, no
nos salvamos solos sino en racimo…).
ADRIAN NÉSTOR ESCUDERO – Santa Fe, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
[1] ADRIÁN N. ESCUDERO - Piriápolis (Uruguay): 17-01-2003. Texto
ajustado Santa Fe (Argentina): 11-04-2003 y 18/20 Julio 2025: Celebrando el
DÍA DEL AMIGO (Argentina y Otros Países): 20 JULIO 2025.
No hay comentarios:
Publicar un comentario